ALIYA

 

 

 

 

Intenté liberarme de la mano del coronel, pero me había rodeado el cuello con los dedos y me sujetaban como si fueran tenazas de hierro.

–¿Adónde fueron, Aliya?

–¿Quiénes?

El coronel me sacudió con fuerza.

–Dan y Connor. Estabas con ellos cuando saliste del escenario de rodaje. ¿Adónde fueron?

–No lo sé, se lo juro, no lo sé.

La puerta se abrió. Las oleadas de estupor que recorrían mi cuerpo se acrecentaron cuando el policía pecoso, Trent, entró con el teléfono pegado a la oreja. El coronel lo miró.

–¿Los habéis encontrado? –preguntó.

–Aún no –respondió Trent.

–¿Y qué sabes de Hutch?

–Sigue sin devolverme las llamadas.

Clarke me arrancó la mochila de la espalda y se la lanzó a Trent. Este la atrapó con su mano libre, abrió la cremallera con los dientes y sacó mis cosas. Pateó mi monedero, mi velo y el revoltijo de fotos dobladas a medida que fueron cayendo al suelo. Clarke me obligó a darme la vuelta, sin soltarme el hombro, y me registró los bolsillos.

–¿Dónde tienes el teléfono? –me preguntó.

–Estaba…, estaba en la mochila.

–¡Apaga esa música! –gritó el coronel–. ¿No contesta?

Trent parecía preocupado. Hizo un gesto negativo con la cabeza y accionó un interruptor de la pared. En medio del repentino silencio, el vídeo de Behrouz me daba vueltas en la cabeza. «Tengo un plan. ¡Localizar al coronel Clarke para lograr que se haga justicia!» Mi hermano me había enviado un mensaje, pero yo estaba tan equivocada sobre el poder del coronel y la amabilidad que mostraba que lo entendí justo al revés. Luché por espantar el miedo y la furia, decidida a llevar a cabo como fuera el plan de Behrouz. Me encorvé hacia delante, me apreté la muñeca contra la boca, royendo y tironeando del puño mordido, y tartamudeé asustada y con un hilillo de voz:

–¿Me…, me va a matar, coronel Clarke?

–No hasta que dejes de sernos útil.

–¡No! ¡No voy a ayudarles! No importa si me matan. Cuando Behrouz se ponga bien, le contará a todo el mundo la verdad sobre usted y Farukh Zarghun y su red de narcotráfico.

El coronel suspiró como si de verdad se hubiera entristecido.

–Me temo que no. Hemos presionado un poco a uno de los celadores y al final hemos logrado que se ponga de nuestra parte. Me ha asegurado que tu hermano habrá muerto antes del amanecer. –Echó un vistazo a su reloj–. De hecho, su turno empieza dentro de una hora.

Sentí que la habitación daba vueltas, que mi corazón se estremecía, que mis esperanzas se apagaban.

–No, por favor, no.

Clarke le espetó impaciente a Trent:

–Por el amor de Dios, ¿dónde está?

Trent, pálido y sudoroso, se secó la frente.

–No lo sé. Dijo que los tenía acorralados, y de repente nada más.

–Entonces Aliya va a tener que ayudarnos. –Clarke relajó la presión sobre mi hombro, aunque solo un poco–. Vas a llamar a tus amigos Connor y Dan y a decirles que estás aquí, que los agentes anticorrupción vienen de camino y que voy a enviar un coche a recogerlos donde estén.

–¡No! –Me revolví y me agité–. No pienso hacerlo.

Él me agarró del brazo y me lo retorció contra la espalda. La fuerza de sus manos me paralizó, como un cepo de acero que me cortara la circulación y me rasgara los músculos, dispuesto a romperme el codo. Me encorvé y me llevé la otra mano a la boca para contener un sollozo.

–No me acuerdo del número de Connor, y… ¡Dan perdió el móvil cuando Mark Trent intentó ahogarlo!

–Eso no es problema. Tenemos el teléfono de Dan aquí mismo, con el número de Connor en su agenda de contactos. Oculta el número de las llamadas salientes y dáselo –añadió Clarke dirigiéndose a Trent.

A través de una neblina de angustia, vi que Trent sacaba otro teléfono del bolsillo y se acercaba a mí mientras pulsaba unas teclas.

–Hay otro mensaje de su padre preguntando dónde está –informó.

–No hagas caso –le ordenó Clarke.

No solo estaba desesperada por retrasar aquella llamada todo lo posible; había otra cosa que necesitaba saber. Logré soltarla entre oleadas de dolor.

–El padre de Dan… ¿sabe lo que le hicieron a Behrouz?

–¿Abbott? –preguntó Trent con un bufido desdeñoso–. Qué va, no es más que la tapadera de Jez Deakin, pero de vez en cuando resulta útil. Como tú. –Me pegó el teléfono a la oreja y añadió con voz áspera–: ¡Habla!

Había conectado el altavoz, y mientras se establecía la conexión mis pensamientos se alborotaron como un enjambre intentando decidir cómo podría avisar a Connor sin alertar a Trent y al coronel de lo que estaba haciendo. Me dio un vuelco el corazón cuando una voz respondió a la llamada. Pero era de mujer.

«El teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura. Por favor, inténtelo de nuevo más tarde.»

Trent lo apartó con brusquedad y Clarke rugió hecho una furia:

–¡Sigue intentándolo hasta que lo cojan de una puñetera vez! La culpa es tuya, por no haber revisado la barcaza como era debido.

Casi se podía palpar la furia que emanaba del coronel. Trent volvió a teclear el número y, a pesar de sus esfuerzos por ocultarlo, me di cuenta de que estaba muerto de miedo. La voz enlatada repitió el mismo mensaje. El alivio me dio fuerzas.

–En el hospital se enterarán de que Behrouz murió asesinado –mascullé entre dientes–. Averiguarán quién lo mató e investigarán hasta dar con ustedes.

Clarke sacudió la cabeza, y acercó tanto su cara a la mía que noté su saliva sobre mi piel.

–Nadie va a investigar más allá de Al Shaab una vez que ellos asuman la autoría –dijo con una voz amable que contrastaba con el veneno que destilaban sus ojos–. Dirán que lo hicieron para evitar que se viniera abajo durante el interrogatorio. A la prensa le va a encantar.

Yo no entendía nada.

–¿Y por qué van a decir semejante cosa cuando Behrouz nunca ha trabajado para ellos? –pregunté.

Trent seguía intentando comunicar con Connor, cada vez más preocupado. Con desdén, supongo que para disimular su pánico, me dijo:

–Porque acabamos de grabar el vídeo. Igual que el de Behrouz, solo que esta vez es su amigo Arif quien sale en pantalla.

–¿Arif? –susurré–. ¿Está vivo?

–¡Por el amor de Dios, Trent, espabila! –le espetó el coronel.

Me apreté el puño contra la boca.

–¡Al Shaab! ¡Son ustedes!

–Digamos que mi mujer no es la única aficionada a la interpretación –comentó Clarke en tono amable. Luego volvió la vista hacia Trent, que apretaba el teléfono contra la oreja y meneaba la cabeza con el ceño fruncido.

–Lo siento, jefe, no soy capaz de comunicar.

–En ese caso, tendremos que poner a nuestra invitada a buen recaudo hasta que lo logres.

Un giro de sus dedos, una sacudida fuerte de muñeca y me vi impulsada hacia el interior de aquel agujero revestido de piedra fría y húmeda. Extendí los brazos para no caer, apoyé las manos en la pared rugosa y me volví deprisa para mirar por última vez el haz de luz que se estrechó rápidamente. Luego, nada. Solo un silencio sepulcral y una oscuridad total y absoluta.