INTERLUDIO: LARGA HISTORIA DE LA BOMBA

Un segundo después del origen del universo se formaron los primeros núcleos de hidrógeno y de helio; trescientos mil años más tarde esos núcleos capturaron electrones, se ensambló la materia en gran escala y nacieron los átomos en medio de un enorme estallido de radiación. Eran átomos simples, modestos átomos de hidrógeno y de helio, que se condensaron en grandes nubes. Y las grandes nubes se contrajeron bajo la acción de la gravedad, hasta que la presión y la temperatura en su centro fue tan grande que los átomos de hidrógeno comenzaron a fundirse, a apretarse en núcleos más pesados y más grandes y a emitir grandes cantidades de luz y calor: se estaban encendiendo las primeras estrellas.

Pacientemente, las estrellas ataron en sus hornos nucleares núcleos complejos, almacenando en ellos grandes cantidades de energía, anudando protones y neutrones en paquetes de carbono, calcio, oxígeno, hierro, y luego, cuando se agotó el combustible nuclear, estallaron dispersando por el espacio los nuevos elementos.

El universo trabajó pacientemente para construir los elementos y llenar los casilleros de la Tabla Periódica; penosamente nacieron el oxígeno y el nitrógeno, el bario y el cadmio, la plata y el hierro, el oro y el aluminio, el torio y el uranio. Algunos eran estables, otros se desintegraban rápidamente y duraban menos que las estrellas; el plutonio apareció, se extinguió y desapareció de la naturaleza; pero ésta implacablemente trabajaba, combinando ahora los átomos en complejas moléculas, capaces de reproducirse y evolucionar por lo menos sobre un cuerpo opaco que giraba alrededor de una estrella cualquiera. Y esas moléculas complejas, tras cuatro mil millones de años de evolución, reconstruyeron el plutonio, lo encerraron en un dispositivo no más grande que una naranja y se dedicaron a observar qué ocurría cuando los núcleos, anudados pacientemente a través de los eones, se liberaran de repente en una reacción descontrolada.