ESTUDIO Y ANÁLISIS

Género, relaciones e influencias

El primer tema con el que tenemos que lidiar al acercarnos al texto del libro de Teresa es el del género literario. Y esto es especialmente así porque precisamente su texto altera de forma muy evidente la literatura de carácter místico y religioso de su época. Esos libros venían a ser por lo general una suerte de «manuales» que indicaban al lector temas generales de la vivencia religiosa y la práctica de la oración mental, proporcionando temas y perspectivas de gran interés para las personas interesadas en la práctica de la vida religiosa privada. Sin embargo, en el caso de Teresa, nos encontramos con una obra muy diferente, puesto que la exposición de su experiencia religiosa no se centra en un desfile más o menos esperable de temas y de motivos, o de formas de organizar la oración mental por días, sino en el recuento de su propia vida. Al esquema formalizado del manual de oración se sobrepone la historia de su vida como camino hacia la oración y la descripción de sus visiones y sus éxtasis místicos; se trata del descubrimiento de sí misma en la oración. Por eso Teresa nos habla de continuo de su «conversión». Toda su experiencia mística y su encuentro con la Divinidad queda supeditada al yo narrativo y la perspectiva religiosa se encuadra a la perfección con la vertiente biográfica. De esta suerte, los motivos místicos se presentan reforzados por un nuevo enfoque que les da vida, que les procura un calor y un aliento vital que no siempre tenían los manuales de oración de la época, no obstante su alto nivel literario y estético. Obras como el Tercer abecedario de Francisco de Osuna o la Introducción del símbolo de la fe de Luis de Granada son ambas auténticas obras de arte y monumentos estéticos del castellano literario de la época. Pero el Libro de la vida comunica un calor humano y específico que esas obras no tienen. De esa singularidad nos habla la propia Teresa como de una iluminación divina cuando siente no tener ya junto a sí el Tercer abecedario: «yo te daré libro vivo». Y para terminar, el recuento biográfico se convierte en una tarea de reforma religiosa en una nueva orden, la primera fundación teresiana, San José de Ávila, donde Teresa da sus primeros pasos como reformadora religiosa y donde la actividad de oración privada alcanza una lógica eclesial que caracteriza su pensamiento místico. Esta última parte fue añadida en una segunda redacción ampliada, cuya copia autógrafa en limpio es lo único que nos ha llegado de la primera obra de Teresa.

La autora en el texto

De esta forma, el principal personaje del libro y autora de él es Teresa de Ávila. No puede olvidarse nunca que se trata de una mujer, tanto por el contexto social de la época, como por el hecho de que la mujer es uno de los protagonistas más llamativos de estos movimientos de renovación religiosa que cunden en la Castilla de la primera mitad del siglo XVI. En efecto, en primer lugar, una mujer en la época simplemente no sabe leer. Sólo la joven de la burguesía acomodada o de la aristocracia ha disfrutado de educación; el resto, por el contrario, ni siquiera va a la escuela. Su ámbito es la zona privada del hogar familiar y sólo puede trabajar en ámbitos relacionados con el hogar. La mujer de la época no tiene educación, ni oficio ni beneficio. El hecho más importante de su vida es el matrimonio o bien el convento. Por tanto, que una mujer escriba ya es un problema en la época: puede ser considerada sospechosa desde el primer momento, un hecho que convierte la obra de Teresa en una excepción de forma absoluta y extraordinaria que no es bastante difícil calibrar hoy en día. Pero si además de escribir, resulta que lo hace sobre temas religiosos y sobre la oración mental y las experiencias místicas, entonces los problemas se multiplican. En efecto, en la época son famosos varios procesos por heterodoxia que tienen como centro un grupo de adeptos dirigidos por una beata. Fueron los casos de Francisca Hernández en Valladolid o Isabel de Cazalla, ligada a los grupos de oración de La Salceda (Guadalajara). La mujer tiene un protagonismo sobresaliente entre esos grupos que se dedican a la oración mental y la Inquisición anda al acecho. Así pues, la situación de Teresa en los años sesenta escribiendo la primera redacción del Libro de la vida era bastante sospechosa y se tenía que andar con ojo. Ésa es la razón de que determinados personajes que forman parte de su círculo la protejan: se temen lo peor. Así lo hará varias veces el dominico Domingo Báñez. En todo caso, lo importante de estas observaciones es darse cuenta de la tremenda singularidad que representa Teresa en el horizonte de su tiempo: una mujer que escribe un libro extraordinario y que se convierte en maestra de espiritualidad de un grupo de sacerdotes y teólogos que se mueven en su entorno y que finalmente crea una nueva orden religiosa. Se trata de un currículum asombroso y el hecho de que lograra sobreponerse a vigilancias y murmuraciones nos dice mucho sobre su capacidad para sobrevivir en un entorno que no le era propicio. Teresa fue una superviviente nata en un ambiente hostil donde no se esperaba que una mujer escribiera libros deliciosos de experiencia mística y fuera maestra y guía de un grupo de religiosos primero y de una orden religiosa después.

Características generales (personajes, argumento, estructura, temas, ideas)

El principal personaje es la propia Teresa, en cuanto la obra es una autobiografía que se va convirtiendo a medida que avanza la redacción en una experiencia personal de carácter más espiritual. La vida proporciona acomodo para la doctrina y esa articulación tan singular es lo que comunica una gran originalidad a la obra. Además, Teresa se desdobla en el personaje que fue, en un pasado, y en la persona que es en el presente de la escritura. Estos dos planos se combinan en especial en los primeros diez capítulos de la obra, donde se ve a sí misma como joven y escribiendo desde el presente del libro como persona ya entrada en años. Pero al lado de Teresa surgen las personas que la trataron a lo largo de su vida. Primeramente el ambiente familiar. Su padre, pero también y muy especialmente su tío, que le regala el Tercer abecedario en una de sus enfermedades. Entre estos personajes destacan aquellos que formaban el círculo espiritual más cercano a la santa: sus confesores, sus directores espirituales, el padre García de Toledo, que le pide que comience a escribir sus experiencias, asimismo el dominico fray Domingo Báñez. Se trata de uno de los grandes teólogos de la época, y que da la cara por ella en varias ocasiones, como en la famosa Junta donde se intenta clausurar San José de Ávila, la primera fundación teresiana, o depositando el manuscrito del Libro de la vida en el Tribunal de la Inquisición, para evitar denuncias contra Teresa. Si leemos entre líneas la obra teresiana, nos damos cuenta de que la relación entre este círculo de espirituales y la santa se va alterando lentamente. La letra nos cuenta cómo Teresa siempre escribe y actúa a petición y por consejo de sus directores espirituales, pero la relación era compleja y estos directores espirituales eran en el fondo admiradores de Teresa, que lentamente se va convirtiendo en la maestra y guía de un grupo de teólogos y sacerdotes. Teresa obedece las directrices que le proporcionan a petición propia sus directores espirituales. Se trata de una persona de gran carisma y su ascendiente es notable. Uno de aquellos espirituales que se quedaron prendados de la santa fue aquel «medio fraile», como ella le llamaba debido a su estatura, Juan de Santo Matía, con el que se encuentra un buen día de 1567 y que pasará a la historia con el nombre de san Juan de la Cruz. De esta forma, a lo largo del libro nos encontramos a Teresa rodeada de un círculo de espirituales que nombra a veces de forma críptica y de cuya identidad hemos dado cuenta en las notas para que el lector pueda seguir con facilidad los diferentes cambios.

Pero el Libro de la vida no es simplemente una biografía y los capítulos doctrinales enmarcan las experiencias personales, surgen de ellas, enriqueciendo un entramado personal en una doctrina mística que se comienza a esbozar en el capítulo X de la obra. A partir del capítulo XI hasta el XXII nos encontramos con un tratado de los grados de oración. Este tratado de oración constituye una suerte de compendio para «lo que está por venir», tal como nos dice Teresa. Y eso que está por venir es su propio camino en la experiencia de la oración de recogimiento que la santa explica en los capítulos XXIII a XXXI. Finalmente, una última parte, de los capítulos XXXII a XL nos explica la fundación de San José de Ávila.

Forma y estilo

Pero si el libro de Teresa es excepcional por muchos motivos, no lo es menos por el estilo en el que está escrito. Ya hemos comentado a lo largo de esta edición la gran calidad de la literatura espiritual del siglo XVI y que esta característica no es exclusiva suya, sino que está relacionada con las corrientes reformistas del siglo XVI, tanto en el bando católico como en las Iglesias evangélicas o protestantes. De esta forma, numerosos manuales de oración de la centuria son auténticas joyas literarias por la frescura y la calidez del castellano que utilizan y que por entonces tiene para los lectores la viveza de lo cotidiano frente al latín repetitivo y ritual de la misa oficial o frente al carácter machacón de la oración en voz alta y codificada en fórmulas establecidas. Esa lengua romance posee una sensación de frescura y autenticidad que no tiene el latín y por eso es el vehículo adecuado para el recuento de experiencias al margen de la ritualidad oficial. Se trata de un aspecto que debe tenerse muy presente en la lectura del texto.

Pero eso es así en términos generales, que se agudizan en el planteamiento literario y poético de la obra teresiana. Porque Teresa utiliza un castellano muy bajo, un estilo humilde que se identifica con la autenticidad de su mensaje y que es el vehículo sin duda más apropiado para comunicar al lector su mensaje de oración personalizado. Y es que todo ello se basa en una serie de procedimientos retóricos muy precisos. El castellano de Teresa es un castellano «de la calle»; escribe su libro de igual forma que hablaba cualquier persona iletrada de la época, con sus vulgarismos (anque, etc.), sus frases sin terminar, sus expresiones de sintaxis retorcida. Se busca una humildad expresiva que también tiene su propia tradición retórica dentro de la Iglesia, puesto que el Espíritu no necesita laberintos retóricos para transmitir la Verdad. Ese procedimiento grato a varios Padres de la Iglesia y que se conoce como sermo humilis («discurso humilde», literalmente) es el que en el fondo sigue Teresa, utilizando los vocablos más populares, las imágenes plásticas más sencillas y extraídas de la vida cotidiana («el agua del pozo» como símbolo de la oración). Todo ello comunica a su expresión una familiaridad y una fuerza que pocas obras de la época tienen. Un encanto especial que caracteriza toda su obra y que fue lo que llamó poderosamente la atención de personas letradas como fray Luis de León, editor del Libro de la vida, o del propio Felipe II, que coleccionaba sus autógrafos en El Escorial, donde hoy se conservan. Teresa no escribe así porque no sepa escribir, sino porque la humildad expresiva es parte de su propia obra, tanto literaria como doctrinal. Leer el Libro de la vida es saborear ese itinerario de expresiones aparentemente vulgares de un castellano callejero y cotidiano donde anida la singularidad teresiana.