Capítulo Diecisiete

 

 

 

 

 

Hallie entró en Elite esperándose cualquier cosa. Hannah y Will todavía estaban en Francia, pero iban a volver a finales de aquella semana. Gavin era quien le había pedido que fuera al estudio con la excusa de que tenía una sorpresa para ella.

Teniendo en cuenta que sus sorpresas iban de la diversión a la congelación, no tenía ni idea de lo que podía ocurrir aquel día.

Oyó el sonido de sus tacones en el suelo de la entrada. Se había puesto su traje negro preferido y un par de zapatos muy sexis. Esperaba que a Gavin le gustara.

Al acercarse a la sala de juntas, él salió por la puerta y la abrazó. Antes de que ella pudiera darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, la besó. Ella canturreó contra sus labios, disfrutando de su calor y de la sensación de que la abrazara.

Él se retiró y la miró.

–Hola, guapa.

En serio, ¿cómo podía ser tan maravilloso?

–Supongo que no hay nadie más.

–Somos los únicos.

–Quiero dejar absolutamente claro que estoy a favor de romper las reglas, pero dudo que a tu hermano mayor le haga ninguna gracia que tengamos relaciones sexuales en su estudio de grabación, sobre la mesa de juntas.

Gavin enarcó las cejas.

–No era lo que iba a sugerirte, viciosa. Pero, ahora que lo mencionas…

Volvió a besarla y ella se echó a reír.

Aquella semana había estado llena de alegría con él. Había ido varias veces a cenar a su casa y siempre habían acabado con un postre, o con una sesión de sexo y, después, un postre. La noche anterior, él había estado en su apartamento hasta después de las tres de la madrugada.

–Gracias por venir a verme aquí –le dijo Gavin–. Tengo un millón de cosas que hacer, de lo contrario, habría ido a verte yo. De hecho, tengo una videoconferencia dentro de cinco minutos. Siento meterte prisa.

–No te preocupes. De todos modos, iba a tomarme un café con Presley.

–Perfecto. Entonces, puedes pedirle su opinión sobre esto.

Gavin abrió la puerta de la sala de juntas y la acompañó al interior. Ella tardó un segundo en asimilar lo que estaba viendo.

Había un vestido rojo y ajustado colgado de una percha en la pared. La falda tenía una abertura por un lateral hasta la cadera, y la cola estaba salpicada de cristales que brillaban como estrellas.

Se acercó al vestido y tomó la tela con dos dedos.

–¿Te gusta? –le preguntó él.

–No –susurró ella, con una sonrisa–. Me encanta.

Él también sonrió. Estaba muy satisfecho.

–Lo eligió Hannah. La llamé y le pedí que me ayudara a elegir un vestido para la fiesta de invierno de Mags Dumond. Y, como el rojo es nuestro color…

–¿Tenemos un color? –preguntó ella, que estaba a punto de derretirse.

Supongo que sí. Te mereces un vestido especial, Hals. No uno que hayas heredado de tu hermana.

–Sí, sería una pena tener que ponerme un traje de alta costura vintage de Valentino.

–¿Quieres venir conmigo?

–¿A la fiesta de Mags? ¿Estás seguro de que es buena idea? Allí va a estar todo el mundo.

–Otra regla que podemos romper. Será una cita muy pública en uno de los eventos más concurridos de Beaumont Bay. Estarás conmigo, y todo el mundo lo verá.

–¿Y estás seguro de que tú quieres eso?

–¿Crees que habría encargado este vestido en París, Francia, para que me lo enviaran, si no estuviera seguro de que quiero que te vean conmigo?

–Esta es una sorpresa muy, muy buena.

Hallie le acarició la mejilla y él volvió a besarla.

–Mucho mejor que la de tirarse de cabeza desnuda al lago en pleno diciembre.

–No me vas a dejar que lo olvide nunca, ¿verdad?

–No, no creo.

En aquel momento, sonó el teléfono de Gavin, y él la miró con consternación.

–Es mi alarma. Tengo que atender la videollamada.

–No pasa nada, de verdad. Muchas gracias por el vestido.

–De nada.

Él tomó la percha y le puso el vestido en los brazos antes de darle un beso de despedida.

–Esta noche iré a tu casa y te ayudaré a elegir lo que vas a ponerte debajo del vestido.

Ella salió del edificio prácticamente levitando. El sábado siguiente iba a salir a lo grande, con Gavin. Lo cual, ciertamente, le producía un poco de temor, pero también la emocionaba. Tal vez siempre hubiera estado equivocada al pensar que la contención y el control eran la respuesta para todo.

¿Por qué no seguir avanzando en vez de reprimirse?

 

 

Gavin apareció en su apartamento tal y como había prometido y, a los treinta segundos de entrar por la puerta, estaba besándola en el sofá. Después, siguieron besándose en el dormitorio e hicieron el amor. Hallie había aprendido que las relaciones sexuales con él siempre eran fantásticas, no una rareza. Gavin era fenomenal.

–Si seguimos así, voy a poder dejar el gimnasio –dijo Gavin.

Estaba tendido boca arriba, con un brazo sobre los ojos, como si fuera la encarnación de todas las fantasías eróticas que ella había tenido en la vida. Estaba completamente desnudo.

–Tú no eres el único que ha hecho ejercicio –dijo ella. Estaba orgullosa de su participación en el maratón de sexo de aquella noche. Le acarició la mandíbula con la palma de la mano y notó la aspereza de su barba incipiente.

–¿Siempre tuviste esto?

¿Te refieres a después de la pubertad?

–Sí. No te imagino con una cara suave. No te pega.

–No sé si me pega o no, pero con la cara suave parecería diez años más joven y, en un juicio, uno no quiere parecer joven.

Ella apoyó la cabeza sobre una mano y, la otra, sobre el estómago de Gavin.

–Me parece muy interesante que estudiaras Derecho. Eres el único abogado de tu familia.

–Mi tío, también. Está especializado en Derecho penal. Bueno, es un tío político. Pero, hablando de la familia, quería preguntarte una cosa.

–¿De qué se trata?

–¿Cuántas parejas de gemelos hay en la tuya?

–Pues varias, en realidad. Tengo unos primos gemelos, y mi abuela y mi tía abuela también lo son.

–No te refieres a Eleanor.

–No, es mi abuela paterna. Ah, y creo que hace poco nacieron otro par de gemelos en su familia, también, pero no los he conocido.

–Muchos gemelos.

–Nuestros padres prefirieron para con una pareja. Tú eres de una familia muy grande. Cuatro hijos no es un número pequeño. Y tu madre no tuvo dos de golpe, como la mía. Os tuvo uno a uno.

–Sí, a la vieja usanza –bromeó él, y ella sonrió.

–¿Cuántos hijos quieres tener tú?

–No, no, no –dijo él, cabeceando.

–Entonces, supongo que el número es cero.

–No tengo intención de formar una familia. Es demasiada responsabilidad.

–Y una casa, también –dijo ella. Siguió sonriendo, aunque le había sorprendido que él reaccionara con tanta firmeza. Ella siempre se había imaginado a sí misma casada y con hijos. Por lo menos, con un hijo. Aunque aceptaría dos, si en su caso funcionaba el gen de los gemelos.

–Por si no te habías dado cuenta –dijo Gavin, mientras giraba el cuerpo hacia ella–, soy un soltero empedernido. Los niños son geniales, las familias grandes son geniales, pero para otra persona.

–Bueno, está bien que sepas lo que quieres –respondió Hallie con sinceridad.

Si lo pensaba detenidamente, también ella podría decir que era una soltera convencida. Le gustaba su vida, y más en aquel momento, cuando había decidido dejarse llevar y aprender a divertirse. Estaba disfrutando de aquella faceta suya que Gavin le estaba ayudando a descubrir.

–Pero te he sorprendido –dijo él.

–Un poco, pero porque tu familia es muy grande, y tus hermanos han sentado la cabeza y tienen relaciones sólidas. Supongo que pronto empezarán a llegar los bebés.

–Pero estás pensando que yo soy como mis hermanos. Y tú, precisamente, deberías saber que no siempre es así.

–Oh, no… Es cierto, lo he hecho –dijo Hallie, y se tapó la cara con ambas manos. Cuando miró entre los dedos, vio que él se había acercado y estaba sobre ella. La cara de Gavin ocupaba todo su campo de visión, lo cual, para ella, era perfecto.

Él tiró de sus manos para destaparle la cara.

–Me gusta lo que hacemos, y cómo lo estamos haciendo. ¿Y a ti?

–Sí, también. Me gusta –dijo ella. Había un «pero», y ella se dio cuenta. Él, también, y esperó atentamente a que continuara–. ¿Estás seguro de que la fiesta del sábado por la noche no va a cambiar cómo somos?

–La gente puede decir o pensar lo que quiera. Eso no tiene por qué cambiar lo que hagamos. ¿No aprendimos eso cuando nos estábamos besando en el paseo del lago?

–Cierto.

Él la besó y, mientras sus labios se movían juntos, ella se preguntó si tenía razón. Tal vez su futuro no tuviera que ser como el de los demás. Tal vez su deseo de esperar más de él fuera un hábito, y no lo que quería en realidad.

Él no podía haber dejado más claro lo que quería, pero lo que quería la incluía a ella. ¿Y estar en la cama con él no era suficiente para un futuro próximo? Había aceptado aquella faceta espontánea con un gran éxito, así que… ¿por qué iba a estropearlo todo intentando imponer sus expectativas y tratando de controlar una situación que ya funcionaba tan bien para los dos?

No importaba lo que dijeran sus hermanos, ni lo que dijera la gente de la ciudad. Lo que estaban haciendo funcionaba para los dos, y eso era lo importante.

Él movió los labios desde su cuello a su pecho, y siguió perezosamente un camino descendente. Tenía el don de conseguir que ella se olvidara de todo salvo del momento presente y, para ella, el presente no podía ser mejor.