La casa de los artistas
Como era de esperar otra vez intervinieron los artistas brutos. Entre medias, el resto de las pesquisas no habían aportado prácticamente nada. El único detenido, y por cumplir la papeleta, era el capataz de los operarios de Nazca. Se buscaba por toda España y de manera muy intensiva al centroamericano Gumersindo, de quien ya se sabían más cosas. Estuvo casado con una madrileña e incluso hasta hace pocos años tenía abierto un taller y tienda en Segovia; según una página web no actualizada, pero tampoco cerrada, su arte había variado hacia una fuerte preponderancia de la abstracción plasmada en sus pinturas matéricas, y se hablaba de él ubicándole entre los mejores exponentes americanos del informalismo europeo. Tenía dos hijos que, igual que su ex, no querían saber nada de él, le describían como un obsesivo con quien lo cotidiano a su lado se había vuelto un infierno. Sí que se obtuvo, por lo menos, una foto más reciente del sospechoso, que permitía buscarle con más posibilidades de éxito.
Uno de los jóvenes, enfadado con su progenitor, relató un extraño espejismo de cambio social que su padre profesaba muy en secreto, contó que no hacía más que repetir: Ya verás cómo nos cagamos en sus muertos. Nunca concedió más especificaciones. Su otro hijo y su exmujer le tildaban básicamente de pesado, tal vez por no querer perjudicarle. Hasta hacía pocos meses era muy activo en las redes sociales, predominando en sus escritos ese sentimiento algo místico de severas transmutaciones, no del todo definidas, en el porvenir. Jamás había estado detenido, ni siquiera tenía multas.
Con estas limitaciones, algo cabizbajos se dirigieron a la nueva escena del crimen. Orzayun trató de animarle, pero la organización a la que se enfrentaban era robusta, ya que poseía una infraestructura capaz de mantener a sus peones ocultos de manera dilatada. De qué podría servir identificar a más autores cómplices si seguramente llevaban un periodo ya a buen recaudo. Orzayun meditó en voz alta: Podríamos anticiparnos para pescarles in fraganti. Font contestó, derrotado e intuyendo lo que verían más tarde y que ya les habían anticipado que era realmente repulsivo: Tú sabes, Pepe, la cantidad de enciclopedias que existen de la historia del arte... No me mires así, incluso dispones de colecciones de textos que se ocupan únicamente del art brut. ¡La materia es infinita! ¿Estamos perdidos?, preguntó Orzayun. Yo qué sé...
Prolongaron lentamente, ya sin prisas, el viaje a la sierra negra de Guadalajara. Dejándose sorprender en las curvas por chatas casitas cubiertas de las típicas lajas de pizarra del enclave. Bucólico se movía por el campo el ganado, solo coartado por las preciosas vallas construidas a base de apilar piedra sobre piedra, enteramente invadidas por el musgo tras centenares de años soportando las inclemencias del duro invierno. En otros trechos densos robledales circundaban la carretera y en los cambios de rasante, durante los milisegundos en los que el vehículo se deslizaba por el aire, predominaba la sensación de navegar por un territorio de encanto.
Bustamante los aguardaba fumando un pitillo a la entrada de la parcela donde se hallaba la residencia atacada. Los saludos se vieron difuminados por el ruido incesante de la caída del agua seguramente por el rebosadero de alguna presa cercana. Font le rogó que no le contase nada, quería ver la creación libre de prejuicios. El comisario apretó los labios e hinchó los mofletes dando su conformidad. Llegaron a una casa grande y nueva, rodeada de terrenos rentabilizados al centímetro con árboles frutales, hortalizas y otros géneros de la huerta. Abundantes gallinas huidas de cierto emplazamiento colindante hacían su agosto en el terreno sin cuidador. Les condujo Bustamante a una estancia próxima al vestíbulo de la casa. Por adelantado de traspasar un amplio acceso les comunicó que primero verían la instalación, y sonrió irónicamente, de forma estática, y luego con el turbo conectado; ante la incomprensión de ambos les pidió que, por favor, se fiaran de él. El mecanismo de circulación lo pondremos en marcha después, si no genera una rara confusión introducirse no habiéndolo interrumpido. Sí, señores, aquí echaron el resto los artistillas.
Empujó solemne Bustamante las dos hojas de madera de una puerta que franqueaba el paso al salón más grande del edificio. Encima de cinco camas metálicas o, mejor, mesas muy antiguas de hospital, que pudieran ser directamente de necropsias, acomodadas trazando un pentágono, descansaban cinco cadáveres desvestidos de personas envejecidas a las que se les había extraído el corazón y dispuesto bastamente sobre el pecho del finado. Una vez superado este desmedido impacto inicial, y de dar rígidos pasos equivalentes a los de un zombi, centraba la atención las caretas rosadas que tenían puestas las víctimas, ¡caramba!, que no eran tales, sino que les habían arrancado la piel del rostro. Lo rojizo no era otra cosa que musculatura y remanentes tejidos profundos. Macabrísima visión del contraste con las blancas piezas dentarias. Sería demasiado: se obligó a suponer que los desollarían una vez cadáveres. A diferencia de distintos, por titularlos de algún modo, eventos, en este no se cuidaron de dejar la estancia impoluta, todo estaba pringoso, y lo más odioso era la sutil, pero manifiesta, pegajosidad del suelo. Suciedad que simultáneamente se insinuaba en las mesas de forense, provistas de unas canaletas en los bordes destinadas a recoger, y que ciertamente acopiaban, un líquido no muy abundante de carácter sanguinolento macerado, jugo en el que nos disolvemos una vez idos.
Los cinco corazones desalojados estaban unidos, ¿atravesados?, por una manguera roja translúcida que dibujaba un círculo, secretamente anclada a los cuerpos y a las camas; desde la cabecera del pentágono, en la zona más alejada de las puertas de la estancia, emergían de la pared del salón otras dos mangueras, a la altura de unas manos de una fotografía imponente fijada a la pared y al techo, interconectadas con esta estructura plástica tubular en anillo. Era la foto de cuerpo entero en posición invertida de un hombretón al que no le costó esfuerzo reconocer a Font, una vez que logró la distancia suficiente para verlo al completo: ¡Diego Rivera! Tenía unas manazas blancas en la actitud de estirarlas, que era de donde salían las mangueras rojas, de las palmas. Vale, ahora venid, dijo Bustamante. Salieron del salón y tras una seña a un miembro de su equipo el comisario terció nuevamente: ¡Veréis lo que os comentaba de la circulación! Al superar el dintel se activa una célula fotoeléctrica que pone en marcha el carrusel, mirad.
A los pocos segundos de superar de nuevo la puerta se inició un movimiento escalofriante de líquido entre los pechos torturados, con ruido tosco de gorgoteo incluido, como si se pudiesen escuchar sin necesidad de fonendoscopio las restricciones al flujo exteriorizadas en latidos o soplos. Era la humanidad evolucionada en un auténtico panal de interdependencia entre sus individuos. ¡Preparaos que viene lo espectacular! No pudo Font exclamar ¡más!, ya que fue bañado literalmente por un chorro de agua que provenía del techo, era el sistema antiincendios activado que expulsaba el líquido elemento, en esta circunstancia de un color amarillento. Salía de una localización indeterminada, situada entre el ombligo y los genitales de Rivera. Cuando Pepe y Font emprendieron el escabullirse a toda prisa para no darse una ducha de a saber el qué, el mecanismo se detuvo solo. No temáis, es agua con colorante sin más, es inocua, apostilló Bustamante.
Mientras abandonaban el habitáculo Font, francamente impresionado, le susurró al comisario: Tenéis que filmarlo en vídeo. Entiendo que ha sido de su agrado, afirmó Bustamante. ¡Anda ya!, es porque estamos ante una pieza dinámica, sin más. Aunque posiblemente el día de mañana se vuelve historia viva del arte, remató Font con un guiño y deduciendo para sí: Una vez que se detenga ese flujo estaremos muertos. Afuera notó y respiró sin cota un aire limpio.
Se aposentaron en un cálido mirador longitudinal con diáfanos ventanales que daban al campo y a los altos montes cuyas cumbres seguramente se verían blanqueadas en las subsiguientes semanas. Los sitios estaban minuciosamente definidos, aquí existían cinco butacas tipo chaise longue orientadas al infinito de los picos, cada una con una mesita auxiliar, al más puro estilo de La montaña mágica, sumando las mantas de fina lana. Estaban sentados alrededor de una distinguida mesa redonda de hierro con varias sillas, acaso destinada a la partidita de después de las comidas. Por Dios, ¡qué asco de violencia!, se le escapó a Font agitándose los cabellos como para volver en sí. Bustamante relató que se trataba de un grupo de autores, uno incluso seleccionado para concurrir a la Bienal de Venecia, que hacía pocos meses habían podido plasmar su sueño de volver a vivir en comuna, tal cual lo hicieron en Madrid en sus inicios del arte. Ante el ademán de Font de querer más datos, Bustamante los aportó: Este colectivo fue timado en al menos dos ocasiones por empresas constructoras relacionadas con el partido de izquierdas al que pertenecían... Un proyecto de edificación para hace veinte años y que se ha finalizado hace pocas fechas con todos los participantes ya ancianos, como habéis podido observar con vuestros ojos. Y por supuesto, dejándose un mogollón de dinero en el camino. ¡Ah!, soltó Font con poco entusiasmo. ¡Venga, amigo, su interpretación!, exclamó nervioso el comisario, necesitando perentoriamente la droga del análisis que le acoplara al caso.
La pieza evoca con vigor a la mejor artista mexicana, Frida Kahlo, es un expresionismo único combinado con el surrealismo, cargado todo ello con frecuencia de extrema intimidación visual, que se entiende por la vida durísima que tuvo y por el entorno social y político que vivió, de excepcionales cambios en México. Estuvo casada con Diego Rivera, otro gigante, según se ve, también en su porte físico, personificado en la fotografía del techo. Para el creador artístico brut que nos ha tocado hoy, el pintor Rivera chupa la sangre de los semejantes y la devuelve madurada en meados, que pueden ser abono, pero más bien sugiere desprecio. ¿Y por qué a estos?, preguntó Orzayun. Yo creo que por rojos, y de hecho les engañó su propia gente en el tema económico, ¿no? Rivera y Kahlo pertenecían al Partido Comunista, eran amigos de Trotsky y además de André Breton. Continuó: ¡Coño!, que os tendréis que culturizar. Oiga, Bustamante, ya le sonó otra vez el complot ruso, ¿no?
¡Rusos, qué rusos ni leches!, es inmensamente peor, son los millones de sudacas que tenemos aquí camuflados... ¡Joder! Font, luego de reírse dijo: La verdad es que le veo mala solución. ¿Qué piensa? Lo dicho, y que no existe ni siquiera una mínima claridad en lo político, vamos, en el mensaje que se pretende lanzar, ¿de dónde un héroe de la izquierda mundial va a mear sobre los muertos desnudos del pueblo? Va cogiendo esto un fuerte aire, no sé..., a sinsentido. Esta obra está muy elaborada y tiene un componente performativo de peso. Sabéis lo que es una performance o acción, ¿verdad? Sí, estamos ante un metaarte, podríamos definir la pieza de tipo posmoderno. Me gusta, se presentan todos los colores y da lo mismo que estén enfrentados los unos a los otros. Se irradian sensaciones más que perseguir explicar nada. Tiene ambición. Por cierto, es como si un comisario, tras lanzarle una mirada de reojo a Bustamante rectificó, perdón, un comisario de arte, estuviese estimulando a distintos creadores a implicarse en esta especie de maratoniana competición imaginativa. Atención, les encanta filmar la realización de sus creaciones, igual que su aspecto final, y esta es impactante, tal vez dentro de nada vemos por ahí un vídeo con todos los montajes...
La parafernalia de seguridad y periodistas en los exteriores de la autodiseñada residencia de los soñadores, que yacían ya cadáveres, era elocuentemente menor que al principio de estos incidentes violentos, había decaído, la sociedad asimila los fenómenos que vienen a permanecer, por espantosos que puedan ser, a modo de obstáculos crónicos, y se persuade de que las posibilidades de resolverlos son escasas, mejor convivir con ellos y punto, sin ejercer un excesivo desgaste de energías. No dijo ni pío de la descarnada ausencia de rostros y lo que podía sugerir: el quehacer de Giorgio De Chirico. Quizás se hubiese visto obligado a relatar su última charla con Magda.