El agente Trent había traído un par de cafés en vasos de cartón. Me dio uno. Llevaba unos vaqueros viejos, necesitaba un buen afeitado y las ojeras le llegaban hasta la mitad de las mejillas.
–No estaba seguro de si era usted. ¿Dónde está su coche de policía? –pregunté.
–Justo me iba a casa cuando llamaste. Llevo toda la noche en pie. –Tiró de su camisa arrugada–. Lo único que necesito ahora mismo es una ducha caliente, algo de fritanga y dormir cuarenta y ocho horas seguidas.
–Lo siento, no sabía…
–No te preocupes. Forma parte del servicio –me dijo con una sonrisa cansada–. Bueno, ¿de qué va todo esto, Danny? Sahar es culpable. Ha confesado. ¿No has visto el vídeo?
–No. Es inocente. Alguien lo obligó a grabar esa confesión.
–¿De dónde sacas esa idea?
–Como ya le dije, si se lo cuento, quiero que sea de forma confidencial. Si me jura no contarle a nadie que lo ha sabido por mí, ni me obliga a declarar en el juzgado, puedo darle todo lo necesario para demostrar lo que ocurrió en realidad. ¿Trato hecho?
–Yo no hago tratos, Danny. Pero si me proporcionas información que nos ayude a aclarar esto, haré lo que pueda para proteger tu identidad como confidente.
–De acuerdo.
Me imaginé que era lo mejor que iba a conseguir. Cerré los ojos. Si iba a mantener a papá fuera de todo aquello, debía tener cuidado con cada palabra que pronunciara.
–Yo estuve en Meadowview la noche de la explosión –continué–. Vi cómo cuatro tipos metían a Behrouz en la parte de atrás de una furgoneta a punta de pistola.
Contarlo en voz alta fue como hacer estallar un forúnculo infectado. Trent casi se atraganta con el café.
–¿A qué hora?
–Sobre las dos de la madrugada.
Trent se volvió hacia mí y me dirigió una mirada prolongada, como si me estuviera poniendo a prueba.
–En las cámaras de seguridad de Meadowview no hay nada. Han debido de comprobar las grabaciones más de cien veces.
–Estaba fuera de su alcance.
–¿Dónde?
–En la zona de carga y descarga.
Empecé a describir lo que había visto, y me di cuenta de que estaba hablando atropelladamente. El sentimiento de culpa que tenía enquistado brotaba a borbotones.
–Debieron de atraparlo cuando volvía a casa. Revisen las grabaciones. Verán a dos hombres y lo que parece una mujer encorvada con un chal en la cabeza atravesando el aparcamiento. Desde entonces apenas he podido dormir. No hago más que ver la pistola y la expresión de su cara… Estaba aterrorizado, como si supiera que lo iban a matar.
Trent se frotó la barbilla.
–Eso no significa que sea inocente. Esa gente de las pistolas eran probablemente de Al Shaab y estaban intentando impedir que se rajara.
–No. Solo uno de ellos era afgano; los otros tres eran ingleses. Uno de ellos tenía una bandera británica tatuada en el cuello.
El agente bebió un largo sorbo de café y se limpió una manchita de espuma cremosa que se le había quedado en los labios.
–¿Por qué no has venido a contármelo hasta ahora?
Bajé la vista. Me había sentido bien diciendo la verdad. Pero ahora eso había acabado.
–No…, no quería que mis padres supieran que había salido hasta tan tarde.
–¿Por qué no?
–Me habían castigado y… salía con gente que a ellos no les gustaba.
Sonó exactamente como lo que era. Una mentirijilla. Trent no se inmutó.
–Sahar se enfrenta a una pena de cadena perpetua, Danny. Deberías haberme contado todo esto el día que os visité.
–¿Cree que no lo sé? Es algo que me ha estado torturando. –Me temblaban los labios, y mi voz se descontroló–. He estado intentando encontrar otro modo de demostrar que es inocente. Y ahora lo tengo. Esa gente lo quería muerto, y hacerlo pasar por terrorista no fue más que una tapadera.
Trent me miró con el ceño fruncido, como quien mira a un loco, y luego dijo despacio:
–¿Por qué iban a querer matar a un taxista afgano de diecinueve años que apenas lleva un par de semanas en el país?
–Para hacerlo callar. –Pensé en lo que los hombres de Zarghun les habían hecho a Merrick y a Arif además de a Behrouz, y mi voz sonó ronca y temblorosa–. Él… vio a alguien que se supone que ha muerto.
Trent soltó aire con lentitud, como si se diera cuenta de que aquello iba para largo.
–Venga, tranquilízate. Tómate el café.
Sacó un sobrecito del bolsillo, lo abrió y echó su contenido en mi vaso. Alcé la mano.
–Ya es suficiente.
Él siguió echando más.
–En el estado en que te encuentras, te hace falta azúcar. Te ayudará a calmarte. Vamos, bebe.
Tomé un par de sorbos. Estaba bueno. Dulce y cremoso, con una pizca de amargor. Tenía razón. Me sentí más tranquilo de inmediato.
–¿Mejor?
–Sí, gracias.
Me miró a los ojos.
–Bueno, entonces ¿a quién vio Behrouz?
–A ese tipo, Zarghun…
–¿A quién?
–Farukh Zarghun. Un señor de la guerra afgano. –Saqué las fotos impresas–. Este es él en Afganistán, y este es él en Inglaterra. Se afeitó la cabeza y la barba, pero se aprecia que es el mismo hombre porque le faltan los mismos dedos. Observe las fotos en el ordenador si no me cree; los rasgos coinciden. Los he medido. Lo condenaron a cadena perpetua por narcotráfico y según la versión oficial murió apuñalado en una cárcel de Kabul, pero es mentira. Debió de sobornar a alguien para salir de allí y ahora está en Londres, trabajando en una planta envasadora de carne. El hombre que está a su lado es ese psicópata, Tewfiq Hamidi, su comandante en jefe en Afganistán. Es el tipo al que vi secuestrar a Behrouz Sahar en la zona de carga y descarga.
–Continúa –dijo Trent en voz baja.
Durante un minuto permanecí allí sentado, mirando las gotas de lluvia del parabrisas e intentando poner orden en las ideas que fluían a borbotones en mi cerebro.
–Behrouz fue uno de los intérpretes en el juicio de Zarghun. Por eso lo reconoció. Zarghun lo vio sacarle una foto e hizo que Hamidi lo secuestrara y lo matara para que no se lo pudiera contar a nadie.
–Eso es muy aventurado, Danny. ¿Estás seguro de que fue a ese… como se llame, Hamidi…, a quien viste secuestrar a Behrouz?
–Totalmente. Y la furgoneta en la que se lo llevaron… era una furgoneta de Hardel Cárnicas. Ahí es donde trabajan Hamidi y Zarghun, en la planta envasadora que tienen en Londres. Pero creo que aprovechan los repartos de carne para trasladar droga.
Volvió a frotarse la barbilla, como si estuviera pensando muy serio.
–Pero ¿por qué hacer creer que Behrouz era un terrorista? ¿Por qué no simplemente atropellarlo o tirarlo desde lo alto de un edificio?
–Para desviar la investigación.
–¿A qué te refieres?
Empezaba a encontrarme cansado, pero a pesar de ello continué:
–Behrouz habló de Zarghun con dos de sus compañeros: el capitán del Ejército James Merrick y otro conductor llamado Arif. Al día siguiente, Merrick murió en un extraño «accidente», a Arif se lo llevaron en una falsa redada de Inmigración y no lo han vuelto a ver, y a Behrouz le explotó una bomba en ese garaje. –Me dio la impresión de que mi voz cobraba vida independiente de mi boca, y comencé a sentir la cara entumecida–. Eso es lo que hacen los hombres de Zarghun. Son listos. Se deshacen de la gente que se interpone en su camino, y hacen que sus muertes no parezcan asesinatos ni estén relacionadas entre sí. Pero eso no lo pueden hacer solos. Tienen que estar pagando a gente muy bien situada para que les ayude.
Empezaron a temblarme las manos.
–De acuerdo, Danny. Lo estás haciendo muy bien. Respira hondo y termínate el café.
Tomé otro sorbo y noté que los restos de mi sentimiento de culpa eran arrastrados como la porquería de una cañería atascada. Todo iba a salir bien. Jamás habría sospechado que el alivio pudiera hacerte sentir tan distinto, tan ligero. Era como si estuviera flotando.
–Tienen que empezar deteniendo a Zarghun. Revisen su pasaporte. Será falso. Una vez que demuestren quién es, ya tienen el móvil para querer hacer callar a Behrouz. Luego busquen restos de ADN de Behrouz en las furgonetas de Hardel Cárnicas. La matrícula de la que utilizaron para secuestrarlo empezaba por GLR.
–Muy bien. Pero hay un par de cosas que necesito saber. Lo primero, ¿cómo demonios has averiguado todo esto?
–La hermana de Behrouz encontró su móvil viejo con las fotos de Zarghun y Hamidi. Con ellas, junto con el registro de llamadas, hicimos encajar las piezas.
Trent se irguió en su asiento.
–¿Y ese teléfono dónde está?
–Lo tiene ella.
–¿Y puede corroborar todo lo que me estás contando?
Bajé la vista.
–Ella no sabe que yo vi cómo lo secuestraban, y, si a usted no le importa, no quiero que lo sepa. Me…, me odiaría por no haberlo contado antes.
–De acuerdo.
Volví a mirarlo, y oí cómo se me quebraba la voz:
–¿Será suficiente para que suelten a Behrouz?
–Si todo sale bien.
Sonreí por primera vez en varios días.
–¿Le has contado a alguna otra persona lo que viste en la zona de carga y descarga? –preguntó Trent.
–No.
–¿Estás seguro, Danny? ¿A ninguno de tus colegas, ni a tu novia para tratar de impresionarla?
–No tengo novia –contesté. Mi voz hacía eco y sonaba muy lejana.
–¿Y no hay nada más que quieras contarme?
–No.
–Voy a necesitar que hagas una declaración…
Sentí que se me caían los párpados.
–Teníamos un trato –le recordé–. Dijo que esta información sería confidencial.
–Y lo será, pero necesito horas exactas, fechas, direcciones. Nada formal. No te preocupes. Hay una casa segura que utilizamos para hablar con nuestros confidentes. Has hecho lo correcto al venir a hablar conmigo. Todo va a salir bien.
Me invadió una oleada de calor, suave y profunda, como si flotara sin rumbo por una nube que se hundía lentamente. Su voz sonó amortiguada, relajante. Lo oí decir:
–Eso es, Danny. Échate una buena siestecita.