Dos semanas después
Lo repitieron sin parar durante varios días seguidos. Siempre que encendía la tele, allí estaba. A veces salía toda la escena grabada desde ángulos distintos, con material obtenido de las cámaras de seguridad y de otras que había en el aparcamiento: Aliya corriendo entre los coches, Connor y yo trotando detrás de ella y frenando en seco cuando se dio la vuelta de repente para alejarse de la entrada, agarró el micrófono de la reportera y comenzó a gritar. Creí que se había vuelto loca hasta que me di cuenta de lo que estaba haciendo. Una maniobra inteligente, pensándolo bien. Pero es que ella es una de las personas más inteligentes que he conocido.
También difundieron las fotos del móvil de Behrouz. Cuando mostraron la del mercadillo benéfico de Meadowview, resaltaron las caras del policía en el puesto de té y del hombre que lanzaba bolas a un coco. No sé cómo no me di cuenta antes: eran Mark Trent y Jez Deakin.
Cuando echo la vista atrás, al resto de lo que pasó aquella noche, lo veo todo borroso. Recuerdo que papá vino a buscarme a la comisaría. Qué tonto. Lo detuvieron en aquel mismo momento, pero al día siguiente lo dejaron salir bajo fianza. No como al resto de los hombres de Clarke, que parece que se van a quedar en prisión preventiva hasta que la Policía desmantele su imperio. Todos los días sale en los periódicos una nueva detención de algún personaje importante, el viaje a Afganistán de algún investigador del Departamento Antidrogas, o una declaración del primer ministro en la que habla de terminar con la corrupción de alto nivel.
Mamá se ha deshecho de todos los electrodomésticos robados que papá le regaló por su cumpleaños, y ahora hay tres grandes huecos en su cocina perfecta. Las cosas en casa están siendo bastante extrañas. Mamá es capaz de estar llorando y gritando a papá, y a los dos minutos sigue llorando pero abrazándolo. Papá no dice gran cosa. De vez en cuando me pone la mano en el hombro y dice: «Estoy orgulloso de ti, hijo», y yo asiento y me aparto con una sensación espantosa. Resulta que Jez había blanqueado miles de libras procedentes del tráfico de droga valiéndose de los libros de contabilidad de Abbott y Compañía. Papá admite haber vendido electrodomésticos robados, pero dice que no tenía ni idea de lo del blanqueo de dinero. Aunque más o menos sospechaba que Jez estaba metido en líos de drogas, había mirado para otro lado. La grabación en la que Trent le dice a Aliya que papá no era más que la tapadera de Jez seguramente le ayudará algo en su defensa. De todos modos, los abogados de papá tienen la esperanza de que, si testifica a favor de la acusación, pueden llegar a algún tipo de acuerdo; solo nos cabe esperar que salga bien. Eileen, la madre de Jez, no nos habla. Levanta la cabeza toda ofendida cada vez que se cruza con nosotros, la muy arrogante. Su querido hijito se merece todo lo que le caiga. Y le va a caer bastante.
La buena noticia es que la Policía encontró a Arif atado en el desván de la casa de Hamidi, además de una cinta de vídeo en la que afirmaba ser un agente de Al Shaab que había matado a Behrouz. Estaba magullado, lleno de moratones y hecho una mierda, pero se ha animado mucho ahora que ha vendido su historia a los periódicos sensacionalistas, aunque estos no podrán publicarla hasta después del juicio contra Clarke. Se va a comprar un piso, y Connor va a vivir con él. Veo mucho a Connor, es un buen tipo. Y muy buen conductor. Quizá algún día encuentre la manera de pagarle todo lo que hizo por mí.
La mala noticia es que Aliya no me habla. Incluso cuando coincidimos en la comisaría, repasando de nuevo todo lo que ocurrió y observando fotos de los caretos de gente que creen que podía trabajar para Clarke, insiste en que estemos en salas separadas. No se lo reprocho. Sé que nada puede compensar lo que hice. O mejor dicho, lo que no tuve agallas para hacer. Pero la echo de menos. Pongo los vídeos en los que sale en el aparcamiento del hospital solo para poder ver su cara.