El Relato

Como Sela esperaba, los nómadas estaban encantados con el afortunado descubrimiento de las vainas de mesquite. Usando un mortero, las mujeres convirtieron los frutos en una harina de color pardo, y añadiéndole agua crearon una espesa masa. Luego encendieron una hoguera con estiércol de camello, colocaron encima una piedra plana, y extendieron la masa sobre la piedra caliente. Unos minutos después tenían varios panes calientes listos para comer.

Los hombres, por su parte, aceptaron el conejo que les ofreció Sela y empezaron a condimentarlo junto a otros animalillos que habían atrapado con unas sencillas trampas. Se sirvió la cena a los niños antes que a los adultos, pero Sela notó que sólo la mitad de los niños recibían comida.

“¿Por qué comen sólo algunos niños?, preguntó.

Así es como les enseñamos a compartir, respondió Penag. Algunos recibirán comida ahora, y otros más tarde. Ahora mismo, un niño recibe un pan y un trozo de queso, y los comparte con su hermano. Más tarde, su hermano recibirá un trozo de carne y un vaso de leche de cabra, y también los compartirá. De este modo, tendrán el placer de comer dos veces y disfrutarán una mayor variedad de alimentos. Así es como nuestros niños aprenden que compartir beneficia a todos los de la tribu.

Sela asintió. Parece una buena forma de fomentar el trabajo en equipo, pensó. Penag dio unas palmadas para llamar la atención del grupo. Estamos muy complacidos de tener a una jinete de dragón como invitada de honor esta noche. Tras pasarle un cuenco vacío a Sela, señaló a los alimentos extendidos sobre las mantas.

Por favor, llena tu cuenco, y toma tanto como gustes. Mostrándole un recipiente con carne troceada y verduras, preguntó: “¿Te gusta la serpiente asada? Es un ejemplar recién atrapado y muy bien cocinado, una de nuestras especialidades.

Sela miró fugazmente a Fëanor, que estaba de pie con las manos en la cadera, observando con expresión divertida cómo Penag describía el resto de alimentos con detalle.

Gracias, Penag, dijo la amazona, y tras servirse de varios recipientes con su cuchara se sentó a comer entre las mujeres. A continuación se sirvieron el resto de adultos, según el orden marcado por su rango. Todos se sirvieron raciones pequeñas, para asegurarse de que nadie se quedara sin su parte. Hacia el final de la cena todavía quedaba comida, y los niños recibieron una segunda ración.

Una vez hubieron terminado de comer, todos se relajaron en el frescor de la noche. Las mujeres añadieron más leña a las hogueras, y al subir las llamas los hombres empezaron una especie de danza con aplausos y pisotones.

“¿Qué están haciendo?, preguntó Sela.

Están llamando a la Cuentacuentos, dijo Penag. Unas veces viene, y otras no.

La jinete se sorprendió. “¿Vuestro Cuentacuentos es una mujer? ¿Por qué no está con las demás?

No es una mujer normal. Es una bruja una hechicera.

La sorpresa de Sela aumentó. “¿Viaja sola?

Normalmente sí. Lleva siguiéndonos muchas leguas, pero siempre mantiene la distancia. No duerme con nuestras mujeres, sino a solas, bajo las estrellas. Su nombre es Abayomi. A veces, si gritamos su nombre, aparece y nos cuenta historias. Otras veces no aparece. Utiliza magia para ocultarse cuando no quiere ser molestada.

Sela miró nerviosamente hacia la zona donde había buscado comida esa tarde. Esta bruja debe ser una de sus raras magonatas, pensó. ¿Habrá estado escuchando mientras hablaba con Fëanor?

En la distancia sonaron unos cascabeles, y los niños gritaron de emoción. “¡Ya viene, ya viene! ¡Abayomi viene!, exclamaron dando palmas.

“¿Hay más como ella? Mujeres hechiceras, quiero decir, preguntó Sela.

Sí. Nuestras tribus tienen la fortuna de contar con siete hechiceras, que viven

en el desierto. Todos nuestros hechiceros, hombres y mujeres, llevan vidas solitarias, pero se comunican entre ellos para compartir conocimientos e ideas.

“¿Así que no tiene un hogar al cual regresar?, preguntó Sela.

Él negó con la cabeza. No, no no me entiendes. Abayomi es hechicera, así que su hogar está en todas partes. Todas las tribus le dan la bienvenida como uno de los suyos. Es hermana de todos nosotros. Los dones mágicos son extremadamente raros entre nuestro pueblo, así que se considera el deber de los magonatos compartir y transmitir el conocimiento que adquieren, nunca le jurarían lealtad a un único jefe. Esa es nuestra costumbre.

“¿Entonces vagan por el desierto, de una tribu a otra?

Exacto. Nuestras hechiceras visitan a todas las tribus, trabajando como parteras y sacerdotisas. Sanan a nuestras mujeres, asisten en los partos difíciles y ofician ceremonias lunares para nuestras hijas en su mayoría de edad. Es por eso que no se quedan en ningún sitio demasiado tiempo, y ha sido un raro placer tener a Abayomi con nosotros los últimos días.

La hechicera apareció en la distancia, iluminada por la luna. No vestía un carthin, como el resto de mujeres, sino un manto de pieles y una corta túnica de plumas negras. Llevaba los brazos y las piernas al descubierto, lo que permitía ver su oscura y arrugada piel. Dos trozos de concha de tortuga cubrían su cabello gris, y su cara estaba totalmente oculta por una máscara, en la cual había una enorme boca sonriente llena de dientes de animales. La máscara estaba muy ajustada al rostro, y tenía dos ranuras para los ojos, dentro de las cuales brillaban sendos cristales de luz. Cuando estuvo más cerca, la anciana inició un suave cántico. Un zorro de color pardo, que parecía dócil y obediente, caminaba a un lado de ella. Cuando Abayomi llegó al campamento, éste quedó en total silencio.

Penag se puso en pie y se dirigió a todos. Abayomi os honrará con un relato esta noche. Aproximándose al fuego, la hechicera elevó su bastón. Hubo un fuerte crujido, y una cascada de chispas azules surgió de la punta. Los niños exclamaron ooooh y aaaah con alborozo, y corrieron a sentarse en semicírculo frente a la Cuentacuentos. Los adultos se sentaron tras ellos, y todo el mundo esperó el comienzo del relato.

Abayomi señaló a Sela. Veo que tenemos un visitante de fuera esta noche, dijo en la lengua común. Su voz sonaba rasposa y gutural desde detrás de la máscara.

Gracias por invitarme, dijo la jinete inclinando la cabeza.

Eres bienvenida aquí, forastera. A continuación se dirigió a todos. “¡Hermanos y hermanas! Habéis solicitado relatos, pero mis relatos son valiosos. ¿Qué me daréis a cambio?

“¡Nuestra mejor comida y bebida!, fue la respuesta colectiva. Una niña de unos nueve años, aún demasiado joven para llevar el carthin, se adelantó con un gran cuenco, lleno hasta el borde de carne, queso y panes. Sela comprendió que la tribu había guardado parte de sus mejores manjares para Abayomi, en anticipación de que viniera aquella noche.

La hechicera aceptó el cuenco y lo dejó a un lado. Al volverse al grupo de nuevo, los ojos acristalados de su máscara emitieron una brillante luz blanca. Incluso con el rostro cubierto de aquel modo, Sela notó que se quedó mirando a Fëanor durante un tiempo inusualmente largo.

Esta noche, para nuestra honorable invitada, hablaré en la lengua común. Penag traducirá para aquellos que no la comprendan. El nómada se puso en pie y, situándose junto a la hechicera, empezó a repetir en su propio idioma todo lo que esta decía. Abayomi inició su relato.

Algunas de mis historias sirven para entretener o para enseñar. Otras para convencer. Pero esta es diferente. Algunos podéis haberla oído, otros no, pero es una de las más importantes de nuestro pueblo.

Es un relato oscuro, pero contiene una importante lección que debemos transmitir a nuestros hijos, y a los hijos de nuestros hijos. Que no os quepa duda: cada una de las palabras que pronunciaré esta noche es cierta. Sabréis que es verdad por la fuerza de mis palabras. Sabréis que es verdad por vuestros sentimientos, por cómo os afectará. Hoy mi historia es sobre los huldufolk, los seres inmortales que viven fuera de los confines de nuestro mundo.

Sela pudo ver de reojo cómo Fëanor se envaraba. Parecía un ciervo a punto de echar a correr.

“¿Conocéis al pueblo élfico, los misteriosos huldufolk que moran más allá de las heladas tierras del Norte? Brighthollow es una tierra mágica a la que los mortales no pueden acceder. Pero aunque nosotros no podemos visitarlos, a veces los huldufolk nos visitan a nosotros, vistiendo una falsa piel para ocultar sus verdaderos rostros.

Un coro de murmullos recorrió el grupo, y Abayomi bajó la voz hasta convertirla en un susurro. A veces los huldufolk son serviciales y nos ayudan, pero tienen un lado oscuro: también pueden ser traicioneros. Son incomprensibles en sus costumbres, arrogantes y crueles cuando se enojan. ¡Contrariar a un huldufolk puede suponer la muerte!

Fëanor retrocedió con expresión tensa y se quedó en la parte trasera del grupo. Abayomi hizo como que no lo veía, y continuó su relato. Hace mucho tiempo, había una tribu nómada que vivía en la parte Norte del desierto. Puede que nunca hayáis oído hablar de ellos, porque ya no existen, pero en tiempos remotos era la tribu más numerosa de todas. Sin embargo, ni uno solo de sus descendientes ha llegado hasta nuestros días. ¡Su linaje desapareció por completo! Unas exclamaciones de asombro recorrieron la multitud.

El jefe de esta tribu se llamaba Awahi. Era un jefe joven, pues su padre había muerto el año anterior y le había dejado el mando antes de estar realmente preparado. Pese a todo, gobernaba de forma sensata y justa, y su gente lo respetaba. Pero Awahi se sentía solo. Los ancianos de la tribu vieron su infelicidad y le sugirieron escoger una esposa de entre los Mahir, una pequeña pero poderosa tribu del Oeste. Awahi accedió, y los Mahir se sintieron encantados ante la ocasión de aquella alianza. Los ancianos de ambas tribus concertaron una reunión, y se escogió una esposa adecuada para Awahi. Su nombre era Chimani, y era la dama más hermosa del desierto. Tan extraordinaria era su belleza que todos los hombres la deseaban y luchaban por su mano. Gentes de todas las tribus viajaban simplemente para contemplar su rostro.

Abayomi extendió las manos hacia el frente. Recordad, esto fue hace mucho tiempo, antes de que las mujeres empezaran a cubrir sus rostros con el carthin. Todos los guerreros nómadas habían intentado ganar su mano, pero ella los rechazó, decidiendo reservar su doncellez para su auténtico amor.

Los niños escuchaban a Abayomi contar su historia, con las sombras proyectadas por las hogueras bailando sobre sus rostros. Los ancianos se dirigieron a Chimani y le preguntaron si aceptaría a Awahi como compañero de vida. Pese a sus muchos pretendientes, ella entendió que una alianza con aquella tribu tan poderosa sería buena para los suyos, así que accedió al compromiso, y se fijó la fecha del matrimonio.

El fuego del campamento perdió intensidad repentinamente, y el aire que los rodeaba pareció hacerse más frío. Sela miró hacia Fëanor, que permanecía entre penumbras en la parte trasera, con expresión de disgusto.

Abayomi continuó. Al llegar la primavera, los preparativos se intensificaron. Ambas tribus trabajaron febrilmente para organizar un gran banquete, y empezó a llegar gente de todo el continente para asistir a la boda. Se extendían tantas tiendas por el paisaje que era imposible encontrar un pedazo de suelo libre. Finalmente, el día de la boda llegó, y la novia, acompañada por sus padres, sus hermanos y sus hermanas, vio por primera vez a su prometido. Como era costumbre, ambas familias intercambiaron regalos antes de la celebración. A mediodía, la joven pareja pronunció sus votos nupciales, y todos se regocijaron. Miles de personas bailaron y cantaron, y la celebración duró todo el día y toda la noche. Pero justo cuando los esposos iban a retirarse a su lecho nupcial, apareció en el campamento un forastero de tez pálida.

Abayomi señaló a lo alto. El cabello del recién llegado era del color de las estrellas del cielo, como una corona de plata. Sus ojos eran tan azules que podrían haber salido del mismo mar. Era muy hermoso pero también muy arrogante. El forastero caminó hacia la pareja, deteniéndose a unos pasos de distancia. ‘¡Esta unión no debe realizarse!, gritó.

Enfurecido por aquella brusca intromisión, el joven jefe se adelantó para enfrentarse al extraño: ‘¿Cómo te atreves a venir aquí e insultar a mi gente de esta manera? ¡Esta es mi celebración nupcial y no consentiré ninguna intromisión!

El pálido personaje lo miró despectivamente: Soy el Príncipe Daakul, hijo de Xiilthara, Reina de los Elfos. He venido aquí para reclamar a mi amada, que pertenece por derecho a mi persona y a mi reino. Chimani ya está encinta, y el hijo es mío.

Un rubor apareció en las mejillas de la joven, que inclinó la cabeza avergonzada. Awahi la miró y quedó estupefacto. ‘¡¿Has yacido con él?!, exigió saber. ‘¡Dime la verdad!

Aunque Chimani tenía miedo, no mintió. Sí’, reconoció. Pero no entendí que era real hasta ahora. Sólo he conocido a este hombre en mis sueños. Me visitó en mi tienda hace muchas semanas, su cuerpo estaba rodeado de una luz blanca. Pensé que era una visión enviada por los dioses, y acepté su contacto.

Una gran agitación se extendió entre los presentes, que no daban crédito a lo que escuchaban. Awahi aulló de rabia y desesperación, pues ya habían pronunciado los votos nupciales ante los ancianos. Estaba vinculado a Chimani por la ley tribal, y el divorcio no existía entre ellos. Aún peor, estaba embarazada, y el niño no era suyo. Cegado por los celos, Awahi tomó su lanza con la intención de luchar con el forastero y matarlo. Los ancianos corrieron a detenerlo, porque sabían que aquel hombre pertenecía al pueblo de los huldufolk, y enfurecerlo podía significar la muerte.

El extraño ignoró el caos que lo rodeaba, y acercándose a Chimani tomó su mano en la suya. Te amo Chimani. Le dijo. Eres la mujer más bella de todo el mundo, y te quiero a mi lado para siempre. Preferiría dejar de existir a vivir sin ti. Acepta mi mano y comparte tu vida conmigo.

Aunque la voz del elfo era muy suave, sus palabras resonaron en el interior de Chimani, que sintió un profundo anhelo en su corazón. Aún así, sabía que debía rechazarlo, pues era una mujer muy inteligente, y conocía la inconstancia de los huldufolk. Por ello, le respondió: ‘¿Qué futuro podríamos tener juntos, tú y yo? Soy una mujer mortal, y tú eres uno de los seres infinitos. Envejeceré, mientras que tu permanecerás igual. El destino ha decretado que nuestro amor no pueda darse. Por favor, vuelve a tus tierras prohibidas, y déjanos a mí y a mi gente en paz’”.

Abayomi miró hacia la distancia. Las luces de su máscara se apagaron, y ahora sus ojos parecían dos oscuros estanques.

“’No tiene por qué ser así’, insistió el elfo. Te haré mi esposa, y mi gente se verá obligada a aceptarte. Soy príncipe, pero renunciaría a mi corona por ti.

Al oír esto, Chimani tembló de miedo. Lo que propones está prohibido. Los dioses nos destruirán a todos.

“’¿Quién puede prohibir el amor? Los dioses no pueden condenarnos, pues eres mi predestinada.

“’Por favor, elfo, le rogó ella. No puedo estar contigo. ¡No puedo! Tal unión traería una gran desgracia a mi gente.

Pero el elfo no se daba por vencido fácilmente, y siguió insistiendo a la bella dama. En ese momento, Awahi logró zafarse de los ancianos y se lanzó hacia el huldufolk empuñando su lanza. Pero el elfo era rápido como el relámpago, más de lo que los ojos podían ver, y agarró el brazo de Awahi, retorciéndoselo. El joven gritó, debatiéndose contra la potente presa del elfo, pero éste le dislocó el hombro de su lugar y lo arrojó al suelo como un muñeco de trapo. Awahi gritó de ira, pero también de vergüenza, pues le parecía que el mundo entero estaba presenciando su humillación. El huldufolk le dio la espalda y reanudó su discusión con Chimani.

Los ancianos fueron hasta Awahi y le rogaron dejara de provocar al elfo, pero el joven jefe era demasiado orgulloso y sentía demasiado dolor en el cuerpo y en el alma, así que no escuchó su sabio consejo.

Abayomi hizo otra pausa, y dándose la vuelta se levantó ligeramente la máscara para beber un poco de agua, ante la mirada de su zorro. Todo el mundo esperaba ansiosamente a que siguiera la historia. “¡¿Qué pasó luego?!, le gritaban. “¿Qué pasó?

La hechicera continuó el relato. “¿Que pasó luego? Lo que pasó es que Awahi cometió un terrible error. Alzó sus ojos hacia los cielos, e invocó a los dioses oscuros los dioses de la venganza. Ciego de ira, usando palabras que jamás deben ser pronunciadas, maldijo al elfo, deseando muerte y destrucción para él y para su familia. Todos a su alrededor quedaron en silencio, mudos de asombro y miedo. Sabían que Awahi había ido demasiado lejos. Y toda su tribu lloró, porque sabía que las consecuencias serían nefastas.

El elfo se giró para mirarlo, y sus helados ojos azules se clavaron en el rostro del joven jefe.

Las palabras parecieron quedarse atascadas en la garganta de Abayomi. El campamento estaba en absoluto silencio, y todos la miraban respirando pesadamente, esperando a oír lo que ocurriría después.

Cuando el elfo habló, el mismo suelo tembló de miedo. ‘¡¿Cómo te atreves a maldecirme de ese modo?!, gritó. ‘¡Soy el príncipe heredero de Brighthollow! Entonces, agachándose, agarró a Awahi por el cuello, poniéndolo en pie a la fuerza. Tratando de respirar, el joven intentó abrirle la mano, pero el poder del elfo superaba toda medida, y apretó aún más, elevando al jefe sobre el suelo tan fácilmente como si fuera un saco de plumas. Los ojos de Awahi se humedecieron, y su rostro se volvió morado. ‘¡Tu estúpido orgullo te costará muy caro!, rugio el huldufolk, y gritando una antigua palabra de poder un rayo cayó del cielo, alcanzando el campamento e incendiando muchas de las tiendas. La gente empezó a gritar y a correr aterrorizada.

El elfo arrojó a Awahi al suelo de nuevo, pero esta vez el joven no se levantó. El elfo volvió junto a Chimani, y le dijo: Por última vez, te pido que te unas a mí’.

Ella bajó los ojos y empezó a sollozar. Cuando finalmente contestó, cada parte de su ser estaba temblando. Mi señor, tú eres inmortal y yo no, debes olvidarme. Nunca podremos ser nada el uno para el otro. Aunque mi corazón se rompe, te ruego que me dejes ir. Nuestro amor es imposible.

El elfo gritó de angustia. ‘¡Has destruido mi corazón! Pero has de saber esto: ¡Aunque mi amor por ti será eterno, nunca te perdonaré! Se inclinó para depositar un último beso en los labios temblorosos de Chimani, y luego desapareció entre una nube de humo blanco.

La multitud estaba estupefacta por el espectáculo que acababa de presenciar. Había ocurrido algo impensable, como nunca habían visto antes. Awahi se retiró a su tienda, negándose a hablar con nadie. Chimani y su tribu recogieron sus pertenencias y se fueron, regresando a su hogar esa misma noche. Aunque jamás volvieron a poner los ojos el uno sobre el otro, la infeliz pareja permaneció casada hasta el final de sus días.

Al principio, ambas tribus creyeron que habían evitado lo peor de la ira del elfo, pues nadie salió herido, pero con el tiempo entendieron la auténtica naturaleza de su venganza. En los años posteriores, ningún miembro de las dos tribus fue capaz de tener ningún hijo. Todas las mujeres quedaron estériles, y la semilla de los hombres era inútil, no podían engendrar hijos en ninguna mujer. Esto continuó hasta que ambas tribus se extinguieron y no quedó ni un solo descendiente vivo. Awahi y toda su estirpe quedaron reducidos a polvo; incluso el nombre de su tribu se ha olvidado. Y la misma maldición golpeó a la Tribu de Mahir con una excepción.

Abayomi hizo una pausa dramática antes de seguir. El elfo no fue capaz de destruir a su propia descendencia, así que Chimani llevó su embarazo a término, dando a luz a una niña de piel oscura y pálidos ojos azules. Esa hija era mi abuela, Raimani. Fue la única superviviente de la Tribu de Mahir, no afectada por la terrible maldición de su padre. Era mestiza, mitad elfa y mitad humana, y pese a ser un ser mortal, gracias a su mezcla de sangres vivió muchos cientos de años. Aprendió muchos hechizos poderosos durante ese tiempo, y transmitió esta preciosa información a sus hijos e hijas. Es gracias a su linaje que tenemos magonatos en el desierto hoy día: dio a luz a trece hijas y diez hijos durante su vida, y todos ellos tenían dones mágicos en distintos grados. La hechicera dio un profundo suspiro. Y ese es el fin de mi relato.

Los nómadas aplaudieron y silbaron para expresar su agrado, y Abayomi hizo una reverencia. Una niña en la primera fila levantó la mano, y la maga miró hacia ella. Sí, pequeña, haz tu pregunta.

“¿Por qué no se llevó el elfo a Chimani por la fuerza? Era mucho más fuerte que todos los demás.

Los huldufolk tienen un gran poder, pero incluso para ellos existen límites. El elfo se la podría haber llevado, ciertamente, o hacerla su esclava, pero no era eso lo que quería. El príncipe deseaba una esposa que lo amara, porque él realmente la amaba.

“¿Pero no podía hacer un hechizo y obligar a Chimani a cambiar de opinión?

No, pequeña. Las acciones pueden forzarse, pero el auténtico amor debe ser entregado. No existe hechizo en el mundo que pueda obligar a un corazón a amar a otro. Es posible que Chimani correspondiera al elfo, pero sabía que amar a uno de los suyos sólo podía acabar en desgracia. Su amor estaba condenado desde el principio. Ella entendió ese hecho y lo aceptó, pero el elfo no fue capaz de ello.

Los nómadas volvieron a aplaudir, y Abayomi se retiró a las sombras junto con su zorro para cenar en soledad. Sela se sintió extrañamente energizada por la historia, como si las palabras de la hechicera le hubieran insuflado emoción directamente en las venas. Mientras todos comentaban el relato, Sela se levantó para estirar las piernas, y recorrió el grupo con la mirada.

Fëanor se había ido.