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No guardes rencores

La vida es demasiado corta para guardar rencor. Recuerdo que leí la autobiografía del guitarrista de los Rolling Stones, Keith Richards, Vida, que incluía un episodio sobre una ocasión en la que uno de sus mejores amigos le robó dinero. En lugar de expulsarlo de su vida y amargarse durante años, el músico lo perdonó pensando que seguramente su amigo necesitaba el dinero más que él. Y volvió a su estudio para seguir haciendo música.

Como un ninja, ¿verdad? Comportamiento de maestro zen, al menos para mí. Qué respuesta tan honorable, heroica y cariñosa a las debilidades de otro ser humano.

Algunas personas pueden tener una filosofía completamente diferente. «Dale una lección», «Nadie va a hacerme algo así», «Me las pagará» y cosas por el estilo. Lo entiendo. A veces yo también pienso así, lo confieso.

Un cliente me dijo hace poco que por desgracia su padre estaba muriéndose de cáncer de estómago. Le quedaba en torno a un mes de vida. El padre llevaba cincuenta años sin hablarse con su hermano. Me contó que se habían peleado cuando ambos eran mucho más jóvenes. Por cierto, el padre ni siquiera recordaba por qué se habían peleado, pero las posiciones se habían endurecido, las paredes se habían cimentado y las líneas de batalla quedaron trazadas.

Y así, durante medio siglo, los dos hermanos, que tiempo atrás habían estado muy unidos, no se dijeron ni una palabra. Ni una palabra.

Piensa en todas las excursiones para pescar juntos que se perdieron.

Piensa en todas las comidas familiares que no compartieron.

Piensa en las risas que no disfrutaron, los recuerdos que no crearon y el amor fraternal que desperdiciaron.

Mi cliente me dijo que la semana pasada el hermano se presentó en la habitación del hospital de su padre. Simplemente entró. Con una tarjeta, unas flores y una caja de bombones (envuelta con un gran lazo azul).

El enfermo le dijo:

—Estoy muy enfadado contigo. Por haber perdido todos estos años juntos.

Después se relajó, tosió y empezó a llorar.

El hermano también lloró y le dijo:

—Te he echado mucho de menos. —Se calló un instante, se secó las lágrimas y después le susurró al oído a su hermano—: Te quiero.

El padre de mi cliente murió al día siguiente. No guardemos rencores. De ellos nunca sale nada bueno.