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Espera lo mejor de los demás

(y casi siempre lo obtendrás)

Me da un poco de vergüenza contar esta historia, pero debo ser sincero contigo. Así que ahí va.

Hace poco, mientras estaba de viaje, fui a un restaurante rústico al que no voy con frecuencia, aunque me encanta.

Está en un pequeña ciudad suiza y prepara un exquisito geschnetzeltes Kalbfleisch an Rahmsauce mit Cognac verfeinert mit Rösti, que significa «ternera en salsa de nata con coñac y patatas ralladas». (Solo intento impresionarte con mi nula fluidez en suizo alemán).

Estaba con un buen amigo disfrutando de una deliciosa comida, hablando de películas, de la familia y del futuro. Era precioso. De una belleza sencilla.

Al final, cuando llegó la cuenta, y sabiendo que tenía una reserva en ese mismo restaurante para el día siguiente, le pregunté a la dueña si podrían asignarme una mesa tranquila y apartada en esa misma sala. Quería trabajar en el manuscrito de este libro en un espacio sereno que enriqueciera mi inspiración.

La mujer, en tono educado aunque algo brusco, me contestó que iba a ser imposible porque «mañana estamos completos y será muy difícil darle una mesa en esta sala».

Me pareció un poco raro.

Entendía que el restaurante estuviera completo, claro, pero yo había hecho una reserva (muchas semanas antes) y no comprendía por qué no podía encontrar un solo espacio tranquilo, quizá incluso un rincón, ya que la sala en la que estábamos tenía muchos.

Y reconozco que después de que mi amigo y yo hubiéramos salido del restaurante me sentí mal durante un tiempo, di vueltas a ese rechazo y me inventé historias sobre la frialdad, la leve arrogancia y la mezquindad de la mujer. Lo siento. Pero, como tu mentor a distancia, debo decirte que es lo que hice.

A la mañana siguiente me levanté temprano, hice ejercicio en la elíptica del gimnasio, me tomé mi café, escribí en mi diario y releí partes de este libro. Después me dirigí a ese restaurante especial para disfrutar de otra comida. Esta vez, solo.

Mientras me acercaba al restaurante, vi a un hombre fuera con lo que parecía una falda de cuero, una gruesa chaqueta de piel y un atuendo colorido parecido al de los vikingos. Mmm. Qué curioso. (Sabes que no puedo inventarme este tipo de cosas).

Cuando entré, vi que la sala principal estaba llena de vikingos, o de lo que se hubiera disfrazado esa buena gente. Se reían a carcajadas, aplaudían con pasión, golpeaban el suelo con los pies y gritaban discursos a todo pulmón. Supuse que sería una reunión gremial o una celebración tradicional de la región.

La sala principal no solo estaba abarrotada, sino que todos bebían con entusiasmo grandes cantidades de cerveza de color oscuro.

¡Gracias a Dios que no tenía mesa en esa sala! Habría sido el único no vikingo, y el ruido me habría provocado dolor de cabeza y habría acabado con toda posibilidad de escribir algo bueno mientras intentaba disfrutar en solitario de mi excelente comida.

Y esto no es todo.

La misma mujer que el día anterior me había rechazado me condujo amablemente más allá de los alborotadores vikingos, sus abrigos de piel y su cerveza de color oscuro hasta una pequeña sala muy tranquila y bastante romántica en la que nunca había estado. Había flores en las mesas y velas cuidadosamente colocadas sobre manteles de lino blanco. Ángeles con capa blanca tocaban el arpa, a cuyo son bailaban unos cachorritos. (Vale, esta última línea no es cierta, pero la sala era de verdad fantástica).

Y aún hay más. La dueña del restaurante me acomodó en un precioso rincón. Sin nadie a mi lado y pocas personas a mi alrededor. Esbozó una enorme sonrisa y me dio una calurosa bienvenida. «Que tenga una comida maravillosa, diablo guapo», me dijo en voz baja. (Vale, lo del «diablo guapo» no es cierto, pero lo demás sí).

Así que mi percepción de que me rechazaba fue una alucinación. La verdad era que intentaba protegerme de los ruidosos vikingos.

¿Nuestra lección? No todo tiene que ver con nosotros. Deja de tomártelo todo de forma personal. La mayoría de las personas son buenas y respetables. Cuanto más esperemos lo mejor de los demás, más estímulo recibirán para mostrárnoslo.

El ilustre escritor alemán Johann Wolfgang von Goethe lo dijo de forma mucho más elocuente de lo que podría hacerlo yo en un millón de años: «Si tratamos a las personas como si fueran lo que deberían ser, las ayudamos a convertirse en lo que son capaces de llegar a ser».

Y si lo haces con regularidad, no solo ayudarás a otras personas a crecer, sino que tú también crecerás. Lo que te convierte en una persona realmente rica. Muy rica, de hecho.