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La catedral de Rouen

Tras una semana algo tediosa de ininterrumpida visualización de obras de artistas brut, por fin halló una pista. No le sorprendía el descubrimiento, se había mudado a vivir a El Palacio para poder trabajar de continuo sin distraerse. Ocupó el sótano en el que inicialmente estuvo instalada Montse, ella se trasladó a una habitación de una planta superior debido a que en el saloncito del apartamento había surgido una mancha de humedad a partir de la unión de dos grandes piedras del muro, tenía un tamaño fluctuante, e interpretó que podría perjudicar su salud. Font valoró la mancha con Mohamed y, dada la magnitud de la labor de impermeabilización de la pared requerida para su eliminación, desestimaron intervenir en ella. A él no le desagradaba y tampoco era que le produjese una intensidad incrementada del frío, ya que tenía a pocos metros la caldera de El Palacio, condición que, además de proveerle unas altas temperaturas ambientales que a veces le hacían cerrar radiadores, otorgaba a sus dependencias un cronómetro con corta diferencia cardíaco, ese lanzar agua caliente inagotablemente a la casa entera se plasmaba con una fórmula muy medida, debido a los nuevos artefactos que añadió Mark a la vieja bomba durante su reciente puesta en marcha. Como si resultara insuficiente, los días más frescos, al retirarse a su pisito, se encontraba la estufa de leña encendida, gracias al celo de Fátima, lo que garantizaba tibias temperaturas hasta la madrugada en caso de helada. Si bien la intimidad respecto al resto de la casa era total, igual que con el exterior por los gruesísimos cristales que colocó Mohamed, el motor de la caldera se percibía a la perfección y lo mantenía aferrado a la vida. Por las noches, cuando se recogía después de cenar, Montse dejaba de hacer aquello que la estuviese ocupando y se aproximaba a darle un beso: Buenas noches, tío Font, le decía. También se despedía él con un buenas noches de Fátima.

La cuestión es que, de tanto perseverar, desenterró oro. Revisaba el archivo de fotos de un tal Gumersindo Gutiérrez en el momento que estando a unos instantes de descartarlo una intuición le mandó detenerse. El autor, que hacía veinte años tenía treinta, estaba diagnosticado de un cuadro mixto: esquizofrenia paranoide y síndrome anancástico. El material era abundantísimo, mil treinta bosquejos, realizados en blocs de papel de anillas de treinta por veinte centímetros con lápices de colores. A la manera de Monet, el rey del pálpito de la luz, y La catedral de Rouen, que la pintó decenas de veces según el influjo de la hora del día y el clima en la luminosidad, se dedicaba este dibujante a plasmar al infinito distintos motivos que necesariamente sufrían variaciones con el tiempo: una flor que se marchita, un ser humano que envejece, un ave que vuela. O si no, el color de las nubes en un atardecer de verano ágilmente mudable. Era algo similar a los fotogramas de una película de dieciséis milímetros. Todo muy plano y tremendamente raquítico a la hora de despertar algún interés. Predecible. Dado su carácter obsesivo de base no sorprende que tuviera tanta productividad, y eso contando solo con la obra que ellos archivaban. Sí, era como los miles de trazos necesarios para una película de dibujos animados, en los que cada apunte encarna una parte de la acción descompuesta en un mínimo período, y que al proyectarse la cinta a gran velocidad el conjunto adquiere una síntesis mágica, ¡movimiento! Creador aquel al que se le ocurrió la idea, el guion, el ilustrador de los fotogramas, un simple amanuense.

Asomó en la pantalla del ordenador una reproducción del famoso cuadro El estanque de los nenúfares de Claude Monet; a Font se le puso la piel de gallina, lo estaba rondando desde varios minutos atrás. Con una precipitación enajenada le daba al enter para que progresaran las imágenes y no paraban de cuajar ante sus pupilas variantes del estanque del propio Claude Monet en los jardines de Giverny, como otras de la cosecha de Gumersindo... No aguantó y puso en la pantalla con el modo esquema toda la realización pictórica que poseían de este artista. ¡Bingo! Solo eran un par de representaciones sobre este tema, pero al ampliarlas reconoció no la Impresión, sol naciente de Monet, sino la versión de esa obra realizada por un homicida muchísimo tiempo atrás y vivificada nuevamente hace muy poco empleando las vísceras de un desventurado pintor al que seguramente mató. Llamó a Orzayun: ¡Tío, lo tengo! Voy para allá, suspiró Pepe.

Durante más de una hora estuvieron comparando esas dos copias con las fotos que poseían del trabajo realizado por el asesino en la escena del crimen. Font se esforzó en dar argumentos a su interlocutor para que captara las explicaciones por las que se podía diferenciar la admirable obra de Monet de la de un imitador. Entiéndeme, Pepe, por favor, el dibujante se está copiando a sí mismo, está forzado a ello, no reproduce a Monet. Te digo más, salvo que lo haga a posta, en todos estos años no ha progresado nada en el dominio de la técnica pictórica. ¡Sigue siendo un aficionado que repite sus atolladeros sin cesar! Ya le hemos investigado, aseguró diligente Orzayun, cada vez que mi sobrina identifica un nuevo nombre de autor brut le rastreamos, y en este caso se desvaneció de la faz de la tierra en los años ochenta. Es nicaragüense. Se puso de pie: Con estos indicios ahora cursaremos orden de búsqueda y captura internacional. Tras unas comunicaciones que realizó, volvió con Font y Montse, que estaban dialogando, y les dio la enhorabuena. ¡Caliente, caliente, chicos, nos acercamos!

Font y Orzayun se quedaron charlando en el salón. Pepe Orzayun tomó precauciones, no había moros en la costa, y cerró con pestillo las puertas. Me vas a permitir que te lo diga, lo de Nazca es... rematadamente absurdo. ¿Y eso? Se descubrió de dónde provenían los operarios y las máquinas empleadas, nada, de aquí al lado, de Guadarrama. Los actuantes son una cuadrilla de temporeros marroquíes que trabajan para una empresa que fue subcontratada para ese fin. Todo legal, con pagos a la seguridad social e impuestos, pero una auténtica barrabasada, exclamó abriendo todo lo que pudo los dedos de su mano derecha extendida. Ellos no le hicieron daño a nadie, cuando se personaron en las naves los individuos estaban finados, simplemente permanecieron unas horas atareados cumpliendo las órdenes de un contratista que se identificó con el nombre de Adam, oriundo de no saben qué país del este. De quien no existe rastro alguno, y de la indagación de las empresas interpuestas solamente llegas a la conclusión de que todo es muy escrupuloso. Tenemos en Los Madrazo a una docena de marroquíes detenidos, pero, la verdad, que sin saber qué demonios hacer con ellos. ¿Y por qué no avisaron a la policía? Responden que ese no es su asunto, ¡anda!, mira lo que dice el capataz, que se creía que se trataba de un concurso de la tele...

¡Mi madre! Me recuerda a la pelea del cuadro de Goya, en Lavapiés, ¿te acuerdas? Todo tenía una apariencia de máxima legalidad. Y seguro que lo habéis cotejado y no había nada anormal. Asintió Orzayun repetidamente y habló: La que está implicada sin duda es tu amante. ¿Qué? Sí, Pere, la mexicana. ¡Más quisiera yo! Con gesto cansado opinó el policía: Oye, tanta cultura para esto. Al final el arte es un veneno. Pepe, no digo yo que no lo sea, te enfrenta a conflictos cargados de aristas, puede ser desquiciante. Está bañado con una aureola elitista, pero posiblemente no sea mucho mejor que..., yo qué sé, el fútbol. ¿Tú podrías vivir sin música? Ya estamos.