La hora de la consagración

Miguel García-Posada

 

 

 

Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) es un gran escritor; en realidad, es «ya» un gran escritor; el adverbio apunta a designar una realidad dada, no una promesa de perfiles inciertos. Camino nada corto el recorrido por el joven escritor argentino afincado en Granada, con tres novelas en su haber, varios libros de relatos, una colección de aforismos y un conjunto de libros de poesía que, agrupados bajo el título Década, ha visto recientemente la luz.

La madurez creadora de Neuman no ha sido fruto gratuito ni obra del azar. Esta novela, El viajero del siglo, ratifica plenamente la excelencia narrativa del escritor. La descripción que se hace de Wandernburgo, la ciudad en la que discurre el relato, es ejemplar al respecto. El narrador no se limita a darnos la imagen de una ciudad, sino que nos otorga su olor, color, sabor, la calidad de los cuerpos, las luces cambiantes del día, las varias morfologías de sus habitantes; todo un orbe, en suma, cuya mostración le es posible sólo a quien calza más puntos de lo habitual. Porque es la ciudad toda de Wandernburgo, «ciudad móvil», la que resulta incorporada por estas páginas memorables, que la ofrecen íntegra en una empresa única de transposición.

Esas páginas no están solas; aduzcamos las páginas finales sobre el viento —sus acciones, sus atributos—, que hacen de él no sólo una fuerza extraordinaria de la naturaleza, sino un inquietante demonio equívoco de belleza y terror. Hay que pensar en escritores de la talla de Alejo Carpentier para encontrar equivalente a la arquitectura sintáctica de Neuman, que se muestra aquí como un virtuoso de la escritura.

El viajero del siglo es un «alarde idiomático», sin que entendamos demasiado bien qué quiso decir Neuman cuando en unas declaraciones se refirió al carácter híbrido de su discurso. Nada de hibridismos: castellano de la más pura ley vinculado de modo muy preciso a nuestra tradición clásica. No es en suma «moderno» el idioma que maneja el autor, sea dicho en su honor.

El viajero del siglo es también una «exhibición» cultural. Pocas veces es dado asistir a un discurso tan abrumador como el que despliegan Neuman y sus deliciosas damas que en distinguidas soirées convocan a las mejores mentes de Europa, desde Fichte a Schlegel, de Schopenhauer a los libertinos franceses. El salón de Sophie es en este sentido una aventura intelectual y estética incomparable. Es un espectáculo impar el ver a damas muy ilustres merendarse con la filosofía más acendrada de Europa sin perjuicio de la profundidad de sus mensajes. Porque aquí entramos en debates nada superficiales sobre cuestiones capitales como son el multiculturalismo, los nacionalismos y la liberación de la mujer.

Neuman no ha querido escribir una novela histórica, sino una novela en la que se aborda un tiempo pasado, el siglo XIX, con la perspectiva del XXI. La excelencia de la prosa no se logra nunca sobre la base de una delicuescente poetización. Lo cual en modo alguno significa que Neuman renuncie a los mejores encantos de la escritura.

Pero lo esencial reside en la «pasta» cultural que moldea todo el relato. Se equivocará quien vea en estas páginas un pretexto para la evasión culturalista; también lo hará quien pretenda encontrar un discurso político. Estamos en Alemania, en la Europa posnapoleónica, cuando el viejo continente ofrecía un inquietante mosaico cultural, que coloreaban asuntos esenciales: la extranjería, la xenofobia, las uniones aduaneras.

Neuman ha pretendido y logrado interrogar al pasado desde la perspectiva del presente. Con estos elementos, ha conseguido lo que ha sido el sueño de muchos novelistas durante muchos años: la novela total, que no ofrece dominios temáticos vedados. De hecho, una centelleante aventura amorosa, con sus personajes malditos, recorre el libro. Pero lo fundamental ha sido la aspiración a esa novela total, empresa reservada sólo a autores de primera línea: Tolstói, Proust, Robert Musil, Faulkner, etc. Esta voluntad de totalidad planea sobre todo el discurso de Neuman, que, pertrechado de una poderosa cultura germánica, nutre de sustancia el entero conjunto narrativo.

 

(Crítica publicada en el suplemento cultural Abcd, del diario ABC, 18 de julio de 2009)