Orden en el garaje
No sabe con precisión para qué, pero se está preparando. Sí, ha empezado de una manera casi tonta, aunque peor es nada. Pone orden en el garaje del chalé de Pozuelo, ya que arrastra varios meses sin poder guardar el coche por la incontable cantidad de objetos atravesados que se han ido acumulando. El entretenimiento le libera de recalar en el mismo tema. Ya..., es un ciclo que se cierra, pero no se convence de ello. Lo último ha sido la muerte de Abdul, por poco centenario, se fue a dormir y no despertó. Debe darse prisa, en ningún caso dejará de ir a El Palacio, la fragilidad se palpa de continuo. El cartero llevó una carta certificada urgente. ¡Por fin le pillo! Conjeturó que sería de Hacienda. Finalmente era del Rectorado, le conminaban a que respondiese en menos de cuarenta y ocho horas si va a participar en la vigésima segunda edición del Curso de liderazgo europeo: La universidad de mañana es hoy, impartido por los directivos y gestores en activo de la Universidad Complutense. ¡Garantía de éxito si aspiras a prosperar en nuestra institución! El curso otorgaba, simultáneamente, veinte puntos de formación para la dirección por objetivos del año académico.
Descubrió, entre un sinfín de trastos, un cactus que no asimiló de qué manera continuaba vivo, prácticamente reseco, pero estaba claro que tenía un par de brotes verdes, lo acomodó en un alféizar y le echó un vaso de agua por encima. Corta sensibilidad la suya de antaño. Le produjo una impresión tremenda escuchar sorpresivamente a su mujer por detrás: ¿Qué haces aquí? ¿Estás loco? ¡Con el frío que hace!
Al rato tomaban un café en el office de la cocina que empleaban de comedor de diario, a través de su resplandeciente ventana se apreciaban unas gráciles hojas de enredadera de un color ya morado. Ella se hizo un minibocadillo de jamón, él eligió una fruta. Un par de veces que se levantó la vio de cuerpo entero, calzaba tacones, y reflexionó: Estas rusas siempre tan elegantes, pero no lo sintió. Georgina reconoció que la morena tiroteada en El Palacio era maja, las fotos de su cadáver se publicaron en todos los periódicos, parecía una modelo arreglada expresamente para un reportaje de una revista del corazón. En cualquier caso, avisó, no se fiaba de que las fechorías no se repitieran. Él razonó que Magda estaba corta de potencia, ¿discursiva?, pero portaba simiente para aburrir.
Por cambiar de tema le preguntó qué tal iba con los suicidas, a Georgina Power se le torcieron las líneas de la cara, era equivalente a que si le hubiesen preguntado por Sergio. Se incorporó de la mesa con brusquedad y se puso a recogerla, pronto revirtió a su ser y le profundizó su tarea, estaba un poco decepcionada, la gente recurría al Teléfono de la Esperanza más que nada por aislamiento, no porque se quisieran suicidar. Quien realmente lo desea da el salto, y ya está. Sacó el tema de Aranjuez y se puso muy seria, el desahucio era inminente. No tenía ni idea de lo que harían. Son once personas y ¡las mascotas!, exclamó extendiendo hacia arriba el brazo derecho. Tu hija ha jurado que jamás vendría a este chalé. Igual os apañáis, avaló Pere. Dice que ni loca, que antes se va debajo de un puente. ¡Qué exagerada!, ya sabes que de lo mío, si hay algo que sea mío o tuyo, puedes disponer lo que quieras. Si ya lo hago. Lo que sucede es que, si alquilamos cualquier cosa, aunque sea remotamente parecida a lo de Aranjuez, nos vamos derecho a la ruina. ¿Y por qué no El Palacio?, hay espacio abundante y jardín, aseguró Pere. No sé si Ester querrá...
A media tarde le daba vueltas a la humedad de la pared de su saloncito de estar, como si eso le fuese a abrir la mente para emborronar unas cuartillas con su autobiografía. Alzó la mirada y leyó: «Nadie igualará tu obra de arte». Le telefoneó Georgina, ¡qué rollo!, sentía molestarlo, pero en ese preciso instante les estaban poniendo de patitas en la calle con todos sus enseres y no sabían qué hacer. Pere encontró a Mohamed en el jardín moviendo las tierras de la tarea inconclusa de Orzayun, le resumió la situación y sobre la marcha se comprometió a estar en Aranjuez en un par de horas.
Y así fue, a los pocos minutos de arribar Pere y constatar el caos que había hicieron acto de presencia Mohamed y un primo con una furgoneta de tamaño voluminoso, prácticamente sin mediar palabra se pusieron a cargar en el vehículo los muebles que los agentes de la autoridad habían conminado a colocar en la vía pública, para él y su familiar eso significaba una rutina. Una tenue pero persistente lluvia interfería con los últimos acomodos. Había caído ya la noche cuando los niños y sus madres subieron a los coches. El acompañante de Mohamed viajó en el recinto trasero de la furgoneta como si fuera un bulto más, con las mascotas, liberó así su asiento de copiloto para una de las mamás del grupo. Ester apenas cruzó palabra ni miradas con su padre, si bien él estuvo afectuoso con ella y todos los demás, era consciente de que su contexto resultaba agobiante y necesitaban apoyo. Hicieron el viaje en caravana y debido a que la furgoneta iba llena tardaron más de dos horas y media en llegar, con los chavales agotados y llorosos.
Montse y Fátima tenían todo preparado, la comida y las habitaciones calientes para todos. Fue un poco desastre porque a los chiquillos no les gustó la cena de Fátima y muy probablemente tampoco a las madres, ya que eran vegetarianos estrictos. Mohamed, su primo y Font se mantuvieron todavía un tiempo descargando la furgoneta e introduciendo los enseres en la casa, entonces llovía con más fuerza. Al acabar se marcharon, debido a que tenían que reponer el vehículo. Por fin se sentó a la mesa a tomar algo. Le llamó una enormidad la atención que Georgina se pusiera a su lado y le dijera rozando su mano con la suya: Gracias, amor.
Las desavenencias entre las recién llegadas y Fátima y Montse no se hicieron esperar, venían ellas para mandar y hacerlo todo, sin vacilaciones, a su manera. Fátima se despidió enseguida, estaba en El Palacio mayormente por Abdul; tenía otra oferta de trabajo en una casa próxima y decidió aceptarla, Font le entregó una paga entera adelantada. Dejó la puerta abierta para que él se desplazara las veces que quisiera a por fruta y verdura. Le apenó en lo más profundo que las jóvenes madres y su esposa le dispensaran un trato tan frío a la, en esas jornadas, abatidísima Montse, creyó deducir que era simplemente por ser familiar de un policía. No quería ni pensarlo, no estaba para amargarse.
En lapidario silencio fueron la sobrina de Orzayun y Font a Los Madrazo a restituir los equipos informáticos, no estaba Bustamante, así que tras la firma de un justificante lo dejaron todo poco más o menos que en la puerta de la comisaría. Por la tarde le contactó y le estuvo contando que se seguían realizando acciones artísticas criminales, pero muy alejadas en crueldad de las que implantó Magda junto con sus artistas brutos. Recordaron, afectados, el manifiesto vacío que había dejado Orzayun, convinieron en verse un día en el que Font se acercara por Madrid.
De noche, se entretenía mirando la mancha protoplásmica con su poderoso resultado hipnótico en el momento que entró en su saloncito Ester, lo recorrió, lo mismo que el dormitorio y el cuarto de baño: No está mal el pisito. Para nada, respondió Pere. ¿Y eso? Qué dice..., a ver: «Nadie igualará tu obra de arte». ¿Qué significa? Eso quisiera saber yo, es el estribillo de una canción que le embrujaba a un amigo. La buscó en internet y la hizo sonar en la versión del propio Antony Santos. Tras escucharla unos segundos, pero más bien al percibir el ritmo, su hija le hizo un cariño en el moflete deshidratado y seco que se le había quedado. ¡Venga, a cenar! Otra cosa papi, este Mohamed es un poco machista, ¿no? Sin darle oportunidad para decir nada dio media vuelta y dejó la estancia, y Font resignado fue con ella hacia el comedor. Mark cantaba «Nadie igualará tu obra de arte» y miraba hacia arriba en lo que semejaba un paso de baile, pero en realidad, ¡era ver la luz más potente que venía de lo alto! Y se amortiguaba con colores cálidos hasta desvanecerse en una lluvia como de nieve. Todo en milésimas, sin que nadie se diera cuenta, ni siquiera el doctor Font. Así pues, la frase sobre su rostro a modo de INRI dejó una inagotable sinestesia de torrente de estrellas encima de la frente y el particular aire de Font. Que algo barruntaría cuando no la borró. Mark vivía petrificado en un soplo excelso. Como si fuese posible que un bosque derivase en coral.
Al día siguiente estuvo con Mohamed y Montse distribuyendo las cajas de pinturas de los artistas brutos en la que fue vivienda de Abdul, aparte del material informático elaborado en discos con múltiples copias de seguridad. Un juego de todo acarrearían a Barcelona, para poder continuar ella sus estudios acerca del tema. Se ofreció Mohamed a impermeabilizar eficazmente el techo de la casita de madera con brea, para que jamás se pudieran deteriorar por el agua las piezas almacenadas. Y pondría un doble candado en la puerta y ventanas. Una guarida inexpugnable para conservar el más grande tesoro, emplazado al lado del decano de los bancos. Temía que un día los niños emplearan esas obras como elementos de juego. Le manifestaron que seguramente le visitarían en América, lo que le produjo una sincera alegría. Atardecía, y al lado de la casa principal, próximos a la enredadera y los rosales donde Abdul le dijo que era un hábil jardinero, les cogió él de la mano, ellos también se enlazaron, prácticamente listos para ponerse a girar como los peques, y juró: La memoria de Pepe nos mantendrá unidos siempre... No pudo evitar llorar y se marchó a su piso. Con la edad se hace largo el invierno, y después incluso el verano.
En pocas fechas las chicas habían organizado en El Palacio una auténtica comunidad educativa con aulas, gimnasio, huerta y área de juegos. Les educaban, decían, en libertad e igualdad. A él los hijos de Ester tenían terminantemente prohibido decirle abuelo, le llamaban Pere, sin más. De sus nietos dos eran chicas y uno varón. Era muy niño, pero hacía una crítica feroz de la formación que recibía, más de dos tardes se había colado en la vivienda de Font para desquitarse de lo que tildaba de tonterías de su madre y sus amigas. Se creen directoras de un colegio de siete mil alumnos y les sobran tres ceros, asegura, para reírse él solo. Lo que más me fastidia es que nos llamen chicas a todos. Pero bueno, no pienses que soy gili, juego con las niñas..., si puedo, a que soy el papá. Font no había mostrado mayor interés por esa ocupación. El chico, parecido a los gatos, así como surge se marcha. A veces le hacía preguntas con relación a sus padres y abuelos, los del mismo Font. No sabía Pere si se enteraba o no de algo.
Un día entró a su apartamento Ester hecha un basilisco, que una de las chiquillas se había chivado de que su niño estaba meando de pie. Font con paciencia puso cara de ¿y qué? Pues imagínate, que debe hacerlo sentado en el váter, igual para todos, como las chicas; además, para que no salpique y enguarre la taza... Frente a la nueva interrogación de su padre, auxiliado por la fisonomía, ella respondió: No serás tú quien le está enseñando. ¿El qué? ¡Coño!, a mear de pie. Virgen santa, proclamó Pere y entornó los párpados. Tras un profundo suspiro, Ester exclamó: De tonta tengo lo que me hago. Él no había escuchado jamás análoga expresión. Pasó al cuarto de baño y al salir dijo: ¡Jolines! Ya lo entiendo, hazme un favor, mañana sin falta pones una cortina, fijo que te ha visto y te está imitando. ¡Los tíos pensáis con los testículos! ¡Ay, hija, en este caso será con los riñones!, dijo divertido para enseguida continuar. Cada uno tiene sus servidumbres, yo de joven tuve otras. Que ya pasaron a la historia, aunque, es verdad, algunas persisten. Si con tu discursito quieres hacerte el perspicaz conmigo, lo siento, no me llega.
Con las otras madres casi no había cruzado palabra, únicamente las veía en las comidas y con la algarabía de los críos, las mascotas y la emisora a todo volumen era absurdo pretender hilvanar más de tres frases. Tampoco se hacía muchas ilusiones. Georgina cada vez transcurría más rato en el apartamento del sótano, simplemente estaba allí, las más de las veces haciendo ganchillo, otras leyendo. Eso cuando no estaba en Guadarrama, atendiendo el Teléfono de la Esperanza, a donde iba tres tardes por semana y permanecía un par de horas. Al terminar, las compañeras de ese turno se congregaban en una cafetería vecina a comentar sus casos, que ya todas conocían. Vamos, los actualizaban. Tenía notoriamente menos llamadas con enjundia que en Madrid. De modo habitual acababan hablando de sus contrariedades propias y su particular añoranza. A Pere le daba la impresión de que Georgina asimismo huía un poco de los jóvenes y sus incansables juegos. Pareciera que al comienzo le hubiesen divertido y luego ya menos, por lo reiterados, quizás.
Gracias a la entrañable complicidad de Fátima continuaba acercándose a la huerta a por verduras. El solitario desfiladero era su refugio. Iba conociendo todos los meandros del riachuelo, y con las nuevas lluvias lo veía crecer como a un infante. Le divertían los patos que alertados por su presencia salían graznando y las vigorosas nutrias. Tenía identificadas un par de zonas del sendero preferidas de las culebras, donde salían a robustecerse con la energía solar. Al deambular por el muro de las chumberas no podía evitar persignarse en recuerdo del bueno de Nerval, al ir y al descender. Los días que quería revivir a Orzayun, cuando de verdad le necesitaba, no tenía más que subir a la última planta donde los cactus que llevó progresaban con una salud envidiable. Las nevadas les eran indiferentes mientras estuvieran bajo cubierta, y ni qué decir si estaban orientados al sur, ¡esos están geniales! Nadie subía a esa planta, claro, hasta que sea ocupada por los cachorros, como escenario de sus descubrimientos.