Finale
Hace cuatrocientos mil años se encendieron las hogueras del hombre de Pekín, aunque es muy probable que el dominio del fuego haya sido muy anterior y se remonte hasta un millón de años atrás. Es impresionante pensar en los cambios que el fuego pudo traer a los pocos grupos o manadas de homínidos que vagabundearían por los continentes. El fuego garantizaba el calor, la posibilidad de cocinar la comida, la defensa, la luz y la cerámica. Nadie puede hoy reconstruir mental y apropiadamente aquellos mundos despoblados y salvajes, y es muy difícil incluso imaginarse una noche desde nuestras ciudades iluminadas al punto que oscurecen las estrellas, una noche en la que el fogón se convirtió en el punto de reunión y de referencia. No es extraño que el fuego haya penetrado en las mitologías. Prometeo arrebató el fuego a los dioses y los dioses lo castigaron horriblemente. Porque con el fuego los hombres no tenían ya nada que temer. La adoración del fuego persiste aún hoy, en el fuego olímpico, en las llamas votivas o perennes que arden en los altares y los monumentos.
Y fue ese fuego, multiplicado en antorchas, el que alumbró el camino del hombre a través de la larga noche prehistórica.
Hace diez mil años se inventó la agricultura. Y con la agricultura nació el poblado, luego la ciudad, donde florecieron el razonamiento y el pensamiento abstracto. Y el cerebro trató de entender el funcionamiento del mundo prescindiendo de los dioses, dar cuenta de la empiria, de lo que se veía, con teorías naturales. También hubo quienes negaron a la empiria toda validez, y propusieron el razonamiento sólo como camino, y quienes, como los pitagóricos, descubrieron las matemáticas abstractas y pensaron en un universo fantasioso y dinámico.
Y a medida que las teorías crecían y se complejizaban, los griegos llegaron a explicar el funcionamiento de los cielos y a predecir los eclipses, quitándoles esa potestad a los dioses. Y la cerámica y la metalurgia dieron los primeros pasos trémulos de la química, y establecieron un primer «modelo estándar» de elementos (agua, aire, tierra, fuego), que los atomistas condensaron en pequeñas partículas indivisibles. Mientras, los astrónomos pudieron construir una cosmología completa, que sin embargo describía un universo pequeño, donde el Sol presidía el centro y que se extendía hasta la esfera de las estrellas fijas, más o menos donde está la órbita de Urano. Y ésta es la historia del hombre y de la ciencia, y de la necesidad de comprender y explicar.
Pero era poco, y se contaron las estrellas, y se estrujaron los imanes, y se consiguió bajar el rayo de su trono áureo, como potestad de Zeus, y someter la electricidad a los cables. Y se indagó el pasado y se supo que la Tierra era antigua, muy antigua, más antigua que los más antiguos dioses que se pudieran imaginar, y se empezaron a rastrear sus orígenes y la forma en que se formaron los mares y montañas y a sospechar cómo la vida nació y evolucionó. Y ésta es la historia del hombre y de la ciencia y de la necesidad de comprender y explicar.
Y luego resultó que los mecanismos del cielo resultaban demasiado complicados, y un científico y filósofo genial movió a la Tierra de su lugar central, mientras sus sucesores explicaban los misterios del movimiento, la inercia y la caída, y otro enunciaba una ley de leyes que describía todos los movimientos del universo. Y ésta es la historia del hombre y de la ciencia y de la necesidad de comprender y explicar.
Se expandieron las fronteras del universo, y se observaron las últimas galaxias, y se indagó en la profundidad de los átomos donde ahora mismo se continúa investigando la partícula divina. Y ésta es la historia del hombre y de la ciencia y de la necesidad de comprender y explicar.
Y es el resultado del momento en que se enciende el fuego del razonamiento, mediante el golpe inteligente de dos piedras de sílex.