Unirse pretendiendo con María
los jóvenes de estirpe de David,
sus varas al altar llevan un día...
¡La de José tan sólo florecía,
como por mayo la yemada vid!
La Virgen iniciada en el misterio
acepta por esposo al varón fiel;
y del real profeta en el salterio
cantan juntas las hijas de Israel.
Siete auroras después de esta alegría
se celebró la angelical unión
bajo lluvia de flores que caía
de las frondas que hicieron pabellón.
Formaron con los ángeles conciertos
las aves de los campos de Jesé,
y con sus dulces labios entreabiertos
la flor a los esposos besó el pie.
Coronada de rosas, las más bellas,
María asciende al esplendente altar,
y la miran celosas las estrellas
que su frente quisieran coronar.
El ángel que por alta providencia
cultiva el gran jardín de la inocencia,
extiende su plumaje por dosel:
¡el que recoge del amor la esencia
nunca perfume tal llevó con él!
El humilde José no alza la vista
a posarla en la reina de Sión...
Al ponerla el anillo de amatista
hácense esposos con celeste unión.
Al mismo tiempo una paloma blanca
posa en sus frentes con divina luz,
y dice: «En el palmón que de aquí arranca
hará su nido el Redentor Jesús.»
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