Las señoritas de Avignon
No le había costado nada personarse en la glorieta de Alonso Martínez, ya que estaba en una oficina de la Seguridad Social próxima haciendo unas gestiones. En la puerta del edificio donde le había dicho que acudiera Pepe Orzayun, dos uniformados le frenaron el acceso y a través del walkie talkie confirmaron que le esperaban en el ático. Antes, en la calle, había visto a decenas de individuos, dos o tres con una facha algo estrafalaria, intentar organizar un embrión de manifestación, pero eran un número insuficiente para cortar la circulación en la plaza de Santa Bárbara. Aparte de las huestes de peritos se encontraban Orzayun y un Bustamante con el cuello encorbatado. Le pidieron que, por favor, lo primero, evaluara la escena del crimen.
La víctima, a la que conocía, Juan Bautista, había sido decapitada y su cabeza colgada de la pared del estudio, sin mancha o daño sustancial a la misma, ni tan siquiera gotas de restos orgánicos en la tarima. Alrededor de la testa y adheridas a la pared, con un método que no era posible determinar, quizás con una goma o celo sin más, había fotografías del concerniente rostro, no idénticas, sino que tomadas desde perspectivas ligeramente diferentes, con el creador ya decapitado. Las fotos serían aproximadamente veinte y estaban superpuestas parcialmente, unas apoyadas en otras, generando una sensación de oscilación, figuraban trepar, progresando las cabezas hacia el borde de una escalera, cuyos peldaños abocaban al patio del ático, de donde provenía un potente fulgor. Produciéndose así un curioso encuentro, tanto estético como epistemológico entre las fotos dispuestas en gradas, de la ficción artística, y la sencillez, desnuda, sin aditamentos, de la tosca escalera de obra que subía hacia la azotea.
Se acercó a donde estaban Orzayun y Bustamante, en el placentero salón adjunto al estudio en el que se ubicaban la sesera del finado y las fotos. El comisario, de pie, contemplaba la calle, en la cual, cuando el robusto arbolado se lo permitía, veía cada vez más gente arremolinándose en un mitin silencioso. Supongo, Font, dijo Bustamante de espaldas, que conoce a la víctima. Sí, uno de los fotógrafos plásticos más comprometido de España. Principalmente entregado a causas perdidas: guerras abusivas, migraciones descontroladas, injusticias, en fin, un individuo muy implicado en temas sociales. ¿Y qué opina? Primero quisiera saber en qué circunstancias se halló el cadáver y, por cierto, ¿dónde está el resto?
Habló Orzayun: Un sacrilegio, la música muy alta, a las cinco de la mañana, alertó a los vecinos. Qué te crees que sonaba: Una furtiva lágrima, en bucle, en interpretación de Juan Diego Flórez. Lo conoces..., su último CD. Sí, una incongruencia más, dijo Font, porque es en demasía conocido que a Juan Bautista no le gustaba la ópera. Encima, la consideraba un símbolo de la decadencia burguesa. Apuesto que el CD no es suyo, ¡la odiaba! Efectivamente, comentó Orzayun, como de costumbre, nada. Comprado en el último mes en el Auditorio de Príncipe de Vergara, sin posibilidad de obtener prácticamente ninguna información suplementaria, se ha vendido por varios miles... Vale, vale, zanjó Bustamante, ¿es el mismo asesino? Espere, comisario, ¿y el resto del cuerpo? No existe, contestó Orzayun, por eso está todo tan limpio. Le mataron fuera. Semejando a otras ocasiones la puerta no fue violentada. Las fotos se dispararon en el piso con su cámara analógica y se revelaron en el cuarto oscuro de su pertenencia.
¿En ese caso...?, preguntó Font exaltado, para continuar enseguida. Tengo dudas, porque los dos primeros crímenes eran muy unívocos, aquí todo proyecta en sentidos cruzados. Me explico... Bustamante puso jeta de aburrimiento. Le cortan la cabeza a un tal Juan Bautista, parece guasa, con una música de fondo superromántica, muy burguesa, que, encima, el rojillo de pro abominaba. ¡Con este pisito yo también sería de extrema izquierda!, intervino Orzayun para disculparse sobre la marcha. Sigo..., la estructura plástica es más moderna, acorde con lo que quiere transmitir de las vanguardias, que van creciendo con el siglo. Abrevie, Font, que se nos escapa el asesino, a este ritmo ya estará camino de Río de Janeiro...
¡Coño!, que no se puede, esto es así, lo quiere más cortito, Bustamante, pues búsquese otro consejero y a tomar por culo... Caviló: para que se diga algo positivo de este, tendrá que esperar a morirse. Medió Orzayun: Por favor, chicos, sigamos sin interrupciones. Font, a regañadientes y recuperando el entusiasmo poco a poco: La cuestión es que la pieza del artista, podemos definirle así sin ambages, a mí me sugiere fuertemente Las señoritas de Avignon de Picasso. Y conociendo los anteriores montajes de los otros crímenes la progresión es de una lógica abrumadora. Ahora, no es solamente Picasso, tiene un guiño poderoso a Marcel Duchamp, esa tela tan famosa... Desnudo bajando una escalera... Sí, sí, la que se expuso en Nueva York. ¡Joder!, ya os he dicho, ¡os tenéis que estudiar las vanguardias! ¡Desde luego, con el casco del desgraciado Juan han sacado adelante una composición con bastante movimiento!
Idéntica pregunta de antes, y no se vaya por las ramas, por favor, ¿es el mismo asesino? Admito que sí, pero con un rebuscamiento agudizado. Es un buen artista o un buen profesional. Está dosificando lo que quiere contar. ¿Podría ser un catedrático?, preguntó Bustamante. Ni idea, respondió alisándose el cabello. Y los listados que me iba a dejar de los creadores brutos, porque ese tema subyace, ¿o no? Para que se haga una idea, comisario, para Las señoritas de Avignon y otras telas Picasso se inspiró en el arte primitivo africano, muy en boga a comienzos del siglo veinte en París. No lo hemos dicho, creo, pero tenéis que saber que una de las, por así llamarlas, patas fundacionales del art brut son las creaciones concebidas por personas de las culturas primitivas. ¿Antes o en este momento? En cualquier época y población. De allí el tema de la marginalidad, pensad en los aborígenes de Australia o de cualquier otro lugar del mundo. Surgiría en cualquier confín en el que se combinasen indigencia, exclusión, falta de medios materiales para plasmar la individual invención y de entornos educativos, ¡hombre!, por supuesto que todo este coctel orienta simultáneamente a unos contenidos de protesta social que los virtuosos del establishment no suelen mostrar en sus registros. Resultan obvios los sitios en los que típicamente se cultiva este tipo de arte: manicomios, cárceles, centros de reclusión de inmigrantes. Una flor más: el dinamismo de la pieza, que lo tiene, sin ninguna duda, me refiere además a Marinetti y los futuristas. ¡Y eso qué es, por Dios!, soltó el comisario, me está usted agobiando.
A su vez, a comienzos del siglo veinte, constituyendo una fracción de las vanguardias, prosperaron autores que en sus trabajos incorporaban el ímpetu de la industrialización, la construcción de monumentales edificios, el avance del ferrocarril, en fin, el progreso, ¡la vorágine del no estarse quietos! Varios de estos creadores, italianos, franceses y, muy interesante, rusos, directamente intervinieron en la primera guerra mundial y en revoluciones como la soviética, a modo de simples soldados, fundando auténticos batallones de artistas. Subyugados por la tecnología de entonces, yo qué sé, potentes cañones, aeroplanos y otras innovaciones aplicadas al arte de la guerra. Eso ya lo insinuó usted en algún momento, Bustamante, ¿o fuiste tú, Orzayun?, a ver si esto se complica cada vez más, porque nos enfrentamos a un ejército y no un simple asesino. Tras una pausa en la que la mente de los policías voló muy lejos, Font retomó la palabra mutando el tono de su voz, haciéndola más grave: Este tema... podría ser el inicio de una revuelta. Disfrutó observando sus desconcertados rostros y soltó una explosiva carcajada, que, ¡oh, milagro!, fue secundada por Bustamante y luego por Orzayun. Entró al salón una mujer policía que les afeó el gesto. El comisario pidió perdón llamándola por su nombre.
A ver, Font..., qué calcula usted que sucederá con mi carrera si les cuento esta batallita a mis superiores. ¿Me quiere dar a entender que deberíamos avisar al Centro Nacional de Inteligencia, ¡a los espías!, ¡a las fuerzas armadas!, para que se impliquen en el caso? Ni idea, comisario, estas son únicamente conjeturas de un simple profesor. Que además domina el ruso, apostilló astuto Bustamante. Venga, vamos a recapitular, Font, ¿somos testigos de los primeros pasos de una insurrección o estamos en presencia de un criminal normal y corriente? ¿O frente a un tocado que quiere que este abuelo, se estiró y le dio un golpecillo a Orzayun, y yo aprendamos la historia del arte en un curso acelerado?
Sin duda, va contra cualquier naturaleza mínimamente humana y sana pretender hacer docencia matando gente, decapitándola, dijo absorto Font, ¡virgen del Carmelo! Todo eso podría ser explicado por la búsqueda de un interés superior, la religión fanática, el conocimiento o una intensa, y no sé yo si justificada, voluntad de renovación social. Puede ser el conjunto englobado. ¡La revolución! Este follón me recuerda un poco a Los siete locos de Roberto Arlt. Perdone, Font, dijo Bustamante con actitud desquiciada por la nueva digresión y se puso de pie, por hoy es suficiente, tengo que atender otras cuestiones. Volvamos a los listados...
Ya se lo he dicho, la colección de que dispongo está en cajas desde hace veinte años, seguramente llenas de ratas, y puede demandar un período muy prolongado para analizarse. Para eso conmigo no cuente. ¡Anda!, podría encargarse de esa tarea mi sobrina que es bibliotecaria y está en paro, exclamó Orzayun. Sonó el teléfono de Bustamante, vio quien le contactaba: ¡Joder! Vosotros, daos prisita, por favor. Sí, dígame, señor... Orzayun y Font se quedaron solos. Matizó Orzayun: Al final ser artista no va a ser algo honesto. Habrá siempre una sombra... Luego Font: ¿Será esto una nueva epidemia, como el sida?