Capítulo 10

 

Para Brett cada vez estaba más claro que sus padres no tenían intención de permitir que Sunny se ganara su corazón. La ignoraban por completo o la escuchaban educadamente y luego despreciaban claramente su opinión. Era descorazonador ver cómo ella trataba de agradar sin ningún resultado. A pesar de todo, Sunny continuaba con una resplandeciente sonrisa en los labios.

Brett miró los zapatos femeninos olvidados al pie de la cama. Él era el último en vestirse y la soledad del dormitorio le permitía deleitarse sin reparos con aquellos objetos femeninos que coloreaban su masculina estancia.

Los zapatos volvieron a captar su atención. Eran vulgares, prácticos, sin nada excepcional que los hicieran especiales. Y, sin embargo, lo invitaban a mirarlos embelesado. Parecían hechos a propósito para complementar su habitación. Como si la presencia de una mujer hubiera sido necesaria y, finalmente, hubiera ocurrido.

Los pantalones de Sunny también reposaban descuidadamente sobre la cama y la camisa tenía una manga extendida hacia el lado de Brett. «Su lado». Por una noche, aquel colchón había tenido dos espacios claramente delimitados: uno para ella, otro para él.

Brett tomó el jersey que había dejado sobre su almohada y aspiró su aroma. Debería haberlo quitado de allí, pero lo dejó de nuevo donde estaba, con la esperanza de que aquel olor impregnara sus sueños.

Se puso la chaqueta del traje y salió del dormitorio. En el salón esperaban Sunny y sus padres. Ella estaba de espaldas, pero giró de inmediato al oír sus pasos.

Se había puesto el traje rojo y estaba espectacular. No podía apartar la vista de ella. Se había recogido el pelo, dejando que algunos mechones enmarcaran su rostro. Las perlas añadían un toque final de elegancia y corrección que, sin duda, era la imagen que ella quería proyectar.

–Estás preciosa –le susurró él–. Con el pelo así, estás particularmente sexy. ¿Estás tratando de volverme loco?

Sus padres lo habían oído, estaba convencido de ello, pues su madre había inspirado nerviosamente y su padre se había colocado las gafas.

Pero fue la respuesta de Sunny lo que captó su atención. Una sonrisa lenta y deliciosa se dibujó en su bello rostro y sus pupilas azules se iluminaron, antes de que sus párpados eclipsaran su brillo.

Sin duda el cumplido la había tomado por sorpresa, pero había encendido una llama en su interior. Podía notarlo en el rubor de sus mejillas, en el modo en que sus labios se habían entreabierto levemente.

–¿Estamos listos ya? –dijo el padre en un tono petulante.

–No tenemos tiempo que perder. El taxi debe de estar a punto de llegar –dijo lady Hamilton.

Al apartar la mirada de Sunny, Brett se sorprendió al descubrir que no estaba fingiendo. Realmente se habría quedado allí admirándola.

Tomó el abrigo que ella había dejado sobre el sofá y la ayudó ponérselo.

–Vamos, Brett. Seguro que Sunny sabe arreglárselas sola –dijo la madre.

–Pero es que me encanta estar siempre a su disposición.

El padre y la madre intercambiaron una mirada de desánimo y salieron del apartamento.

–Estoy haciéndolo lo mejor que puedo, pero me temo que tus padres jamás me aceptarán –susurró Sunny mientras cerraban la puerta.

–No te preocupes. Para el final de la velada, habré conseguido que se rindan a tus pies.

Durante el trayecto hacia el restaurante, Sunny dijo absolutamente todo lo adecuado. Preguntó por Phillip, el hermano de Brett, por su mujer y sus hijas, recordando cada nombre con precisión. Incluso estuvo hablando con el padre sobre sus perros de caza.

Pero lord y lady Hamilton se negaban a dejarse llevar. Reaccionaban siempre correcta pero fríamente.

Una vez en el restaurante, Brett pidió una botella de vino y unos entrantes.

Pero sólo un tenso silencio acompañó a la cara comida.

–Necesito que me excusen unos minutos –dijo repentinamente Sunny, probablemente cansada de tanta tensión.

El padre la miró alejarse extrañado, pero Brett pareció comprender su hastío. Se preguntó si estaría a punto de darse definitivamente por vencida. La verdad era que no podría culparla por ello.

–Brett, tenemos que hablar ahora que estamos solos –dijo el padre.

–Esta relación es absolutamente insostenible –continuó la madre–. Tienes que pensar bien sobre lo que estás haciendo. No es demasiado tarde para poner fin al compromiso.

–¿Qué? –los miró como si lo hubieran insultado.

–Si continúas con todo esto, no voy a tener más remedio que desheredarte.

–Padre, no me preocupa el dinero. Puedo darle a mi esposa una vida confortable con el fruto de mi trabajo. Prefiero casarme con la mujer a la que amo y renunciar a la riqueza.

–Brett, ¿te das cuenta de lo que dices? –preguntó alarmada la madre–. Esta chica no está mal, pero tú puedes aspirar a mucho más. Puedes tener una adorable esposa, hijos, un título. Lady Harriet sería la mujer indicada.

–Y la alianza entre nuestras dos familias nos beneficiaría a todos –le recordó el padre.

–Y nuestras relaciones sociales también incrementarían –aseguró la madre.

–¡No quiero nada de eso! –insistió Brett–. Basta ya, no amo a lady Harriet. No me imagino a mí mismo casado y viviendo con ella. A quien yo quiero es a Sunny.

–No seas necio. Piensa en todo aquello a lo que vas a renunciar.

–Te arrepentirás –le advirtió su madre, extendiendo la mano sobre la mesa. Sus diamantes resplandecieron bajo la tenue luz.

–No, claro que no me voy a arrepentir, porque… –Brett ya no sabía qué argumentar. Sus padres no podían ver su punto de vista. Su mirada se centró por unos segundos en la mesa de al lado. Había una mujer embarazada–. Porque puede que Sunny… esté embarazada.

–¿Cómo? ¿Un bebé? –preguntó la madre alarmada.

–¡Éste no es el modo en que los Hamilton hacen las cosas! –protestó el padre.

–Lo sé, lo sé. Pero a veces las cosas no se hacen, sino que suceden. No sabemos si, tal vez, sea lo mejor.

–Brett, preferiría que nos lo hubieras advertido… –su madre parecía realmente confusa.

–Quería que conocierais a Sunny antes de nada y vierais lo maravillosa que es.

–Está claro que tú piensas eso, pero…

–Por favor, sólo os pido que le deis una oportunidad.

Su madre suspiró pesadamente.

–Siempre hemos querido lo mejor para ti –dijo el padre.

–Arthur –intervino la madre–. Quizás hemos sido demasiado duros con Sunny. Si Brett está dispuesto a perderlo todo por ella, tal vez… bueno…

El padre tomó su copa y bebió lo que quedaba en ella.

–Necesitamos tiempo para pensar sobre todo esto.

Brett vio que Sunny se aproximaba a la mesa.

–Ya viene. Por favor, no se lo hemos contado a nadie aún, así que…

–Tampoco nosotros vamos a contarlo –dijo el padre secamente, mientras hacía una señal al camarero para que trajera más vino.

–Hace mucho calor aquí, ¿verdad? –dijo Sunny al sentarse en la silla, mientras se abanicaba–. No sé qué me pasa.

Brett observó cómo su madre miraba disimuladamente el vientre de Sunny.

El padre trataba de aparentar indiferencia, pero no dejaba de mirar su plato y su copa.

–Esa comida es demasiado grasienta y no creo que sea conveniente que bebas.

–Yo nunca bebo, sólo en ocasiones especiales –protestó Sunny–. Esta noche es especial, porque los tenemos aquí con nosotros.

–Lo que quiere decir… –aclaró lady Miriam–. Es que tal vez no sea bueno para ti.

Sunny la miró sorprendida.

–Vaya, pensé que una copa de vino era buena para el corazón.

La madre negó vehementemente con la cabeza.

–No si te encuentras mal…

Sunny sonrió.

–¡Pero si nunca me había encontrado mejor! –ella levantó la copa–. Buena comida, buena compañía…

Lord Hamilton le quitó la copa de entre los dedos.

–Ya está bien, no queremos que te excedas –dijo el hombre.

Ella miró completamente anonadada su mano vacío y la dejó reposar sobre la mesa. No tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo.

–El vino no hará sino aumentar el sofoco –dijo Brett en un tono conciliador.

–Bueno…

–Dime, Sunny –la madre se pasó la mano por la servilleta que había en su regazo–. ¿Tienes sobrinos o sobrinas?

–No. Soy hija única –admitió ella–. Solía pedirles a mis padres que me dieran un hermanito, pero…

–No hace falta que me des explicaciones. Sólo me preguntaba si has estado en contacto con niños pequeños.

–No, la verdad es que no. Pero a falta de niños, siempre tenía la casa llena de perros y gatos. Mis padres decían que era como una madre para ellos. Les daba el biberón y me quedaba despierta cuando enfermaban.

Una expresión de profunda extrañeza cruzó el rostro de lady Miriam.

–Sí, Sunny, pero cuidar animales no es lo mismo que cuidar de un bebé.

–Lo sé. Supongo que para cuando llegue el momento ya sabré cuáles son las diferencias entre enseñar a un perro dónde hacer sus necesidades y enseñar a un niño.

Brett se atragantó y se tapó la boca con la servilleta al mismo tiempo que se servía más vino.

–O la diferencia entre los polvos contra pulgas y los polvos de talco –continuó Sunny.

Los padres la miraban desconcertados.

Brett posó su brazo sobre los hombros de ella.

–Es una persona tan maternal, que no puede evitar amar a todas las criaturas vivientes.

Su madre se limpió los labios con pequeños toques.

–Phillip, el hermano de Brett, es un excelente padre –dijo ella, orgullosa–. Estoy segura de que Brett también lo será.

–A pesar de todo, tener un hijo es una gran responsabilidad –dijo el padre en un tono excesivamente seco.

–Por supuesto, los niños compensan por todo el esfuerzo que requiere su cuidado –la madre sonrió a Sunny por primera vez, pero fue un gesto tenso y controlado–. Requieren rutina y una educación estricta. Los bebés son maravillosos, pero se convierten en niños.

Sunny la miró completamente confusa.

–Madre…

–Sólo estoy diciendo que el modo de educar a un niño puede variar mucho dependiendo de la cultura, la ideología…

–Eso es cierto –dijo Sunny–. Mis padres eran poco ortodoxos, o innovadores, según como quiera verse. Pero yo creo que hicieron un buen trabajo conmigo.

–Muy buen trabajo –aseguró Brett, tratando de cambiar el curso de la conversación–. ¿No creéis que es la mujer más maravillosa del mundo? Podría haberme pasado toda la vida buscando y jamás haber dado con alguien como Sunny.

–Eso es cierto –dijo el padre, variando totalmente el significado de la frase de su hijo–. Has decidido cambiar el curso lógico de tu vida…

–Todavía sois tan jóvenes –dijo la madre–. Os conocéis hace demasiado poco. Es difícil imaginar…

–¿Que una pareja se pueda enamorar locamente en tan poco tiempo? Pues eso nos ocurrió a Sunny y a mí –dijo él, tratando de impedir que la madre utilizara la palabra «bebé».

–No es ésa la cuestión. Lo que ahora nos preocupa es el fruto de ese enamoramiento –respondió la madre.