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El multimillonario en la mansión vacía

Hace unos años, mi equipo recibió una solicitud de un famoso empresario. Quería que lo ayudara a añadir uno o dos ceros a su fortuna, a recuperar la salud y a encontrar más alegría, paz y libertad en su vida, ridículamente complicada.

Tras considerar la solicitud durante varias semanas, acepté reunirme con el magnate. Tomé un vuelo de muchas horas a su ciudad natal, en un país lejano, me registré en mi hotel y revisé mis notas para preparar nuestro encuentro. (Otro consejo profesional: sé siempre la persona más preparada en cualquier situación, porque si no estás demasiado preparado, no lo estás en absoluto).

Subí a un taxi, que atravesó bulevares arbolados dejando atrás edificios famosos hasta llegar a una zona que parecía poblada de embajadas, grandes fincas y mansiones gigantescas.

El taxi se detuvo ante una de las casas más grandes, majestuosas y sensacionales que he visto jamás. Un asistente me recibió en las altas puertas de hierro forjado y me guio por jardines de fragantes flores, elaboradas esculturas al aire libre de famosos artistas y una serie de casas para huéspedes de arquitectura impresionante.

Al final llegamos a la mansión, en la zona principal del extenso complejo. El asistente abrió la puerta, me condujo por el vestíbulo de mármol y cruzamos una sala de estar en cuyas paredes colgaban cuadros de valor incalculable, con fabulosas alfombras orientales cubriendo el suelo y muebles a medida con montones de libros de negocios.

Recorrimos un largo pasillo, bajamos una escalera y entramos en lo que parecía un complejo subterráneo.

Al otro lado de una pared de cristal se veía un garaje lleno de Ferraris, Lamborghinis y Bugattis. Otro pasillo situado a la izquierda nos llevó hasta una puerta metálica. Me llegó el olor a humo de tabaco.

«Está dentro esperándolo, señor Sharma —me dijo el ayudante—. Hoy está de buen humor, así que disfrutará mucho de la reunión. Tenía muchas ganas de verlo».

Al abrirse la puerta vi un enorme despacho con una gran mesa de madera vintage en el centro y ordenadas pilas de papeles encima. Las estanterías del suelo al techo contenían aún más libros. Sonaba «For Whom the Bell Tolls» de Metallica. Sí, sonaba Metallica.

Una larga calada al puro. El humo llenó el espacio.

El cliente tenía poco más de cuarenta años y llevaba una sudadera negra con capucha, pantalones de chándal negros y una gorra de béisbol negra sobre el pelo castaño ondulado. En una muñeca llevaba un gran reloj de acero inoxidable y en la otra varios cordones rojos. Aunque era relativamente joven, parecía viejo. Cansado. Y en muy baja forma.

Charlé con el famoso multimillonario durante más de tres horas. Le hice un montón de preguntas y tomé páginas y páginas de notas. Le pregunté sobre su vida en ese momento, sus mayores triunfos y sus sufrimientos más profundos. Sondeé sus esperanzas y sus sueños. Lo interrogué sobre su imperio del entretenimiento y sus inversiones. Le pedí que me hablara de su rutina matutina, sus rituales de trabajo, sus hábitos antes de irse a dormir y su estilo de vida en general.

Después le dije:

—Háblame de tu familia, por favor.

No había encontrado muchos datos sobre la vida personal del magnate, así que suponía que por alguna razón su equipo había recibido instrucciones de borrar todos los detalles de internet.

Se quedó un buen rato callado y dio otra calada al puro.

—No tengo familia.

—¿Qué quieres decir? —le pregunté—. Alguna persona habrá que te importa y a la que le importas. No vives solo en este complejo, ¿verdad?

—Sí —me contestó—. Estoy solo. Con mi equipo de asistentes. Sin familia. Sin amigos de verdad. Prácticamente solo.

Desvió la mirada. Oí un suspiro.

No voy a contar nada más de esta reunión. Y lo que he contado ha sido solo para reforzar un relato aleccionador: muchas personas con mucho dinero en realidad están atrapadas en la pobreza. Hay muchas cosas increíblemente importantes que el dinero (que al fin y al cabo solo es una de las ocho formas de riqueza) no puede comprar. Sin duda, tener suficiente es importante, y por eso me acompañas en esta parte del libro, pero, en una época en la que la sociedad suele medir el éxito mundano solo por la magnitud de la cuenta bancaria y la riqueza de la cartera de acciones, te recuerdo con humildad que no tiene sentido que dediques tu vida a escalar esta cumbre aparentemente satisfactoria para llegar a la cima solo. Y vacío.