–Es cierto que Gavin y Hallie tienen las mejores vistas –dijo Presley mientras se sentaba en la tumbona junto a su marido. Cash gruñó.
–Gracias –dijo Hallie.
Estaba tendida en el césped, estirada, con las manos sobre el vientre, observando el cielo. No tuvo que girar la cabeza para saber que Cash tenía el ceño fruncido.
–Bueno, pero solo porque la parcela está entre dos lagos –dijo Will, sacando más botellas de cerveza de la nevera portátil–. Si nosotros no tuviéramos ya nuestras casas hechas, cualquiera podría tener algo como esto.
–Sí, pero no lo tenéis –dijo Gavin, y le guiñó un ojo a Hallie. A ella le encantaba verlo tan fanfarrón y seguro de sí mismo. No podía evitarlo.
–Pero a mí me gusta donde vivimos –protestó Hannah.
Su hermana había sabido, hacía unos días, que ella también estaba embarazada, y de siete semanas. Se lo había dicho inmediatamente a todo el mundo.
Hallie estaba en su último mes de embarazo. Iba a tener dos niños muy grandes, y había acordado con la médica que el nacimiento sería por cesárea. Sin embargo, sus hijos todavía no daban señales de querer salir, por muy ansiosos de conocerlos que estuvieran Gavin y ella.
–¿Cuánto falta para los fuegos artificiales? –preguntó Cassandra mientras abría una cerveza.
Luke y ella iban a casarse dentro de pocos meses y, entonces, empezarían a formar una familia. Presley y Cash, sin embargo, ya se habían casado y, después de una sencilla ceremonia en el muelle, Presley había confesado que estaba embarazada de ocho semanas.
Los niños de Hallie y de Gavin iban a tener muchos primos con los que jugar, estaba claro.
–Todavía tiene que anochecer, cariño –le dijo Luke a su prometida–. No hay suficiente oscuridad.
Cassandra suspiró.
–Cuánto me alegro de poder esperar a que empiecen en el jardín de Hallie y Gavin. Es mucho mejor que pasar la noche en la fiesta de Mags Dumond. Menos mal que hemos podido saltárnosla.
–Completamente de acuerdo –dijo Presley–. Espero que seamos la primera generación que no va a fiestas a las que no quiere ir.
–Brindo por eso –dijo Gavin alzando su cerveza.
Hallie levantó su botella de agua.
–Yo, también.
–Todo lo importante está aquí mismo –dijo él, y tomó a Hallie de la mano–. Te quiero –le dijo al oído.
–Yo también te quiero –dijo ella.
–Vaya, ¿nosotros también éramos tan empalagosos? –preguntó Will, y Hallie se echó a reír.
–Peor aún –le dijo Cash, y Presley se echó a reír.
Lo que podía haberse convertido en una discusión fraternal fue interrumpida por el primer fuego artificial de la noche. El cielo se llenó de chispas de color, y todos aplaudieron.
Hallie se acarició el vientre al notar que los bebés pataleaban.
–Les ha gustado.
Gavin posó la mano en su vientre y notó las patadas de sus hijos.
Y, mientras Hallie miraba las caras de su familia, iluminadas por el resplandor de los fuegos artificiales, sonrió. Nunca se habría imaginado que iba a tener aquella vida, pero allí estaba. Tan grande, valerosa y bella como le había prometido Gavin.
Lo único que tenía que hacer era dejarse llevar…
Y romper unas cuantas reglas.