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Sé el adulto de esta habitación

El otro día mantuve una profunda conversación con una persona que es amiga mía desde hace treinta años.

Me contaba que su padre había muerto hacía poco, y su madre, poco antes que él, lo que llevó a su hermano a decir: «Supongo que ahora somos los adultos de esta habitación».

Mmm. «Los adultos de esta habitación».

No sé tú, pero, aunque tengo casi sesenta años, me siento más o menos igual que cuando era niño, al menos en algunos aspectos. Extraño, ¿verdad?

Por fuera parezco mayor y los demás suponen que sé más. Y he aprendido muchísimo y he vivido muchas experiencias, por supuesto.

Pero sigo intentando descubrir muchas cosas. Todavía me confunde cómo se desarrollan algunos acontecimientos, me pregunto por qué han aparecido en mi camino algunas personas, y me planteo si la vida avanza siguiendo el destino o si el viaje es una serie aleatoria de situaciones sin sentido en sí mismas (cosa que dudo).

El comentario de mi amiga me impactó. «Sé el adulto de esta habitación».

Me recordó que, en última instancia, solo tú mejorarás tu vida. Nadie va a ayudarte ni aparecerá por arte de magia un salvador con armadura brillante para meterte una cuchara de plata en la boca (y colocarte una corona en la cabeza). No está en camino un escuadrón de ayudantes ni una caballería al rescate para convertirte en lo que siempre has querido ser y transformar tu realidad en algo especial, emocionante y satisfactorio.

Esto me recuerda a un chico al que conocí en un restaurante de Ciudad del Cabo, en uno de mis muchos viajes a Sudáfrica. Durante años el chico había formado parte de una banda muy peligrosa, y un buen día tomó la decisión de liberarse. El dueño del restaurante quiso ayudarlo, así que le dio trabajo como lavaplatos. El chico aprovechó la oportunidad, ascendió de puesto y poco a poco fue enamorándose de la cocina. Al final llegó a ser uno de los mejores chefs de la ciudad. Ah, y el establecimiento entró en la lista de los cincuenta mejores restaurantes del mundo. Y lo calificaron como el mejor de África.

Charlé con él durante la comida y le pregunté qué lo había impulsado a dejar su antigua vida. Lo pensó un momento y después me contestó: «Vi morir a muchos amigos. No quería morir, así que tuve que cambiar. Me di cuenta de que nadie iba a hacerlo por mí, de modo que tuve que hacerlo yo mismo».

Sí. Debes ser tú quien te ayudes. Y asumas la absoluta responsabilidad de cómo es tu vida (y de hacer las mejoras que la enriquecerán). Porque, en la habitación de la vida, ahora eres el adulto.