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Nuevo encuentro en el cactario

Le habían pillado y se encaminaba a Jara Beltrán con la cabeza gacha. Por la mañana Orzayun, en una charla telefónica, le pidió que examinara las fotos de un creador bruto que había sido detenido en Ibiza por sospecha de tráfico de estupefacientes, era un tutelado de Magda y, casualmente, Montse acababa de entregarle las fotografías de su trabajo generado dieciocho años atrás. Creía la policía que si se le persuadía por el tema de las drogas podría inculpar a su jefa. En efecto, de este artista disponían de un sinfín de obras de juventud, imitaban a las de Giorgio De Chirico en absolutamente todas sus etapas. Por lo variada y osada, la trayectoria de este plagiario, para un desconocedor de la historia del arte, era potentísima. ¡Por Dios, cuánto copiador!

Sorprendió a su amigo trabajando en el cactario, le esclareció que de una estación a otra morían bastantes cactus, al comienzo se comía el coco con cada muerte, ya no, sencillamente iban a la basura una vez que se cercioraba de ello, porque a veces, más frecuentemente los diminutos, atesoran una especie de subsistencia vegetativa, latente. Con la boca pequeña, le dijo a Pepe que los dibujos en cuestión le recordaban a los cadáveres sin rostro en la casa de los ancianos. Sí, he visto fotos..., respondió, a la vez que con una pinza limpiaba la multitud de cactus que había ubicado arriba de la elevada mesa de trabajo para no fastidiar su deteriorada espalda. Tuvo que mencionar a De Chirico, por supuesto que sin decir ni pío de su conversación con Magda. De esto no dijiste nada el otro día, aseveró Orzayun. Sí, lo englobé un poco en el expresionismo de Frida Kahlo. Muy mal, Pere, muy mal; Bustamante podría considerar que entorpeces la búsqueda más que otra cosa. Font, que estaba en cuclillas contemplando las flores enanas de un cactus de dimensiones medianas, exclamó nervioso: ¡Me la suda!

A los pocos segundos sintió la sombra del policía a su lado y experimentó un cierto temor, invadió en aquel momento su ángulo de visión la mano extendida con una lente. ¡Es broma, tío! Toma, con esto las observarás mejor, pero, ojo, no la pongas del revés, porque como te vea a ti la inocente flor o alguna arañita que esté por las espinas rondando se dará un susto de muerte. Creo que, sobre todo, nuestras anchas y protruyentes narices deben mantener acojonados a todos los seres vivos del planeta. Y rio.

Retuvieron su atención los minúsculos insectos que iban y venían en largas caravanas por los tallos de las flores. Ante la muda de su semblante, Orzayun habló: Está todo lleno de bichos, ¿a que sí?, con este calor... Mira que me priva la música y el simple ruido, pero no resisto más el zumbar prolongadísimo este año de las moscas. Y no hay nada podrido, te lo garantizo; solo que el calor las hace resucitar a destiempo por millones. Es paradójico, pero como esto siga así, el próximo año pondré refrigeración para mis cactus. Sacó Pepe café para los dos y siguió componiendo sus plantas.

Arriba de una mesa había un tiesto ancho y aplanado, una vetusta batea, lleno de plantas crasas tapizantes entremezcladas que cautivó a Font, muchas estaban aún en flor. Tras terminar la exigente higiene de un cactus muy pinchudo y lleno de telarañas e insectos momificados, Orzayun apostilló: No te creas que a mí me cae bien Bustamante. Ya se sabe: oír, ver y callar. Te digo más, comprendo un poco el desquicie de los artistas brutos. ¿Y eso?, preguntó Font con curiosidad. Sí, el inmovilismo de la realidad a veces te fuerza a querer mandarlo todo a la mierda, pero tu neurosis no es tan bárbara como para destruir las cosas de cualquier manera y quieres hacerlo con una..., podríamos decir, metodología. Estos fracasados sentirán así que se aproximan un poco a la gloria. ¡Y los muertos, Pepe! Bueno, piensa en los de los accidentes de coche o los ahogados en las playas. Es equivalente al azar que de pronto te cae encima y sanseacabó. Sí..., imagínate un ictus, eso, cuántos cientos de ictus habrá en España cada día.

Permaneció en silencio, con los guantes y la palita que le facilitó Pepe debía plantar cactus diminutos en tiestos de plástico marrón pequeños, imaginaba si su amigo no le estaría grabando para obtener de él una confesión. Orzayun retomó la palabra: Con sinceridad te digo que estos acontecimientos se desinflan. Es un secreto mayúsculo, pero quiero que sepas que comienzan a producirse crímenes equiparables en Barcelona y Sevilla. Al final lo que se está consiguiendo es que los mayores talentos con soporte económico de este país paguen a policías en sus horas libres a modo de gorilas y los que no tienen pasta, lo de toda la vida: ¡a joderse! Font serio apostilló: Te estás convirtiendo en un antisistema. ¡Qué va!, exclamó rotundo. ¿Entonces? Pasa que los dilemas sin salida me desquician. ¿De qué demonios hablas? Nada, hombre, nada. Venga, cuéntame... ¡Penélope y su marido!, se están separando, ¿sabes? Font asintió. Pues insiste la muy pesadita en que le amenace con denunciarle para que no lo haga. Realmente alucinado, Font lanzó: Eso no tiene lógica. Ya..., pero es así. De lo contrario no me deja ver a las niñas. ¿Está gilipollas o qué? Es eso, está gilipollas; no se puede hacer nada, ya le di mil vueltas.

Continuó con sus reflexiones relativas a los cactus, le presentó con esmero a Font unas cuantas plantas que para su sorpresa resultó que eran exactamente la misma, la incidencia particular de los rayos solares en cada caso hacía de estos cactus supuestas especies diferentes. El sol da vigor, pero también cuece. Tal cual los humanos, acotó Orzayun, como si nuestras trayectorias fueran experimentales, a ver cómo vamos reaccionando a lo que ocurre. Intervino Font: Es el eterno tema del lugar de vivencia o de observación, ¿por qué no? Font, pilla una ruta que te conozcas al detalle y prueba a practicarla en autobús, la simple elevación de un metro desde tu punto de vista corriente te terminará sugestionando de que estás en otra carretera. Claro, ¡no ves lo mismo! Tu cerebro no lo reconoce igual que lo tenías registrado. En silencio cargaron unos cuantos cactus al coche. Los acarreaban a El Escorial, para evitar las micosis que sufrían por el calor. Tenía la ilusión de que trasportados a una localidad algo más alta el calor no fuese tan intenso. Oye, si son casi señoritas, claridad abundante, pero sol directo poco, ¿con qué nos quedamos? Eso, figuran ser unas jovencitas japonesas, y rio para sí mismo, él sabía lo que se quería decir, tantos años que llevaba cuidándoles.

Fátima ya les tenía preparada la comida, como siempre buenísima. Y con poca o ninguna carne. De postre tuvieron unos deliciosos higos chumbos. Pelados por ella, indudablemente, en caso distinto no sería posible. Por no ofenderla bajaron al apartamento de Font y bebieron un chupito. Invadió la escena un muy exaltado Mark, le acababa de llamar un compadre. Tenía el número del destino, el que saldría en el sorteo de esa tarde. Les costó entender a ambos que Mark había recibido un soplo del número de la lotería caribeña en España que sería agraciado esa noche. ¡Un delito!, exclamó Pepe. Don Pepe, no sea aguafiestas, pol favol. Yo tengo aquí unos derechos adquiridos, ¡pol mis conocimientos y mi antigüedad!, y pol eso me han avisado. Se puso tan pesado que le garantizaron que le acompañarían al sorteo, y entre medias ¡a trabajar! Mark a las chapuzas, Orzayun al jardín y Font a las imágenes en el ordenador.

Mientras veía documentos gráficos incontables de los pintores brutos, en un intento a ciencia cierta estéril de adivinar su próximo golpe, escuchó la conversación de Mark con un jovencísimo familiar de Mohamed, que este le había puesto a su lado de aprendiz. Sé gentil, ¡jodel!, si tienes que il a vel material con el cliente, acompáñale, ya se lo cobrarás luego. De fondo se escuchaba un sutil martilleo, similar al que se ejerce con la cabeza de plástico de un destornillador. El presupuesto es orientativo, después de empezal se sube religiosamente, ni que fuera uno estúpido, ¿veldad? ¿Qué no lo aceptan?, pues puedes cogel material para otra obra en la que estés a buenas con el dueño. Sí, maestro, escuchó Font a lo lejos. No trabajes sin un anticipo, es sagrado, así si te echan pol lo menos te llevas algo en el bolsillo. No tengas prisa por acabal, que te empujen ellos, y si te dejas una herramienta en el sitio del delito, dala pol peldida. ¿A vel quién vuelve?, preguntó para enseguida reírse con pujanza. Maestro, ¿puedo salir a fumar? Abre las orejas, ¡bruto!, que nunca nadie te enseñará esto que es lo que de veldad impolta. En caso de que haga demasiado calol pide una botella con agua que haya pasado por el freezel, si necesitas ayudante ponle de tarifa el doble que de veldad le vayas a pagal. Que las clientas no te paguen con sexo. Hay que sel profesional y no confratelnizar, ¡siempre cobral dinero! ¿Tú sabes, niñato, pol qué me hice fontanero?, y se carcajeó solo para continuar tras varios segundos. El hombre todos los días de su vida tiene que evacual, ¿sabes lo que quiere decil? Sí, sí, maestro, y escenificó una figura un tanto grotesca de pujar con los codos flexionados y los puños apretados hacia su pecho. ¡En las profundidades del mal o en la luna!, se tiene que sental para alivialse. Sonó un teléfono móvil, se oyó hablar en árabe y luego: ¿Le importa, maestro, si salgo a fumar? Vete ya, gilipueltas...

Un largo trecho del viaje hacia Madrid se lo pasó Mark rememorando las deudas que mantenían con él compatriotas que hacían las veces de constructores, pero apoquinaban a sus trabajadores, ilegales a ultranza, a la muerte de un obispo. La hipermemoria de Mark le protegía, ya que, aunque desfilaran los meses, en algún rincón de su conciencia estaban agrupados sus deudores, y aprovechó para enumerarlos de forma detallada y que no se le despistara alguno. Además les contó a Pere y Pepe, como si a ellos eso les pudiese interesar, las deudas que tenían adquiridas con él vecinos de su barrio, a los que les había echado un capote con diversas chapuzas, una de las más frecuentes consistía en restituirles la corriente si la compañía eléctrica se la cortaba por falta de pago. A manera de amenaza velada, una vez terminada su detallada lista, que incluía causas o motivos, indicó que se acordaba perfectamente de la gente que le debía algo en su país, por suerte no continuó en esa línea. A la altura de El Plantío, y para descanso de sus oyentes, se quedó dormido, justo antes de caer en los brazos de Morfeo soltó, interrumpido por un bostezo: ¡Pol Dios, que noches más lalgas las de Europa!

Al compás de sus ronquidos comentaron la curiosa existencia de Mark. Sin verbalizar la palabra, solo deletreándola con la mímica facial, le explicó que se trataba de un enfermo. Muchísimos años atrás se lo remitieron con la presunción diagnóstica de esquizofrenia y él puso del revés el dictamen. Misteriosamente su cuadro clínico era muy similar a otro caso de su maestro ruso Alexander Luria, individuos que lo recuerdan todo, ¡y para el resto de sus días! El neurólogo Oliver Sacks realizó descripciones afines. Le relató que paseó su caso hispano por distintos congresos científicos, hasta le arrastró en persona para que los estudiosos apreciaran in situ sus capacidades y altísimos rendimientos en los test de memoria, del cien por cien. ¿Puedes creer que en vez de juzgar por sí mismos los investigadores asumían que estaban ante un número ordinario de magia? Cuando apenas rozas lo sublime, te haces incrédulo. ¡No fastidies! Sí, me cansé y lo dejé por imposible... Años después se puso en boga lo del síndrome de Asperger, añadió resignado Font. ¡Demonios, el oído absoluto de Glenn Gould!, exclamó Orzayun. Eso, contestó, no sabes la cantidad de colegas psicólogos que a posteriori se han autodiagnosticado de Asperger para justificar sus..., sí, rarezas. ¡Todos son superdotados! Aunque el único genio auténtico en este tema fue Jorge Luis Borges, que describió a Funes el memorioso hace un porrón de años. El muy astuto, seguro se lo inventó. ¿Y eso?, inquirió el poli. Los escritores perspicaces perfilan cuadros clínicos, enfermedades puras y duras, por delante que los médicos y, si no, mira a Dickens o a Stendhal.

Orzayun lamentó que Mark no parase de evocar aburridos temas laborales repetidos al infinito. Bueno, también se vanagloria de poder retrotraerse con lujo de distinciones a todos sus encuentros amorosos. ¡Es parecido o peor!, exclamó Orzayun, otra maldición es el sexo. Te animaliza. Si por lo menos su retentiva la aplicase..., no sé, para la música o cualquier otro cometido mínimamente enaltecedor de lo espiritual, pero, sin cultura, ya me dirás, ¿de dónde? Habló Font: Aprenderse una enciclopedia es semejante de inútil si no puedes conectar los contenidos. En el pecado va la penitencia, si no escuchas al otro, te quedas solo, desterrado. Recordar todo es detener la vida. ¡Hay que matar el pasado!, al menos un pedazo. De no hacerlo estamos condenados a no poder pensar. Sin capacidad de síntesis no existe el concepto de conjunto, ¡son imposibles las extrapolaciones!, todo adquiere un tamaño mastodóntico, inmanejable, huella que es basura, inútil. Caramba, dijo Orzayun, así como otros donan sangre, Mark podría donar memoria. ¡Tratamiento para el Alzheimer! ¿A ver qué recuerdos le vas a trasplantar a un abuelito castellano? Es verdad, reconoció Orzayun. Quizás le recompongamos la remembranza, pero se vuelve majara por adquirir una historia interior incompatible. Me ha dejado alucinado lo de Borges.

Tras una pausa, al tomar una rotonda muy abarrotada, Font recuperó el coloquio: Ahora que estás enrollado con las vanguardias artísticas... Se dice que la pintura abstracta la inventó Balzac. ¡Anda ya! Si dijiste que era otro francés, el de la montaña esa. Sí, Cézanne. Y más agitadores del oficio, no sé, Kandinsky y Mondrian. Pero Balzac, en un texto bastante previo, La obra maestra desconocida, ya intuye lo que podríamos llamar sin duda el primer cuadro abstracto de la humanidad. ¡La vislumbra mucho antes de que un artista de carne y hueso sea capaz de cristalizarla! Tanto jaleo que os traéis con la pintura abstracta, intervino Orzayun, la música siempre lo ha sido y no presume de ello. Mejor todavía, está construida con retazos de sensaciones. Al ser no verbal, aunque se inspire en motivos que pueden ser muy determinados, por definición es abstracta. Sí, sí, aseguró Font, ¡pero mucho más desde que emergió la atonalidad! Mira Stravinski, o Schönberg, que además era pintor. Simulando exaltación suplicó Orzayun: Por favor, no menciones a ese austríaco. Es el triunfo de lo antinatural. De puro humano su arte se vuelve un horror.

Lógico, corroboró Font, mira, si fuerzas la materia, puedes pretender encarnar en una obra de arte lo incomprensible, lo inexpresable, ¡al mismo Creador!, en fin, aquello que está más allá de nuestro pensamiento. ¡Caracoles!, en todo hay grados, concedió finalmente Font, ocurre también en la pintura, no puedes comparar la creación abstracta teutona de un Kandinsky con la abstracción latina, yo qué sé, de un Picasso, que la dulcifica de forma sustancial a través del cubismo. Le tocaba a Orzayun: Es lo estándar, luteranos versus papistas. Rigidez frente a la flexibilidad extrema, incluida la picaresca. ¡Están como el coño!, de qué cojones hablan, Mark había despertado.

Circularon hasta una considerable superficie del cinturón sur de Madrid que se dedicaba a la compraventa de máquinas de construcción usadas y descartes de material de obra. En el formidable sótano, por separado de la sede en España del sorteo de la lotería caribeña, existía un bar con una minidiscoteca que tenía una plataforma elevada y una grandísima pantalla de esas que se emplean para ver los partidos de fútbol de la selección. Se repetían imparables estridentes vídeos de bachata, que los asistentes seguían tarareando las canciones interpretadas y moldeando severos movimientos de hombros y caderas. La hora del sorteo era a las nueve, pero a las nueve y media se anunció por los altavoces que se llevaría a cabo a las diez. El perfil más bien tosco del auditorio cuando llegaron, plagado de mocetones rústicos e incluso, en ocasiones, malolientes, fue ablandándose; guapas jovencitas con cintura de avispa se hicieron dueñas del estrado con sus sonrisas y contoneantes caderas de pantalones ajustadísimos. Su interés era que los tíos mejor presentados les pagasen una cubeta de botellines de cerveza que, a poco espabilado que uno estuviera, consumían escasamente y dejaban a buen recaudo con quien atendía la barra, seguramente que para luego permutarlos por dinero contante y sonante. Font y Orzayun, más este último por la profunda decepción que sufría con el asunto de su hija, se dedicaron a vivir intensamente el evento, al estilo de los huéspedes de un hotel tout compris del caribe. De continuo se les arrimaba un Mark nervioso para recordarles que él les indicaría el instante exacto de realizar la apuesta, debía ser en el último momento para no levantar sospechas.

Casi a las diez hicieron acto de presencia unos sujetos fornidos de raza negra ataviados de chaqueta y corbata oscuras que se dispusieron delante de una mesa sobre la que gravitaba una cesta con un sinfín de bolas en su interior. Ninguno vestía el traje de su talla, o muy ceñido o muy holgado, seguro canjeándoselos hubieran estado los tres estupendos. Fumaban cigarros puros y su imagen pasó a verse, aunque algo descolorida, en la pantalla gigante, el más fogueado desarrolló, a través de la megafonía, un simulacro de discurso institucional en el que ponía por las nubes la autogestión americana en España, como ejemplo de adaptación del hombre de bien al medio. En la pista, un muy excitado Mark marcaba, solitario, los pasos de baile a la manera de un autómata, porque la música había cesado desde hacía unos breves minutos, cuando hicieron acto de presencia los jerarcas.

Después, con una muchacha de cada brazo, les hizo una seña a los dos, que le siguieron a la ventanilla cumplidamente enrejada donde se efectuaban las apuestas, recordaba los comercios de farmacia de hace no demasiados años, con los mostradores firmemente parapetados frente a los atracos. Los tres apostaron, según lo acordado, diez euros al número ciento veinticinco. Prendió un murmullo como un reguero de pólvora: ¡Trampa, trampa, trampa! Detrás de Orzayun se cerró con violencia la ventanilla de las apuestas, ya no se aceptaban más. No les dio tiempo de retornar a su mesa, ya que uno de los encorbatados en la pantalla gritaba enardecido: ¡Felicitaciones a los dueños del número ciento veinticinco! En ese instante se toparon con Mark que regresaba de modo precipitado hacia ellos, ahora sin las chicas, y los arrastró a la oficina de la ventanilla.

Desde el interior les franquearon la entrada por una puerta también enrejada, volviendo a cerrarla a cal y canto tras ellos, todos los que estaban dentro se dirigieron hacia la ventanilla y desde ese ángulo, semiagachados y con evidentes limitaciones de espacio, contemplaron, igual que si estuvieran viendo una película, de qué manera el tumulto crecía por segundos. Procuraba imponerse a la aglomeración aturdida la voz resonante del locutor agradeciendo a todos su colaboración e invitándoles para el sorteo de la siguiente semana. Tres amortiguadas detonaciones al aire hicieron salir en estampida a todo el mundo, salvo a los trabajadores de la oficina de lotería, que no se alteraron. Ya sin testigos les entregaron a Pepe, Mark y Pere Font sus premios de mil euros para cada uno que, una vez descontados los impuestos para los administradores del sorteo, se transformaron en quinientos. Con todo terminado los encorbatados estaban nuevamente sentados a la mesa del sorteo consumiendo litronas y con sus evidentes pistolones descansando en ella, a un lado quedó el cesto empleado para extraer el número afortunado. Antony Santos cantaba en la gran pantalla al lado de Tito El Bambino con extraordinaria gracia meridional: «Nadie igualará tu obra de arte...», tras un fundido se veía a los loteros en la pantalla, y a un tiempo se les oía, conversaban acerca de un deportista famoso, parecía que de béisbol.

En la calle, unos pocos compatriotas le afearon su proceder a Mark y sus acompañantes, les gritaron que habían jugado con la ilusión del pueblo y que eso era un pecado muy grave. Mark les insultó hijos de su madre y gonorreas... Cuando el apuro empezaba a desmadrarse y no sabía Orzayun si sacar a relucir sus poderosas razones, pasó por la calle un coche patrulla de la policía nacional que indujo el raudo desvanecimiento de las intimidaciones y la súbita evaporación del flamante trío ganador del sorteo. Les bastó llegar a la concurrida calle Ronda de Valencia para, sin dirigirse la mirada, carcajearse los tres a la vez.

Enfilaron a un pequeño restaurante latino de la calle Santa María de la Cabeza, y aunque pidieron lo mejor de la carta la cuenta final acumuló un monto ridículo. Estaban entonados y se adentraron en un club situado en la misma calle. En aquel lugar se hallaban otra vez las preciosas muchachas poseedoras de una cintura de cine. Una insistió en atraer a un alborozado Orzayun a una habitación adjunta, no tuvo excusa porque sus compañeros le pagaron el servicio por adelantado. Una vez que la pareja abandonó la estancia la música bachatera enmudeció y empezaron a oírse, sin necesidad de altavoz, los suspiros y requiebros cada vez más brutales de la chica, que ágiles atravesaron pasillos y pladures, cómo sería que al reaparecer Pepe hizo un ademán de abrir las manos al máximo y apretar los labios que motivó la risa de sus compinches. Estuvieron allí contabilizando sus ganancias, a Mark no le llamó la atención en lo más mínimo que Orzayun fuera policía, y eso les produjo más gracia todavía. A las tres de la madrugada se dispersaron. Mark se despidió diciendo: Bendición, ¡suelte! Orzayun y Font, por no coger el coche, se quedaron a dormir en un hotelito de Moncloa.