¡Si es muy dulce la vida, es más dulce la muerte a quien es de María!
De la villa de Sens
la fama hasta hoy perdura
y más que por sus trigos
es por Santa Oportuna,
su más preciado ornato,
su más preciada ayuda.
Aunque es de sangre real
nunca habló de su alcurnia;
jamás se la vió hacer
ostentación ninguna,
pues en la comunión
por sus venas circula
la sangre de Jesús,
que es más excelsa púrpura.
Lejos de sus parientes
vive una vida obscura,
de San Benito el Grande
honrando la cogulla,
en viejo monasterio
de severa clausura.
Una feliz mañana
recibe una visita
de unas santas del cielo
que al lecho descendían:
las que ella reconoce
son Lucía y Cecilia.
—Mis hermanas, les dice,
seáis muy bien venidas;
mas ya que de los cielos
debéis traer noticias,
decidme qué me ordena
nuestra Reina María.
—Venimos a decirte
que al cielo te convida.
—Si me espera en el cielo
yo aquí sufro agonía,
como el ave en prisiones,
por volar a mi dicha.
Mientras el confesor
sus pecados perdona,
a los pies de su lecho
rabia el diablo y sopla.
—¿Qué haces aquí, perrillo?
márchate en muy mala hora:
márchate a los infiernos
mientras voy yo a la gloria,
a ceñirme en la frente
tu perdida corona.
Cuando va ya a morir
con grito de alegría
hacia la humilde puerta
vuelve ansiosa la vista.
—¡Oh! contemplad allí
a la Virgen bendita
que viene por llevarme
en grata compañía.
¡Mis hermanas, adiós!
¡Si es muy dulce la vida
es más dulce la muerte
a quien es de María!
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