POSTCOMMUNIO

Decidme, serafines,

¿de dónde a mí la dicha

de tener en los brazos

al Hijo de María?

Tal vez Jerusalén

me envió esta delicia:

no la de aquí del mundo,

mas la Sión divina.

Me llega de los cielos

el Hijo de María...

¡oh momento dichoso

de una hora bendita!

Aunque es excelso rey

viene a mí sin insignias:

lleva el cetro escondido

y corona de espinas.

Reyecito amoroso

que adora el alma mía,

¿por qué en disfraz llegáis

a hacerme la visita?

¡Tan bien que se os conoce

debajo la esclavina

con vuestro aire divino

que tanto me atraía!

Quedaos en mi casa,

la noche se avecina,

y su manto de sombras

ya los mundos abriga.

Si conmigo quedáis

me seréis claro día.

Haced posada hoy,

mañana, y mientras viva,

reinad por siempre ¡amén!

cual rey del alma mía.

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