Este libro debe algo (una conversación, un correo oportuno, un contacto, un dato valioso, una corrección) a cada una de las siguientes personas: Diego Arroyo, Jacobo Borges, Rafael Cadenas, Minerva Calderón, Simón Alberto Consalvi, Catalina Labarca y Paulina Retamales (en Chile), Ricardo Isea, Matilde Lancini, Abilio Padrón, Teodoro Petkoff, Florencio Quintero, Milagros Socorro, Vasco Szinetar, Alberto Valero, Carlos Wynter Melo y Mario García (en Panamá) y Luis Yslas.
A esta lista debo agregar dos nombres íntimamente ligados a la escritura de esta novela. El primero es Oswaldo Barreto, con quien sostuve un encuentro inicial de más de cinco horas. Solo después de esa conversación caí en cuenta de lo que implicaba escribir sobre Darío Lancini y fue entonces que vi la novela.
El otro nombre es, por supuesto, el de Antonieta Madrid. Antonieta fue la proveedora principal de anécdotas, fechas, textos, fotos, recuerdos sobre Darío Lancini, con quien compartió treinta y seis años de amores, viajes y escritura. A ella todo mi agradecimiento por el apoyo y por permitirme reinventar, al antojo de la ficción, pasajes importantes de su vida. Esta también es su historia.
Esta novela toma prestados fragmentos de obras y textos pertenecientes a otros autores.
En el capítulo 5 utilicé varios fragmentos del diario de Roxana Vargas. A mediados de 2010, cuando comencé a escribir la novela, su blog personal, donde narró de principio a fin su infierno, aún se podía leer. Para el momento en que redacto estas palabras, el blog ha sido cerrado. Solo permanecen la dirección (princesasanas.blogspot.com), su título («Ana y Mia mis Reinas y Nosotras sus Princesas») y una frase de Roxana como epitafio («Todo lo que me alimenta me destruye»).
Para crear el personaje del doctor Montesinos fue de mucha ayuda la sugerente, oscura, perturbadora autobiografía de Edmundo Chirinos, que también puede ser consultada en la página personal del psiquiatra más conocido de Venezuela.
El «Texto comprimido por la censura» es de Darío Lancini y fue publicado junto a una evocación hecha por Arturo Gutiérrez Plaza en el Papel Literario del diario El Nacional el 14 de agosto de 2010. El desciframiento de ese acertijo, tal y como se plantea aquí, lo hice yo. Aunque no soy el único: sé que Hildegard Acosta también lo intentó con éxito.
En el capítulo 13, el verso que pongo en boca de Arnaldo Acosta Bello pertenece, en realidad, a Rafael Cadenas: «Un paisaje insomne que hable para él», del poema «Esbirro».
Los anagramas «Théodore Géricault: l’orage déchire tout» y «Le radeau de La Méduse: au-delà de la démesure» pertenecen al hermoso libro Anagrammes renversantes ou Le sens caché du monde, de Étienne Klein y Jacques Perry-Salkow.
La explicación de la teoría de los anagramas fue tomada del libro Semiótica del anagrama: La hipótesis anagramática de Ferdinand de Saussure, de Raúl Rodríguez Ferrándiz.
Hay más apropiaciones y juegos intertextuales a lo largo de la novela. Allí están las claves para remontarse a la fuente. Explicar estas cosas tiene tanta gracia como explicar un chiste, pero esta época tan crédula de «la originalidad», más kodámica que borgeana, obliga a estas aclaratorias y a una más:
Aunque está inspirada en dolorosos sucesos ocurridos en la Venezuela de los últimos años, esta es una obra de ficción.
R. B. C.