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Cézanne

Orzayun le convocó en la comisaría de Los Madrazo. Después de superar los controles de rigor, le encontró en una oficina volcado sobre una mesa llena de fotos. Pretendía ponerlas en orden tal cual si fuera un puzle. Gracias por venir, Font. Mira, otra carnicería. Y nunca mejor dicho, las imágenes revelaban una serie de miembros y restos corporales, figuradamente humanos, fragmentados de cualquier forma y manera y dispuestos los trozos resultantes uno arriba de otro en el suelo, apelotonados. Junto a flechas de color blanco pintadas o pegadas en el embaldosado, y nada más. Qué me dices. Pues que quisiera ver la escena del crimen, visto así me es inentendible. No sé yo si aceptará Bustamante, dijo a la vez que abandonaba la estancia. ¡Qué cuartucho más agobiante!, dedujo Font, era una oficina sin ventana, pero, eso sí, con una vital boca de aire acondicionado que dejaba de continuo oxígeno prestado. Volvió: ¡Venga, vamos!, que están a punto de levantarle.

Se dirigieron en el coche patrulla a la casa de la finada, en la calle Torrecilla del Leal, otra vez Lavapiés. Él quiso mantenerse ignorante del contexto de la víctima. Un uniformado les abrió el portal y otro la vivienda, que tenía una distribución curiosa, ya que estando al final de un oscuro y sinuoso pasillo era todo amplitud y luz. Muy bien arreglada, Font dedujo que era de nueva edificación, de no más de veinte años, dentro del patio del viejo inmueble. El tipo de obra pictórica que había colgada le hizo concentrarse en una mujer de cierta edad. Se repetía el esquema de las viviendas-taller de los artistas, delante zona de venta de trabajos y detrás la casa particular. En un lateral del sector destinado a taller y almacenamiento había un impetuoso revuelo de funcionarios, en aquel sitio estaría el cadáver.

Con la corrección debida le solicitó a Orzayun que pidiera a los técnicos que se retiraran, aunque solo fuera unos minutos. Entornando los ojos confirmó sus intuiciones, ¡se trataba de La montaña de Santa Victoria! Los signos en el suelo indicaban los ángulos desde los que se demandaba la observación de la estructura por el visitante, que se correspondían con los enfoques que dio a sus pinturas, cien veces replanteadas, Paul Cézanne.

La representación era minuciosa, los mechones de la asesinada estaban exhibidos sugiriendo los bosques que existen en ese paraje privilegiado, muy próximo al mar Mediterráneo, que es Aix-en-Provence. La boca había sido articulada remedando un embalse, realmente, las piezas dentarias superiores hacían las veces de un dique que retenía agua, conforme al construido por el padre de Émile Zola en ese lugar, inseparable amigo y luego enemigo a muerte de Cézanne. La vagina y el ano escenificaban la entrada a las canteras ubicadas en la falda de la auténtica montaña Santa Victoria. Estaban muy discretamente entreabiertos con elementos del estudio, trozos de pinceles o minúsculas piedrecillas de las empleadas para obtener texturas matéricas. Gracias a la ausencia de los expertos, pudo detectar unas filas de flechas más delgadas que marcaban un circuito fantasmagórico, redundante, por toda la vivienda, varias habían sido arrancadas de modo involuntario por las rudas pisadas de los forenses. En las inmediaciones de los restos humanos amontonados, pero con una noción artística, el matador había espolvoreado tierra de un tiesto que obtuvo del patio; el conjunto, si bien tenía una presencia gore indudable, infundía amor a lo natural, a lo que somos los semejantes.

Requirió a Orzayun que ordenara a los peritos hacer fotos desde el nivel de los despojos y obedeciendo la orientación sugerida por las flechas, las instantáneas ya realizadas no parecían poseer razón de ser. Debían efectuarse fotos con lente macro de toda la montaña con una sistemática milimetrada, de su superficie entera, con esa vivencia de realidad tan desmesurada que anunciaba que debía acabar minuciosamente registrada. Y pidió a la par que se materializara un vídeo con el circuito fijado en el suelo, aunque sabía que era difícil de recorrer con un viso lógico. Todo esto, y más cosas, le estuvo explicando Font mientras comían un contundente arroz al caldero con alioli en la calle Huertas, regado por un grato vino blanco Albariño. ¿Te acuerdas de lo que comentamos en Zarzalejo en relación con los cerros que mudan por minutos? Pide lo que quieras, pagan Los Madrazo.

Llegó el comisario Bustamante a los cafés. El restaurante había echado el cierre para todo aquel que no tuviese una placa de policía. Quedaron los tres sentados en una mesa situada al lado de la ventana que da a la esquina con la calle Lope de Vega. El exterior era un mar de gente, no justamente la serena orilla del mar Menor, felizmente ignorante de lo que allí se dilucidaba. Bustamante conocía sus últimas interpretaciones, se las contaría Orzayun cuando se ausentó al cuarto de baño. El comisario evocó con porte melancólico el caso de la homicida cantarina que les ayudó a resolver varios años atrás. Font recordó que le enviaron un informe exhaustivo de Moscú, lo que permitió detener a la hija que estaba de intercambio y que tenía equivalentes tendencias que la madre.

Al grano, Font, ¿quién es este monstruo? Como dicen mis alumnos: NPI. Desde luego, yo no soy. Ya lo sé, dijo Bustamante sosteniéndole la mirada, ya lo hemos comprobado, al menos el autor material no es usted. No le hemos preguntado, pero cuenta con coartadas inmejorables. Sí podría ser el autor intelectual. ¡Para ganar qué! Pues que los medios se fijen en usted. Tiene demasiados años pregonando en este desierto que es España. En Francia saldría usted en la televisión todos los días o, mejor todavía, sería el director de un programa. Aquí es que estamos en el Cuaternario... Y como si fuera poco, le quieren echar de la universidad por carca. Todo es verdad, dijo Font, al tiempo que avisaba con un ademán al camarero e inquiría: ¿Y los chupitos?

El establecimiento se fue llenando de funcionarios, mientras los investigadores veían fotos del caso con sumo interés sentados dos mesas más allá, los agentes de a pie jugaban una partidita. Todos fumaban, protegidos por los visillos, el comisario un puro. Lo de las perspectivas de la montaña lo entiendo, la ruta con flechas por la vivienda, no. Muy sencillo, la ciudad donde nació y pasó la mayor parte de su existencia Cézanne, Aix-en-Provence, encima de ser muy bonita, mejor dicho, preciosa, potencia el desarrollo turístico de su genio local y tiene puestas en las aceras señales que permiten conocer sus itinerarios más frecuentes: a su taller, a la casa del padre, o a la de su pareja de la que se separó, a los bares del centro, en fin, la tela de araña infinita que todos tejemos con paciencia y sin saberlo. De acuerdo, y ¿por dónde comenzamos a buscar?

Déjeme suponer comisario; se trata de un varón, de mediana edad, de complexión fuerte, ya dirán los forenses si es un disector sanitario, creo más bien que es un vulgar carnicero. Es frío y conoce al dedillo el medio artístico. No violentó las puertas de las casas de las víctimas, era conocido de ellas... Sí, es licenciado en bellas artes. Seguramente él también es creador, por su destreza. Mente rígida, ya que traduce su papel con una actuación muy ordenada, quizás simplona, primero el impresionismo, luego el nacimiento de la pintura abstracta con Cézanne... Si fuera español, que casi infalible lo es, debería reforzar ahora la figura de Cézanne con la de Picasso. ¡El Guernica!, exclamó Orzayun. Notifica que se incremente la vigilancia en el Reina Sofía, ordenó Bustamante de forma maquinal a la vez que extendía la mano en dirección al museo. Pere Font exhortó finamente a Orzayun y Bustamante para que leyeran acerca de las vanguardias artísticas, recomendándoles el libro de Mario de Micheli. ¿Y eso qué es?, exclamó el comisario echándole una mirada inquisitiva a Pepe Orzayun. Bien, pero ¿dónde demonios lo buscamos?

Es un perfil muy estándar... Si a eso le sumamos que conoce la costa azul francesa, ¡imagínese, comisario!, allá las autopistas son de cuatro o cinco carriles en cada sentido. Además, ¿a quién no le entusiasma el arte y ha rebuscado sus orillas buscando los paisajes originales de Van Gogh, Cézanne, Renoir, Picasso, Camille Pissarro y un largo etcétera, hasta recalar en Léger y muchos otros? ¡A mí!, aseguró cortante Bustamante. Ya le llegará la edad de tornar la mirada a la sensibilidad, vamos, el arte, la ópera, los conciertos, el teatro... ¡Venga!, no siga, por favor, pidió el funcionario arrugando la frente. ¿Qué aconseja hacer? Vio la botella de orujo afirmada en la mesa, Font se sirvió otro chupito y Orzayun aceptó la invitación, el jefe le paró en seco con un gesto. Yo le preguntaría a la calle, dijo Font, recalcando con el morro el bullente exterior. ¿Está loco?, dentro de nada saldremos en el telediario y eso sí que será una complicación. Si la gente ya lo sabe, Bustamante, estamos en una prolongación de la vieja Roma. En el momento que he ido al cuarto de baño la señora del guardarropa me ha preguntado si la conversación era por lo de la artista muerta. ¡Vale!, ¿cómo lo haría? Pues yendo a los ambientes artísticos y preguntando quién podría haber sido. Yo qué sé, galerías, salas de exposiciones, inauguraciones.

¿Y a las facultades no iría, Font?, preguntó perspicaz. Usted tiene un curso de posgrado de art brut y arteterapia, hay quien dice que el mejor del mundo. De hecho, por ese máster han pasado cientos de artistas para perfeccionarse, enseñar a hacer pinturitas a los neuróticos, que somos todos, normalmente ha dejado harto dinero, ¿o no?, tras una pausa, Bustamante continuó. Además, desde el primer caso, el del amanecer, interpretó que esto le parecía art brut... Ratificó Font: Y me lo sigue pareciendo, en un estilo tirando a bárbaro, ¿por qué no? El curso tiene cerca de treinta años, multiplicado por una media de veinticinco alumnos mínimo al año, de golpe nos hemos agenciado aproximadamente mil sospechosos más. ¡Ahí es nada!, se le escapó al comisario. Le puedo procurar los listados que necesita. Atención, bastantes son extranjeros, en su mayoría latinoamericanos. Por allí no nos encamina ningún indicio, zanjó Orzayun.

Bustamante le leyó la mente a Font, ya valía de chupitos, y pidió con modales chuscos al camarero que retirara la mesa y la cuenta. Si acaso, comisario, me suena más atractiva la pista de los propios enfermos o, si quiere nombrarlos con más rigor, personas marginales o posicionadas fuera del sistema que practican el art brut. Igual alguno adquirió formación académica y se dedica ahora a jugar con nosotros a los enigmas. Se pueden cruzar los datos con los registros de licenciados de las facultades de bellas artes de toda España. ¿Y podríamos conseguir la relación de esos artistas brutos, con perdón?, preguntó Bustamante. Durante numerosos años confeccioné con mimo esos listados y guardé obra de ellos. En uno de los vaivenes de la facultad se introdujo todo en cajas y habría que buscar..., comisario. Comprenderá que eso no es tarea de media hora. Dirigiéndose a Orzayun, Bustamante ordenó: No escatimes en medios, Pepe. Ni en dinero, comisario, acotó Font, los bohemios solo cascan con las copas rebosantes.