19
RECORDANDO SU PRIMERA VISITA a la mina, Catalina se vistió con una sencilla falda marrón, una chaqueta de peplo, una blusa color crema y botas. Un sombrero de paja con lazos de cinta cubría su cabello. Tenía un paño de tela metido en un bolsillo lateral. Amos y Scribe ya habían llegado a la caballeriza, ambos vestidos con pantalones vaqueros y camisas de franela a cuadros; Amos llevaba un cinturón de herramientas con un pico para roca, un martillo, una palita, una herramienta para grietas y un compás. Scribe acribillaba a preguntas al hombre, y Kit Cole escuchaba cada palabra, mientras le ponía los arreos al caballo.
Catalina entornó los ojos hacia arriba y se unió a ellos.
—¿Tocando la corneta, Scribe? ¿Avisándole a todo el pueblo adónde vamos y por qué?
Compungido, se sonrojó y dijo que los vería en la mina.
—City me mostró un atajo.
—¿Un atajo? —le gritó Catalina mientras él se alejaba, pero ya había salido por la puerta y no estaba a la vista. Miró a Amos y encogió un hombro—. Todavía hay un montón de cosas que desconozco de este pueblo.
Ella insistió en conducir el carruaje y notó lo tenso que estuvo Amos durante el viaje. No iba tan rápido, pero a los hombres siempre les gustaba llevar las riendas. Al final del camino, ella bajó de un brinco antes de que Amos pudiera rodear el carruaje para ayudarla y atar las riendas a una gruesa rama de pino.
—Necesitará un camino —resopló Amos unos minutos después, su aliento era como niebla en el aire frío. El ascenso a la colina y el aire enrarecido de montaña los había dejado a ambos sin aliento.
Catalina se preguntó de dónde saldría el dinero para hacer uno.
Scribe estaba parado en la entrada de la mina.
—¡Tardaron demasiado! —Encendió un farol, agarró una pala y entró—. ¡Cuidado con las serpientes! La última vez que City y yo vinimos aquí, encontramos un nido con seis. El clima está más cálido, así que estarán en movimiento.
¿Serpientes? ¿Cómo pudo haber olvidado la advertencia de Wiley Baer, quien la había traído aquí el otoño anterior? No había venido preparada para las serpientes. Colgó su sombrero en el gancho de la lámpara y se cubrió el cabello con el paño de tela. Por lo menos, no tendría arañas arrastrándose en su pelo.
—¿Vienen? —les gritó Scribe desde adelante.
—¡Un momento, Scribe! —Entró y no anduvo más que seis pasos cuando sintió las hebras pegajosas de seda que rozaron su rostro. Agitó las manos, manoteó y se limpió.
Amos miró hacia atrás.
—¿Por qué no espera en la entrada, señorita Walsh? Podría ser más seguro.
Ella lanzó una risa nerviosa.
—¿Y perderme toda la emoción? —Avanzó, mirando rápidamente hacia arriba, abajo y alrededor. Escuchó un sonido escalofriante que llenó el túnel por delante—. ¿Qué es eso?
—¡Una serpiente de cascabel! —Scribe le encajó el farol a Amos—. ¡Quédese atrás! Yo me ocuparé de ella. —Levantando la pala, Scribe arremetió hacia adelante y la bajó con un golpe. El sonido continuó. Él maldijo. Bang, bang, bang. —¡La tengo! No se acerquen a la cabeza. Todavía pueden clavar los colmillos después de muertas.
Ella vio que la serpiente se retorcía en el suelo.
—A mí me parece que está viva.
—Solo está agonizando. —Bang, bang, bang—. Está en las últimas.
Amos señaló.
—Hay otra allí.
Catalina quería dar media vuelta y salir corriendo del túnel, pero se quedó firme donde estaba, mientras Scribe eliminaba a la segunda. Con las entrañas revueltas y estremecidas, Catalina se mantuvo cerca de los dos hombres cuando se adentraron más; las paredes se sentían más cercanas y el aire, frío y húmedo.
—Se lo puedo decir ahora mismo, Amos: no seré una buena minera.
Él se rio.
—Los hombres harán las excavaciones.
Scribe resopló.
—Pero ella será quien dará todas las órdenes.
Catalina se rio con nerviosismo.
—Me gusta bastante ese acuerdo. —Su voz sonó rara en el espacio reducido.
Amos hizo una pausa, levantó el farol y pasó su mano por la pared. Se tomó su tiempo para estudiar el túnel. Cuando llegaron al recinto donde City había dejado de cavar y había amontonado piedras, apoyó el farol en el centro. Usando un pico para roca, recogió más muestras. Se agachó junto a la luz y las giró entre sus manos.
—Tiene plata de una calidad superior aquí. ¡Y mire esto! Una pequeña veta de oro. —Se incorporó y se puso a trabajar de nuevo—. Su tío dedicó mucho trabajo al túnel y a este recinto.
Catalina miró a Scribe, quien se encogió de hombros.
—City nunca la trabajó realmente. No durante el tiempo que yo lo conocí. Venía aquí cada dos semanas, pero generalmente solo por un par de días. Más que nada, para salir del pueblo.
—Bueno, alguien lo hizo.
Catalina tenía una sospecha de quién era.
—No vi este sitio sino hasta hace dos años. —Scribe miró alrededor con el ceño fruncido—. City dijo que íbamos a excavar. Me dijo que trajera cantimploras y comida y me mostró el atajo. El refugio, los picos y la pala ya estaban aquí, y una caja de whisky. Trabajaba como si estuviera enojado con alguien. Solo lanzaba las piedras en ese montón. A mí me parecía una pérdida de tiempo. La siguiente vez que vinimos, la mayoría de las piedras habían desaparecido, y empezamos a armar una pila otra vez.
—Wiley Baer. —Catalina tenía la intención de hablarle al hombre la próxima vez que lo viera en el pueblo. ¡Y ella creía que tenía habilidad para juzgar el carácter de un hombre!
Amos la miró.
—¿Quién es Wiley Baer?
Ella recogió una roca y miró el destello a la luz del farol.
—Un viejo minero que hacía alarde de su mina secreta. Creo que es esta. —Dolida y desilusionada, lanzó la roca hacia atrás. Le había caído bien Wiley—. Supongo que ha estado robando.
—Tengo mis dudas. —Scribe negó con la cabeza—. Lo más probable es que haya estado manteniendo este lugar en secreto porque así es como lo quería City.
—Si Wiley era uno de los socios, ¿por qué solamente hay un nombre en la concesión?
—No lo sé. —Scribe encogió los hombros—. Eran amigos de muchos años. City contó que vinieron al Oeste en la misma caravana de carretas. Wiley lo salvó de ahogarse cuando cruzaron un río.
Ella frunció el ceño.
—¿En serio? Eso debe haber sido cuando mi padre murió. —Entonces, el tío Casey había estado a punto de ahogarse, pero Wiley logró salvarlo. Si tan solo alguien hubiera podido salvar también a su padre—. ¿Estás diciendo que Wiley llegó a Calvada con mi tío?
—Creo que viene y va. He estado en Calvada desde que tenía cinco años y nunca vi a Wiley hasta que City me acogió. —Se rascó la cabeza—. Fue Wiley quien le dijo a Herr que City tenía parientes en el Este. Él no sabía quiénes eran ni dónde estaban, pero se le ocurrió que Fiona Hawthorne lo sabría. Así fue como Herr encontró a tu madre.
Amos se metió su pico para roca en el cinturón.
—Cualesquiera que hayan sido las razones por las que su tío no explotó esta mina, de seguro fueron por algo. Esto parece una bonanza. Regresemos al pueblo. No hay nada más que podamos hacer por ahora, pero tenemos mucho de qué hablar. Scribe, si alguien te pregunta qué encontramos, diles que un montón de piedras y tierra. Cuanto menos digas, mejor.
Los ojos de Scribe brillaron como puntos idénticos de luz.
—Y trata de no verte como si hubiéramos encontrado la olla al final del arcoíris.
Mientras salían, Amos le susurró a Catalina:
—Si esta fuera mi concesión, pondría unos guardias.
—¿Ahora?
—Cuanto antes, mejor. La noticia correrá pronto, y hay hombres que harían prácticamente cualquier cosa para quitarle esto.
Matías estaba parado en la calle, hablando con la cuadrilla del camino, cuando Catalina y Amos Stearns devolvieron el carruaje a la caballeriza. Había visto a Scribe unos minutos antes, enrojecido por la carrera y con los ojos brillantes. Fue directo a la oficina del periódico. Catalina y Amos caminaban por la acera. Catalina estaba cubierta de polvo y un poco agitada. Era él quien llevaba la conversación. De algo serio, a juzgar por la intensidad del joven tasador. Debió percibir el interés de Matías, pues miró hacia él y levantó el mentón en señal de saludo, mientras le abría la puerta a Catalina. Ella se dio vuelta para mirar por encima del hombro. Matías levantó las cejas a modo de pregunta. Parecía perturbada, como si lo que Amos estaba diciéndole la intranquilizara. ¿Hablaría con él del asunto? Lo dudaba. Matías volvió a prestarle atención a la cuadrilla del camino que estaba paleando la grava de la extinta mina Jackrabbit a la calle.
—Dos carretadas más hoy —le dijo el capataz—. Sanders subirá el precio. —Matías lo supuso cuando se enteró de que Sanders había comprado la propiedad. Si había una forma de hacer dinero, Sanders llevaba la delantera. Sin embargo, no podía criticar al hombre por eso, cuando él estaba haciendo lo mismo.
Catalina volteó el letrero de Abierto a Cerrado.
Podía tener aspecto de que sus esperanzas habían sido frustradas, pero el comportamiento de Scribe y el ojo atento de Amos Stearns demostraban otra cosa.
Abrumada por la charla de Amos sobre los métodos de minería subterránea, la ingeniería, la maquinaria, la ventilación, los explosivos y la mecánica de las rocas, Catalina levantó la mano, dándose por vencida.
—Necesito tiempo para pensar, Amos.
—Lamentablemente, el tiempo no está de nuestro lado. Es probable que la noticia ya esté corriendo, gracias a nuestro joven amigo. Vine a Calvada con la esperanza de encontrar exactamente lo que hallamos. Mis socios están esperando novedades de mí, dispuestos a darle el capital que necesita para comenzar las operaciones.
Este hombre tranquilo ciertamente tenía la cualidad de la determinación.
—Se lo agradezco, pero...
—Yo puedo actuar como superintendente de la mina y hacer que las cosas funcionen. Necesitará un capataz bajo tierra, un ingeniero de minas, un supervisor de mantenimiento, y la cuadrilla...
Él no la estaba escuchando en absoluto.
—¡Basta! ¡Ahora!
Sabía que Amos Stearns estaba bien informado y que estaba ansioso, pero ¿tenía la experiencia suficiente como para supervisar una mina? Él quería estar a cargo. Eso estaba claro. A pesar de que el comentario de Matías la sacaba de sus casillas, Catalina no podía coincidir más con él en cuanto a que la minería no era una ocupación para una mujer. Un minuto dentro del oscuro y húmedo nido de serpientes lleno de telarañas se lo había dejado en claro. No quería volver a poner un pie en ese túnel nunca más. No obstante, la mina era de ella. No podía esquivar la responsabilidad y volcar todas las decisiones administrativas en otra persona.
No es ocupación para una mujer, volvió a pensar, irritada. Bueno, el periódico tampoco lo era, y ahora la Voz estaba rindiendo el dinero suficiente para mantenerla. No era mucho, pero pagaba sus cuentas y el techo que tenía sobre su cabeza.
Con el cierre de la mina Jackrabbit, los hombres necesitaban trabajar. Algunos ya se habían marchado a otros pueblos. Más se irían si no se abría otra mina.
Una bonanza.
A estas alturas, era probable que Morgan Sanders ya se hubiera enterado de su reunión con Amos en la cafetería de Sonia y de la salida del pueblo que habían hecho esa mañana.
—Catalina...
Su mano volvió a levantarse en alto.
—Por favor.
Amos quería ofrecerle su ayuda. ¿Ayuda? No, él había venido a dirigir una mina, porque sin duda pensaba que una mujer era incapaz de administrarla. ¡Ni siquiera la había considerado capaz de conducir un carruaje!
Cuando se diera a conocer la noticia, sabía que podía esperar que le hicieran ofertas por la mina. Se puso de pie.
—Volveremos a hablar en la mañana.
Amos no parecía complacido, pero se levantó.
—¿Cuento con su permiso para contactar a mis socios y decirles lo que he visto?
—Sí, pero hágales saber que no estoy lista para firmar ningún contrato con ellos por ahora.
Él levantó las cejas ligeramente.
—Entiendo, pero ya está en medio de todo esto. Si decide vender, ellos pueden asesorarla sobre el precio a pedir por la mina. Si decide quedársela, estoy seguro de que invertirán. Como le dije, tienen intereses en Virginia City. También tienen acciones en Sutter Creek, Jackson y Placerville. Han estado en esto más tiempo que yo y tienen más recursos financieros. Francamente, lo único que tengo que ofrecer es la experiencia que adquirí trabajando con mi padre. Él era un capataz. La verdad es que lo extraño. En este momento estoy muy motivado para hacer algo más que trabajar en una oficina como tasador.
Su actitud le gustó a Catalina.
—Me doy cuenta de lo entusiasmado que está, Amos, pero deberá tener paciencia y esperar a que me ponga al tanto.
—Entonces, no diré nada más y la dejaré para que lo haga, Catalina. —Recogió su sombrero—. Podría llegar a convertirse en una joven muy rica en los próximos meses.
Acordaron volver a reunirse en la cafetería de Sonia para cenar. Catalina puso una condición: que no hablaran más sobre minas. Lo acompañó hasta la puerta.
A Matías no le gustaba ver a Catalina con otro hombre, especialmente dos noches seguidas, y con uno que gozaba de toda su atención. ¿El tasador de Sacramento había hecho el viaje hasta Calvada solo para entregarle un informe y ver una mina? Stearns comprendía la oportunidad de un negocio rentable, pero cualquiera que observara a esos dos, con las cabezas juntas, se daba cuenta de que el hombre estaba cautivado por la mujer poseedora de la concesión. Ina Bea se detuvo en su mesa y habló con la pareja. Las dos mujeres reían y charlaban mientras Stearns, callado, tenía la mirada fija en Catalina. Bien vestido, esbelto, de cabello rubio oscuro y la barba recortada, parecía más un empleado que un minero. Cuando Ina Bea se alejó, Catalina le habló nuevamente a Stearns, amablemente, como si fueran amigos. Se veía perfectamente relajada con él. Cada vez que Matías se acercaba, ella se encerraba en su propia formalidad y cautela. No porque él no le hubiera dado motivos.
Se había portado como un caballero durante sus últimos encuentros. Le mostró todo lo que había estado haciendo desde la elección, satisfecho de ver cuán complacida estaba ella. No por ella en sí, había aclarado, sino por los beneficios para todos los calvadenses. Ya estaba harto de mantenerse al margen.
Axel Borgeson se reunió con Matías. Afortunadamente, el pueblo se había tranquilizado bastante desde que le había puesto la insignia. Borgeson no toleraba tonterías. Dos que pusieron a prueba su temple terminaron magullados, ensangrentados y encarcelados hasta el amanecer, cuando fueron llevados a palear lejía en los retretes públicos y limpiar el estiércol de caballos de la calle Campo.
Borgeson le pidió su orden a Ina Bea y mantuvo la mirada fija en el vaivén de sus caderas mientras se alejaba.
—Separé a los que estaban peleando en el Farol Rojo. Unos borrachos inquietos. Ningún daño más que el que se hicieron entre ellos. Les dije que podían comportarse, o largarse del pueblo.
Borgeson miró al otro extremo del salón; luego, volvió a mirar a Matías con ojos divertidos.
—Tu mente parece estar en otro lado. Y puedo entender por qué. No se ven muchas mujeres como Catalina en un pueblo como este, ¿verdad?
—No. No se ven.
Ina Bea colocó dos tazas en la mesa y sirvió café. Regresó con dos platos llenos con carne molida, papas, zanahorias y un repollo humeante que brillaba por la mantequilla. Le preguntó a Axel si todo andaba bien en sus rondas. Él dijo que el pueblo estaba tranquilo y que se había enterado de que habría un baile en la cantina Rocker Box el viernes por la noche, si estaba interesada. Ruborizándose, ella dijo que sí, que sería agradable. Matías lo miró con una sonrisa burlona cuando Ina Bea regresó a la cocina.
Axel recogió su cuchillo y su tenedor.
—¿Cómo está progresando la lista de Catalina? —Sonriente, mordió un bocado.
Catalina y Amos habían terminado la cena hacía rato y ahora se pusieron de pie para irse. Ambos le dedicaron una sonrisa y asintieron con la cabeza cuando salieron juntos por la puerta.
—Otra conquista —comentó Axel—. Parece que las emociones son muy fuertes en lo que concierne a la señorita Walsh. Algunos hombres no tienen nada bueno que decir de ella, mientras que otros admiran su coraje.
—Ha tolerado muchas impertinencias desde que llegó al pueblo; la mayoría, de mi parte.
—Eso he oído. —Axel se rio—. ¿De verdad te echaste al hombro a esa muchacha y la llevaste a tu hotel?
—¡No! Ella vino por su propia voluntad. Aunque... —El rostro de Matías se acaloró de repente—. La cargué para cruzar la calle. En ese momento, parecía la mejor manera de que no se metiera en líos.
Más tarde esa noche, Matías decidió ver cómo estaba Catalina y se sorprendió cuando lo invitó a entrar. Dijo que había estado esperando discutir algo con él.
—Tengo que decidir qué haré con la mina de City. —Parecía estar esperando que él dijera algo—. ¿No tienes nada que decir?
—No es mi mina. —¿Estaba inclinándose hacia él, o eran solo sus esperanzas?
Tomando aire súbitamente, Catalina se levantó y se alejó de él.
—Ahora que se conoció la noticia, gracias al bocazas de Scribe, tendré que hacer algo.
Matías la observó moverse ansiosamente por la habitación.
—¿Qué tiene que decir Amos Stearns al respecto? —No le gustaba traer al tasador a su conversación, pero necesitaba saber qué estaba pasando entre ellos.
Catalina se sentó en su escritorio y revolvió sus notas.
—Cree que sus socios querrán invertir, y a él le gustaría administrarla.
—¿Y cómo te sientes al respecto? —Trató de evitar la aspereza en su voz.
—No sé nada sobre minería. Él tiene capacitación, experiencia y confía en que podría hacer el trabajo.
Matías tampoco sabía nada sobre minería, pero sí sabía de negocios.
—¿Confías en él?
—Me cae bien y me parece confiable.
—¿Pero?
Ella se encogió apenas de hombros.
—Pienso que está muy interesado en la mina, pero creo que también está interesado en... otras cosas.
—Tú. —Matías y todos los demás que los habían visto en la cafetería de Sonia reconocían a un hombre locamente enamorado de una mujer.
—Eso podría dificultar la relación laboral. Y no estoy segura de querer que alguien se encargue de la mina y maneje las cosas como he visto que manejan las minas por aquí.
—La Madera. —Sintió cierto alivio de que ella no fuera tan ingenua acerca de Morgan Sanders como algunos pensaban.
—¿Cómo funciona la sociedad que tienes con Henry? —Sacó un poco de papel y tomó un lápiz—. ¿Te molestaría decírmelo?
Él se rio.
—¿Vas a entrevistarme ahora? —Ella prefería que todo fuera puramente profesional. Él se levantó, giró una silla de respaldo recto y la puso junto a su escritorio—. ¿Qué quieres saber, milady?
—Todo.
—¿Estás pensando asociarte con Amos Stearns? —Si ella decía que sí, no estaba seguro de querer ayudarla.
—Podría considerarlo, pero aún tendré que pensar en otras opciones.
Matías deseó tener los medios para invertir, pero ya había puesto dinero en el almacén de ramos generales de Walker y en la compañía de Transportes Beck y Call. Le dijo que su sociedad con Henry era simple. Un plan sólido, clientes potenciales, capital a partes iguales invertido en construir carretas, comprar caballos e instalar la oficina en una ciudad central.
—Sacramento —dijo Catalina sin emoción—. Te irás de Calvada, ¿verdad? —No intentó disimular su desilusión—. Luego de que termine tu período como alcalde.
—Quizás sí, quizás no. —No se iría sin ella—. Iré a Sacramento cada tres meses, y Henry y yo revisaremos todas las cuentas. Es mi amigo y confío en él, pero de todas maneras necesito saber lo que está pasando.
Catalina escribió rápidamente. Echándose hacia atrás, entrelazó el lápiz entre sus dedos.
Podía ver que su mente trabajaba aprisa.
—¿Qué está pasando en esa cabeza tuya?
—Solo es una idea.
—Si confías en Stearns, y él y sus socios presentan una oferta, quizás sea prudente vender. La minería no es...
—¿Para una dama? —Lanzó el lápiz sobre su escritorio, ahora molesta—. Eso me han dicho. Reiteradamente. Lo cual me hace desear hacerlo, solo para demostrar que todos los hombres de Calvada se equivocan. Y sé que esa no es una buena razón. —Hizo una pausa—. Pero es mi herencia. Necesito tomar una decisión responsable sobre lo que haré con ella. Conozco de primera mano los peligros de ser rica.
—La riqueza no es mala, Cata. El amor por el dinero sí lo es. No importa cuánto tengas, nunca es suficiente.
Ella recogió su lápiz y golpeteó con él.
—Amos dijo que podía convertirme en una joven muy rica, pero no estoy segura de que desee ser rica. Aunque hay veces que me gustaría tener dinero para comprar cualquier cosa que quisiera. —Le dirigió una sonrisa lánguida—. El cajón de libros de Aday. Lo escondí bajo la mesa para que nadie más lo note. Y siempre está el cuestionamiento de si estoy capacitada para la tarea de manejar lo que sea.
Lo sorprendió la falta de seguridad en sí misma.
—Tú manejas dos negocios.
—Era una pobre sombrerera, pero a la Voz le va bien.
—Quizás esos emprendimientos estaban destinados a prepararte para lo que vendrá. —¿Qué estaba diciendo?
Catalina se rio, sorprendida y divertida.
—¿Es Matías Beck quien está diciéndome seriamente que piensa que yo podría dirigir una mina?
—Podrías no necesariamente quiere decir que deberías, Cata. Depende de qué resultado quieras.
—¡Oh! —Abrió grande los ojos y se pusieron más brillantes, como si sus palabras hubieran desencadenado, sin querer, una idea explosiva.
Él la estudió con el ceño fruncido. Ya estaba perdida en ese pensamiento que había ahora en su fértil cerebro. Un largo rizo rojo se había escapado de su moño. Él lo levantó y lo enroscó en su dedo. Ella sintió el suave tirón y lo miró respirando suavemente. Cuando sus labios se entreabrieron, él sintió que el calor subía por su cuerpo. Era momento de alejarse de la tentación. Soltó el suave rizo y se puso de pie.
—¿Me acompañas a la puerta? —dijo con voz ronca.
Cuando Catalina caminó alrededor del escritorio, Matías bajó la mecha del farol. Ella inhaló lentamente.
—Mejor que no me vean saliendo de tu casa a esta hora. No queremos que nadie haga conjeturas erróneas.
—He dejado de preocuparme por lo que piensa la gente.
Matías la miró con una sonrisa seductora.
—¿Estás diciendo que puedo quedarme?
Ella le dio un empujoncito.
—Justo cuando pensé que podía confiar en ti.
Matías deseaba besarla. Cuando abrió la puerta y levantó la vista hacia él otra vez, tuvo la sensación de que ella también deseaba lo mismo. Pero algo lo frenó.
«Hay una temporada para todo, un tiempo para cada actividad bajo el cielo».
Estaban tan cerca uno del otro, que Matías podía sentir la tibieza de Catalina, oler su perfume. Podía llenarse de ella al respirar. Cuando extendió lentamente el brazo, ella no se alejó. Él recorrió su brazo con la mano y tomó la de ella, apretándola con suavidad. Se inclinó y besó su mejilla.
—Buenas noches, milady.