Capítulo 25

Me despierto tal y como cuando llegué a este mundo: chillando y pataleando. Estoy empapada en sudor y me duelen los brazos y las piernas, pero, cuando olfateo mi ropa, huele a mar.

Me estremezco, el movimiento me provoca un calambre en las extremidades. Tengo las muñecas inmovilizadas por encima de la cabeza, que me duele. Estoy atada a un poste. Grito al sentir el roce áspero de la madera en la espalda y forcejeo para tratar de soltarme.

Los centauros me han metido en una tienda de campaña, el entorno se oscurece a medida que el sol comienza a descender al otro lado de los muros de lona. Apolo y Teseo están atados a unos dos postes, mis gritos no han conseguido despertarlos. Apolo duerme profundamente, sus rizos castaños penden sobre sus ojos. Teseo no tiene tanto encanto cuando está dormido, ronca un poco y le cae un reguero de baba por la comisura de los labios.

Hay otra prisionera atada a un poste, a mi lado, con la cabeza inmóvil y la barbilla apoyada en el pecho. Tiene las mejillas manchadas de barro y un corte profundo en la ceja derecha. Lleva puesto un quitón de cuero y una coraza de bronce, salpicada de sangre seca.

—¿Lita?

Lanzo un chillido cargado de rabia y espanto, vuelvo a forcejear con las amarras. Hinco el dedo índice en las ataduras, palpando el nudo de la correa de cuero.

—¡Lita! ¡Despierta!

Ella profiere un gemido como única respuesta. Girando las muñecas hacia delante y hacia atrás, hago girar el nudo hacia mis dedos. Es una labor penosa y la correa está tan apretada que me despelleja las muñecas. Dejo el nudo a mi alcance y logro deshacerlo. Le daré las gracias a Pirro por enseñarme este truco si alguna vez logro regresar a Esparta.

Una vez liberada del poste, me acerco a mi amiga, la más consciente de los tres. A pesar de los asombrosos poderes del Olimpo, de poco sirven cuando el dios en cuestión está inconsciente y babeando sobre su hombro. Otro gemido escapa de los labios de Lita mientras inclina la cabeza hacia un lado.

La desato y Lita cae entre mis brazos. Le aparto un mechón de pelo para examinar la herida que tiene en la frente.

—Lita, ¿qué estás haciendo aquí?

—La reliquia familiar —responde, aleteando los párpados, mientras trata de recobrar la consciencia—. La que mi hermana me envió a buscar.

Me quedo inmóvil.

—¿Qué?

—La reliquia fue robada por los centauros. —Su voz es poco más que un susurro—. Un regalo de nuestro padre. La recuperé y hui, pero los centauros me capturaron de camino a Tebas. Tengo que recuperarla.

Alguien vendrá pronto a ver cómo estamos y no quiero que me sorprendan. Podrían recurrir a algo más contundente para inmovilizarnos, como unas cadenas.

Tras depositar a Lita en el suelo con suavidad, me acerco rápidamente a Apolo y Teseo y comienzo a abofetearles. Tozudo hasta dormido, Apolo permanece inconsciente, mientras que Teseo se despierta con una sacudida. Le cubro la boca con la mano antes de que pueda gritar y atraer a un ejército de centauros hacia la tienda. Una vez liberado de sus amarras, cae al suelo. A continuación desato a Apolo y lo sujeto antes de que se desplome. Presiono los labios sobre su muñeca, que está fría como un muerto. Percibo un leve pulso. Suspiro a través de la nariz. Con suavidad, le aparto unos rizos de la frente sudorosa y le deslizo el pulgar por los labios.

—Gracias a Tique. No podría haber hecho esto sin ti.

—Se te habría partido el corazón. —Entorna los ojos, luego los vuelve a cerrar mientras se afana por recobrarse. Vuelve a caer rendido, pero no sin antes añadir—: No tardarán en venir a ver cómo estamos.

Lita se acerca a Teseo, con los brazos en jarras. Esboza una sonrisita.

—Te rodeas de gente muy peculiar, Dafne. Me apena ver que has cambiado a tu compañero de cuatro patas por esta sabandija inútil. El lobo te habría resultado mucho más útil, dadas las circunstancias.

—¿Lita? ¿Así te haces llamar ahora? —Teseo escupe un poco de tierra y mira a mi amiga con gesto desafiante. Se pone en pie y se sacude la tierra de la ropa—. ¿Tenéis algún plan brillante para sacarnos de aquí o debo resignarme a que los centauros vuelvan a atarme y a drogarme?

—No nos iremos sin el caduceo —replico, mientras abro la puerta de la tienda.

Recibo un puñetazo en el abdomen. Me encojo, sujetándome el estómago. El centauro fornido, Euritión, irrumpe dentro de la tienda con gesto enardecido. Teseo no tiene tiempo de reaccionar antes de que el recién llegado le arree una coz en el estómago. Se desploma sobre una pila de cajas.

Con un grito feroz, Lita se lanza sobre la espalda del centauro. Comienza a aporrearlo. Apenas consigue hacerle un rasguño antes de que Euritión se la quite de encima y la arroje sobre Teseo.

Se repite la historia del Minotauro. Me invade el pánico cuando me agarra del pelo. Suelto un grito ahogado. Me está levantando en vilo.

Lita y Teseo se levantan de entre las cajas a duras penas. Ven que el centauro me tiene agarrada. Ponen los ojos como platos cuando Euritión me sujeta el cuello entre los dedos, tan largos que me lo rodea por completo.

—Si dais un paso más —dice, apretando más fuerte—, le partiré su patético cuello.

Le hinco las uñas. Pataleo inútilmente mientras me embarga una oleada tras otra de pánico. No hay manera de que me suelte, me aprieta cada vez más con cada aliento que tomo. Se me empieza a nublar la vista.

—Iremos contigo, Euritión, sin rechistar. —Apolo se ha puesto en pie por detrás del centauro—. Pero, si la matas, el Olimpo descargará su furia sobre Foloi y no quedará un solo centauro con vida.

—¿Sientes algo especial hacia esta mortal? —inquiere el centauro con desdén.

Apolo asiente con la cabeza, frunciendo el ceño.

Lita alza lentamente los brazos antes de postrarse en el suelo. Apoya la nariz en la tierra y Teseo hace lo propio.

—Traed las cuerdas —exclama Euritión.

Entran más centauros en la tienda. Después de atar a Lita y a Teseo, con Apolo entre ambos, me deja finalmente en el suelo. Empiezo a resollar, se me saltan las lágrimas. Pero Euritión no me deja recobrar el aliento; me levanta y me ata las manos con el mismo movimiento.

—Esperaba más resistencia por tu parte. —Ladea la cabeza—. Qué lástima. Me habría encantado tener una excusa para desfigurar este rostro humano e insolente.

Nos sacan a rastras de la tienda. Me tiemblan los labios, siento una mezcla de vergüenza y espanto.

El centauro tiene razón. No he plantado cara y, según parece, ahora tendré que ver morir a mis amigos a causa de mi pasividad.