DAN

 

 

 

 

Le quité la pistola de las manos y le ayudé a levantarse. Jadeaba entre sollozos y tenía la cara ensangrentada y llena de arañazos. Le fallaron las piernas, y tuve que apoyarla contra mí y llevarla hasta el coche a rastras. La dejé sobre el asiento de atrás y yo salté al del copiloto.

Aliya se incorporó con los ojos muy abiertos, como impulsada por un resorte, y gritó:

–¡Al hospital! ¡Vamos al hospital! ¡Van a matar a mi hermano esta noche! –Se puso a sacudir a Connor por los hombros y gritó por encima de cualquier registro–: ¡Behrouz! ¡Van a matar a Behrouz!

Connor lanzó el Honda marcha atrás, describió un giro cerrado en la calle estrecha y pisó el acelerador a fondo.

Saqué la cabeza por la ventanilla y miré hacia atrás.

–Hay un coche girando en lo alto de esa cuesta y gente con linternas recorriendo el camino de entrada a la casa de Clarke –dije.

–¡No pienses en eso ahora! –chilló Connor–. ¡Dime adónde tenemos que ir!

Tecleé en el móvil de Hutch para buscar la ruta hacia el hospital y me invadió el pánico cuando levanté la vista y vi el tres puertas azul que se acercaba hacia nosotros con estruendo. Me agaché.

–Era Trent. ¿Me ha visto?

–Espero que no, joder. –Connor miró hacia atrás, no vio el badén, las ruedas delanteras se levantaron en el aire y el chasis aterrizó con un crujido tremendo. Durante un segundo perdió el control y golpeó los costados de un par de automóviles aparcados en la calle, pero de alguna manera consiguió dominar de nuevo el coche y enfilar a toda velocidad la tenebrosa carretera que rodeaba el cementerio–. ¿Ahora adónde?

–¡Por allí!

Fui gritando y dando indicaciones para describir una ruta en zigzag hacia Highgate Hill.

–¡Deprisa, deprisa! –gritó Aliya agarrada al asiento de Connor–. Supondrán que voy al hospital, que intentaré salvarlo.

–Tranquila –dijo Connor–. No saben que hemos cambiado de coche.

El Honda avanzaba con estrépito entre zumbidos, pero Connor conducía como un loco: se pegaba a los coches y los autobuses, se saltaba semáforos, entraba y salía del carril bus. Mi corazón se estremecía cada vez que zigzagueábamos entre ciclistas y borrachos; adelantamos a coches tuneados por espacios poco más anchos que una carretilla, volamos por delante de los escaparates y las luces de las farolas se mezclaban formando una sola hasta que vi un letrero que decía HOSPITAL y la entrada a solo cien metros. El tráfico allí era más lento a causa de unas obras; demasiado denso para cualquiera de los trucos de Connor, y además era de un solo sentido, así que ni siquiera podía dar la vuelta. No importaba. Estábamos a apenas cien metros. Íbamos a conseguirlo. Me volví para ver cómo estaba Aliya. No paraba de girar los ojos, y tenía los labios tensos de dolor y miedo. Pero también ella había visto la entrada y mantenía la esperanza, aunque solo fuera un atisbo.

Entonces vi que las gotas de lluvia que se habían posado en la luna trasera se volvían azules. Una ambulancia, probablemente. La luz se abría paso entre el tráfico a unos treinta metros detrás de nosotros. Los coches se desviaron para dejar paso. Avanzó diez metros. Volvimos a aminorar la velocidad cuando el semáforo se puso en rojo. Un chillido resonó a mi espalda. Era Aliya.

Me volví al instante. Ahora veía que no era una ambulancia: era el tres puertas azul de Trent, con una de esas luces magnéticas que se pegan en el techo de los coches camuflados de la Policía. Por suerte, los coches estaban demasiado juntos como para dejarlo pasar y quizá, si el semáforo se abría pronto, podríamos conseguir llegar sin que Trent nos viera. Connor revolucionó el motor. Me aferré al salpicadero roto, deseando que el semáforo se pusiera verde.

–Vamos, vamos –dije.

Pero de repente el coche de Trent se subió a la acera y pasó junto a una furgoneta blanca que había seis vehículos más atrás. Por el espejo lateral vi que se acercaba escrutando las caras de los ocupantes de todos los coches. Nos estaba buscando.

Todavía tenía la pistola de Aliya en la mano. La blandí en dirección al asiento trasero.

–¿Esto está cargado? –pregunté.

Aliya negó con la cabeza.

–Solo tenía una bala, pero la gasté.

Connor me quitó la pistola, la tiró al suelo y miró por el retrovisor. El coche de Trent estaba quince metros más atrás, junto a un Mini.

–A ver… –dijo Connor, con voz y expresión de calma absoluta–. Aliya, ponte detrás de mi asiento y agarra la manilla de la puerta, y tú, Danny, chaval, pásate al de atrás, rápido y con cuidado… Y cuando yo diga «ahora», saltaremos y echaremos a correr como balas.

Mi cuerpo no estaba demasiado acostumbrado a la gimnasia, pero me escurrí por encima del asiento y aterricé junto a Aliya. Eché la vista atrás. Trent seguía avanzando, y ya se había situado justo detrás de nosotros.

Al mismo tiempo que pisaba el acelerador, Connor dio un volantazo hacia su izquierda, gritó «¡ahora!» y le cortó el paso al coche de Trent con el Honda. Salimos del automóvil y escapamos corriendo entre el tráfico a la vez que Trent se abalanzaba contra el costado del Honda y hundía hacia dentro la puerta del asiento que yo había ocupado, aplastando el metal viejo y oxidado casi hasta la palanca de cambios.

Y, como había dicho Connor, corrimos como balas.