16 Dales donde más les duele

LA ESTRATEGIA DEL CENTRO DE GRAVEDAD

Tod@s tenemos una fuente de poder de la que dependemos. Cuando analices a tus rivales, busca bajo la superficie esa fuente, el centro de gravedad que mantiene unida a la estructura entera. Ese centro puede ser su riqueza, su popularidad, una posición clave, una estrategia victoriosa. Darles ahí les infligirá dolor desproporcionado. Descubre qué es lo que más aprecia y protege la otra parte; es ahí donde debes atacar.

PILARES DE DERRUMBE

En 210 a.C., un joven general romano llamado Publio Escipión el Joven (después conocido como Escipión el Africano) fue enviado al noreste de Hispania con una simple misión: defender el río Ebro contra los poderosos ejércitos cartagineses que amenazaban con cruzarlo y tomar el control de la península. Ésta fue la primera tarea de Escipión como comandante; y cuando se asomó al río y trazó su estrategia, sintió una extraña mezcla de emociones.

El hombre depende de su garganta para una respiración fluida y el mantenimiento de la vida. Cuando se le estrangula, sus cinco sentidos perderán su sensibilidad y ninguno funcionará más en forma normal. No podrá estirar sus miembros, que se entumirán y paralizarán. Por tanto, es raro que este hombre pueda sobrevivir. Así, cuando se divisan las banderas del enemigo y puede oírse el batir de sus tambores de guerra, primero debemos indagar la posición de su espalda y su garganta. Después podremos atacarlo por la espalda y estrangularlo. Ésta es una excelente estrategia para aplastar al enemigo.

THE WILES OF WAR: 36 MILITARY STRATEGIES FROM ANCIENT CHINA, TRADUCCIÓN DE SUN HAICHEN, 1991.

Ocho años antes el gran comandante cartaginés Aníbal había cruzado ese río en dirección al norte. Había llegado así a Galia y, luego, tomando a los romanos por sorpresa, había cruzado los Alpes hacia Italia. Escipión, entonces de apenas dieciocho años de edad, había peleado junto a su padre, general, en las primeras batallas contra Aníbal en suelo italiano. Había visto con sus propios ojos las habilidades del norafricano en el campo de batalla: Aníbal había maniobrado brillantemente su pequeño ejército, hecho máximo uso de su superior caballería y, gracias a una inagotable creatividad, se las había arreglado constantemente para sorprender a los romanos e infligirles una serie de humillantes derrotas, que culminaron en la virtual aniquilación de las legiones romanas en la Batalla de Cannas en 216 a.C. Competir con el ingenio de Aníbal, supo Escipión, era en vano. Le había parecido entonces que la propia Roma estaba condenada al fracaso.

Escipión recordó también dos hechos posteriores a Cannas que habían tenido un abrumador efecto en él. Primero, un general romano llamado Fabio había concebido al fin una estrategia para mantener a raya a Aníbal. Conservando sus legiones en las colinas y evitando la batalla directa, Fabio había lanzado ataques sorpresa destinados a cansar a los cartagineses, que peleaban lejos de su patria, el actual Túnez. Esta campaña había dado resultado como acción de contención, pero, al parecer de Escipión, combatir tanto tiempo había sido igualmente extenuante para los romanos, y aún tenían al enemigo a la puerta. Asimismo, dado que el plan no condujo a la verdadera derrota de Aníbal, fue básicamente un fracaso.

Segundo, un año después de la invasión de Aníbal, los romanos habían enviado al padre de Escipión a Hispania para tratar de destruir las bases cartaginesas ahí. Cartago había tenido colonias en Hispania por muchos años y obtenido riquezas en las minas de esa nación. Usaba a Hispania como campo de entrenamiento para sus soldados y como base para su guerra con Roma. Durante seis años, el padre de Escipión había combatido a los cartagineses en la península ibérica, pero la campaña había terminado con su derrota y muerte en 211 a.C.

Mientras Escipión estudiaba los informes que recibía sobre la situación más allá del Ebro, un plan echó raíces en su mente: con una maniobra audaz, podría vengar la muerte de su padre del año anterior, demostrar la eficacia de una estrategia que juzgaba mucho mejor que la de Fabio y poner en movimiento el derrumbe definitivo no sólo de Aníbal, sino también de la propia Cartago. En la costa al sur estaba la ciudad de Cartago Nova (hoy Cartagena), capital de los cartagineses en Hispania. Ahí guardaban su vasta riqueza, las provisiones de su ejército y a los prisioneros tomados de diferentes tribus ibéricas para ser retenidos como rehenes en caso de rebelión. En ese momento los ejércitos cartagineses —superiores en número a los romanos dos a uno— estaban dispersos en el país, tratando de acrecentar su dominio sobre las tribus ibéricas, y se hallaban a varios días de distancia de Cartago Nova. Sus comandantes, se enteró Escipión, habían estado riñendo entre ellos por dinero y poder. Mientras tanto, Cartago Nova contaba con una guarnición de sólo mil hombres.

Desobedeciendo sus órdenes de tomar posición en el Ebro, Escipión avanzó al sur por mar y dirigió una atrevida incursión en Cartago Nova. Esta ciudad amurallada se consideraba inexpugnable, pero él coordinó su ataque con el reflujo de la marea en una laguna del costado norte de la ciudad; ahí sus hombres pudieron escalar las murallas con relativa facilidad, y Cartago Nova fue tomada. En un solo movimiento, Escipión había producido un cambio drástico. Los romanos pasaron a ocupar entonces la posición central en Hispania; tenían el dinero y provisiones de los que dependían los cartagineses ahí, y a los rehenes de Cartago, a los que podrían usar para instigar revueltas entre las tribus conquistadas. En los años siguientes, Escipión explotó esta posición y puso poco a poco a Hispania bajo control romano.

El tercer shogún Iemitsu gustaba de las contiendas de espada. Una vez en que dispuso ver a algunos de sus mejores espadachines exhibir sus habilidades, advirtió entre el público a un experto jinete llamado Suwa Bunkuro, e impulsivamente le pidió participar. Bunkuro respondió diciendo que lo haría complacido si podía contender a caballo, añadiendo que podía derrotar a cualquiera a caballo. Iemitsu instó gustoso a los espadachines a pelear con Bunkuro en el estilo que él prefería. Resultó que Bunkuro tenía razón en su jactancia. Blandir una espada sobre un caballo cabriolante no era algo a lo que muchos espadachines estuvieran acostumbrados, y Bunkuro derrotó fácilmente a todos los que se atrevieron a enfrentarlo a caballo. Algo exasperado, Iemitsu dijo a Munenori que hiciera la prueba.
Aunque espectador en esta ocasión, Munenori obedeció al instante y montó a caballo. Cuando su caballo trotó hasta el de Bunkuro, lo detuvo de súbito y palmeó la nariz del de Bunkuro con su espada de madera. El caballo de Bunkuro se encabritó; y mientras el afamado jinete intentaba recuperar el equilibrio, Munenori lo tiró del caballo.

THE SWORD AND THE MIND, TRADUCCIÓN DE HIROAKI SATO, 1985.

En 205 a.C., Escipión volvió a Roma como héroe, pero Aníbal seguía siendo una amenaza en el interior de Italia. Escipión quiso llevar entonces la guerra a África, marchando contra la propia Cartago. Ésa era la única manera de sacar a Aníbal de Italia y terminar con Cartago como amenaza. Pero Fabio seguía siendo el comandante a cargo de la estrategia de Roma, y pocos veían el caso de combatir a Aníbal librando una guerra tan lejos de él y de Roma. Sin embargo, el prestigio de Escipión era enorme, y el senado romano le concedió finalmente un ejército —reducido y de baja calidad— para su campaña.

Sin perder tiempo en discutir sus argumentos, Escipión procedió a hacer una alianza con Masinisa, rey de los masilios, vecinos de Cartago. Masinisa le proporcionaría una enorme y bien adiestrada caballería. Así, en la primavera de 204 a.C., Escipión zarpó a África y desembarcó cerca de Utica, no lejos de Cartago. Inicialmente sorprendidos, los cartagineses se unieron y fueron capaces de inmovilizar a las tropas de Escipión en una península fuera de la ciudad. La situación parecía sombría. Si de un modo u otro Escipión podía atravesar las tropas enemigas que le bloqueaban el paso, llegaría al corazón del Estado enemigo y obtendría el control de la situación, pero ésta parecía una tarea imposible: no podía esperar abrirse paso más allá del ceñido cordón cartaginés; atrapado donde estaba, sus provisiones terminarían por agotarse, lo que lo obligaría a rendirse. Escipión negoció la paz, pero se sirvió de las negociaciones para espiar al ejército cartaginés.

Los embajadores de Escipión le dijeron que el enemigo tenía dos campamentos, uno para su propio ejército y otro para sus principales aliados, los númidas, algo desorganizado y consistente en un enjambre de chozas de carrizo. El campamento cartaginés estaba más ordenado, pero era del mismo material inflamable. En las semanas siguientes, Escipión pareció indeciso, suspendiendo primero las negociaciones, luego reabriéndolas, confundiendo así a los cartagineses. Una noche lanzó al fin un ataque furtivo contra el campamento númida y le prendió fuego. El incendio se extendió rápidamente y los soldados africanos se aterraron, dispersándose en todas direcciones. Despertados por el bullicio, los cartagineses abrieron las puertas de su campamento para ir al rescate de sus aliados, pero en la confusión los romanos lograron entrar a hurtadillas y prender fuego también al campamento cartaginés. El enemigo perdió la mitad de su ejército en esta batalla nocturna, mientras que el resto se retiró a Numidia y Cartago.

De súbito, el interior cartaginés quedó abierto para el ejército de Escipión. Éste procedió a tomar una ciudad tras otra, avanzando tanto como Aníbal lo había hecho en Italia. Luego desembarcó un contingente de tropas en el puerto de Túnez, a la vista de las murallas de Cartago. Llegó entonces el turno del terror de los cartagineses, y Aníbal, su principal general, fue llamado de inmediato. En 202 a.C., luego de dieciséis años de combatir a las puertas de Roma, Aníbal fue finalmente obligado a salir de Italia.

Aníbal desembarcó a su ejército al sur de Cartago e hizo planes para combatir a Escipión. Pero el general romano se retiró al oeste, hacia el valle del Bagradas, las extensiones agrícolas más fértiles de Cartago, su base económica. Ahí cedió al desenfreno, destruyendo todo lo que estaba a la vista. Aníbal habría querido pelear cerca de Cartago, donde disponía de refugio y refuerzos materiales. En cambio, se vio forzado a perseguir a Escipión antes de que Cartago perdiera su más rico territorio. Pero Escipión seguía en retirada, rehusándose a dar batalla hasta que atrajo a Aníbal a la ciudad de Zama, donde aseguró una sólida posición y forzó a Aníbal a acampar en un lugar sin agua. Por fin los dos ejércitos trabaron combate. Agotados por la persecución tras Escipión, neutralizada su caballería por la de Masinisa, los cartagineses fueron derrotados, y sin un refugio cercano al que retirarse, Aníbal fue obligado a rendirse. Cartago pidió la paz rápidamente, y bajo las severas condiciones impuestas por Escipión y el senado, fue reducido a un Estado cliente de Roma. Como potencia del Mediterráneo y amenaza para Roma, Cartago había terminado para siempre.

Heracles no volvió a Micenas por un camino directo. Primeramente atravesó la Libia, cuyo rey Anteo, hijo de Posidón y de la Madre Tierra, tenía la costumbre de obligar a los extranjeros a luchar con él hasta dejarlos exhaustos, matándolos después; pues no sólo era un atleta fuerte y hábil, sino que además cuando tocaba la tierra se renovaba su fuerza.
  Guardaba los cráneos de sus víctimas para techar un templo dedicado a Posidón. No se sabe si Heracles, que estaba decidido a poner fin a esa práctica bárbara, desafió a Anteo o si Anteo le desafió a él. Sin embargo, Anteo demostró que no era una víctima fácil; era un gigante que vivía en una cueva situada bajo un alto risco, donde se alimentaba con la carne de los leones y dormía en la tierra desnuda para conservar y aumentar su fuerza ya colosal.
  La Madre Tierra, que todavía no era estéril después de haber dado a luz al gigante, había concebido a Anteo en una cueva libia y tenía más motivos para jactarse de él que inclusive de sus monstruosos hijos mayores, Tifón, Ticio y Briareo. Les habría ido mal a los olímpicos si hubiera luchado contra ellos en las Llanuras de Flegras.
  En preparación para la lucha los dos combatientes se quitaron sus pieles de león, pero mientras que Heracles se frotaba con aceite a la manera olímpica, Anteo se derramó arena caliente sobre los miembros por si el contacto con la tierra por medio de las plantas de los pies resultaba insuficiente. Heracles se proponía reservar su fuerza y cansar a Anteo, pero cuando consiguió tenderlo en tierra le sorprendió ver que los músculos del gigante se hinchaban y que el contacto con la Madre Tierra infundía nueva vida a sus miembros. Los combatientes volvieron a asirse y al poco tiempo Anteo se dejó caer por su propia voluntad sin esperar a que Heracles lo derribase, lo que hizo que este último comprendiera lo que sucedía y, en vista de ello, lo levantó a gran altura en el aire, le rompió las costillas y, a pesar de los hondos gemidos de la Madre Tierra, lo mantuvo en alto hasta que murió.

LOS MITOS GRIEGOS, VOL. 2, ROBERT GRAVES, 1955.

Interpretación

A menudo lo que separa a un general mediocre de uno superior no son sus estrategias o maniobras, sino su visión: simplemente ven el mismo problema desde diferente ángulo. Liberado del yugo de la convención, el general superior da naturalmente con la estrategia correcta.

Los romanos estaban deslumbrados por el genio estratégico de Aníbal. Acabaron por temerle tanto que las únicas estrategias que podían usar contra él eran la dilación y la prevención. Escipión el Africano simplemente veía las cosas de otra manera. En cada oportunidad fijaba su atención no en el ejército enemigo, ni siquiera en su líder, sino en el pilar de apoyo que lo sustentaba: su vulnerabilidad crítica. Sabía que el poder militar no residía en el ejército mismo, sino en sus cimientos, las cosas que lo sostenían y hacían posible: el dinero, las provisiones, la aceptación pública, los aliados. Buscaba esos pilares y los derribaba poco a poco.

El primer paso de Escipión fue ver a Hispania, no a Italia, como el centro de gravedad de Aníbal. En Hispania la clave era Cartago Nova. No persiguió a los diversos ejércitos cartagineses, sino que tomó Cartago Nova y dio un vuelco a la guerra. Entonces Aníbal, privado de su principal base militar y fuente de abastecimiento, tuvo que fiarse aún más de su otra base de apoyo: Cartago misma, con su riqueza y recursos. Así, Escipión llevó la guerra a África. Atrapado cerca de Utica, indagó qué le daba al enemigo su poder en esa situación, y vio que no eran los ejércitos, sino la posición que habían asumido: si lograba hacerlos salir de esa posición sin perder hombres en una batalla frontal, las delicadas partes nobles de Cartago quedarían expuestas. Al quemar los campamentos, Escipión movió a los ejércitos. Luego, en vez de marchar contra la ciudad de Cartago —reluciente trofeo que habría atraído a la mayoría de los generales como un imán—, le dio al Estado cartaginés donde más le dolería: la fértil zona agrícola que era la fuente de su riqueza. Por último, en lugar de perseguir a Aníbal, hizo que éste fuera tras él, hasta un área en medio del país donde estaría privado de refuerzos y apoyo. Escipión desequilibró tan completamente a los cartagineses que su derrota en Zama fue definitiva.

El poder es engañoso. Si imaginamos al enemigo como un boxeador, tendemos a concentrarnos en sus puños. Pero más que de sus puños, depende de sus piernas; una vez que éstas se debilitan, él pierde el equilibrio, no puede escapar del otro púgil, está sujeto a agotadores intercambios y sus puños gradualmente pierden fuerza hasta que se le noquea. Cuando analices a tus rivales, no te distraigas en sus puños. Participar en cualquier intercambio de puñetazos, en la vida o en la guerra, es la cumbre de la estupidez y el desperdicio. El poder depende del equilibrio y el apoyo; así, descubre qué mantiene en pie a tu enemigo, y recuerda que lo que lo mantiene en pie también puede hacerlo caer. Una persona, como un ejército, suele obtener su poder de tres o cuatro fuentes simultáneas: dinero, popularidad, maniobras hábiles, alguna ventaja particular que ha fomentado. Destruye una y tendrá que depender más de las demás; destruye éstas y estará perdido. Debilita las piernas de un boxeador y se aturdirá y vacilará; y cuando lo haga, no tengas piedad. Ningún poder puede sostenerse sin sus piernas.

Cuando a una flecha se le quitan las plumas estabilizadoras, aunque el asta y la punta permanezcan, es difícil que la flecha penetre profundamente.

—Estratega de la dinastía Ming Chieh Hsüan (principios del siglo XVII d.C.).

CLAVES PARA LA GUERRA

En la guerra es natural concentrarse en el aspecto físico del conflicto: cuerpos, equipo, matériel. Aun un estratega instruido tenderá a considerar primero el ejército, potencia de fuego, movilidad y reservas del enemigo. La guerra es un asunto visceral, emocional, una arena de peligro físico, y supone gran esfuerzo elevarse sobre este nivel y plantear preguntas distintas: ¿qué hace moverse al ejército enemigo? ¿Qué le da sus ímpetus y resistencia? ¿Quién guía sus acciones? ¿Cuál es la fuente última de su fuerza?

Clamaron los israelitas al Señor su Dios, pues su ánimo empezaba a flaquear, viendo que el enemigo les había cercado y cortado toda retirada. Treinta y cuatro días estuvieron cercados por todo el ejército asirio, infantes, carros y jinetes. A todos los habitantes de Betulia se les acabaron las reservas de agua. [...] Los niños aparecían abatidos, las mujeres y los adolescentes desfallecían de sed y caían en las plazas y a las salidas de las puertas de la ciudad, faltos de fuerzas. [...]
  Acabada su plegaria al Dios de Israel, y dichas todas estas palabras, se levantó Judit del suelo, llamó a su sierva y bajando a la casa donde pasaba los sábados y solemnidades, se quitó el sayal que vestía, se desnudó de sus vestidos de viudez, se bañó toda, se ungió con perfumes exquisitos, se compuso la cabellera poniéndose una cinta, y se vistió los vestidos que vestía cuando era feliz, en vida de su marido Manasés. Se calzó las sandalias, se puso los collares, brazaletes y anillos, sus pendientes y todas sus joyas, y realzó su hermosura cuanto pudo, con ánimo de seducir los ojos de todos los hombres que la viesen. [...]
  Avanzaron ellas a derecho por el valle, hasta que le salió al encuentro una avanzada de los asirios, que la detuvieron y preguntaron: “¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿A dónde vas?”. [Judit] respondió: “Hija de hebreos soy y huyo de ellos, porque están a punto de ser devorados por vosotros. Vengo a presentarme ante Holofernes, jefe de vuestro ejército, para hablarle con sinceridad y mostrarle un camino por el que pueda pasar para adueñarse de toda la montaña, sin que perezca ninguno de sus hombres y sin que se pierda una sola vida”. Oyéndola hablar aquellos hombres, y viendo la admirable hermosura de su rostro, le dijeron: “[...] Dirígete a su tienda. [...] Cuando estés en su presencia, no tengas miedo; anúnciale tus propósitos y él se portará bien contigo”. [...]
  Agradaron estas palabras a Holofernes y a todos sus servidores, que estaban admirados de [la] sabiduría [de Judit], y dijeron: “De un cabo al otro del mundo, no hay mujer como ésta, de tanta hermosura en el rostro y tanta sensatez en las palabras”. [...]
  Al cuarto día, dio Holofernes un banquete exclusivamente para sus oficiales; no invitó a ninguno de los encargados de los servicios. Dijo, pues, a Bagoas, el eunuco que tenía al frente de sus negocios: “Trata de persuadir a esa mujer hebrea que tienes contigo, que venga a comer y beber con nosotros”. [...] Salió Bagoas de la presencia de Holofernes y entró en la tienda de Judit. [...] Judit le respondió: “¿Quién soy yo para oponerme a mi señor? Haré prontamente todo cuanto le agrade y ello será para mí motivo de gozo mientras viva”. Después se levantó y se engalanó con sus vestidos y todos sus ornatos femeninos. [...]
  Entrando luego Judit, se reclinó. El corazón de Holofernes quedó arrebatado por ella, su alma quedó turbada y experimentó un violento deseo de unirse a ella, pues desde el día que la vio, andaba buscando ocasión de seducirla. Díjole Holofernes: “¡Bebe, pues, y comparte la alegría con nosotros!”. Judit respondió: “Beberé señor; pues nunca, desde el día en que nací, nunca estimé en tanto mi vida como ahora”. [...] Holofernes, que se hallaba bajo el influjo de su encanto, bebió vino tan copiosamente como jamás había bebido en todos los días de su vida. Cuando se hizo tarde, sus oficiales se apresuraron a retirarse y Bagoas cerró la tienda por el exterior, después de haber apartado de la presencia de su señor a los que todavía quedaban; y todos se fueron a dormir. [...] Quedaron en la tienda tan sólo Judit y Holofernes, desplomado sobre su lecho y rezumando vino. [...]
  [Judit] avanzó, después, hasta la columna del lecho que estaba junto a la cabeza de Holofernes, tomó de allí su cimitarra, y acercándose al lecho, agarró la cabeza de Holofernes por los cabellos. [...] Y, con todas sus fuerzas, le descargó dos golpes sobre el cuello y le cortó la cabeza. Después hizo rodar el tronco fuera del lecho, arrancó las colgaduras de las columnas y saliendo entregó la cabeza de Holofernes a su sierva, que la metió en la alforja de las provisiones. [...]
  Entró, pues, Bagoas [...] en el dormitorio, y encontró [a Holofernes] tendido sobre el umbral, muerto y decapitado. Dio entonces una gran voz, con gemido y llanto y fuertes alaridos. [...] Entró luego en la tienda en que se había aposentado Judit, y al no verla, se precipitó hacia la tropa gritando: “¡Esas esclavas eran una pérfidas! Una sola mujer hebrea ha llenado de vergüenza la casa del rey Nabucodonosor. ¡Mirad a Holofernes, derribado en tierra y decapitado!”. Cuando los jefes del ejército asirio oyeron estas palabras, su ánimo quedó turbado hasta el extremo, rasgaron sus túnicas y lanzaron grandes gritos y voces por todo el campamento. Al oírlo los del campamento, quedaron estupefactos; fueron presa de terror pánico y nadie ya fue capaz de mantenerse al lado de sus compañeros; huyeron todos a la desbandada, por todos los caminos, por la llanura y la montaña. [...] Entonces, todos los hombres de guerra de Israel cayeron sobre ellos. [...] Cuando los israelitas lo supieron, todos, como un solo hombre, se lanzaron sobre los asirios y los batieron hasta Jobá.

JUDIT 7, 19-15, 7.

La mayoría de la gente tiene el problema de ver la guerra como una actividad aparte, sin relación con otros reinos de la vida humana. Pero la guerra es de hecho una forma de poder —Carl von Clausewitz la llamó “la política por otros medios”—, y todas las formas de poder comparten las mismas estructuras esenciales.

Lo más visible del poder es su manifestación externa, lo que sus testigos ven y sienten. Un ejército posee tamaño, armamento, demostraciones de disciplina, maniobras agresivas; los individuos tienen muchas maneras de mostrar su posición e influencia. Es propio de la naturaleza del poder presentar un aspecto enérgico, parecer amenanzante e intimidatorio, fuerte y decidido. Pero su despliegue exterior suele ser exagerado, e incluso francamente engañoso, pues el poder no se atreve a exhibir sus debilidades. Y bajo ese despliegue está el soporte en que el poder descansa: su “centro de gravedad”. La expresión es de Von Clausewitz, quien la definió como “el eje de todo poder y movimiento, del que todo depende”. Ésta es la parte que gobierna al todo, una especie de centro nervioso.

Atacar ese centro de gravedad, neutralizarlo o destruirlo, es la máxima estrategia en la guerra, pues sin él toda la estructura se desplomará. El enemigo puede tener grandes generales y fuertes ejércitos, como Aníbal y su invencible ejército en Italia; sin un centro de gravedad, esos ejércitos no pueden moverse y no tienen fuerza ni coherencia. Golpear ese centro tendrá devastadores efectos psicológicos, desequilibrando al enemigo e induciendo un pánico reptante. Si los generales convencionales perciben el aspecto físico del ejército enemigo, concentrándose en sus debilidades y tratando de explotarlas, los estrategas superiores ven detrás y más allá de eso, al sistema de apoyo. El centro de gravedad del enemigo es donde una herida le dolerá más, su punto de mayor vulnerabilidad. Pegarle ahí es la mejor manera de terminar un conflicto definitiva y económicamente.

La clave es analizar la fuerza enemiga para determinar sus centros de gravedad. Al buscar esos centros, es crucial no dejarse engañar por un aspecto intimidatorio o deslumbrante, confundiendo la apariencia exterior con lo que ésta pone en movimiento. Probablemente tengas que dar varios pasos, uno por uno, para descubrir esa última fuente de poder, desprendiendo capa tras capa. Recuerda a Escipión, quien vio primero que Aníbal dependía de Hispania, luego que Hispania dependía de Cartago, luego que Cartago dependía de su prosperidad material, la que tenía a su vez fuentes particulares. Ataca la prosperidad de Cartago, como hizo finalmente Escipión, y todo se vendrá abajo.

Para encontrar el centro de gravedad de un grupo, debes conocer su estructura y la cultura dentro de la cual opera. Si tus enemigos son individuos, debes comprender su psicología, lo que los hace latir, la estructura de su pensamiento y prioridades.

Al concebir una estrategia para derrotar a Estados Unidos en la Guerra de Vietnam, el general Vo Nguyen Giap determinó que el verdadero centro de gravedad de la democracia estadunidense era el apoyo político de sus ciudadanos. Dado ese apoyo —el tipo de apoyo que el ejército había tenido durante la Segunda Guerra Mundial—, el país podía proseguir una guerra con la máxima efectividad. Sin ese apoyo, en cambio, el esfuerzo estaba condenado al fracaso. Mediante la Ofensiva del Tet de 1968, Giap fue capaz de minar el apoyo de la ciudadanía estadunidense a la guerra. Había obtenido un entendimiento de la cultura estadunidense que le permitiría apuntar al blanco indicado.

Cuanto más centralizado esté el enemigo, más devastador será un golpe a su líder u órgano de gobierno. Hernán Cortés fue capaz de conquistar México con un puñado de soldados capturando a Moctezuma, el emperador azteca. Moctezuma era el centro alrededor del cual giraba todo; sin él, la cultura azteca se derrumbó pronto. Cuando Napoleón invadió Rusia en 1812, supuso que tomando Moscú, la capital, podría forzar a los rusos a rendirse. Pero el verdadero centro de gravedad en esa nación autoritaria era el zar, quien estaba determinado a continuar la guerra. La pérdida de Moscú sólo aceró su resolución.

Un enemigo más descentralizado tendrá varios centros de gravedad. La clave aquí es desorganizarlos bloqueando la comunicación entre ellos. Eso fue lo que el general Douglas MacArthur hizo en su notable campaña en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial: se saltó algunas islas, pero tomó las clave, manteniendo desplegados a los japoneses en una vasta área y haciéndoles imposible comunicarse entre sí. Suele ser estratégicamente prudente entorpecer las líneas de comunicación de tu enemigo; si las partes no pueden comunicarse con el todo, sobreviene el caos.

El centro de gravedad de tu enemigo puede ser algo abstracto, como una cualidad, concepto o aptitud de la que depende: su fama, su capacidad para engañar, el ser impredecible. Pero esas fortalezas se convierten en vulnerabilidades críticas si puedes volverlas poco atractivas o inútiles. Al combatir en lo que hoy es Irán a los escitas, tribu que nadie sabía cómo derrotar, Alejandro Magno juzgó que su centro de gravedad era su gran movilidad a caballo y su fluido, casi caótico, estilo de combatir. Simplemente planeó cómo neutralizar la fuente de ese poder atrayendo a los escitas a un terreno cercado en el que no pudieran usar su caballería y tácticas de confusión. Los derrotó fácilmente.

Para encontrar el centro de gravedad de un enemigo, tienes que eliminar tu tendencia a pensar en términos convencionales o a suponer que el centro de la otra parte es igual que el tuyo. Cuando Salvador Dalí llegó a Estados Unidos en 1940, resuelto a conquistar el país como artista y a hacer fortuna, hizo un cálculo astuto. En el mundo del arte europeo, un artista tenía que conquistar a los críticos y hacerse nombre como “serio”. En Estados Unidos, en cambio, ese tipo de fama condenaría a un artista a un ghetto, un círculo limitado. El verdadero centro de gravedad eran los medios de información estadunidenses. Cortejando a los periódicos, obtendría acceso al público estadunidense, y éste haría de él una estrella.

Como ya se refirió, en la guerra civil entre comunistas y nacionalistas por el control de China a fines de la década de 1920 y principios de la de 1930, la mayoría de los comunistas se concentraban en tomar ciudades, como habían hecho los bolcheviques en Rusia. Pero Mao Tse-tung, un disidente en el dogmático Partido Comunista Chino, fue capaz de ver a China bajo una clara luz y descubrir que su centro de gravedad era su vasta población campesina. Bastaba ganarla para su lado, creyó, y la revolución no podría fracasar. Este discernimiento resultó la clave del éxito de los comunistas. Tal es el poder de identificar el centro de gravedad.

Con frecuencia ocultamos nuestras fuentes de poder; lo que la mayor parte de la gente considera un centro de gravedad suele ser una fachada. Pero a veces un enemigo revelará su centro de gravedad por lo que protege más fervientemente. Al llevar la Guerra Civil estadunidense a Georgia, el general William Tecumseh Sherman descubrió que el sur estaba particularmente ansioso por proteger Atlanta y las áreas circunvecinas. Ése era el centro industrial de gravedad del sur. Como Sherman, ataca lo que el enemigo más atesora, o amenaza con hacerlo, para lograr que el enemigo desvíe fuerzas para defenderse.

En cualquier grupo, el poder y la influencia corresponderán naturalmente a un puñado de personas tras bastidores. Este tipo de poder funciona mejor cuando no está expuesto a la luz del día. Una vez que descubras a la camarilla que jala los hilos, conquístala. Como presidente de Estados Unidos durante la Gran Depresión, Franklin D. Roosevelt enfrentaba problemas en tantas partes que le era difícil saber dónde dirigir su energía. Al final decidió que la clave para decretar sus reformas era conquistar al congreso. En éste había líderes particulares que ostentaban verdadero poder. Se concentró en cortejar y seducir a esos líderes con su gran simpatía. Ése fue uno de los secretos de su éxito.

Lo que en última instancia guía a un grupo es el centro de mando y control, el cerebro operativo que recibe la información y toma luego las decisiones cruciales. Entorpecer el funcionamiento de ese cerebro causará dislocación en todo el ejército enemigo. Antes de casi cada batalla, Alejandro Magno examinaba la organización del enemigo, identificando lo mejor posible la ubicación de la estructura de mando, y luego atacándola o aislándola, para impedir al cerebro comunicarse con el cuerpo.

Aun en un deporte tan físico como el boxeo, Muhammad Alí, al idear una estrategia para derrotar a su archinémesis Joe Frazier, apuntó a la mente de éste, el último centro de gravedad de cualquier individuo. Antes de cada pelea, Alí exasperaba a Frazier, enfureciéndolo al llamarlo Tío Tom, un recurso de los medios de información blancos. Persistía durante la pelea misma, burlándose inmisericordemente de Frazier en el ring. Frazier se obsesionó con Alí, no podía pensar en él sin estallar de ira. Controlar la mente de Frazier fue la clave para controlar su cuerpo.

En toda interacción con la gente, debes aprender a concentrarte en su fortaleza, la fuente de su poder, lo que sea que le dé su apoyo más crucial. Este conocimiento te brindará muchas opciones estratégicas, muchos ángulos desde los cuales atacar, minando sutil o no tan sutilmente esa fortaleza antes que acometerla de frente. No podrás crear mayor experiencia de pánico en tus enemigos que la de hacerlos sentir incapaces de usar sus fortalezas.

Imagen:   El    muro.

Tus        adversarios

están  detrás  de  un

muro   que   los   pro-

tege   de  extraños  e

intrusos.  No  te   des

de  topes  contra ese

muro   ni   lo     sities;

busca    los    pilares

y   soportes   que   lo

sostienen  y   le  dan

fuerza.   Cava  deba-

jo  de  él, debilitando

sus  cimientos  hasta

que caiga por sí solo.

Autoridad: El principio básico es la indagación de la 

sustancia a la que el enemigo debe su fortaleza has-

ta las fuentes más remotas que sea posible, y de

 preferencia hasta la más importante de ellas.

El ataque a dichas  fuentes ha de conden-

sarse  en  el menor  número posible de

 acciones. [...] Por  medio  de la ince-

sante  búsqueda  del  origen  de

su  poder,  corriendo  el  ries-

go  de  perderlo  todo  con

el  propósito  de  ganarlo

todo,  se v encerá efec-

tivamente  al  enemi-

go. De la guerra,

Carl von Clause-

witz (1780-

1831).

REVERSO

Todo ser vivo posee un centro de gravedad. Aun el grupo más descentralizado tiene que comunicarse y depende de una red que es vulnerable al ataque. Este principio no tiene reverso.