8
CATALINA LE DIO UNA NARANJA A ABBIE ADAY. —¡Plantaré las semillas en macetas y oraré para que crezcan! —Abbie la peló inmediatamente, dividió la fruta en gajos y se extasió al probar el primero. Acercándose a Catalina, susurró—: Nabor casi nunca las consigue, pero cuando lo hace, las vende a un precio exorbitante. Nunca me ha dejado comer una… —Comió otro gajo—. Oh, Catalina, jamás probé algo tan delicioso en mi vida. —Entornó los ojos, extasiada.
Nabor salió del cuarto de atrás.
—¿Qué tiene ahí? —Ante su mirada, Abbie le entregó el resto. Él se metió dos gajos en la boca—. Esas latas siguen sin apilarse. —Con un gesto de su barbilla señaló dos cajas grandes; luego, llevó el resto de la naranja a la habitación de atrás. Furiosa, Catalina solo pudo mirar la cortina que él corrió bruscamente sobre la entrada.
Abbie suspiró.
—Será mejor que me ponga a trabajar. —Sonrió—. Gracias. Fue como probar un pedacito de cielo. —Chupó el jugo que le quedaba en los dedos antes de cumplir la orden de Nabor.
Sonia y Charlotte se mostraron encantadas de recibir naranjas, y Sonia se sorprendió al recibir las almendras como regalo. Siempre tenía manzanas y frutas que intercambiaba con un almacenero de la otra cuadra, a cambio de pastelillos o pan. Las tres mujeres se sentaron en la cocina para tomar un inusual descanso entre el desayuno y el ajetreo del almuerzo.
Sonia sirvió una taza de café para Catalina.
—Te fuiste algunos días, así que imagino que no te enteraste de las noticias. Matías aceptó postularse como alcalde.
—Suenas contenta por eso.
—Lo estoy, pero dudo que tenga muchas oportunidades contra Morgan Sanders. Stu Bickerson lo mencionó ayer en el Clarín.
Cuando Catalina preguntó cuál era la plataforma de Beck, Sonia se encogió de hombros.
—No lo sé exactamente, pero será mejor que Sanders para este pueblo. —Sonia le contó las otras novedades. Había habido otro accidente en la mina Madera. Gracias a Dios, esta vez nadie había muerto ni resultado gravemente herido. Al parecer, Henry Call era el socio de Matías en algún emprendimiento nuevo, pero nadie sabía cuál era.
Catalina quería leer el artículo de Stu Bickerson. Cuando abrió la puerta de la sede del Clarín, la alcanzó el olor a humo de cigarro y de algo más, tan nauseabundo que hizo una cara de asco. Un hombre barbudo estaba reclinado hacia atrás en su silla, sin las botas, con los pies en calcetines y apoyados sobre el escritorio, roncando como un oso en hibernación. La oficina era una catástrofe de desorganización. La casa del tío Casey había estado arreglada en comparación. Entró y por poco tropezó con una escupidera llena de colillas de cigarro húmedas.
Se aclaró la garganta.
—Señor Bickerson, lamento interrumpir su siesta del mediodía. —Aunque todavía no era el mediodía.
Los ojos legañosos de Bickerson se abrieron, y luego se agrandaron. Levantó los pies y su silla cayó con un golpe. Se paró sobre unos pies inestables, y ajustó sus tirantes caídos con sus pulgares.
—Señorita Walsh —graznó—. Qué sorpresa.
Nunca había visto al hombre, pero, evidentemente, él sí la conocía.
—Me gustaría comprar el último ejemplar de su periódico.
—¿De verdad?
—El que anuncia la candidatura del señor Beck como alcalde.
—Claro. Tengo copias aquí, en alguna parte. —Hurgó su escritorio—. Serán cinco centavos.
¡Cinco centavos!
—¿No es un precio bastante alto?
—El precio subió desde que la Voz cerró. Es el único periódico del pueblo.
Sacó cinco centavos de su bolsa con cierre de cordón y los puso sobre su escritorio.
—Aquí hay uno. —Le entregó el Clarín.
Ella le echó un vistazo, le dio vuelta y miró al hombre.
—¿Una carilla y una sola hoja? ¿Eso es todo? —Se sintió estafada.
—No hay muchas noticias en Calvada.
No cuando el editor dormía en el trabajo. Ojeó el artículo sobre Matías Beck y notó varios errores de ortografía y pocas respuestas a las preguntas que él debería haber hecho.
—Esto no nos dice mucho sobre los candidatos a alcalde.
—Todos en el pueblo conocen a Sanders y a Beck.
—Ese no es el punto. —¿Era esta la única fuente de noticias de Calvada? ¿Y por qué había tardado tanto en darse cuenta?
Bickerson se metió un cigarro viejo en la boca y lo masticó hasta que encontró un fósforo.
—Iba a ir a hablar con usted, señorita Walsh. —Lo encendió e inhaló—. Oí que trata de vender sombreros y cosas por el estilo. —Se sofocó de la risa, despidiendo humo como una locomotora—. La sobrina de City Walsh poniendo una tienda para damas en la Voz. Apuesto a que él estaría muy feliz al respecto.
Su tono le gustó menos aún que su periódico. El humo del cigarro la asqueaba.
—¿Qué dice si le hago algunas preguntas, si escribo una historia sobre usted? —El cigarro de Bickerson subía y bajaba mientras él hablaba y dejaba caer cenizas sobre el frente de su chaleco.
—Hoy no, señor Bickerson. —Abrió la puerta, desesperada por un poco de aire puro.
—Un artículo en el periódico beneficiaría su negocio.
—Estoy segura de que se correrá la voz. —Podía contarle a Gus Blather y todo el pueblo lo sabría en menos de veinticuatro horas.
—No sabía que las mujeres leían algo, además del libro de Godey. Por otro lado, quizás esté interesada en Matías Beck. —Él arqueó las cejas.
—Solamente como un potencial alcalde, señor Bickerson.
—¿Por qué? Usted no puede votar.
—Solo de entrometida. —Sonrió con dulzura—. Si me disculpa.
—No lo use para encender el fuego —gritó Bickerson detrás de ella, riendo.
Tomó una bocanada de aire: prefería el hedor de Calvada al olor de los calcetines sucios de Bickerson. Mientras caminaba, leyó:
Matías Beck anunció en su bar esta mañana que estaba proklamándose a sí mismo como candidato para alcalde de Calvada. Dice que se postula por la lei y el orden. Cuando le pregunte por qué quería aser una cosa así me dice Bueno, es hora que me meta en este juego. Dijo que estaba cansado de que los hombres se disparen en su bar y que quizá debiera haber una lei donde los hombres no puedan disparar un arma dentro de los límites del pueblo. No pongo demasiada esperanza en que Beck logre ser electo. Morgan Sanders ha hecho un buen trabajo por nosotros hasta ahora. No ay razón para cambiar de caballos a la mitad del río.
Bickerson usó el espacio para una historia sobre el perro que aullaba afuera de la puerta trasera del salón de música y un anuncio de que Fiona Hawthorne había agregado una nueva muñequita a su casa. Los caballeros deven hacerla sentir bienvenida.
—¡Señorita Catalina! —Scribe cruzó la calle, todo sonrisas, acercándose mientras ella abría la puerta delantera—. Vaya que se ve preciosa hoy. Hubo apuestas de que no volvería. Me alegro de haber ganado la mía.
Arrugó el Clarín que tenía en la mano. ¿Encender un fuego con él? Ah, ya había encendido un fuego.
—Entra, Scribe. Haré un poco de té. Tú y yo tenemos asuntos de que hablar.
Matías vio a Scribe saliendo de la casa de Catalina con una sonrisa que abarcaba todo su rostro mientras cruzaba la calle. Pasó por las puertas batientes y divisó a Matías. Cruzó el lugar y le entregó un pequeño sobre blanco sellado.
—Una invitación de la señorita Catalina Walsh. —Se veía como si hubiera estado pasando el mejor momento de su vida y no pudiera disimular su gozo.
—¿Qué has estado bebiendo? —gruñó Matías.
—¡Té! —Scribe se rio y apuntó hacia la barra, donde tenía una pila de copitas para lavar. Se detuvo y se dio vuelta—. Ah. Olvidé decirle: la señorita Catalina está de regreso, y me dijo que te diga que ha decidido no vender la imprenta.
Al abrir el delicado sobre con las iniciales, Matías vio la nota escrita con el estilo artístico de una calígrafa. Sus palabras eran escasas e iban directo al grano.
Señor Beck:
¿Puedo contar con una hora de su tiempo para hablar de su candidatura para alcalde?
Respetuosamente,
Catalina Walsh
¿A qué estaba jugando? Matías fue a su oficina y escribió una respuesta: ¿En su casa o en la mía? Mandó de vuelta a Scribe al otro lado de la calle.
Scribe regresó con otro sobrecito sellado, con el nombre Matías Beck escrito esmeradamente en el frente. Lo rasgó para abrirlo y leyó: En ninguna. En la cafetería de Sonia a las 2 p.m. A menos que esté ocupado. CW.
Matías comenzaba a disfrutarlo. Escribió al dorso de su nota: Yo siempre estoy ocupado, milady, pero con gusto le daré todo el tiempo que quiera. Tendremos más privacidad para conversar en mi oficina. MB.
Scribe regresó rápido. Solo me reuniré con usted en un lugar público. CW.
Con una amplia sonrisa, Matías escribió: La gente hablará, señorita Walsh. Si nos ven juntos, harán conjeturas sobre nuestra relación. Y nosotros no queremos eso en este momento, ¿verdad?
Scribe parecía fastidiado cuando tomó el sobre. Cuando volvió, le lanzó la respuesta de Catalina a Matías y esperó.
Gracias por preocuparse por mi reputación, señor Beck, pero me aseguraré de que todos entiendan que nada está pasando entre nosotros.
¿Cómo podrá hacer eso?, se preguntó y decidió interrogarla. Cuando golpeó la puerta, ella gritó:
—Pasa, Scribe. —Matías entró. Catalina estaba sentada en su escritorio y escribía afanosamente—. Descansa un minuto. Ese hombre es pesado como un poste. Solo quiero agregar algunas preguntas antes de que las olvide. —Al terminar, sopló sobre el papel y extendió su mano—. Veamos qué tontería dice esta vez. —Luego de un segundo, levantó la vista—. ¡Oh! —Dejó caer su pluma—. Es usted.
—A su servicio.
Ella rodeó el escritorio y abrió la puerta que él acababa de cerrar al entrar.
—En ese caso, póngase cómodo. —Volvió a sentarse detrás de su escritorio—. Leí el Clarín. —Entrecruzó sus manos y sonrió—. Espero que tenga un mejor motivo para presentarse como alcalde que: “Supuse que es hora de meterme en el juego”.
—Me parece motivo suficiente, ¿no cree?
—¿Por qué quiere ser alcalde? Tiene una cantina y un hotel lucrativos. Y me enteré de que fue oficial del Ejército de la Unión con el rango de capitán. Por lo tanto, pareciera que tiene habilidad para los negocios y para el liderazgo, pero...
Sonaba muy formal.
—¿Por qué está tan interesada?
—Tengo la intención de escribir sobre usted. Scribe aceptó componer los tipos y vamos a imprimir la Voz.
¿Una mujer dirigiendo un periódico? Se rio.
—No puede estar hablando en serio.
Los ojos de ella se encendieron, alterados y furiosos.
—Lo digo muy en serio, señor Beck.
Lo decía en serio.
—Es una mala idea.
—Creo que puedo hacer un trabajo mejor que el señor Bickerson.
—Se meterá en problemas.
—Ya me he metido en problemas antes.
Él se puso de pie y plantó las palmas de las manos en su escritorio.
—Abra su tienda de sombreros o de artículos para damas, pero descarte ahora mismo esta idea necia. No tiene idea de lo que está pasando.
—Entonces, dígamelo.
—No es asunto para una mujer.
Los ojos de ella centellaron.
—Bien, tengo planes para que sea asunto mío, señor Beck. Esa imprenta sigue parada en el rincón, tan inútil como un cadáver en un velorio. Ya es hora de usarla para un buen propósito. Pienso que es lo que mi tío hubiera querido.
Matías dejó escapar una risa taciturna y se incorporó. Ella no tenía idea del lío en el que podía meterse si husmeaba donde no le correspondía.
—City no habría tenido cosas buenas que decir sobre la chica que intenta ocupar su lugar detrás de ese escritorio. —Vio que el golpe la afectó más de lo que él había intencionado.
—No soy una chica, señor Beck. Soy una mujer con algo de educación. Haré lo mejor posible por honrar a mi tío, así como a su periódico. —Cuando él avanzó hacia la puerta, se puso de pie—. ¿Tan pronto se va?
—Cuanto menos sepa usted, mejor.
Ella suspiró, pero Matías tuvo la sensación de que no estaba sorprendida.
—Debo decir que esperaba algo mejor de usted, señor Beck. —Tomó asiento y retomó lo que estaba escribiendo.
Matías se fue intranquilo. Al pasar entre las puertas batientes vio a Scribe.
—A mi oficina, chico. ¡Ahora! —Scribe lanzó la toalla sobre una mesa y lo siguió.
Matías cerró la puerta de su oficina y giró hacia él.
—No incentives a la señorita Walsh a meterse en el asunto del periódico.
El muchacho se veía rebelde y presumido.
—Catalina es la sobrina de City. Poner a funcionar el periódico debe ser algo que lleva en las venas.
Un derramamiento de sangre era lo que Matías quería evitar.
—Scribe, no le haces un favor a Catalina al componer los tipos de cualquier historia sin sentido que la muchacha pueda escribir.
—No es una muchacha. Es una dama. Y es educada.
—Es lo que ella dijo.
—Es mucho más inteligente de lo que usted cree.
—Es una joven en un pueblo desenfrenado donde alguien asesinó a su tío por hablar demasiado.
Claramente, Scribe había olvidado, o prefería no recordar, cómo había muerto City.
—No estamos seguros de que esa haya sido la razón. —Su bravuconada había decaído un poco—. Además, nadie le haría daño a una dama como Catalina.
—¿Y cómo lo sabes?
Scribe enderezó sus hombros.
—No se preocupe. Yo la protegeré.
¡Qué gran idea! Matías estuvo a punto de reírse de la locura, pero no era graciosa. Se daba cuenta de que el chico no lo escucharía.
—Bien. Haz lo que quieras. Pero recuerda que sigues trabajando para mí y que me postulé como alcalde. La cosa se pondrá candente por aquí y te necesitaré para hacer mandados. ¿Lo entiendes?
—Sí, señor.
Matías tenía la intención de hacer trabajar tanto a Scribe, que el muchacho estaría demasiado agotado para componer tipos y, mucho menos, para operar la imprenta.
—Tendrás las tardes libres para trabajar para la señorita Walsh. ¿De acuerdo?
—¡De acuerdo! —Scribe le estrechó la mano en conformidad.
Matías sonrió y lo despidió. Haría correr al chico hasta verlo arrastrándose, y después lo haría correr aún más.
Dado que Matías Beck no quería colaborar, Catalina encontró otras fuentes de información. Gus Blather tenía una colección de tesoros que estaba sumamente deseoso de compartir. Sonia también le fue útil, aunque su amistad con Matías la hacía parcial. Estaba llena de elogios para el dueño de la cantina.
—Podría haber abierto un restaurante y dejarme sin ingresos. En lugar de eso, viene a comer aquí y lo recomienda a otros para que hagan lo mismo. Sanders hace todo lo que puede para que cierre.
—No vi muchos clientes cuando estuve en su comedor —comentó Catalina despreocupadamente.
—Hay dos razones para eso, Catalina. No hay muchos que puedan pagar sus precios y su chef francés no es francés. Es canadiense.
—¿Lo conociste?
—No, pero Fiona Hawthorne me lo dijo.
—¿Son amigas? —Catalina se animó—. He querido hablar con ella, pero ni siquiera me mira en la iglesia.
—Bueno, no es algo que quiera hacer. Lo último que desearía Fiona es echar a perder tu reputación. —Desenrolló la masa—. Sabes cómo se gana la vida, ¿verdad?
Catalina se ruborizó.
—Sí, y que fue una de las tres personas que asistió al funeral de mi tío. Me dijeron que se quedó más tiempo y lloró. Debe haberle importado mucho. Sigue vistiendo de negro.
—Siempre viste de negro. Es viuda como yo, pero terminó eligiendo otro camino. —Sonia perforó unos panecillos y los puso en una bandeja engrasada—. Matías fue al funeral de City. Eso debería darte un motivo para que te caiga un poco mejor.
—No me cae mal, Sonia. —Catalina se sorprendió por la acusación—. Ha sido agradable en alguna ocasión. —Pensó en su caminata a la luz de la luna.
—¿En alguna ocasión? —Sonia la miró con curiosidad.
—Le gusta burlarse de mí.
Sonia sonrió.
—Eres un buen objetivo. —Se rio—. La formal señorita Walsh.
Herida, Catalina se defendió:
—Solo quiero saber más sobre el hombre que está postulándose para alcalde.
Sonia deslizó en el horno una bandeja con panecillos y se irguió.
—¿Vas a tener el mismo interés en el pasado y en el carácter de Morgan Sanders? —Parecía y sonaba molesta. ¿Estaba defendiendo a Matías?—. No te escuché hacer ninguna pregunta sobre ese hijo de... —Apretó fuerte los labios.
—Pronto llegaré a él. Parece que tienes una opinión firme.
—Oh, no. No diré una palabra sobre Morgan Sanders.
—¿Por qué no?
—Porque tengo sentido común. —Sonia agarró un paño húmedo—. Y sería mejor que tú procuraras tener un poco. Pronto. —Limpió la mesa de trabajo—. No metas la nariz en los asuntos de los hombres.
Los asuntos de los hombres. Catalina se enfureció. Nunca esperó escuchar esas palabras de la boca de Sonia.
—Pondré nuevamente en marcha la Voz.
—Una idea tonta, si las hay.
Sus palabras la hirieron profundamente.
—Esa es la clase de comentarios que escucho de los hombres. —Se puso de pie—. Las mujeres deberían interesarse en la política. Un alcalde toma decisiones que nos afectan a todos. ¡Incluidas las mujeres!
—Estás sacudiendo un nido de avispas, Catalina.
—Tengo la intención de decir la verdad y ser imparcial. —Metió los brazos en su abrigo.
Sonia arrojó su paño de cocina.
—Eres joven e ingenua.
—Eso no significa que sea necia. —Se dirigió hacia la puerta.
—¡Catalina! —Sonia rodeó la mesa de trabajo con el ceño fruncido—. Quizás deberías leer algunos de los periódicos de tu tío.
Catalina entendía su preocupación.
—Lo hice. Lamentablemente, los que podrían haber sido pertinentes desaparecieron con la muerte del comisario y el incendio que destruyó su casa. Hechos que me dan aún más motivos para averiguar sobre las principales figuras del pueblo.
Se dirigió a la barbería de Herr Neumann. Su tío le había permitido ocuparse de los detalles de su herencia. Entró a la tienda cuando él estaba quitándole un diente a un hombre. Catalina hizo una mueca de dolor cuando el hombre del sillón dio un alarido.
—Ya casi lo tengo. —El señor Neumann apoyó una rodilla sobre el pecho del hombre y tiró hacia atrás—. Ahí está. —Catalina no pudo mirar, pero el paciente gimió, aparentemente aliviado. Se levantó, le dio una moneda a Herr, tomó su sombrero y, con una mano apoyada sobre su mandíbula, se fue.
En ese momento, el señor Neumann se fijó en ella.
—¿Hay algo que pueda hacer por usted, señorita Walsh?
Sus ojos enrojecidos indicaban que había estado bebiendo. ¿Cómo era posible que cualquier hombre le confiara unas tijeras o un alicate y, mucho menos, una navaja? Ella sabía que no le convenía hacer preguntas directas. Usó su encanto y le dio la oportunidad de que contara su historia y hablara de su tío. Entonces, filtró preguntas cada tanto sobre Matías Beck.
—Eh, City censuró ásperamente varias veces a Matías. Matías peleó en la guerra. Como muchos de nosotros, después vino al Oeste. Se rumorea que estuvo bajo las órdenes de Sherman durante su marcha por el Sur. Un capitán. Así era como lo llamaba su socio.
—¿Langnor?
—Paul Langnor. Matías es bueno en el póquer. Langnor no tenía dinero para expandirse; entonces, Matías recorrió todos los locales de la calle Campo jugando cartas. Adquirió la mitad de la participación en la cantina y comenzaron a construir. Trabajaban bien juntos, a pesar de que habían combatido en bandos opuestos. —Se limpió la sangre de las manos, enjuagó el trapo manchado, lo llevó afuera y lo envolvió en el poste para que se secara—. Cuando Langnor enfermó, Matías y City trataron de llevarlo a un doctor. Pensaron que era apendicitis. Le falló el corazón. Un buen hombre. No aguaba su whisky. Beck tampoco lo hace.
—Supongo que ese es un gran elogio en Calvada.
—Bueno, significa que recibes lo que pagas, a diferencia de la mayoría de las tabernas de este pueblo.
Gritos provenían de la cantina de Beck, y ambos miraron al otro lado de la calle. Catalina frunció el ceño.
—¿Qué supone que está pasando allí? —¿Estaría Matías remojando a otro borracho en el abrevadero de los caballos?
—No lo sé exactamente, pero creo que lo averiguaré. —Hizo una pausa—. ¿Por qué vino aquí? ¿Le duele algún diente?
—No, no. Simplemente pensé en pasar a saludarlo y darle las gracias por su ayuda con el patrimonio de mi tío.
—Bueno, no es nada, señorita Walsh. —Cerró la puerta de su tienda y la dejó sola; él cruzó en diagonal la calle Campo. Esquivando un caballo y una carreta, logró llegar ileso al otro lado y entró por las puertas batientes.
Con curiosidad por los gritos exaltados, Catalina lo siguió con más cautela. No tenía ninguna intención de entrar a la cantina; solo acercarse lo suficiente para escuchar lo que estaba pasando. ¿De qué se trataba todo ese ruido? Beck hablaba con un tono de orador en voz alta, pero no lo suficiente como para que ella pudiera descifrar lo que estaba diciendo. Los hombres se rieron de un comentario y vitorearon luego de otro.
Scribe salió corriendo por las puertas batientes, permitiéndole echar un vistazo a Beck parado sobre la barra. Scribe pasó corriendo junto a ella y se dirigió hacia el extremo más lejano del pueblo con el rostro enrojecido y transpirado. La cantina estaba abarrotada de gente. Parecía que estaban celebrando un jubileo. Beck la vio y le dirigió una amplia sonrisa.
—Y eso es todo lo que tengo que decir en este momento, caballeros. Vayan a la barra. ¡La casa invita los tragos!
Preguntándose dónde estaba Scribe, Catalina salió y lo vio cruzando la calle. Tropezó mientras subía a la acera. Parecía exhausto.
—Tengo un poco de guisado listo y algunos panecillos de Sonia.
—Ya comí. —Murmuró algo más con el aspecto de estar a punto de desplomarse.
—¿Has estado bebiendo? —Cuando él entró a la casa, ella percibió el olor a cerveza.
Él fue a la silla junto al escritorio y se dejó caer.
—Brady me dio una jarra para espabilarme.
—Prepararé café.
Scribe se recostó hacia atrás con las piernas extendidas. Su cuerpo estaba tan relajado que casi se cayó al piso y se convirtió en tapete. Debía despertarlo si iban a lograr hacer algo.
—Háblame de tu día, Scribe.
—¿Eh?
—Te vi corriendo...
—Corrí y corrí todo el día, sin parar. Mandados. —Su cabeza cayó hacia atrás y se quejó como un viejo—. Anduve por todo el pueblo y sus alrededores. Estuve en tantos lugares que no los recuerdo todos. —Bostezó largamente—. Puede que esté muerto antes que termine la elección. —Se quedó dormido con la boca abierta y se sobresaltó al despertarse un momento después, cuando emitió un ronquido tan fuerte como para despertar a City Walsh de su tumba—. ¿Qué fue eso?
—Tú. —Catalina no pudo evitar reírse, aunque se hizo una idea bastante clara de lo que estaba haciendo Matías Beck. Dejó dormir a Scribe hasta que el café estuvo listo. Él se inclinó hacia adelante, sostuvo una de las tazas de té entre sus manos y lo inhaló antes de beber un sorbo.
—Está bueno.
—Siempre es mejor con azúcar. —Ella le añadió dos cucharaditas colmadas—. Bebe un poco más, Scribe. Tienes que estar bien despierto para enseñarme a componer los tipos.
—Usted escriba. Yo compondré los tipos. —Bebió otro sorbo.
—Será mejor que aprenda las técnicas del oficio, amigo mío. Tengo la sensación de que tu jefe al otro lado de la calle intenta sabotear la Voz, incluso antes de que esté en marcha.
Eso despertó al muchacho.
—Entonces, pongámonos a trabajar. —Terminó el café, dejó la taza sobre el escritorio y agarró el papel que ella le dio. Fue al armario y empezó a abrir los cajoncitos de los tipos.
Catalina se mantuvo cerca pero fuera del paso, observando todo lo que él hacía. Le hizo preguntas mientras él trabajaba. Cuanto antes aprendiera a componer los tipos ella misma, mejor.
—¿Qué sucedía hoy en el bar? Se oía como que el señor Beck estaba dando un discurso.
—Así es. Les decía a los hombres lo que quiere hacer si lo eligen. Dice que necesitamos un ayuntamiento sólido para el pueblo, que promulgue leyes, proteja a la gente y resuelva los pleitos laborales. —Negó con la cabeza—. Ni de chiste ganará... —Tosió—. No hay ninguna posibilidad de que eso pase.
—¿Por qué no?
—Morgan Sanders es el dueño de la mina más importante del pueblo. —Scribe puso las piezas de los tipos móviles en un componedor tipográfico—. Y tiene los votos de los mineros tan seguros como en una caja fuerte Wells Fargo. —Trabajaba con cuidado, usando un punzón para sacar una pieza cuando cometía un error. Al terminar una hilera de tipos, comenzaba otra. Dejó caer un par de piezas de tipos. Masculló en voz baja y siguió trabajando. El café estaba ayudando, pero estaba tan cansado que Catalina se sintió culpable. Ató una cuerda alrededor de dos líneas de tipos y comenzó a transferirlas a la galera más grande. Torpemente, las dejó caer y desparramó los tipos por toda la oficina. Maldijo, cayó de rodillas y se puso a recoger las piezas.
Catalina apoyó suavemente una mano sobre su hombro.
—Está bien, Scribe.
—¡No, no es así! —Maldijo de nuevo—. City me enseñó... —Se limpió las lágrimas de frustración con el dorso de la manga—. Dijo que yo tenía talento para esto. —Llenó una de sus manos con los tipos—. Solamente necesito más café.
—No. Regresa a la cantina de Beck y duerme un poco. —Cuando trató de levantarse, Catalina tuvo que ayudarlo—. ¿Cuándo tienes un día libre?
—Matías me dejaba libre los lunes, pero hoy dijo que lo cambiará a los domingos.
Ella tenía la costumbre de ir a la iglesia todos los domingos, disfrutaba de un buen almuerzo en la cafetería de Sonia y pasaba el resto del día leyendo. ¿Matías Beck lo sabía? Probablemente todo el pueblo lo sabía.
—Ya encontraremos alguna solución. —Palmeó el hombro de Scribe.
—A lo mejor puedo venir más temprano, antes de entrar a trabajar en la cantina.
Catalina acompañó a Scribe hasta la puerta. Él cruzó la calle como un anciano cansado, más que como un muchacho sano de dieciséis años. Beck salió y abrió una puerta batiente para Scribe. Luego, caminó hasta el borde de la acera y le sonrió a ella.
—¿Tuvo una buena tarde, señorita Walsh?
—No fue tan productiva como esperaba, como seguramente ya sabe.
Él volvió a entrar y Catalina se ciñó más fuerte el chal alrededor de su cuerpo. Escuchó durante un momento los ruidos escandalosos de la calle Campo y regresó a la casa. Recogió los tipos desparramados, separó las letras en los casilleros y cerró los cajoncitos. Mojó un trapo con trementina y se limpió los dedos manchados de tinta, mientras estudiaba la enorme imprenta. Se sentó en su escritorio, destapó su pluma estilográfica y comenzó a escribir.