Capítulo Dieciocho

 

 

 

 

 

La noche de la fiesta de invierno de Mags Dumond llegó rápidamente.

En otras circunstancias, Hallie se habría preparado para dirigir todas las conversaciones al trabajo, o a su hermana gemela. Solo con pensar en que la gente pudiera fijarse en ella sentía agobio, lo cual podría explicar su nerviosismo y su falta de apetito.

Aquella noche no iba a poder esconderse en ningún sitio. Cuando Gavin y ella entraran en la fiesta tomados de la mano, él, impresionante con su esmoquin y ella, brillante como un faro rojo, todas las miradas se centrarían en ellos.

Desde que Gavin y ella habían llegado a la conclusión de que estaban bien, muchas gracias, ella se había convencido a sí misma de que no le importaba lo que pensaran los demás de su relación. Sin embargo, su seguridad había ido debilitándose. Sobre todo, aquella mañana, mientras se duchaba, por la tarde, mientras se vestía, y aquella noche, mientras llegaban a la cima de la colina en la que se erigía la mansión de Mags.

Se agarró las manos con fuerza mientras él aceleraba. Ascendieron por el camino de entrada en el coche deportivo y ella cabeceó. No iba a haber forma de que pasaran desapercibidos.

Gavin posó la mano sobre las suyas.

–Lo vas a hacer muy bien.

–Para ti es fácil decirlo. Tú no vas a aparecer ante todo el mundo como si fueras Cenicienta en su baile.

–Pero para Cenicienta, al final, todo salió bien –dijo él, mientras frenaba delante del encargado de los vehículos.

Ella le lanzó una mirada de impaciencia e irritación, y él sonrió.

–Hals, hemos estado mil veces en la mansión de Mags.

Era cierto. Mags había dado muchas fiestas de cumpleaños, bailes, fiestas de disfraces y cenas de gala. Lo de aquella noche era una cena con cócteles amenizada por una banda de música, así que los invitados tendrían muchas oportunidades para mezclarse y hablar. Eso era lo que más le preocupaba a ella. No le importaba hablar de trabajo ni charlar con posibles clientes, pero no se sentía cómoda cuando ella era el tema de conversación.

–Puede que nadie se fije en mí –dijo, con la esperanza de que todo fuera una exageración por su parte.

–Cariño –dijo él, mirando seductoramente su vestido–, todo el mundo se va a fijar en ti.

A ella se le formó un nudo en el estómago. Gavin era tan capaz de sacarla de sus casillas como de calmarla.

Sus sentimientos por él habían crecido y madurado durante aquel tiempo. Ahora, Gavin era una persona real, que tenía dudas y que odiaba el fracaso. Hallie se había dado cuenta de que, en realidad, no rehuía las relaciones estables porque no quisiera perder el control de su vida, sino porque tenía lo que pudiera depararle el futuro. Y ella lo entendía perfectamente. Tampoco estaba lista para comprometerse eternamente.

Pero ya era suficiente. No debía pensar en eso en aquel momento, porque solo conseguiría multiplicar la presión.

Entraron en la mansión palaciega de Mags, que tenía vistas al lago, y se encontraron con un mar de gente bien vestida. Para su alivio, vio a otras cuantas mujeres con vestidos rojos. Aunque ninguna llevaba cola ni tenía bordados cientos de cristalitos brillantes en la tela. Pero, por lo menos, no sería la única mujer de rojo de toda la fiesta.

Hannah, que acababa de volver de Francia, se acercó a ellos. Iba vestida de rosa. Agarró a Hallie por los hombros y la admiró.

–Sabía que ibas a estar deslumbrante con este vestido.

Gavin le dio la mano a su hermano Will y recibió un beso en la mejilla de Hannah. Ella lo empujó suavemente y le dijo:

–Eres afortunado.

–Y que lo digas –respondió, y pasó un brazo por los hombros de Hallie para darle un beso en la sien. Ni Hannah ni Will se sorprendieron. Tampoco la gente que estaba a su alrededor se quedó mirando.

Tal vez sí hubiera estado exagerando.

–¿Champán? –les preguntó Hannah.

–Sí, por favor –dijo Hallie, asintiendo, con la esperanza de que las burbujas le calmaran el nerviosismo.

 

 

Gavin disfrutó de la compañía de Hallie. Disfrutaba siempre, y no solo porque sus citas terminaran con unas relaciones sexuales exquisitas. La otra noche, cuando ella se había quedado dormida entre sus brazos, él la había sujetado con suavidad y se había quedado mirando al techo, sintiendo una enorme gratitud por el tiempo que pasaban juntos. Y pensar que, antes, ella lo odiaba… Desde entonces, habían llegado muy lejos.

El desafío de aquella noche tenía una razón: Hallie estaba acostumbrada a quedarse en segunda fila. A compararse con las mujeres que la rodeaban, sobre todo, con Hannah. Hannah no trataba de ocupar el centro de atención; era Hallie la que se lo cedía.

Él quería que Hallie ocupara su propio espacio. Que los demás se fijaran en ella y la admiraran por quién era, y no por sus vínculos familiares. Hallie se merecía tener éxito social por sí misma, y adquirir la seguridad de saber que estaba en el lugar adecuado.

–Vaya, si son mis preciosas nietas –dijo Eleanor Banks, mientras abrazaba a Hallie y Hannah, sin mostrar ninguna diferencia. A Gavin lo miró de una manera indescifrable.

–Hallie y tú os lleváis bien.

Como Hallie estaba a su lado, sería absurdo fingir que no sabía de qué estaba hablando Eleanor.

Él rodeó a Hallie por la cintura y la atrajo hacia sí.

–Es una mujer increíble.

Eleanor sonrió.

–Eres un poco lento para ver las cosas, pero, bueno, al final, te has dado cuenta.

–Abuela –dijo Hallie.

–¿Qué? Siempre he sabido lo especiales que son mis niñas –dijo Eleanor.

Eleanor tenía tanta seguridad en sí misma, que no había forma de que Hallie no hubiera heredado una parte.

–Los novios están sobrevalorados, pero lo cierto es que complementan muy bien un traje de fiesta –dijo Eleanor, y le guiñó un ojo a Gavin–. Venid, niñas. Quiero presentaros a alguna gente, y espero poder eludir a esa horrible Mags todo el tiempo posible.

Se llevó a Hallie y Hannah, y Gavin se dio cuenta de que tenía gotas de sudor en la frente. No por la mención de Mags, que tampoco era su persona favorita de la ciudad, sino por la palabra «novio».

–¿Necesitas otra copa de champán? –le preguntó Will–. ¿O ir al baño? Estás de color verde.

Gavin se pasó la mano por la frente.

–Estoy bien.

–Esto es nuevo para ti. Tendrás un período de adaptación.

–Ahora que lo dices, estoy muerto de sed –dijo Gavin, y apuró su copa de champán.

Will lo siguió a la barra, y allí se encontraron con Cash, Presley, Luke y Cassandra, que habían llegado juntos. Cassandra y Presley tomaron unas copas de champán y se alejaron en la misma dirección que habían tomado Eleanor, Hallie y Hannah. Gavin pidió un bourbon. Notó que sus hermanos lo miraban fijamente.

–¿Qué le pasa? –le preguntó Luke a Will.

–Que Eleanor Banks se ha referido a él como «novio» de Hallie.

–Ah –dijeron Cash y Luke, al unísono.

Gavin puso los ojos en blanco.

–No me pasa nada.

–Es raro, pero, al final, te acostumbrarás –le dijo Luke–. Y, después, comprarás un anillo de compromiso.

–O te casarás directamente –dijo Will.

–Eso no… –Gavin exhaló un suspiro y decidió no terminar la frase. No iba a conseguirlo, de todos modos, con aquellos tres acechándolo–. Hallie es genial.

–Formar parte de una pareja es una responsabilidad –dijo Will, y Gavin no se sintió mejor, precisamente–. Lo único que pasa es que no estás acostumbrado. Y su hermana es muy famosa.

–Ya se lo dije yo –intervino Cash.

–Tú eres famoso también –dijo Gavin, mirando a su hermano. Se le estaba terminando la paciencia–. Y yo estoy acostumbrado a ti.

–Es diferente a estar con una mujer famosa –dijo Will–. Vas a tener que dejar aparte tu ego masculino. Vayas donde vayas con ella, la gente le hará más caso que a ti.

–¿Hablas por experiencia?

–Pues sí.

–Yo quiero que la gente se fije en Hallie. ¿Por qué creéis que le he regalado ese vestido? Ella es un lince en los negocios, y ya es hora de que la gente la reconozca por lo fabulosa que es, y no solo porque su hermana es famosa.

–Oh, oh –dijo Luke–. Es peor de lo que pensábamos.

–Y que lo digas –añadió Cash.

Gavin les lanzó una mirada fulminante que ellos correspondieron con cara de compasión.

Will le dio una palmada en el hombro.

–Eh, chicos, quería hablaros del hotel en el que nos alojamos en Francia. Tenéis que llevar a vuestras mujeres a París.

Gavin se dio cuenta de que cambiaba de tema radicalmente, pero no volvió a la conversación anterior. Tenía la sensación de que sus hermanos pensaban que estaba locamente enamorado de ella, pero no se daba cuenta.

Estaban confundidos.

Había seguido el consejo de Cash y había sido sincero con Hallie. Ella le había preguntado por los hijos y la familia, y él le había dejado claro que estaba muy contento con su soltería. Y a ella le había parecido bien, ¿no?

Se frotó el centro del pecho, porque, por algún motivo, estaba incómodo. Miró el vaso y decidió echarle la culpa al bourbon.

No iba a permitir que sus hermanos lo convencieran de nada. Hallie y él estaban bien tal y como estaban.