Cuando me despierto estoy en mi cama.
Las sábanas están empapadas de sudor. No sé quién me ha encontrado en el cobertizo y me ha traído hasta aquí. Mis sueños olían a café, y Thomas es el único que toma café, aunque Benny bebe un sorbo de vez en cuando y finge que le gusta. Pero no soy capaz de imaginarme a un hombre manco cargando conmigo, aunque vi cómo levantaba aquel cordero y lo lanzaba por encima de la verja hacia el prado. Me pongo una manta por encima del vestido y bajo la escalera arrastrando los pies para permanecer merodeando junto a la habitación de Anna. Han dejado la puerta entreabierta. La hermana Mary Grace está dentro, recogiendo un poco de caldo que se ha derramado.
Veo que la ropa de cama sube y baja al compás de la respiración de Anna. Está dormida. Viva. Me llegan voces de la planta inferior. La hermana Constance debe de haber regresado con los medicamentos.
Aunque he estado durmiendo durante la hora de la cena, las hermanas me han dejado un poco de jamón debajo de una servilleta. Me siento sola a la mesa de la cocina para comer y algo se mueve en el reflejo de la tetera de cobre. Los ángulos de la cocina se deforman en sus lados curvos de tal manera que el techo parece minúsculo y, a mi espalda, la chimenea aumenta de tamaño hasta convertirse en un infierno rugiente. Mi nariz es del tamaño de una ciruela hinchada y mis ojos son extrañamente pequeños. Un caballo alado gris husmea en la mesa que se encuentra detrás de mí, tal vez en busca de una tostada con mermelada. Olisquea mi silla del espejo y después mis hombros del espejo. Me estremezco a pesar de que en realidad no he sentido nada en los hombros. Una rama cruje en el hogar y el caballo se vuelve hacia ella, tal vez temeroso de las llamas, o quizá mostrando cierta curiosidad. Despliega las alas de una manera tan repentina que hace que me encoja.
—Ten cuidado —susurro—. El fuego podría hacer que te quemaras.
¿Se oye mi voz en el mundo del otro lado del espejo? El caballo gris gira la cabeza hacia la izquierda y después hacia la derecha; a continuación, recoge las alas y se dirige hacia el vestíbulo de la planta baja.
Aparto la tetera. No quiero ver mi reflejo. El cabello ha vuelto a crecer, pero no está igualado. Levanto la mano para desenredarme los mechones y noto el sabor de unas cenizas que no tienen nada que ver con el fuego de la cocina. Aun sin las distorsiones de la tetera, Benny tiene razón. Tengo un aspecto extraño.
¿Puedo contarte un secreto?
Este no es el primer hospital en el que he estado ingresada. No siempre he tenido las aguas estancadas. Eso me sucedió más tarde, tras el incendio y las vendas. Después de que los caballos patearan las puertas de sus establos y no hubiera nadie para dejarlos salir.
La puerta de la cocina se abre con estrépito y las tres ratoncitas entran con las mejillas coloradas. Han reclutado a un cuarto miembro para sus filas: Arthur, el niño rubio que nunca habla y se chupa el pulgar. Lo han disfrazado de príncipe pirata y le han dado un cucharón reluciente a modo de espada, pero él se limita a contemplar su propio reflejo en el utensilio de cocina. Kitty, la líder de las ratonas, me muestra dos plumas largas y negras. Parecen plumas de cuervo, solo que brillan como la cera y tienen la misma longitud que su brazo.
—¡Mira lo que hemos encontrado en la terraza!
Sujeta una pluma en cada mano, sacude los brazos como un pájaro gigante y grazna mirando al techo. Las niñas se ríen y empiezan a correr por el pasillo.