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El tres estrellas Michelin con la chef ausente
En mis conferencias sobre liderazgo le digo a mi audiencia: «Nada fracasa más que el éxito». Cuando más éxito tienes es precisamente cuando más vulnerable eres. Cuando ganas estás a solo unos pasos en falso de perder. ¡El éxito es muy peligroso! Una vez allí, crees que, como estás en la cima, siempre lo estarás. Dejas de innovar y permites que te arrastre la inercia. Das por sentados a tus clientes y por hecho que tu éxito será duradero. En momentos así es muy fácil caer en un declive casi invisible que acaba conduciendo a la derrota.
Para evitarlo debes seguir hambriento. Tienes que seguir peleando. Debes estar siempre dispuesto a aprender cosas nuevas, asumir nuevos riesgos, ofrecer lo inesperado, fracasar buscando la innovación, agradecer aún más la comida en la mesa de tu familia y actuar con una mentalidad de cinturón blanco.
El otoño pasado viajé con mi hijo al norte de Italia. Poco antes había vivido una aventura padre-hija, así que le tocaba a Colby. Fuimos a buscar trufas con una perra que se llamaba Lady, dimos largos paseos por la montaña y asistimos a una clase de cocina (hicimos raviolis).
Para la última noche, como regalo especial, había reservado mesa en un restaurante con tres estrellas Michelin. Había estado allí con Elle, y la comida era excepcional (en especial los huevos escalfados con queso pecorino, nata y trufas blancas).
Así que llegamos dispuestos a que nos dejaran impresionados. A vivir una de las mejores comidas de nuestra vida. Un padre y su hijo.
¿Y sabes qué? La chef estaba allí, pero esta vez no en la cocina. Estaba sentada a una gran mesa al lado de la nuestra, junto al fuego crepitante, con unos seis amigos, hablando, riéndose y bebiendo vino tinto caro. Contando historias de sus días de gloria. Llevaba puesta su chaquetilla blanca de chef, pero esa noche no cocinó.
No sé tú, pero si yo quiero darme un capricho en una ocasión especial y voy a un restaurante con tres estrellas Michelin (cosa que solo he hecho dos veces en mi vida), quiero que me haga la comida el chef que recibió las tres estrellas Michelin.
¿Y la comida? Mediocre. De verdad. Solo aceptable. Nada especial. Un plato fue casi incomible. Así que he ido a ese restaurante dos veces: la primera y la última.
¿Qué quiero decir con esta ligera diatriba? Muy fácil. La chef se convirtió en una chef de primera en un restaurante de primera. Después dio por hecha su victoria y se durmió en los laureles. Perdió la pasión. Creyó que nadie se daría cuenta. Dejó de asegurarse de que todo ingrediente fuera exquisito y toda comida perfecta.
A medida que vayas alcanzando nuevos niveles de maestría, recuerda esta historia. Y nunca des por sentada tu victoria, porque nada fracasa más que el éxito. Y si olvidas esta regla, quedarás eliminado del juego antes de lo que imaginas.