126

Haz muchos regalos

Quiero contarte un secreto: una de mis actividades favoritas es hacer regalos. ¡Me encanta! Ser generoso, atento y conseguir que las personas sonrían es una de las mayores alegrías de mi vida. Y me he dado cuenta de que, aunque no hago regalos con la esperanza de recibir algo a cambio, la generosidad es una forma de plantar semillas. Cuando te comprometas a regalar con frecuencia, te llegarán las recompensas más sorprendentes.

Cuando tenía seis o siete años me encantaba un programa de televisión llamado Mr. Dressup. Lo emitieron durante casi treinta años y estaba inspirado en la famosa serie infantil Mister Rogers’ Neighborhood.

El señor Dressup (interpretado por el actor Ernie Coombs) tenía dos mejores amigos, ambos marionetas: un niño llamado Casey y un perro llamado Finnegan, que, ahora que lo pienso, se parece un poco a mi perra SuperChum.

Cuando la persona que manejaba a Casey y Finnegan decidió marcharse porque consideraba que la televisión infantil estaba volviéndose demasiado comercial, el señor Dressup les dijo a los telespectadores que sus dos amigos ya no estaban en el programa porque habían ido a la escuela.

Y cuando llegó el último programa, no les dijo a los niños que veneraban la serie que era el último capítulo. Su despedida fue: «Terminamos cada programa diciendo: “Ahora tenemos que irnos. ¡Nos veremos pronto!”. Pero esta vez será mentira».

Un día, siendo aún pequeño, le escribí una larga y sincera carta al señor Dressup contándole lo mucho que Casey, Finnegan y él significaban para mí. ¿Y sabes qué? Una semana después apareció en mi buzón una postal con una foto de los tres. En el reverso había una afectuosa nota del maestro que tanto me había enseñado sobre la vida.

Más de cincuenta años después de haber recibido ese regalo (de una persona que dedicó tiempo a enviarle una nota amable a un niño), todavía recuerdo la postal. Y el gesto del señor Coombs.

Si tengo una conversación interesante con un taxista, le pido que me escriba su nombre y su dirección en una hoja de papel. Y después, de inmediato (para no posponerlo y olvidarme), le hago una foto con el móvil y se la envío a mi asistente de confianza, Angela, pidiéndole que le mande por correo uno de mis libros.

Si tengo una charla agradable con el camarero de una cafetería, a menudo voy a una librería cercana, compro uno de mis libros favoritos, como Meditaciones del emperador romano Marco Aurelio, El árbol generoso de Shel Silverstein o El guardián entre el centeno de J. D. Salinger, y vuelvo para regalárselo (con una bonita dedicatoria).

Si hablo con el portero del hotel en el que me alojo (lo que hago a menudo), busco una buena tienda de vinos y le llevo una botella de un vino delicioso para que lo disfrute con su familia.

Si el dependiente de una tienda es bueno en lo que hace, positivo y muy atento, voy a comprar una bolsa de golosinas y vuelvo para regalárselas. (Y me quedo con unas cuantas para mí).

Como observó el cuáquero y misionero francés Étienne de Grellet: «Pasaré por este mundo solo una vez; por lo tanto, todo bien que pueda hacer o todo acto de amabilidad con que pueda obsequiar a mis semejantes, déjame hacerlo ahora. No me dejes aplazarlo ni descuidarlo, porque no volveré a pasar por aquí». Preciosas palabras.