Capítulo Diez

 

 

 

 

 

Para agradecerle a Hallie su ayuda de aquella semana, Gavin reservó una mesa para dos en el Silver Marmot, un restaurante de lujo del centro de la ciudad que él frecuentaba.

El ambiente era perfecto para mantener conversaciones privadas y románticas. Si uno estaba dispuesto a sucumbir al romanticismo. Estaba empezando a pensar que Hallie no lo estaba, teniendo en cuenta el tema de conversación que había sacado.

–Es el retrete más guay que he visto en mi vida.

Él se atragantó ligeramente con el vino y estuvo a punto de escupírselo en la camisa. Hallie llevaba un buen rato hablando del baño de la habitación principal, de la ducha, de los rociadores del grifo… Justo cuando él había comenzado a fantasear con una ducha conjunta debajo de aquellos rociadores, ella mencionó el retrete.

–Lo siento –dijo Hallie, mirando a su alrededor–. Me he dejado llevar. No quería hablar de retretes durante la cena.

–No te preocupes –respondió él, y cambió de tema de conversación–. Ruby me ha dicho que has dado en el clavo con mi estilo –dijo, y se metió una gamba en la boca. Le causaba curiosidad pensar que Hallie supiera lo que le gustaba–. ¿Cómo es eso?

–Eh… –murmuró ella, y tomó un pedacito de brécol de su plato–. Es que… presto mucha atención a los detalles.

¿Sobre mí?

–Claro –dijo ella, encogiéndose de hombros.

Él sonrió sin poder evitarlo.

–Como, por ejemplo…

–Como, por ejemplo, tu forma de vestir –dijo Hallie señalándolo con su tenedor–. Te gusta el mismo estilo de camisa y de traje, todo hecho a medida e impecable. Por otro lado, tu escritorio está muy ordenado, y solo tienes lo necesario. Es raro, en realidad.

–¿Qué tiene de raro?

Ella terminó de masticar y dio un sorbito a su vino tinto.

–Bueno, en casa no eres tan ordenado. No digo que seas un desastre, pero, por ejemplo, no tienes la ropa colocada con la misma organización. Por eso me entró el impulso de agrupar camisas con camisas, pantalones de traje, corbatas…

–No me sorprende que a ti te guste tanto el orden, Hals –dijo él, riéndose–. ¿Cómo es tu armario?

–Está lleno de ropa. La mayoría de las prendas son de colores neutros y de estilo profesional.

–Y, también, tienes el vestido con el que estabas tan impresionante la otra noche.

Ella le lanzó una sonrisa que le llegó a lo más profundo.

–Sí, entre otras cosas que no me pongo nunca.

Eso le pareció interesante. Tanto, que se inclinó hacia delante en la silla.

–Explícate.

Hallie respiró profundamente.

–Hannah me da la ropa que no se pone. Algunos vestidos que ha utilizado para unas fotos, y con los que no va a volver a retratarse. Otros que no se ha puesto nunca, pero que cree que me van a sentar bien a mí. Pero, bueno, de todos modos, ¿adónde iba a llevar yo esos vestidos tan elegantes?

–A cenar –dijo él, observando su chaqueta de traje negra y su blusa–. Me encanta lo que llevas esta noche. El negro hace un contraste precioso con tu pelo rubio, y resalta el color dorado de tus ojos. Tu piel resplandece.

Ella se quedó boquiabierta. A él le encantaba sorprenderla, aunque solo fuera por ver aquella reacción.

–Pero, si te gustan los vestidos que tienes en el armario, deberías ponértelos. Para trabajar. Para ir a comer. Para limpiar la casa.

La última broma tomó desprevenida a Hallie, que se echó a reír con ganas y llamó la atención de algunos comensales de las mesas de alrededor. Gavin adoraba el sonido de su risa.

–¿Me imaginas pasando la aspiradora con un vestido de lentejuelas azul?

Hallie se movió para tomar el cuchillo y seguir comiendo, pero él le agarró la mano y, cuando tuvo toda su atención, le dijo:

–Te imagino de muchas maneras. Ya es hora de que tú hagas lo mismo.

De repente, el aire que los rodeaba se cargó de energía sexual. Él lo sintió con toda su fuerza, y ella tenía que notarlo también. La ligereza de su conversación había desaparecido y, en su lugar, había algo más poderoso. Y muy bienvenido.

Gavin la soltó y siguió hablando de temas más inocuos hasta que terminaron de cenar. Cuando el camarero les ofreció el postre, Hallie rehusó amablemente. Gavin, no.

–Toma un poco –le dijo, refiriéndose a la tarta de chocolate que habían servido entre ellos.

–No puedo.

–¿Por qué no?

–Porque estoy muy llena.

–No te has comido el filete. Y todavía te queda vino en la copa. Insisto –dijo él, y le tendió la cuchara de postre con un poco de tarta. Ella frunció los labios como si estuviera dudando, pero, al final, cedió.

Abrió la boca y él le dio la tarta, y ella emitió un gemido de placer. Entonces, Gavin se quedó paralizado. Y, cuando ella se relamió, él sintió el roce de su lengua mucho más abajo.

Porque… Demonios…

–¿Sabes una cosa? –dijo ella, después de limpiarse con la servilleta, y en un tono demasiado ligero para la intensidad de lo que él estaba sintiendo–: Me sorprende que no te quedaras con el deportivo rojo. ¿Es que le tienes más cariño al todoterreno de lo que quieres reconocer?

–No, yo no le tomo cariño a nada. Es mi superpoder.

–Pero… condujiste el coche rojo como si te encantara y, sin embargo, luego lo dejaste allí… No te lo digo porque piense que debas comprarlo, solo lo digo porque me pareció que disfrutabas mucho conduciéndolo. De un modo parecido, creo que tu casa debería reflejar todas las facetas de tu personalidad: la organizada y meticulosa, y la moderadamente desordenada.

–Ah… entonces, ¿apruebas que me relaje en mi casa? –preguntó él, con la voz enronquecida.

–Decorativamente hablando, sí –dijo ella, y se ruborizó.

Gavin supuso que se había dado cuenta de lo que él había implicado con su tono de voz.

–No te asustes cuando veas un toque de color fuerte en las habitaciones de tu casa –prosiguió Hallie–. He elegido puntos focales inesperados para que te resulten emocionantes.

Mientras hablaba, Hallie había echado los hombros hacia atrás, y sus ojos brillaban a la luz de las velas. Estaba orgullosa de sí misma, y con razón. Lo había descrito mejor de lo que él hubiera podido describirse a sí mismo.

–Eres increíble –le dijo.

–Solo soy observadora.

–Increíblemente observadora –dijo Gavin, y volvió a tomarle la mano.

Él tomó otro pedazo de tarta.

–Vaya, qué rica está.

Lamió la cuchara, y se dio cuenta de que ella lo estaba observando. Cuánto se alegraba de haberle pedido que saliera con él, de estar pasando tiempo con ella fuera del trabajo. No solo era lista y una gran profesional, también, interesante y bella. Una amenaza cuádruple. Nunca había estado tan interesado en una mujer como en ella.

Le ofreció lo que quedaba de tarta, pero ella no aceptó, así que él la terminó.

–Hals. Vas a tener que romper unas cuantas reglas más si quieres progresar.

Cuando ella le preguntó qué quería decir, él rebañó lo que quedaba de chocolate en el plato, y respondió:

–Ya lo verás.