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Hacer ejercicio hasta acabar empapado en sudor no es ninguna tontería
Esta mañana me he despertado y no tenía ganas de hacer ejercicio. A mi mente se le ocurrió una letanía de excelentes excusas: «Estaría bien tomarme un día de descanso» (no necesitaba un día de descanso porque lo había tenido unos días antes), «Soy un artista, así que ¿por qué no disfrutar del momento?» y «Mañana me esforzaré el doble en el gimnasio».
Pero he recurrido a la gran reserva de fuerza de voluntad que todos tenemos dentro (es como un músculo que se fortalece con el uso) y me he obligado a ir al gimnasio. Las excusas son mentirosas y la procrastinación es una ladrona. Y he recordado lo que me enseñó la leyenda del boxeo Muhammad Ali cuando dijo: «Odiaba cada minuto de entrenamiento, pero me decía: “No te rindas. Sufre ahora y vive el resto de tu vida como un campeón”».
¿Y sabes qué? El entrenamiento se hacía más fácil cuanto más me movía. Sí. He subido el volumen de la música («Anthem» de Greta van Fleet) y he acelerado el ritmo (estaba corriendo). Cuanto más sudaba, más feliz me sentía. Cuanto más corría, más energía tenía. Cuando he terminado, me sentía fantásticamente bien. La decisión de vencer mi resistencia inicial ha cambiado por completo la textura, la sensación y la energía de todo el día.
¿Mi lección para ti hoy, amigo mío? Muy fácil. Aunque te despiertes pensando que hacer ejercicio es una mala idea, estaría dispuesto a apostar mi leal bicicleta de montaña cubierta de barro a que, en cuanto venzas esa resistencia, te darás cuenta de que ha sido una idea excelente, porque siempre te sentirás mucho mejor después de un entrenamiento intenso que antes de empezarlo.