LA ESTRATEGIA DE ROTACIÓN
En 1793, Luis XVI y su esposa, María Antonieta, reyes de Francia, fueron decapitados por órdenes del nuevo gobierno instaurado después de la Revolución Francesa. María Antonieta era hija de María Teresa, emperatriz de Austria, y a causa de su muerte los austriacos se convirtieron en encarnizados enemigos de Francia. A principios de 1796 se preparaban para invadir ese país desde el norte de Italia, entonces posesión austriaca.
En abril de ese año, Napoleón Bonaparte, de veintiséis años de edad, recibió el mando del ejército francés en Italia y el encargo de una simple misión: impedir que esos ejércitos austriacos entraran a Francia. Bajo las órdenes de Napoleón, por primera vez desde la Revolución los franceses no sólo fueron capaces de mantener una posición defensiva, sino que además pasaron con éxito a la ofensiva, empujando a los austriacos sostenidamente al este. Escandaloso como era perder ante el ejército revolucionario, fue francamente humillante que los austriacos fueran derrotados por un general desconocido en su primera campaña. Durante seis meses enviaron ejércitos para derrotar a Napoleón, pero este último obligó a cada uno a replegarse a la fortaleza de Mantua, hasta que finalmente ésta se llenó de soldados austriacos.
El emperador [Napoleón Bonaparte], aunque perfectamente preparado para “quebrar los huevos y hacer una omelette”, como lo expresó Von Clausewitz, siempre estaba ansioso de obtener la victoria total con un mínimo gasto de esfuerzo y efectivos. En consecuencia, le disgustaba tener que forzar una ordenada batalla frontal a gran escala; es decir, marchar directamente contra el enemigo para combatirlo en el terreno de su elección, porque tales batallas eran inevitablemente costosas y raramente concluyentes (Borodino en 1812 es un caso ilustrativo).
En cambio, cada vez que era posible, luego de inmovilizar frontalmente al enemigo con un ataque fingido, hacía marchar a su principal ejército por la ruta más rápida y “segura” posible, oculto por la cobertura de la caballería y de los obstáculos naturales, para situarse en la retaguardia o flanco de su contrincante. Una vez exitosamente efectuado ese movimiento, él ocupaba una barrera natural o “cortina estratégica” (usualmente el cauce de un río o una sierra), ordenaba el bloqueo de todos los cruces y aislaba así a su prevista víctima de sus depósitos de retaguardia al tiempo que reducía sus posibilidades de refuerzos. Entonces, Napoleón avanzaba inexorablemente hacia el ejército enemigo, dándole sólo dos opciones: luchar a muerte en un terreno que no había elegido o rendirse. Las ventajas ofrecidas por esta estrategia son obvias. El ejército enemigo era tomado por sorpresa y casi infaliblemente desmoralizado por la súbita aparición del rival en su retaguardia, cortando sus comunicaciones.
THE CAMPAIGNS OF NAPOLEON, DAVID G. CHANDLER, 1966.
Dejando una fuerza en Mantua que inmovilizara a los austriacos, Napoleón estableció su base al norte, en la estratégica ciudad de Verona. Para que los austriacos ganaran la guerra, tendrían que sacarlo de algún modo de Verona y liberar a los hambrientos soldados atrapados en Mantua. Y el tiempo se les estaba acabando.
En octubre de 1796, el barón Joseph d’Alvintzi recibió el mando de unos cincuenta mil soldados austriacos y la urgente misión de expulsar a los franceses de Verona. Experimentado comandante y astuto estratega, D’Alvintzi estudió detenidamente la campaña de Napoleón en Italia, y terminó por respetar a su enemigo. Para derrotar a ese brillante general joven, los austriacos tendrían que ser más flexibles, y D’Alvintzi creyó tener la solución: dividiría a su ejército en dos columnas, una bajo su mando, la otra bajo el del general ruso Paul Davidovich. Las columnas marcharían por separado al sur, convergiendo en Verona. Al mismo tiempo, D’Alvintzi lanzaría una campaña engañosa para hacer creer a Napoleón que el ejército de Davidovich era pequeño (contaba en realidad con dieciocho mil hombres), apenas una fuerza de contención para proteger las líneas de comunicación austriacas. Si Napoleón subestimaba a Davidovich, el general ruso enfrentaría menos oposición y su marcha a Verona se facilitaría. El plan de D’Alvintzi era atrapar a Napoleón entre las garras de estos dos ejércitos.
Los austriacos entraron al norte de Italia a principios de noviembre. Para deleite de D’Alvintzi, Napoleón parecía haber caído en la trampa; envió una fuerza relativamente ligera contra Davidovich, quien pronto infligió a los franceses en Italia su primera derrota e inició su avance a Verona. Mientras tanto, D’Alvintzi avanzó hasta un punto no lejos de Verona y se dispuso a caer sobre la ciudad desde el este. Mientras escudriñaba sus mapas, D’Alvintzi se complacía en su plan. Si Napoleón enviaba más hombres a detener a Davidovich, debilitaría a Verona contra D’Alvintzi. Si intentaba bloquear la entrada de D’Alvintzi desde el este, debilitaría a Verona contra Davidovich. Si buscaba refuerzos en sus tropas en Mantua, liberaría a los veinte mil soldados austriacos atrapados ahí y ellos lo devorarían desde el sur. D’Alvintzi también sabía que los hombres de Napoleón estaban exhaustos y hambrientos. Habiendo peleado durante seis meses sin parar, se hallaban en un punto límite. Ni siquiera un joven genio como Napoleón podría escapar de esta trampa.
Días después, D’Alvintzi avanzó al poblado de Caldiero, a las puertas de Verona. Ahí infligió otra derrota a las tropas francesas enviadas a detenerlo. Luego de una cadena de victorias, Napoleón había perdido para entonces dos batallas seguidas; el péndulo oscilaba contra él.
Mientras D’Alvintzi se preparaba para el golpe final sobre Verona, recibió noticias que lo confundieron: contra toda predicción, Napoleón había dividido su ejército en Verona, pero en vez de enviar partes de él ya fuera contra D’Alvintzi o Davidovich, había hecho marchar a una fuerza considerable al sureste. Al día siguiente este ejército apareció fuera de la ciudad de Arcole. Si los franceses cruzaban el río a Arcole y avanzaban unos kilómetros al norte, atravesarían directamente la línea de comunicaciones y de retirada de D’Alvintzi, y podrían tomar los depósitos de suministros de éste en Villa Nova. Tener a ese gran ejército francés a su retaguardia era más que alarmante; D’Alvintzi se vio obligado a olvidarse por el momento de Verona y marchó apresuradamente al este.
Se había retirado justo a tiempo y pudo detener a los franceses antes de que cruzaran el río y atacaran Villa Nova. Durante varios días los dos ejércitos trabaron feroz batalla por el puente de Arcole. El propio Napoleón dirigió varios ataques y estuvo a punto de morir. Una porción de las tropas que bloqueaban Mantua fueron despachadas al norte para reforzar a los franceses en Arcole, pero el ejército de D’Alvintzi se atrincheró, y la batalla llegó a un punto muerto.
Venía entonces el problema crítico de juzgar el momento indicado para que la fuerza de envolvimiento revelara su desconcertante posición en el flanco enemigo. Para el máximo efecto, era importante que esto no ocurriera antes de que el enemigo hubiera comprometido todas o la mayoría de sus reservas a la batalla frontal, y esta necesidad de elegir el momento preciso para el ataque por el flanco demandaba el mayor discernimiento de Napoleón y sus subordinados clave. El primero tenía que determinar el momento en que todas las tropas enemigas hubieran sido efectivamente comprometidas a la batalla frontal (y con las densas nubes de humo de la negra pólvora oscureciendo la escena, esto no era asunto fácil); los otros tenían la tarea de mantener a raya a sus ansiosas tropas para evitar cualquier ataque prematuro que revelara su presencia. Así, cuando llegaba el momento exacto, Napoleón daba la señal. [...]
Luego cobraba vida el attaque débordante. Un estruendo de cañón en su hasta entonces seguro flanco causaba que el enemigo mirara aprensivamente sobre su hombro, y poco después los catalejos de su angustiado estado mayor percibían una línea de polvo y humo arrastrarse cada vez más cerca desde el flanco o la retaguardia. Esta amenaza a sus comunicaciones y vía de retirada no podía ignorarse.
El general enemigo podía adoptar en teoría uno de dos cursos (aunque en la práctica sólo uno). Podía ordenar una inmediata retirada total para salir de la trampa antes de que ésta se cerrara sobre su ejército (aunque por lo común esto estaba fuera de cuestión, ya que, por supuesto, Napoleón lanzaba un ataque frontal contra todos los sectores de la línea enemiga en coincidencia con el desenmascaramiento de su fuerza de flanqueo, y esto inmovilizaba aún más al enemigo en el terreno que ocupaba), o era compelido a buscar tropas en algún lado para formar una nueva línea en ángulos rectos a su posición principal para enfrentar la nueva embestida y proteger su flanco. Como todas las reservas ya estaban (idealmente) comprometidas en la batalla, esto sólo podía hacerse fácil y rápidamente debilitando en forma deliberada los sectores frontales más próximos a la nueva amenaza. Este adelgazamiento del frente enemigo es lo que Napoleón llamaba “el Acontecimiento”, y, desde luego, era exactamente lo que perseguía. Caía entonces el telón del primer acto; el enemigo reaccionaba como se requería; la destrucción de la cohesión de su línea, la ruina final de su equilibrio, podía emprenderse entonces con prácticamente una garantía de éxito definitivo.
THE CAMPAIGNS OF NAPOLEON, DAVID G. CHANDLER, 1966.
En el tercer día de combate, los soldados de D’Alvintzi —adelgazadas sus líneas por inclementes ataques franceses— se preparaban para otra batalla por el puente cuando de súbito oyeron trompetas que resonaban desde su flanco sur. Una fuerza francesa había cruzado de algún modo el río bajo el puente y marchaba hacia el flanco austriaco en Arcole. El sonido de trompetas fue rápidamente remplazado por gritos y el zumbido de las balas. La repentina aparición de los franceses en su flanco fue demasiado para los extenuados austriacos; sin deseos de ver la magnitud de la fuerza francesa, se aterraron y huyeron de la escena. Los franceses se precipitaron del otro lado del río. D’Alvintzi reunió a sus hombres lo mejor que pudo y logró conducirlos a salvo al este. Pero la batalla de Verona estaba perdida, y con eso quedó sellado el destino de Mantua.
De un modo u otro, Napoleón había logrado arrancar la victoria de manos de la derrota. La batalla de Arcole ayudó a forjar la leyenda de que era invencible.
Interpretación
Napoleón no era mago, y su victoria sobre los austriacos en Italia fue engañosamente simple. Frente a dos ejércitos que convergían sobre él, calculó que el de D’Alvintzi era el peligro más inminente. La batalla por Caldiero instó a los austriacos a pensar que Verona sería defendida mediante el choque frontal directo. En cambio, Napoleón dividió a su ejército y envió a la mayor porción de él a amenazar los depósitos de suministros y líneas de comunicación y retirada austriacos. Si D’Alvintzi hubiera ignorado la amenaza y avanzado sobre Verona, se habría alejado de su crítica base de operaciones y se habría puesto en gran peligro; si no se hubiera movido, Napoleón lo habría prensado entre dos ejércitos. De hecho, Napoleón sabía que D’Alvintzi tendría que retirarse —la amenaza era demasiado real—, y apenas lo hiciera, renunciaría a la iniciativa. En Arcole, al sentir cansado al enemigo, Napoleón envió un pequeño contingente a cruzar el río al sur y marchar sobre el flanco austriaco, con instrucciones de hacer el mayor ruido posible: trompetas, gritos, disparos. La presencia de esta fuerza de ataque, por reducida que fuera, induciría el pánico y el desplome. El ardid funcionó.
Esta maniobra —manoeuvre sur les derrières la llamó él— se convertiría en una de las estrategias favoritas de Napoleón. Su éxito se basaba en dos verdades: primero, los generales gustan de colocar sus ejércitos en una fuerte posición frontal, ya sea para realizar o enfrentar un ataque. Napoleón solía aprovechar esta tendencia para avanzar en batalla dando la impresión de acometer frontalmente al enemigo; en medio de la batalla, era difícil saber que en realidad sólo desplegaba así a la mitad de su ejército, mientras colaba la otra mitad por un lado o por la retaguardia. Segundo, un ejército que siente un ataque por el flanco se alarma y es vulnerable, y debe rotar para enfrentar la amenaza. Este momento de rotación contiene gran debilidad y confusión. Aun un ejército en posición de fuerza, como el de D’Alvintzi en Verona, casi siempre perderá cohesión y equilibrio al rotar.
Aprende del gran maestro: atacar por el frente no suele ser sensato. Los soldados ante ti estarán ceñidamente apiñados, concentración de fuerza que amplificará su poder para resistirte. Ve a su flanco, su lado vulnerable. Este principio es aplicable a conflictos o choques de cualquier escala.
Los individuos suelen exhibir su flanco, señalar su vulnerabilidad, mediante su contrario, la fachada que muestran más visiblemente al mundo. Esta fachada puede ser una personalidad agresiva, una manera de tratar a la gente presionándola. O puede ser un obvio mecanismo de defensa, una insistencia en excluir a los intrusos para preservar la estabilidad en su vida. Pueden ser sus más preciadas creencias e ideas; puede ser la manera en que se hacen estimar. Cuanto más logres que la gente ponga al descubierto esta fachada y muestre más de ella misma y de la dirección en que tiende a moverse, más claros resultarán sus flancos desprotegidos: deseos inconscientes, inseguridades profundas, precarias alianzas, compulsiones incontrolables. Una vez que te desplaces a su flanco, tus blancos de ataque rotarán para enfrentarte y perderán su equilibrio. Todos los enemigos son vulnerables de lado. No existe defensa contra una bien planeada maniobra de flanqueo.
La oposición a la verdad es inevitable, especialmente si ésta adopta la forma de una nueva idea; pero el grado de resistencia puede reducirse reflexionando no sólo en el propósito, sino también en el método de aproximación. Evita un ataque frontal contra una posición largamente establecida; busca en cambio alterarla con un movimiento de flanco, para que un lado más penetrable quede expuesto a la embestida de la verdad.
—B. H. Liddell Hart (1895-1970).
En su juventud, Julio César (100-44 a.C.) fue capturado una vez por piratas. Pidieron un rescate de veinte talentos; riendo, él replicó que un hombre de su nobleza valía cincuenta talentos, y se ofreció a pagar esta suma. Sus asistentes fueron enviados por el dinero, y César se quedó solo con los sanguinarios piratas. Durante las semanas en que permaneció entre ellos, participó en sus juegos y jolgorios, al grado de asumir un trato un poco rudo y bromear que algún día los haría crucificar.
Durante esta investigación, una impresión se hizo cada vez más fuerte: a lo largo de los siglos, raramente se han alcanzado resultados efectivos en la guerra a menos que la aproximación haya sido tan indirecta que haya asegurado la indisposición del adversario a enfrentarla. Tal aproximación indirecta ha sido usualmente física, y siempre psicológica. En estrategia, el camino más largo suele ser el más corto.
Cada vez ha emergido más claramente la lección de que una aproximación directa al objeto mental, u objetivo físico, junto con la “línea de expectativa natural” del enemigo, tiende a producir resultados negativos. La razón se expresó vívidamente en eldictum de Napoleón de que “la moral es a lo físico lo que el tres al uno”. Esto podría expresarse científicamente diciendo que mientras que la fortaleza de un ejército o país enemigo reside externamente en su número y recursos, éstos dependen fundamentalmente de la estabilidad del control, la moral y el aprovisionamiento.
Avanzar por la línea de la expectativa natural consolida el equilibrio del adversario e incrementa por lo tanto su capacidad de resistencia. En la guerra, como en la lucha libre, el intento de derribar al adversario sin aflojar su firmeza ni trastornar su equilibrio resulta en agotamiento, lo que incrementa en desproporcionada medida el esfuerzo efectivo invertido en él. El éxito por ese método sólo es posible con un enorme margen de fuerza superior de alguna especie, aunque, aun así, tiende a perder contundencia. En la mayoría de las campañas, la dislocación del equilibrio psicológico y físico del enemigo ha sido el preludio vital de un exitoso intento de derribarlo.
STRATEGY, B. H. LIDDELL HART, 1954.
Divertidos con ese vivaz pero afectuoso muchacho, los piratas prácticamente lo adoptaron. Pero una vez pagado el rescate y liberado César, éste se dirigió al puerto más cercano, guarneció varias naves a sus expensas y se lanzó contra los piratas, a quienes sorprendió en su guarida. Al principio ellos le dieron la bienvenida, pero César los hizo arrestar, recuperó el dinero que les había dado y, tal como lo había prometido, los hizo crucificar. En los años por venir, muchos aprenderían —para su deleite u horror— que así era como César peleaba.
César, sin embargo, no siempre cobró venganza. En 62 a.C., durante una ceremonia religiosa en su casa, un joven llamado Publio Clodio fue pillado entre las celebrantes, vestido de mujer y retozando con la esposa de César, Pompeya. Esto era considerado un ultraje, y César se divorció de inmediato de Pompeya, diciendo: “Mi esposa debe estar por encima de toda sospecha”. Pero cuando Clodio fue arrestado y juzgado por sacrilegio, César usó su dinero e influencia para exculpar al joven. Se vio más que compensado años después, cuando se preparaba para salir de Roma hacia las guerras en Galia y necesitaba alguien que protegiera sus intereses mientras estaba lejos. Usó su poder para que a Clodio se le asignara el cargo político de tribuno, y en ese puesto Clodio defendió tenazmente los intereses de César, causando tantos problemas en el senado con sus fastidiosas maniobras que nadie tuvo tiempo ni ganas de intrigar contra el general ausente.
Los tres hombres más poderosos de Roma en esa época eran César, Craso y Pompeyo. Temiendo a Pompeyo, popular y célebre general exitoso, Craso trató de formar una alianza secreta con César, pero éste se negó; no obstante, años después César se acercó al precavido Pompeyo (quien sospechaba de César y era hostil con él como posible futuro rival) y le sugirió formar su propia alianza. Prometió a cambio apoyar algunas de las propuestas políticas de Pompeyo que se habían estancado en el senado. Sorprendido, Pompeyo aceptó, y Craso, que no quería quedar fuera, accedió a unirse al grupo para formar el primer triunvirato, el cual gobernaría Roma varios años.
En 53 a.C., Craso murió en batalla en Siria, y pronto emergió una lucha de poder entre Pompeyo y César. La guerra civil parecía inevitable, y Pompeyo tenía más apoyo en el senado. En 50 a.C., el senado ordenó que tanto César (quien entonces combatía en Galia) como Pompeyo debían enviar una de sus legiones a Siria para apoyar al ejército romano en acción allá. Pero como Pompeyo ya había prestado a César una legión para la guerra en Galia, propuso enviar ésa a Siria, a fin de que César perdiera dos legiones en lugar de una, debilitándolo para la guerra inminente.
César no protestó. Envió las dos legiones, una de las cuales, sin embargo —como él lo había previsto—, no marchó a Siria, sino que fue convenientemente acuartelada cerca de Roma, a disposición de Pompeyo. Antes de la partida de las dos legiones, César pagó generosamente a cada soldado. También instruyó a sus oficiales que esparcieran en Roma el rumor de que sus tropas, aún en Galia, estaban exhaustas y que, si se atrevía a lanzarlas contra Pompeyo, cambiarían de bando tan pronto como cruzaran los Alpes. Creyendo en esos falsos informes, y esperando defecciones masivas, Pompeyo no se molestó en reclutar más soldados para la inminente guerra, cosa que más tarde lamentaría.
En enero de 49 a.C., César atravesó el Rubicón, el río entre Galia e Italia, drástico e inesperado movimiento que dio inicio a la Guerra Civil. Tomado por sorpresa, Pompeyo huyó con sus legiones a Grecia, donde empezó a preparar una gran operación. Mientras César marchaba al sur, muchos de los partidarios de Pompeyo, abandonados en Roma, se aterraron. César se había hecho fama en Galia de tratar brutalmente al enemigo, arrasando ciudades enteras y matando a sus habitantes. Pero cuando César tomó la ciudad clave de Corfinio, capturando a importantes senadores y oficiales del ejército que habían peleado ahí junto a tropas leales a Pompeyo, no castigó a esos hombres; de hecho, les devolvió el botín del que sus soldados se habían apoderado al tomar la ciudad. Este notable acto de clemencia se convirtió en el modelo de su trato a los partidarios de Pompeyo. Así, en vez de que los hombres de César se declararan leales a Pompeyo, fueron los de Pompeyo los que se volvieron los más ardientes seguidores de César. De este modo, la marcha de César sobre Roma fue rápida e incruenta.
Después, aunque Pompeyo había establecido su base en Grecia, César decidió atacar primero su flanco: el gran ejército que había acuartelado en Hispania. Durante varios meses de campaña, César superó por completo a esta fuerza, dirigida por Afranio y Petreyo, generales de Pompeyo, y finalmente la acorraló. Rodeados y en situación irremediable, Afranio y muchos soldados, al tanto del benévolo trato de César a sus enemigos, hicieron saber que estaban dispuestos a rendirse; pero Petreyo, horrorizado por esa traición, ordenó que todo soldado que apoyara a César fuera aniquilado. Luego, determinado a seguir luchando, sacó del campamento a sus restantes hombres para librar batalla, pero César se rehusó a combatir. Los soldados no pudieron pelear.
Por último, desesperadamente faltos de provisiones, los hombres de Pompeyo se rindieron. Esta vez podían esperar lo peor, ya que César sabía de la masacre en el campamento, pero volvió a perdonar a Petreyo y Afranio y simplemente desintegró su ejército, dando a los soldados provisiones y dinero para su regreso a Roma. Al enterarse de esto, las ciudades de Hispania aún leales a Pompeyo cambiaron de bando al instante. En sólo tres meses, la Hispania romana había sido conquistada mediante una combinación de maniobra y diplomacia, y sin haber derramado prácticamente una sola gota de sangre.
En los meses siguientes, el apoyo político a Pompeyo en Roma se evaporó. Lo único que le quedaba era su ejército. Su derrota por César en la Batalla de Farsalia, en el norte de Grecia, un año después, sólo selló su inevitable destrucción.
EL DÉCIMO TRABAJO: LOS BUEYES DE GERIÓN
El décimo trabajo de Heracles consistió en llevar los famosos bueyes de Gerión desde Eritea, una isla situada cerca de la corriente del Océano, sin pedirlos ni pagarlos. Gerión, hijo de Crisaor y Calírroe, hija ésta del titán Océano, era rey de Tartesos en España, y tenía fama de ser el hombre más fuerte del mundo. Había nacido con tres cabezas, seis brazos y tres cuerpos unidos en la cintura. Los bueyes rojos de Gerión, animales de una belleza maravillosa, estaban guardados por el pastor Euritión, hijo de Ares, y el perro bicéfalo Ortro —anteriormente propiedad de Atlante— nacido de Tifón y Equidna. [...]
Cuando [Heracles] llegó, subió al monte Abas. El perro Ortro corrió hacia él ladrando, pero Heracles lo mató con la clava, y Euritión, el pastor de Gerión, que corrió en ayuda de Ortro, murió del mismo modo. Luego Heracles se llevó el ganado. Menetes, que apacentaba el ganado de Hades en las cercanías —pero Heracles no había tocado este ganado—, llevó la noticia a Gerión. Desafiado a combatir, Heracles arremetió contra el costado de Gerión y le atravesó los tres cuerpos con una sola flecha. [...] Como Hera se apresuró a acudir en ayuda de Gerión, Heracles la hirió con una flecha en el pecho derecho, y ella huyó. Así se apoderó del ganado sin pedirlo ni pagarlo.
LOS MITOS GRIEGOS, VOL. 2, ROBERT GRAVES, 1955.
Interpretación
César descubrió pronto en su vida política que hay muchas maneras de conquistar. La mayoría de la gente avanza en forma más o menos directa, intentando vencer a sus enemigos. Pero a menos que acabe con ellos, simplemente se crea enemigos de largo plazo que abrigan profundo resentimiento y a la larga causarán problemas. Suficientes enemigos así y la vida se vuelve peligrosa.
César encontró otra manera de pelear, quitando a sus enemigos motivo de pugna mediante la generosidad estratégica y artera. Desarmado de esta forma, el enemigo se convierte en aliado; lo negativo se vuelve positivo. Más tarde, de ser necesario, cuando el antiguo enemigo ha bajado la guardia, puedes cobrar venganza, como lo hizo César con los piratas. Compórtate más amablemente, sin embargo, y tu enemigo podría volverse tu mejor seguidor. Así ocurrió con Publio Clodio, quien, tras deshonrar el hogar de César, se convirtió en el dedicado agente del trabajo sucio del general.
Cuando estalló la Guerra Civil, César comprendió que era un fenómeno político tanto como militar; de hecho, que importaba más el apoyo del senado y de los romanos. Sus actos de piedad formaron parte de una campaña calculada para desarmar a sus enemigos y aislar a Pompeyo. En esencia, lo que César hizo fue ocupar el flanco de sus enemigos. En vez de atacarlos de frente y combatirlos directamente en batalla, se puso de su lado, apoyó sus causas, les hizo obsequios y los persuadió con palabras y favores. Estando César aparentemente de su lado, ni en términos políticos ni psicológicos tenían frente contra el cual pelear, nada a lo que oponerse. En contacto con César, toda hostilidad contra él se derritió. Esta forma de pelear permitió a César derrotar a Pompeyo, militarmente superior.
Vuestra amabilidad nos obligará más que vuestra fuerza a mostrarnos amables con vos.
A VUESTRO GUSTO, WILLIAM SHAKESPEARE, 1564-1616.
La vida está llena de hostilidad, en parte abierta, en parte astuta y a trasmano. El conflicto es inevitable; nunca tendrás completa paz. En vez de imaginar que puedes evitar esos choques de voluntades, acéptalos y aprende que la forma en que los enfrentes decidirá tu éxito en la vida. ¿Qué beneficio puede tener ganar guerritas, triunfar presionando a la gente aquí y allá, si a largo plazo te creas enemigos secretos que después te sabotearán? A toda costa debes controlar el impulso de combatir directamente a tus antagonistas. Por el contrario, ocupa su flanco. Desármalos y hazlos tus aliados; más tarde podrás decidir si los mantienes a tu lado o cobras venganza. Quitar a la gente motivos de pugna mediante estratégicos actos de bondad, generosidad y persuasión despejará tu camino, lo que te ayudará a ahorrar energía para las batallas que no puedes evitar. Busca su flanco: el apoyo que la gente anhela, la bondad a la que responderá, el favor que la desarmará. En el mundo político en que vivimos, el flanco es el camino al poder.
Veamos si mediante la moderación podemos ganar todos los corazones y conseguir una victoria duradera, ya que mediante la crueldad otros han sido incapaces de escapar al odio y mantener su victoria así sea sólo un momento. [...] Ésta es una nueva manera de conquistar: fortalecer la propia posición por medio de la bondad y la generosidad.
—Julio César (100-44 a.C.).
El conflicto y la lucha por los que atravesamos a diario son pasmosos, mucho mayores de los que encararon nuestros ancestros. En la guerra, el paso de los ejércitos se marca con flechas en mapas. Si tuviéramos que indicar en un mapa las batallas de nuestra vida diaria, trazaríamos miles de esas flechas, un constante tráfico de movimientos y maniobras, por no hablar de las flechas que efectivamente nos hieren, la gente que trata de persuadirnos de una u otra cosa para llevarnos en una dirección particular, para inclinarnos a su voluntad, su producto, su causa.
Dado que tantas personas pugnan constantemente por el poder, nuestro mundo social se ve cubierto por una apenas disimulada agresividad. En esta situación, se precisa de tiempo y paciencia para ser indirect@; en la prisa diaria por mover e influir en los demás, la aproximación sutil es demasiado lenta y difícil, así que la gente tiende a tomar la ruta directa a lo que quiere. Para convencernos de la justeza de sus ideas, usa argumentos y retórica, y cada vez es más ruidosa y emocional. Empuja y jala con palabras, hechos y órdenes. Aun las personas, más pasivas, que usan los instrumentos de la manipulación y la culpa son muy directas, para nada sutiles, en los caminos que eligen; observa algunas de sus maniobras y verás que son fáciles de deducir.
Cuando, en el curso del estudio de una larga serie de campañas militares, percibí por primera vez la superioridad de la aproximación indirecta sobre la directa, buscaba meramente luz sobre la estrategia. Tras una reflexión más profunda, sin embargo, empecé a percatarme de que la aproximación indirecta tenía una aplicación mucho más amplia, que era una ley de la vida en todas las esferas: una verdad de la filosofía. Su cumplimiento era visto como la clave de la ejecución práctica en el enfrentamiento de cualquier problema en que predomina el factor humano, y un conflicto de voluntades tiende a surgir de una preocupación subyacente en todos los intereses.
En todos estos casos, el asalto directo de nuevas ideas provoca una obstinada resistencia, intensificando así la dificultad de producir un cambio de perspectiva. La conversión se alcanza más fácil y rápido mediante la insospechada infiltración de una idea diferente o mediante un argumento que hace rotar el flanco de la oposición instintiva.
La aproximación indirecta es tan fundamental para el reino de la política como para el reino del sexo. En el comercio, la sugestión de una oferta es mucho más importante que cualquier apelación directa a comprar. Y en cualquier esfera, es proverbial que la forma más segura de obtener la aceptación de una nueva idea por un superior es debilitar la resistencia antes de intentar vencerla; y el efecto se alcanza mejor atrayendo a la otra parte fuera de sus defensas.
STRATEGY, B. H. LIDDELL HART, 1954.
El resultado de todo esto es doble: tod@s nos hemos vuelto más defensiv@s, más resistentes al cambio. Para mantener algo de paz y estabilidad en nuestra vida, construimos murallas cada vez más altas y gruesas en torno a nuestro castillo. Aun así, la crecientemente directa brutalidad de la vida diaria es imposible de evitar. Las flechas en nuestra contra nos contaminan con su energía; no podemos sino tratar de devolver lo que recibimos. Al reaccionar a maniobras directas, nos vemos arrastrad@s a discusiones y batallas cuerpo a cuerpo. Se requiere esfuerzo para abandonar esta viciada arena y considerar otro método.
Debes hacerte esta pregunta: ¿qué caso tiene ser direct@ y frontal si esto sólo aumenta la resistencia de la gente y la vuelve más segura de sus ideas? La franqueza y la honestidad pueden darte una sensación de alivio, pero también instigan antagonismo. Como tácticas, son ineficaces. En la guerra misma —la guerra cruenta, no las guerras interpersonales de la vida cotidiana— las batallas frontales se han vuelto raras. Los militares han terminado por darse cuenta de que el ataque directo incrementa la resistencia, mientras que el indirecto la reduce.
La gente que adquiere verdadero poder en el difícil mundo moderno es la que ha aprendido a ser indirecta. Conoce el valor de aproximarse en ángulo, disfrazar sus intenciones, reducir la resistencia de su enemigo, atacar su flanco débil expuesto en vez de darse de topes con él. Más que tratar de empujar o jalar a la gente, la persuade para conducirla en la dirección que quiere. Esto implica esfuerzo, pero ofrece beneficios posteriores en reducción de conflictos y mejores resultados.
Seis en el quinto lugar significa: El colmillo de un oso castrado. Buena fortuna. Aquí la contención de manejar hacia adelante impetuosamente se adquiere de manera indirecta. El colmillo de un oso es, en sí mismo, peligroso, pero si la naturaleza del oso es alterada, el colmillo deja de ser una amenaza. Así también en lo que concierne a los hombres, la fuerza salvaje no debe ser combatida directamente.
I CHING, CHINA, CIRCA SIGLO VIII A.C.
La clave para cualquier maniobra de flanqueo es proceder por pasos. Tu acción inicial no debe revelar tus intenciones ni tu verdadera línea de ataque. Haz de la manoeuvre sur les derrières de Napoleón tu modelo: primero ataca directamente a tu enemigo, como lo hizo Napoleón en Caldiero, a fin de mantener su atención al frente. Deja que se acerque a ti mano a mano. Entonces, un ataque de lado será inesperado y difícil de combatir.
En una recepción palaciega en París en 1856, todos los ojos se fijaron en un nuevo arribo a la escena: una aristócrata italiana de dieciocho años de edad llamada condesa de Castiglione. Ella era deslumbrantemente hermosa y algo más: se comportaba como una estatua griega que hubiera cobrado vida. El emperador Napoleón III, famoso mujeriego, no pudo menos que reparar en ella y quedar fascinado, pero por el momento eso fue todo; prefería a mujeres más apasionadas. Sin embargo, cuando volvió a verla en los meses siguientes, sintió curiosidad, pese a sí mismo.
En actos en la corte, Napoleón y la condesa intercambiaban miradas y comentarios ocasionales. Ella siempre se marchaba antes de que él pudiera involucrarla en una conversación. Vestía magníficamente, y mucho después de que la velada había terminado, su imagen volvía a la mente del emperador.
Lo que volvía loco a Napoleón era que aparentemente no llamaba la atención de la condesa; ella parecía apenas modestamente interesada en él. Empezó a cortejarla con asiduidad, y a varias semanas de principado el asalto, ella sucumbió al fin. Pero aunque entonces ella ya era su amante, él seguía sintiendo su frialdad, seguía teniendo que perseguirla, nunca estaba seguro de sus sentimientos. En fiestas, de igual forma, ella atraía a los hombres como un imán, lo que lo ponía furiosamente celoso. El affair continuó, pero poco después, naturalmente, el emperador se cansó de la condesa y la cambió por otra mujer. Aun así, mientras la relación duró, él no había podido pensar en nadie más.
Después de esa reunión, por las restantes suites ejecutivas de Shangai circuló un chiste sobre los métodos de Mao. Mao llamó a Liu [Shaoqi] y a Zhou [Enlai]. Tenía una pregunta para ellos: “¿Cómo harían que un gato comiera un pimiento?”. Liu habló primero. “Fácil”, dijo el segundo de a bordo. “Haría que alguien sostuviera al gato, le llenaría el hocico con el pimiento y se lo empujaría con un palillo para comer.” Mao alzó las manos en señal de horror ante tal solución hecha en Moscú. “Nunca uses la fuerza. [...] Todo debe ser voluntario.” Zhou había escuchado. Mao preguntó qué haría el primer ministro con el gato. “Dejaría que le diera mucha hambre”, contestó el hombre que tan a menudo había recorrido la cuerda floja de la oportunidad. “Luego envolvería el pimiento con una rebanada de carne. Si el gato tiene suficiente hambre, la tragará entera.” Mao no aprobó a Zhou, como lo había hecho con Liu. “Tampoco debe usarse el engaño; nunca embauques a la gente.” ¿Qué haría entonces el propio presidente? “Fácil”, dijo él, coincidiendo con Liu al menos en eso. “Se frota por completo el pimiento en el lomo del gato. Cuando sienta ardor, el gato se lamerá, y estará feliz de que se le permita hacerlo.”
MAO: A BIOGRAPHY, ROSS TERRILL, 1999.
Por entonces se hallaba en París Víctor Manuel, rey de Piamonte, cuna de la condesa. Italia estaba dividida en pequeños Estados como ése, pero con el apoyo de Francia pronto sería una nación unificada, y Víctor Manuel abrigaba el secreto deseo de convertirse en su primer rey. En sus conversaciones con Napoleón, la condesa hablaba ocasionalmente del rey de Piamonte, elogiando su carácter y describiendo su amor por Francia y su fuerza como líder. El emperador sólo podía estar de acuerdo con ello: Víctor Manuel sería el perfecto rey de Italia. Pronto Napoleón ya planteaba esta idea a sus consejeros, y luego ya promovía activamente a Víctor Manuel para el trono como si fuera idea suya, hasta que por fin hizo que así ocurriera. Apenas si habría podido sospecharlo: su affair con la condesa había sido tramado por Víctor Manuel y su astuto consejero, el conde Di Cavour. Ellos habían colocado a la condesa en París para que sedujera a Napoleón e insinuara poco a poco la idea de la coronación de Víctor Manuel.
La seducción del emperador por la condesa había sido planeada como una elaborada campaña militar, hasta en lo relativo a los vestidos que ella usaría, las palabras que diría, las miradas que lanzaría. Su discreta manera de cautivarlo fue un clásico ataque de flanqueo, una seductora manoeuvre sur les derrières. La fría belleza y fascinante porte de la condesa atrajeron al emperador hasta hacerlo avanzar tanto que él estaba convencido de ser el agresor. Manteniendo al frente su atención, la condesa operaba de lado, invocando sutilmente la idea de la coronación de Víctor Manuel. Si ella hubiera perseguido al emperador en forma directa o le hubiera sugerido la coronación del rey con demasiadas palabras, no sólo habría fracasado, sino que además empujaría al emperador en la dirección contraria. Atraído frontalmente a causa de su debilidad por una mujer hermosa, fue vulnerable a la dulce persuasión por su flanco.
Maniobras como ésta deben ser el modelo de tus intentos de persuasión. Nunca reveles tus intenciones o metas; en cambio, usa la gracia, la conversación agradable, el humor, el halago —lo que funcione— para mantener al frente la atención de la gente. Concentrada en otra parte, su flanco queda expuesto; así, cuando dejes caer indicios o sugieras sutiles cambios de dirección, las puertas estarán abiertas y las murallas derribadas. La gente estará desarmada y será maniobrable.
Verdad interior. Cerdos y peces. Buena fortuna. Lo estimula a uno a cruzar las grandes aguas. La perseverancia estimula. Los cerdos y los peces son los menos inteligentes entre todos los animales y los más difíciles de influir. La fuerza de la verdad interior tiene que crecer, realmente, antes de que su influencia se extienda a tales criaturas. Al tratar a personas tan intratables y difíciles de influir como un cerdo o un pez, todo el secreto del éxito depende de encontrar la manera correcta de hacerlo. Uno debe hacer a un lado todos los prejuicios y, por así decirlo, hacer que la psique de la otra persona actúe sobre uno sin ninguna restricción. Entonces, uno establecerá contacto con ella, la entenderá y ganará influencia sobre ella. Cuando se ha abierto así una puerta, la fuerza de la propia personalidad la influirá. Si de este modo uno no encuentra obstáculos insuperables, puede emprender hasta las cosas más peligrosas, como cruzar las grandes aguas, y tener éxito.
I CHING, CHINA, CIRCA SIGLO VIII A.C.
Piensa en el ego y vanidad de las personas como una especie de frente. Cuando te atacan y no sabes por qué, suele deberse a que inadvertidamente has amenazado su ego, su sentido de su importancia en el mundo. Cada vez que sea posible, haz que la gente se sienta segura de sí. De nueva cuenta, usa lo que funcione: sutiles halagos, un presente, un ascenso inesperado, una oferta de alianza, una exhibición de ella y tú como iguales, un reflejo de sus ideas y valores. Todas estas cosas la harán sentir anclada en su posición frontal en relación con el mundo, lo que hará que reduzca sus defensas y le agrades. Segura y cómoda, estará lista para una maniobra de flanqueo. Esto es particularmente devastador con un blanco de ataque de ego delicado.
Un modo común de usar la maniobra de flanqueo en la guerra es lograr que tus enemigos se expongan en una saliente débil. Esto significa maniobrar para atraerlos a ese terreno o inducirlos a avanzar de tal forma que su frente sea estrecho y sus flancos largos, delicioso objetivo para un ataque de lado.
En 1519, Hernán Cortés desembarcó con un reducido ejército en el este de México, planeando realizar su sueño de conquistar el imperio azteca. Pero antes tuvo que conquistar a sus propios soldados, en particular a un pequeño pero vociferante grupo de partidarios de Diego Velázquez, gobernador de Cuba, quien había enviado a Cortés en apenas una misión de exploración y codiciaba para sí la conquista de México. Los partidarios de Velázquez causaron problemas a Cortés en cada paso, conspirando constantemente en su contra. Un motivo de disputa fue el oro, que los españoles recolectarían para entregarlo al rey de España. Cortés había permitido a sus soldados adquirir oro en trueque, pero luego había usado ese oro para comprar víveres. Esta práctica, argumentaron los hombres de Velázquez, debía terminar.
Dando la apariencia de ceder, Cortés sugirió a los hombres de Velázquez asignar un tesorero. Pronto nombraron a uno de los suyos, y con su ayuda este hombre empezó a recolectar el oro de todos. Esta medida, naturalmente, resultó muy impopular entre los soldados, sometidos a enormes peligros por tan escaso beneficio. Se quejaron amargamente, pero Cortés sólo señalaba a quienes habían insistido en esa medida a nombre del gobernador de Cuba. Él en lo personal, por supuesto, no estaba a favor de ella. Pronto los hombres de Velázquez merecieron universal desprecio, y Cortés, a instancias de los demás soldados, rescindió gustosamente la medida. En adelante, nadie hizo caso a los conspiradores. Fueron expuestos y desdeñados.
Cortés usó esa estrategia a menudo para tratar a disidentes y alborotadores. Al principio parecía estar de acuerdo con sus ideas, e incluso los alentaba a llevar las cosas más lejos. En esencia, conseguía que sus enemigos se expusieran en una saliente débil, donde sus egoístas o impopulares ideas pudieran quedar al descubierto. Entonces tenía un blanco que atacar.
El Libro de las mutaciones (I Ching) suele considerarse la apoteosis oriental de la adaptación, de la flexibilidad. En ese libro el tema recurrente es la observación de la vida y la combinación con su flujo para sobrevivir y desarrollarse. En efecto, el tema de esa obra es que todo en la existencia puede ser fuente de conflicto, de peligro y, en última instancia, de violencia si se le enfrenta desde el ángulo equivocado o en la forma incorrecta; esto es, si se le confronta directamente en el punto de su máxima fuerza, ya que esta aproximación vuelve al encuentro potencialmente devastador. Por la misma razón, todo suceso puede abordarse aproximándose a él desde el ángulo correcto y en la forma apropiada; esto es, en su fuente, antes de que pueda desarrollar pleno poder, o por los lados (los vulnerables “costados de un tigre”).
SECRETS OF THE SAMURAI, OSCAR RATTI Y ADELE WESTBROOK, 1973.
Cuando la gente presenta sus ideas y argumentos, suele censurarse, tratando de parecer más conciliadora y flexible de lo que es. Si tú la embistes de frente, no llegarás muy lejos, porque no tendrás mucho que atacar. En cambio, trata de hacerla avanzar en sus ideas, para que te ofrezca mayor blanco de ataque. Haz esto dando un paso atrás, pareciendo estar de acuerdo con ella e induciéndola a seguir apresuradamente adelante. (También puedes hacer que ceda a sus emociones, apretando sus botones, logrando que diga más de lo que hubiera querido.) Se expondrá en una saliente débil, adoptando un argumento o posición indefendible que la pondrá en ridículo. La clave es nunca golpear demasiado pronto. Dales tiempo a tus enemigos de ahorcarse solos.
En un mundo político, la gente depende de su posición social. Necesita apoyo de todas las fuentes posibles. Ese apoyo, la base de poder de la mayoría de la gente, constituye un rico flanco por exponer y atacar. Franklin D. Roosevelt sabía que uno de los flancos vulnerables de un político era el electorado, la gente que podría o no votar por él en su siguiente contienda. Roosevelt lograba que un político firmara un proyecto de ley o apoyara una nominación, cualesquiera que fueran sus verdaderas ideas sobre el asunto, amenazando con una maniobra que dañaría su popularidad con los votantes. Un ataque de flanqueo contra el prestigio y la fama de alguien lo hará volverse hacia esa amenaza, lo que te dará amplio margen para conducir al adversario en otras direcciones.
Cuanto más sutiles e indirectas sean tus maniobras en la vida, mejor. En 1801, Napoleón ofreció súbitamente a Rusia la posibilidad de convertirse en protectora de la isla de Malta, entonces bajo control de Francia. Eso daría a los rusos una importante base en el Mediterráneo. El ofrecimiento pareció generoso, pero Napoleón sabía que los ingleses tomarían pronto el control de la isla, pues la codiciaban y tenían fuerzas preparadas para tomarla, en tanto que la armada francesa era demasiado débil para conservarla. Ingleses y rusos eran aliados, pero su alianza estaría en peligro a causa de una disputa por Malta. Esa discordia era la meta original de Napoleón.
La evolución suprema de la estrategia es hacia cosas cada vez más indirectas. Un adversario que no puede ver adónde vas está en severa desventaja. Entre más ángulos uses —como una bola de billar que rebota en varios lados de la mesa—, más difícil les será a tus adversarios defenderse. Cada vez que sea posible, calcula tus movimientos para producir ese efecto de rebote. Éste es el disfraz perfecto de tu agresividad.
Imagen: La langosta. Esta criatura parece in-
timidatoria e impenetrable, con sus afiladas
tenazas rápidas para prender, su dura concha
protectora, su poderosa cola que la aleja del
peligro. Si la manipulas directamente, pa-
garás el precio. Pero voltéala con un
palo para exponer su tierno lado
inferior y la criatura se
volverá inútil.
Autoridad: Las batallas se ganan haciendo rotar al enemigo, atacando su flanco. —Napoleón Bonaparte (1769-1821).
En política, ocupar el flanco adoptando una posición similar a la otra parte, cooptando sus ideas para tus propios propósitos, es una eficaz treta que el presidente estadunidense Bill Clinton usó con gran efecto en sus triangulaciones con los republicanos. Esto no ofrece al contrincante nada que atacar, margen de maniobra. Pero permanecer demasiado tiempo en el flanco del adversario puede implicar un precio: la gente —el verdadero flanco débil de cualquier político— pierde la noción de lo que el triangulador defiende, de lo que los diferencia a él y a su partido de la parte contraria. Con el tiempo, esto puede resultar peligroso; la polaridad (véase el capítulo 1) —dar la impresión de profundas diferencias— es más efectiva a largo plazo. Cuídate de ocupar el flanco del adversario a costa de exponer el tuyo.