Tesis
Le toca a Font una mañana complicada de tutorías, prefiere fusionarlas en un solo día. Son tanto tesis doctorales como trabajos de fin de grado. Tiene que ponerse chulo de entrada, puesto que no hay alumno que no se queje de su alto nivel de exigencia. Directamente les plantea que se trasladen de universidad y así aprobarán todas las asignaturas. En plan poli bonachón consuela a los estudiantes contando que antiguamente debían leer a los autores extranjeros en sus lenguas originales, y con eso se los gana, aunque ya le han objetado ¿y a mí qué?
Se trata de investigaciones siempre relacionadas con temas de literatura y arte o la concepción artística, o con cualquier convergencia de las artes. Por descontado, el art brut. Hace muchos años que no tutoriza muchachos que trabajen exclusivamente contenidos estándares de la psicología, según podrían ser: motivación, ideación, lenguaje o memoria. Por no hablar de psicoanálisis, terapia conductual o de tercera generación, que le tienen hasta la coronilla. No es capaz de entender a sus compañeros, que se pasan perdidos en uno de esos bosques simplemente toda la existencia. ¡Y también por la tarde y noche!, ya que todos, con el prestigio que les confiere su pertenencia a la facultad, tienen consultas privadas vespertinas de exacta materia. Dicen que a posteriori se disfruta con los detalles, pero él lo encuentra horroroso. Quizás sucede que en el fondo no es psicólogo, ni médico, ni un carajo, ja, ja y ja. Tras un no parar de recibir alumnos, de manera constante con los trabajos taxativamente retrasados o, peor, directamente con los plazos vencidos, está con el último, vástago de un catedrático que perfecto que se lo sabe y prácticamente él debe hacerle la tesina, maldita sea.
Entra la becaria Adriana Filipina y le recuerda que habían quedado para trabajar el proyecto Art brut Perú. ¡La ostia! Van a comer juntos a La muerte lenta. Donde le conocen con exceso y le preparan un filete especial a la plancha con ensalada y nada más. En el comedor se le arriman tres compañeros sucesivamente para esbozarle cuestiones de lo más variopintas, así que induce a Adriana a proseguir con la reunión en un ámbito sereno, donde no ser interrumpidos, ¡ya está, vámonos a la cafetería del Museo de América! No la siente cómoda a la joven peruana, ve Font el fantasma de su fama de ligón. Y no logra quitarle el miedo de encima ni siquiera ocupándose sin parar del proyecto.
El museo, como es habitual, está casi vacío y más aún su confortable cafetería. El país, la afamada capital, dan la espalda a la muy bien surtida colección precolombina y de arte emplazada en la ciudad universitaria. Con la enorme cantidad de inmigrantes latinoamericanos que existen en Madrid, ni quienes los amparan ni los expatriados tienen el menor interés por unas culturas cuya fisonomía es de penuria. Todos, peninsulares de nacimiento y peninsulares en vías de adopción, fijan su mirada en la rica ciudad de oportunidades, negocios y consumo acomodada un poco más allá, a resguardo de los fríos vendavales provenientes del norte. El imán de Europa, con sus encantadores y ordenados pueblitos, siempre idénticos a base de iglesias preciosas, anchas avenidas que se estiran al infinito y plazas mayores repetidas con terrazas simpáticas a modo de parque temático, cautiva a las mentes más complicadas. Por fin la realidad se vuelve apresable, sin laberintos, sin tonos ambiguos. Si a eso se añade una esmerada voluntad de conservación de la naturaleza, la europea, se entiende, tenemos configurado el edén infantil por la humanidad entera deseado. Aunque, lamentablemente, de manera invariable existirán enemigos de aquello que es bello sin par.
Le pregunta a Adriana si había visitado el museo. Lo tengo señalado, profesor... El proyecto Art brut Perú es enmarañado. Nació por el interés de rescatar recursos empleados en el tratamiento a través del arte de enfermos mentales de grandes hospitales americanos actualmente sumidos en agudos procesos de metamorfosis. Clínicas que, incluso sin ningún complejo, y empachados por el nuevo dinero prestado, se procura demoler, con todo dentro, y construir centros enteramente modernos. Todo lo antiguo, que no esté albergado en Europa occidental, se puede arrasar sin cortapisa con el liderazgo de las propias empresas europeas. De lo necesitadas que se encuentran ellas de dar trabajo, como del oxígeno, aunque mejor si se provee en América que aquí, por la puntualización, nada baladí, de acrecentar las plusvalías. Y justo allí radica una de las principales debilidades del proyecto Art brut Perú, que su financiación, aunque de pocas necesidades económicas, choca frontalmente con las ambiciones de los inversionistas. Deseosos de tirarlo todo y empezar de cero.
Así y todo, el proyecto, después de largos meses de trabajo, ya está perfilado y su eje narrativo lo constituye el célebre poeta peruano Martín Adán, que pasó buena cantidad de años ingresado en el sanatorio psiquiátrico de Lima, situado en el barrio marítimo de Magdalena del Mar, llamado hospital Víctor Larco Herrera. A través de ese poderoso hilo conductor se examinan las invenciones artísticas en aquel lugar acumuladas en viejas infraestructuras, cuya puerta de acceso, a pesar de estar protegida con un fuerte candado, no puede evitar que la humedad del potente océano Pacífico, sobre todo de noche, se introduzca; lo mismo que por las rendijas de las viejas ventanas, hasta terminar impregnando primorosas pinturas realizadas por enfermos mentales en los albores del siglo veinte, gracias al empeño de visionarios médicos peruanos. Seguramente a la par que el doctor Hans Prinzhorn sacaba adelante su espectacular colección en el hospital de Heidelberg, proveniente de múltiples centros sanitarios europeos. Pero cómo convencer a las instituciones europeas de que la España americana, reencarnada en peruanos, colombianos o ecuatorianos, tuvo una senda tan poderosa como la Alemania de los doctores que en esos años fueron capaces de establecer los principios de la ordenación nosológica de las enfermedades mentales que persiste en el presente, apellidados Kraepelin o Bleuler, entre otros. Ni Europa quiere, ni España quiere. Pues a jorobarse, pero Font se siente en el deber de desplegar al completo su periplo recorriendo las renombradas instituciones, tanto económicas del tipo de los bancos o empresas de petróleo y equivalentes con intereses en América, como las señeras fundaciones museísticas de Madrid y Barcelona.
La exposición del proyecto debe hacerla Adriana, aunque cada día lo duda más, ya que le faltan los conocimientos más elementales del Perú, es la típica persona americana que sale de su país con el pretexto de los estudios, pero que, de veras, estos significan la excusa idónea para no volver jamás, de manera que sabe poco de su país y lo está arrinconando a pasos agigantados, conformando algo semejante a un lavado de cerebro; equiparándose a sus colegas peninsulares de su generación que no saben nada de España, ni de América, ni de nada, eso sí: navegan mejor que Juan Sebastián Elcano por las procelosas aguas de internet. Ya prácticamente ningún joven en España sabe quién fue el navegante Elcano, pero felicitémonos, no estamos tan mal, muchos todavía no han perdido de vista a Cristóbal Colón...
Le explica a Adriana Filipina que deben ensayar la puesta en escena del proyecto, ya que además de los conocimientos hay que exhibir simpatía y don de gentes. «¡Dale a tu cuerpo alegría, Macarena!», entona con fingido salero Font. El atuendo que lleve a los próximos encuentros no decía él que fuera provocativo, pero sí por lo menos jovial: No sé, ¡luminoso! La muchacha frunce el ceño. Se lo toma a mal y se marcha con cualquier disculpa, con expresión en la faz de querer decir: Ese trocito lo tengo yo bien limpito. Pocos días después le llega la notificación de la baja de la becaria por causas psicológicas. ¡Ya estamos!, otra denuncia por acoso.
Acude él solo a las entrevistas con los mandamases, se presupone que a pelo, no tenía edad para sostenerse en unas fotitos. Le da la impresión de que le reciben por ser quien es y poco más. Los contados individuos que se enrollan, automáticamente recalan en similar orilla, todo este proyecto de ordenar y ofrecer en la península y Europa la creación pictórica de los enfermos mentales peruanos de comienzos del siglo veinte... ¿cuánto dinero reportará? Lo más curioso es que todos quieren una estimación en dólares y no en euros, asumiendo que la conversión de la moneda fuera lo más complicado del cálculo de los rendimientos para la empresa, ya sea petrolera, museística o inversora, de la muestra programada. Cuando tantea trasladar los objetivos del proyecto a conceptos del tipo de sensibilización, incremento del conocimiento, difusión de técnicas terapéuticas alternativas de las enfermedades mentales y otros relacionados, todos los directivos insisten en que todo eso, sin duda, debía poder traducirse en cifras, si no ¿qué? Animan a Font a intentarlo para poder valorar de manera más exacta su peculiar averiguación. Es como si le preguntaran a un maestro de párvulos cuál es el rendimiento económico, en dólares, de enseñar a leer a un niño.