EPÍLOGO

MATÍAS Y CATALINA BECK SIGUIERON viviendo y trabajando felices por el mejoramiento de Calvada, aunque hacían frecuentes visitas a Sacramento. Con el tiempo, los Beck tuvieron ocho hijos, cinco niños y tres niñas. Matías y Henry Call siguieron siendo socios en Transportes Beck y Call. La empresa entregaba mercancías por todo el estado de California y, finalmente, fabricaron vagones refrigerados que llevaban en tren los productos californianos hacia el Este. Matías fue reelecto para un segundo mandato como alcalde, pero no quiso volver a postularse después de eso.

Wyn Reese se casó con Elvira Haines y tuvieron cuatro hijos. Scribe y Millie tuvieron siete hijos, cuatro niños y tres niñas. Aunque Catalina siguió escribiendo editoriales y artículos, le entregó el periódico a Scribe luego del nacimiento de su cuarto hijo. Los muchachos Mercer se graduaron de la escuela Mother Lode y fueron a trabajar como reporteros para la Voz. Ambos aprendieron a esquiar, se casaron con jóvenes del pueblo y se establecieron en Calvada para criar a sus familias.

La Chibitaz siguió produciendo plata y cobre de alta calidad durante las dos décadas siguientes. Los doce que acompañaron a Catalina desde el comienzo en su experimento comercial llegaron a ser hombres ricos. Algunos siguieron con la mina; otros usaron lo ganado en el reparto de utilidades para emprender otros negocios. Jian Lin Gong se convirtió en banquero de la comunidad china.

Decidida a que Calvada no muriera como tantos otros pueblos mineros cuando la mina se agotara algún día, Catalina trabajó con el Loco Klaus Johannson para desarrollar una fuente de ingresos alternativa para el pueblo. Para cuando la mina Chibitaz cerró, el centro de esquí Chibitaz ya atraía a cientos de turistas cada invierno.

Catalina donó el dinero para construir una plaza en el pueblo. Ella diseñó el plano: una cruz de senderos peatonales hacia el centro, donde había una gran glorieta. Plantaron pinos para que brindaran sombra a las familias que se reunían para los conciertos y los juegos al aire libre durante las cálidas tardes de verano. La glorieta se decoraba para la Pascua, el Cuatro de Julio, Acción de Gracias y Navidad. La plaza se convirtió en un lugar de reunión para los calvadenses. Las tiendas rodearon la plaza. La cafetería y la casa de huéspedes de Sonia Vanderstrom ocupaban un lugar considerable en el centro de una de las cuadras.

El almacén de ramos generales de Aday acaparó el centro de otra cuadra de la plaza. Nabor se resbaló con la cáscara de una naranja y se rompió el cuello cuando cayó de un barril lleno de habichuelas. Pocos lamentaron su fallecimiento además de la dulce Abbie, quien a partir de entonces contrató a dos hombres y siguió dirigiendo exitosamente la tienda. Se compró un piano, algo que echaba de menos desde los días de su infancia en el Este.

Cuando se aprobó la Decimonovena Enmienda y llegó la elección presidencial en noviembre de 1920, Catalina Walsh Beck dio un discurso desde la glorieta de Calvada. Al comenzar los comicios, ella y sus tres hijas fueron escoltadas al frente de la fila y emitieron los primeros votos femeninos en Calvada. Luego de que votaron Matías y sus hijos, Catalina y Matías se quedaron en un banco de la plaza del pueblo, escuchando la banda que tocaba canciones patrióticas.

—Es una buena vida, ¿no crees? —Catalina observaba a las personas que paseaban por la plaza, a los niños que se reían y corrían por los senderos. Un niño se había trepado a un pino y su madre le suplicaba que bajara. Había familias sentadas sobre mantas, disfrutando de sus cenas al aire libre.

—Sí, lo es. —Matías deslizó un brazo alrededor de ella, quien apoyó la cabeza contra su hombro—. Buen discurso, cariño.

Catalina suspiró.

—Ah, no pensé que la gente querría escuchar más de media hora, pero había mucho más que yo quería decir.

—Siempre es sabio limitarse a un discurso corto. —Riéndose entre dientes, la besó en la frente—. Es por eso que Dios te hizo escritora.