EL TEREBINTO

(La Presentación al Templo).

El rey bello de Belén

hacia el Templo se encamina

para ofrecer al Señor

de su oblación las primicias.

Va como en carro triunfal

en los brazos de María.

A la vera del camino

un terebinto lo mira,

y al ver a Jesús infante

al suelo su frente inclina,

para hacerle de dosel

y recrearle en su umbría.

— Yo a la sombra descansara —

le dice a José, María.

La raíz sirve de asiento

y de camarín la cima.

En tan amable reposo

José a la Virgen indica:

— ¿Qué llevaremos al Templo

mañana, al romper del día:

tórtolas con pico de oro,

palomas de plumas limpias,

o un cordero de Ramlé

lavado en la agua del Lida?

— ¡Ay! el cordero lo traigo —

dice la Virgen María,

viendo al que es luz de sus ojos

que al monte Calvario mira,

como el girasol al sol,

como al Norte la agujica.

— Si vinieran a mis manos,

dos palomos llevaría.

Mientras dice estas palabras,

desde la peña de Elías,

al pecho del buen Jesús

dos palomos se acogían...

¡Arrulladle, pichoncitos,

con arrullos de alegría,

que al vencedor de la muerte

es dulce darle la vida!

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