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La ley del gran maestro principiante
Antes de sentarme a escribirte este mensaje en la desordenada habitación en la que trabajo, he dado un paseo por el bosque con SuperChum. Para mi sorpresa, una cierva de cola blanca ha aparecido entre los árboles y se ha cruzado en mi camino. ¡Ha sido mágico! ¿Sería una señal?
En fin, dejemos este tema y pasemos a la lección que deseo compartir contigo hoy para que tu positividad, tu productividad, tu liderazgo y tu servicio a la sociedad puedan elevarse.
Y es la siguiente: La clave de los grandes maestros es que siempre piensan como principiantes.
Es un buen mantra sobre el que meditar, escribir y trabajar a conciencia.
Demasiadas personas muy productivas y de alto rendimiento alcanzan la cima y de repente empiezan a pensar que lo saben todo o que son invencibles y nunca podrán derribarlos de su elevada posición. Y esta mentalidad es el principio del fin, por supuesto, porque la maestría sin humildad engendra mediocridad.
Kobe Bryant, en su momento de máximo esplendor y en la cima de su carrera profesional, solía presentarse en el gimnasio al amanecer. Sin excusas. Sin quejas. Sin ampararse en que era una superestrella y podía hacer lo que quisiera para saltarse el entrenamiento.
Aunque era un maestro, se comportaba como un principiante con ganas de aprender, obsesionado por mejorar y empeñado en crecer.
En el fascinante documental El equipo redentor, un jugador del equipo olímpico de baloncesto estadounidense cuenta que una noche sus compañeros y él estuvieron de fiesta en una discoteca, divirtiéndose en la ciudad extranjera en la que se encontraban.
Después recuerda que al entrar en el vestíbulo del hotel, vieron a Kobe con ropa de deporte y con una bolsa en la que llevaba sus guantes de levantamiento de pesas. El sudor le corría por la cara porque había estado haciendo ejercicio. Los miró fijamente.
Eran las cuatro de la mañana. (Supongo que el club de las 5 de la mañana empezaba demasiado tarde para él).
El ejemplo que Kobe dio ese día afectó a todo el equipo. Su compromiso se volvió contagioso.
Muchos hablaron durante días sobre lo que vieron esa mañana, sobre la dedicación de Kobe Bryant, su amor por el baloncesto y su intenso deseo de ganar la medalla de oro olímpica.
¿Y sabes qué?
Al final de la semana, todo el equipo había quedado hipnotizado por su devoción. Estaban en el gimnasio poco después del amanecer, haciendo el ejercicio necesario para alcanzar la meta que querían (y la consiguieron).
Lo que quiero decir, con mucho amor y respeto, es esto:
• En el momento en que crees que eres intocable, empiezas a decaer.
• El minuto en que das por sentado tu éxito es el momento en que debes volver a centrarte en reafirmar tu labor, mejorar tus habilidades y optimizar el rendimiento que te llevará a niveles aún más altos.
• El instante en que dejas de levantarte temprano, practicar, invertir en tu aprendizaje, esforzarte más y hacer lo necesario para impresionar a cuantos te rodean (y honrar tu promesa natural) es el día en que entras en el camino hacia la irrelevancia y sigues la senda de la obsolescencia.
Hace años me invitaron a hablar en una conferencia de liderazgo con Jack Welch, el ilustre exdirector de General Electric. Curiosamente, no se pasó el día en la green room codeándose con las celebridades ni bebiendo champán y charlando con personas influyentes en la sala VIP. No, en absoluto.
Durante todo el evento estuvo en primera fila tomando notas de lo que los demás conferenciantes decíamos. Entendía que en el momento en que te consideras un experto, crees que ya lo has escuchado todo y te cierras a aprender nuevas ideas (y desarrollar mejores habilidades), porque has caído en la espiral mortal de pensar que lo sabes todo.
Su actitud mostraba la humildad que sustenta la maestría que al final engendra la inmortalidad. Esto es lo que humildemente deseo para ti.