Dave Williams tenía planes para el sábado por la noche. Tres chicas de su clase iban a ir al Jump Club, en el Soho, y Dave y otros dos compañeros comentaron, fingiendo indiferencia, que también tenían pensado ir y que las verían allí. Linda Robertson era una de ellas, y Dave creía que se sentía atraída por él. La mayoría de la gente suponía que era un poco tonto, porque siempre sacaba las peores notas de su clase en los exámenes, pero Linda le hablaba de forma inteligente sobre política, un tema del que él sabía gracias a su familia.
Dave iba a ponerse una camisa nueva con las puntas del cuello llamativamente largas. Se le daba bien bailar, incluso sus amigos admitían que tenía mucho estilo con el twist, y aquella podría ser una buena oportunidad para empezar a salir con Linda.
Dave tenía quince años, pero, para su fastidio, la mayoría de las chicas de su edad preferían a los chicos mayores. Aún se estremecía al recordar el día en que, hacía ya más de un año, había seguido a la fascinante Beep Dewar con la esperanza de robarle un beso y la había sorprendido enzarzada en un apasionado abrazo con Jasper Murray, que tenía entonces dieciocho años.
Los sábados por la mañana los hijos de los Williams iban al estudio de su padre para recibir su paga semanal. A Evie, que tenía diecisiete años, le correspondía una libra; a Dave, diez chelines. A menudo ambos tenían que escuchar antes un sermón, como si fuesen indigentes victorianos, pero aquel día Lloyd le dio a Evie su dinero y la despachó, y a Dave le dijo que esperase.
—Has sacado muy malas notas —comentó cuando se quedaron solos.
Era algo que Dave ya sabía. En los diez años que llevaba en la escuela había suspendido todos los exámenes escritos que había hecho.
No quería discutir; lo único que quería era coger el dinero y salir de allí.
Su padre llevaba una camisa de cuadros y una chaqueta de punto, su atuendo habitual de los sábados por la mañana.
—Pero no eres tonto —dijo.
—Los profesores creen que soy corto —repuso Dave.
—Yo no creo que lo seas. Eres inteligente, pero vago.
—No soy vago.
—¿Y qué eres, entonces?
Dave no contestó. Leía despacio, aunque lo peor era que en cuanto pasaba la página olvidaba lo que acababa de leer. La escritura tampoco se le daba bien; cuando quería poner «calor» su bolígrafo escribía «claro», y él no advertía la diferencia. Su ortografía era atroz.
—He sacado la nota más alta en las pruebas orales de francés y alemán —se defendió.
—Lo que solo demuestra que cuando te esfuerzas lo consigues.
En absoluto, eso no demostraba nada, pero Dave no sabía cómo explicarlo.
—He pensado mucho en qué es lo que más te conviene —siguió diciendo Lloyd—, y tu madre y yo lo hemos hablado durante horas. —A Dave aquella frase le pareció agorera. ¿Qué demonios iba a soltarle a continuación?—. Eres demasiado mayor para recibir un azote, y de todos modos nunca hemos creído mucho en el castigo físico.
Eso era verdad. A la mayoría de los críos les pegaban cuando se portaban mal, pero la madre de Dave hacía años que no lo tocaba, y su padre no lo había hecho nunca. Sin embargo, lo que en ese momento preocupó a Dave fue la palabra «castigo». Estaba claro que eso era lo que le esperaba.
—Lo único que se me ocurre para obligarte a que te centres en los estudios es retirarte la paga.
Dave no podía creer lo que estaba escuchando.
—¿Qué quieres decir con «retirar»?
—No voy a darte más dinero hasta que vea que tus resultados en la escuela mejoran.
Dave no había previsto aquello.
—Pero ¿cómo voy a salir por Londres? —«Y a comprar cigarrillos, y a ir al Jump Club», pensó, aterrado.
—En cualquier caso ya vas a pie al instituto. Si quieres ir a algún otro sitio, tendrás que trabajar más en clase.
—¡No puedo vivir así!
—Comes gratis y tienes un armario lleno de ropa, así que no te faltará nada importante. Solo recuerda que, si no estudias, nunca tendrás dinero para salir.
Dave estaba furioso. Sus planes para esa noche acababan de irse al traste, y se sintió impotente, como un niño.
—¿Está decidido?
—Sí.
—Entonces estoy perdiendo el tiempo.
—Estás escuchando a tu padre, que intenta orientarte lo mejor que sabe.
—Es la misma mierda —espetó, y se marchó airado.
Cogió su chaqueta de cuero del colgador del recibidor y salió de casa. Era una mañana templada de primavera. ¿Qué iba a hacer? Ese día tenía previsto encontrarse con varios amigos en Piccadilly Circus, pasear por Denmark Street mirando guitarras y tomar una pinta de cerveza en un pub; luego pensaba volver a casa y ponerse la camisa con las puntas del cuello largas.
En un bolsillo tenía calderilla suficiente para media pinta de cerveza, pero ¿cómo podía conseguir el dinero para pagar la entrada del Jump Club? Quizá trabajando. ¿Quién podía contratarlo ese mismo día? Algunos de sus amigos trabajaban los sábados o los domingos en tiendas y restaurantes que necesitaban refuerzos el fin de semana. Tanteó la posibilidad de ir a una cafetería y ofrecerse para fregar los platos y concluyó que valía la pena probar, así que dirigió sus pasos hacia el West End.
Entonces se le ocurrió otra idea.
Tenía parientes que tal vez pudieran contratarlo. La hermana de su padre, Millie, se movía en el ámbito de la moda y tenía tres tiendas en barrios concurridos: Harrow, Golders Green y Hampstead. Podría conseguirle un trabajo para los sábados, aunque Dave no sabía cómo se le daría eso de vender vestidos a mujeres. Millie estaba casada con un mayorista de cuero, Abie Avery, y quizá tuviera más posibilidades en su almacén, en el este de Londres. Pero seguramente la tía Millie y el tío Abie lo consultarían con Lloyd, y este les diría que Dave debía estudiar, no trabajar. Sin embargo, Millie y Abie tenían un hijo de veintitrés años, Lenny, que era empresario y timador de poca monta. Los sábados Lenny regentaba un puesto en el mercado de Aldgate, en el East End. Vendía Chanel N.° 5 y otros perfumes caros a precios ridículamente bajos. Susurraba a los clientes que eran robados, pero en realidad solo se trataba de simples imitaciones, fragancias baratas en frascos de apariencia lujosa.
Tal vez Lenny pudiera conseguirle un trabajo de un día.
Dave tenía el dinero justo para un trayecto en metro, así que fue a la parada que le quedaba más cerca y compró el billete. Si Lenny le fallaba, no sabía cómo iba a volver, aunque suponía que, si se daba el caso, sería capaz de caminar unos kilómetros.
El metro lo trasladó por el subsuelo desde la pudiente zona oeste de Londres hasta la zona este, de clase trabajadora. El mercado ya estaba repleto de clientes ansiosos por comprar a precios más bajos que los de los comercios. Dave sospechó que, en efecto, algunos de los productos eran robados: hervidores eléctricos, maquinillas de afeitar, planchas y radios sacados a hurtadillas de las fábricas. Otros eran excedentes que los fabricantes vendían con descuento: discos que nadie quería, libros que no habían conseguido ser best sellers, marcos de fotos feos, ceniceros con forma de concha … pero la mayoría estaban defectuosos. Había tabletas de chocolate rancio, bufandas de rayas con puntos sueltos, botas de piel de potro teñidas de forma irregular, fuentes de porcelana decoradas con media flor.
Lenny se parecía a su abuelo —que también era el de Dave, el difunto Bernie Leckwith—, con sus ojos castaños y su densa cabellera morena, que llevaba engominada y con tupé al estilo Elvis Presley.
—¡Hola, joven Dave! —lo saludó calurosamente—. ¿Buscas un perfume para tu novia? Prueba con Fleur Sauvage. —Lo pronunció tal cual se escribía—. Te garantizo que se le caerán las bragas al suelo. Es tuyo por dos chelines con sesenta.
—Necesito un trabajo, Lenny —dijo Dave—. ¿Tienes algo para mí?
—¿Necesitas un trabajo? ¿Tu madre no era millonaria? —repuso Lenny, evasivo.
—Mi padre ha dejado de darme la paga.
—¿Por qué?
—Porque voy mal en la escuela, así que estoy pelado. Solo quiero ganar lo suficiente para poder salir esta noche.
Por tercera vez, Lenny contestó con una pregunta:
—¿Qué soy yo, una oficina de empleo?
—Dame una oportunidad. Estoy seguro de que podría vender perfume.
Lenny se volvió hacia una clienta.
—Tiene usted muy buen gusto, señora. Los perfumes Yardley son los de más clase del mercado … aunque el frasco que tiene en la mano cuesta solo tres chelines, y he tenido que pagarle dos con sesenta al tipo que lo robó, quiero decir, que me lo suministró.
La mujer soltó una risilla y compró el perfume.
—No puedo pagarte un sueldo, pero te diré lo que voy a hacer: te daré el diez por ciento de todo lo que vendas —le propuso Lenny a Dave.
—Trato hecho —accedió Dave, y se colocó detrás del mostrador, al lado de Lenny.
Dave cogió un frasco de Yardley, dudó un instante y sonrió a una mujer que pasaba.
—El perfume con más clase del mercado.
Ella le devolvió la sonrisa y se alejó.
Dave siguió intentándolo, imitando la labia de Lenny, y pocos minutos después vendió un frasco de Joy de Patou por dos con sesenta. No tardó en aprenderse todas las frases gancho de su primo: «No todas las mujeres tienen el estilo para llevar este perfume, pero usted …», «Cómprelo solo si hay un hombre al que quiera complacer de verdad …», «Esta fragancia dejaron de fabricarla, el gobierno la prohibió porque es demasiado seductora …».
La clientela siempre se mostraba jovial y dispuesta a reírse. Se arreglaban para ir al mercado, todo un acontecimiento social. Dave descubrió jerga nueva para referirse al dinero: una moneda de seis peniques era un «tilbury»; cinco chelines, un «dólar», y un billete de diez chelines, medio «knicker».
Las horas pasaban deprisa. Una camarera de una cafetería cercana les llevó dos sándwiches de pan blanco y denso con beicon frito y ketchup; Lenny se los pagó y le dio uno a Dave, que se sorprendió de que ya fuera la hora de almorzar. El bolsillo de sus vaqueros de pitillo cada vez pesaba más por las monedas que iban llenándolo, y Dave recordó deleitado que el diez por ciento de aquel dinero era suyo. A media tarde advirtió que apenas había hombres en las calles, y Lenny le explicó que se habían ido todos a ver un partido de fútbol.
A última hora la actividad comercial se redujo al mínimo. Dave calculó que debía de tener unas cinco libras en el bolsillo, en cuyo caso había ganado diez chelines, la cantidad equivalente a su paga habitual … y podría ir al Jump Club.
A las cinco Lenny empezó a recoger el puesto; Dave le ayudó a guardar en cajas de cartón los productos que no habían vendido, y ambos lo cargaron todo en la furgoneta Bedford amarilla de Lenny.
Cuando contaron el dinero de Dave vieron que había vendido perfumes por un valor algo superior a nueve libras. Lenny le dio una libra, un poco más del diez por ciento que habían pactado, «porque me has ayudado a recoger». El chico estaba pletórico, pues había ganado el doble de lo que Lloyd le habría dado aquella mañana. Repetiría encantado todos los sábados, pensó, sobre todo si eso significaba no tener que escuchar los sermones de su padre.
Fueron al pub más cercano y pidieron sendas pintas de cerveza.
—Sabes tocar la guitarra, ¿verdad? —preguntó Lenny mientras se sentaban a una mesa mugrienta con un cenicero lleno.
—Sí.
—¿Qué modelo tienes?
—Una Eko. Es una copia barata de la Gibson.
—¿Eléctrica?
—Semihueca.
Lenny parecía impaciente; quizá no sabía demasiado de guitarras.
—Te estoy preguntando si se puede enchufar.
—Sí… ¿Por qué?
—Porque necesito un guitarrista rítmico para mi grupo.
A Dave aquello le pareció emocionante. Nunca se había planteado entrar en un grupo, pero la idea lo atrajo de inmediato.
—No sabía que tenías un grupo —contestó.
—Sí, los Guardsmen. Yo toco el piano y canto casi todas las canciones.
—¿Qué tipo de música tocáis?
—Solo rock and roll.
—Y con eso te refieres a …
—Elvis, Chuck Berry, Johnny Cash … Todos los grandes.
Dave sabía tocar canciones de tres acordes sin dificultad.
—¿Y los Beatles? —Sus acordes eran más complejos.
—¿Quién? —preguntó Lenny.
—Un grupo nuevo. Son geniales.
—No he oído hablar de ellos.
—Bueno, el caso es que sí, sé tocar la guitarra rítmica y canciones de rock antiguas.
Lenny pareció ofenderse un poco.
—Entonces, ¿quieres hacer una prueba para los Guardsmen? —preguntó pese a todo.
—¡Me encantaría!
Lenny miró el reloj.
—¿Cuánto tardarías en ir a casa y coger la guitarra?
—Media hora, y otra media en volver aquí.
—Quedamos en el Aldgate Workingmen’s Club a las siete. Estaremos montando y podremos hacerte la prueba antes de tocar. ¿Tienes amplificador?
—Uno pequeño.
Dave cogió el metro. Su éxito como vendedor y la cerveza que había tomado le produjeron una intensa sensación de bienestar. Se fumó un cigarrillo en el vagón, regocijándose con la victoria sobre su padre, y se imaginó diciéndole a Linda Robertson, como si nada: «Toco la guitarra en un grupo beat». Era imposible que eso no la impresionara.
Llegó a casa, entró por la puerta trasera y se las ingenió para subir a su habitación sin que sus padres lo vieran. Tardó solo un momento en guardar la guitarra en la funda y coger el amplificador.
Estaba a punto de marcharse cuando su hermana, Evie, entró en su cuarto vestida ya para la noche con una minifalda y botas hasta las rodillas, y con el pelo recogido al estilo colmena. Se había maquillado los ojos con profusión, a la moda que había impuesto Dusty Springfield. Parecía mayor de los diecisiete años que tenía.
—¿Adónde vas? —preguntó Dave.
—A una fiesta. Creo que también irá Hank Remington.
Remington, líder y cantante de los Kords, simpatizaba con algunas de las causas de Evie y así lo había afirmado en algunas entrevistas.
—Hoy la has liado buena —dijo Evie.
No era una acusación, ya que su hermana siempre se ponía de su parte en las discusiones con sus padres, y él hacía lo mismo por ella.
—¿Por qué lo dices?
—Papá está muy disgustado.
—¿Disgustado? —Dave no estaba seguro de cómo interpretar eso. Su padre podía estar enfadado, decepcionado, serio, autoritario y tiránico, y él sabía cómo reaccionar en cada caso, pero ¿disgustado?—. ¿Por qué?
—Me he enterado de que habéis discutido.
—No ha querido darme la paga porque he suspendido todos los exámenes.
—¿Y tú qué has hecho?
—Nada, me he ido … Seguramente dando un portazo.
—¿Dónde has estado todo el día?
—Trabajando en el mercado, en el puesto de Lenny Avery. He ganado una libra.
—¡Qué bien! ¿Y adónde vas ahora con la guitarra?
—Lenny tiene un grupo y quiere que toque la guitarra con ellos. —Lo cual era una exageración, ya que los Guardsmen aún no lo habían admitido.
—¡Buena suerte!
—Supongo que vas a decirles a mamá y a papá dónde he estado.
—Solo si quieres que se lo diga.
—No me importa. —Dave se dirigió a la puerta, pero al llegar a ella se detuvo—. ¿Está muy disgustado?
—Sí.
Dave se encogió de hombros y se marchó.
Nadie lo vio salir de casa.
Estaba impaciente por hacer la prueba. Tocaba y cantaba mucho con su hermana, pero nunca lo había hecho con un grupo de verdad, con batería. Confiaba en ser lo bastante bueno … aunque tocar la guitarra rítmica era fácil.
En el metro sus pensamientos volvían una y otra vez a su padre. Le sorprendía mucho haber podido disgustarlo, se suponía que los padres eran invulnerables … pero en ese momento empezó a ver que su actitud era infantil. Aunque le fastidiara, iba a tener que cambiarla; no podía seguir comportándose como alguien indignado y resentido. Él no era el único que sufría. Su padre le había hecho daño, pero él también le había hecho daño a su padre, y ambos eran responsables. Sentirse responsable no resultaba tan cómodo como sentirse ultrajado.
Encontró el Aldgate Workingmen’s Club y entró con la guitarra y el amplificador. Era un local insulso, con fluorescentes que arrojaban una luz intensa y cruda sobre las mesas de formica y las sillas de plástico alineadas. A Dave le recordó al comedor de una fábrica; no parecía un sitio ideal para tocar rock.
Los Guardsmen afinaban en el escenario: Lenny, sentado al piano; Lew, en la batería; Buzz, al bajo, y Geoffrey, con la guitarra principal y con un micrófono delante, de lo que Dave dedujo que también cantaba algunas canciones. Los tres eran mayores que él, debían de tener veintitantos años, y Dave temió que también fueran mejores músicos. Tocar la guitarra rítmica ya no le parecía tan fácil.
La afinó con el piano y la enchufó al amplificador.
—¿Conoces Mess of Blues? —preguntó Lenny.
La conocía, y sintió alivio. Era una melodía en do, de ritmo constante y con un preludio de piano que a Dave no le costó acompañar con la guitarra. Tocando junto a otros experimentó un placer especial que nunca había sentido haciéndolo solo.
Dave pensó que Lenny cantaba bien, Buzz y Lew formaban un equipo muy consistente y compenetrado marcando el ritmo, y Geoff hacía alguna que otra floritura con la guitarra. El grupo era bueno, aunque tal vez le faltaba un poco de imaginación.
—Los acordes redondean bien el sonido del grupo, pero ¿puedes hacer que suene más rítmico? —pidió Lenny cuando llegaron al final de la canción.
A Dave le sorprendió aquella crítica; creía que lo había hecho bien.
—Vale —contestó.
La siguiente pieza fue Shake, Rattle and Roll, un éxito de Jerry Lee Lewis que también arrancaba con piano. Geoffrey cantó con Lenny el estribillo, Dave tocó acordes bruscos a contratiempo, y a Lenny pareció gustarle más.
Lenny anunció Johnny B. Goode y, sin que se lo pidieran, Dave tocó entusiasmado la introducción de Chuck Berry. Cuando llegó al quinto compás esperaba que el grupo se le sumara, como en el disco, pero los Guardsmen guardaron silencio. Dave dejó de tocar.
—Normalmente me encargo yo de la intro al piano —aclaró Lenny.
—Lo siento —se disculpó Dave, y Lenny inició de nuevo la canción.
Dave se desanimó; no le estaba yendo bien.
La siguiente fue Wake Up, Little Susie. Para sorpresa de Dave, Geoffrey no acompañó a Lenny siguiendo la versión de los Everly Brothers, así que tras la primera estrofa se acercó a su micrófono y empezó a cantar. Un minuto después, dos jóvenes camareras que recogían ceniceros de las mesas se detuvieron para escucharlo. Al final de la canción, ambas aplaudieron. Dave sonrió, complacido; era la primera vez que alguien de fuera de la familia lo aplaudía.
—¿Cómo se llama vuestro grupo? —preguntó una de las chicas dirigiéndose a él.
Dave señaló a Lenny.
—Es su grupo. Son los Guardsmen.
—Ah —contestó ella, algo decepcionada.
La última canción que Lenny eligió fue Take Good Care of My Baby, y de nuevo fue Dave quien la cantó. Las camareras bailaron por los pasillos que separaban las hileras de mesas.
Al acabar, Lenny se levantó del piano.
—Bueno, no eres un guitarrista excepcional —le dijo a Dave—, pero cantas bien, y a esas chicas les has gustado mucho.
—Entonces, ¿me aceptáis?
—¿Puedes tocar esta noche?
—¡Esta noche!
Dave estaba encantado, pero no esperaba empezar de inmediato. Se sentía ansioso por ver a Linda Robertson más tarde.
—¿Tienes algo mejor que hacer? —Lenny parecía un poco ofendido por que Dave no hubiese aceptado al instante.
—Bueno, iba a ver a una chica, pero tendrá que esperar. ¿A qué hora acabaremos?
—Es un local de obreros, no se quedan hasta muy tarde. Solemos acabar a las diez y media.
Dave calculó que podría llegar al Jump Club a las once.
—De acuerdo —accedió.
—Genial —contestó Lenny—. Bienvenido al grupo.
Jasper Murray aún no podía permitirse ir a Estados Unidos. En el St. Julian’s College de Londres había un grupo llamado Club Norteamericano que fletaba vuelos y vendía billetes baratos. Un día, a última hora de la tarde, Jasper fue a la pequeña oficina que ocupaban en la sede de la asociación de estudiantes, preguntó por el precio del vuelo a Nueva York y supo que costaba noventa libras. Era demasiado, y se sintió abatido.
Vio a Sam Cakebread en la cafetería. Llevaba varios días esperando una ocasión para hablar con él fuera de la redacción del periódico estudiantil, el St. Julian’s News. Sam era el director; Jasper, el redactor jefe.
Sam estaba con su hermana pequeña, Valerie, que también era alumna del St. Julian’s y llevaba una gorra de tweed y un vestido corto. Escribía artículos de moda para el periódico y era atractiva; en otras circunstancias, Jasper habría flirteado con ella, pero aquel día tenía otros asuntos en mente. Aunque habría preferido hablar con Sam a solas, llegó a la conclusión de que la presencia de Valerie no supondría ningún problema.
Llevó su café a la mesa de Sam.
—Necesito que me aconsejes —dijo.
Quería información, no consejo, pero la gente a veces era reticente a compartir información, en cambio se sentían halagados cuando se les pedía consejo.
Sam llevaba una chaqueta de espiga y corbata, y fumaba una pipa; tal vez quisiera parecer mayor.
—Siéntate —contestó mientras doblaba el periódico que estaba leyendo.
Jasper se sentó. Su relación con Sam era incómoda, ya que habían rivalizado por el puesto de director, y Sam había ganado. Jasper ocultó su resentimiento, y Sam lo había nombrado redactor jefe. Eran colegas, pero no amigos.
—El año que viene quiero ser director —informó Jasper.
Confiaba en que Sam pudiera ayudarlo, bien porque era la persona idónea para el puesto, y creía serlo, o bien por sentimiento de culpa.
—Eso dependerá de lord Jane —respondió Sam, evasivo. Jane era el rector de la universidad.
—Lord Jane te pedirá tu opinión.
—Hay toda una comisión de nombramientos.
—Pero el rector y tú sois los miembros que más contáis.
Sam no cuestionó eso.
—Así que quieres que te aconseje.
—¿Quién más va a optar al puesto?
—Toby, por supuesto.
—¿De veras?
Toby Jenkins era el responsable de los artículos de fondo, un tipo lento pero cumplidor que había encargado una tediosa serie de respetables artículos sobre el trabajo de ciertos funcionarios de la universidad, como el secretario general y el tesorero.
—Sí, lo solicitará.
El propio Sam había conseguido el puesto gracias en parte a los distinguidos periodistas que se contaban entre sus parientes. A lord Jane le impresionaba esa clase de conexiones, algo que irritaba a Jasper, pero prefirió no decir nada.
—El trabajo de Toby es mediocre —comentó Jasper.
—Es un periodista riguroso, aunque le falta imaginación.
Jasper captó la indirecta de esas palabras. Él era lo contrario de Toby: primaba el impacto sobre el rigor. En sus artículos, una refriega siempre se convertía en una batalla campal; un plan, en una conspiración, y un lapsus, cuando menos, en una mentira flagrante. Sabía que la gente leía los periódicos en busca de emoción, no de información.
—Y escribió aquel reportaje sobre las ratas del refectorio.
—Sí.
Jasper lo había olvidado. El artículo había provocado un gran revuelo. En realidad había sido un golpe de suerte, ya que el padre de Toby trabajaba en el ayuntamiento y conocía los esfuerzos que estaba llevando a cabo el departamento de control de plagas para erradicar los bichos en las celdas del siglo XVIII del St. Julian’s College. Sin embargo, el artículo le granjeó el puesto de director de artículos de fondo a Toby, que desde entonces no había vuelto a escribir nada tan bueno.
—Así que necesito una primicia —concluyó Jasper con aire reflexivo.
—Es posible.
—Te refieres a, por ejemplo, desvelar que el rector está esquilmando los fondos de la universidad para saldar las deudas que ha contraído con el juego.
—Dudo que lord Jane juegue. —Sam no tenía mucho sentido del humor.
Jasper pensó en Lloyd Williams. ¿Podría él proporcionarle algún soplo? Por desgracia, Lloyd era sumamente discreto.
Luego pensó en Evie. Había solicitado plaza en la Escuela Irving de Arte Dramático, que formaba parte del St. Julian’s College, así que era una persona interesante para el periódico estudiantil. Acababa de conseguir su primer papel en una película titulada En torno a Miranda, y salía con Hank Remington, de los Kords. Quizá…
Jasper se levantó.
—Gracias por tu ayuda, Sam. Te lo agradezco mucho.
—Ya sabes dónde estoy —contestó Sam.
Cogió el metro para volver a casa. Cuanto más pensaba en entrevistar a Evie, más emocionado se sentía.
Jasper conocía la verdad sobre Evie y Hank: no solo salían, sino que además estaban manteniendo un apasionado idilio. Los padres de ella sabían que quedaba con Hank dos o tres tardes a la semana, y que los sábados volvía a casa a media noche. Sin embargo, Jasper y Dave sabían además que la mayoría de los días, después de clase, Evie iba al piso de Hank, en Chelsea, y se acostaba con él. Hank ya le había dedicado una canción: Too Young to Smoke, demasiado joven para fumar.
Pero ¿le concedería una entrevista a Jasper?
Cuando llegó a casa, en Great Peter Street, Evie se encontraba en la cocina de azulejos rojos estudiando el guión. Llevaba el pelo recogido de cualquier manera y una falda vieja y desvaída, y aun así estaba espléndida. La relación de Jasper con ella era cálida. Mientras duró el encaprichamiento infantil de Evie con él, siempre fue amable, aunque nunca le dio esperanzas. El motivo de tal cautela era que no quería provocar una crisis que acabara abriendo una brecha entre los generosos y hospitalarios padres de Evie y él. En ese momento se alegró incluso más de haber conservado su amistad.
—¿Cómo va eso? —preguntó señalando el guión con la cabeza.
Ella se encogió de hombros.
—El papel no es difícil, pero el cine va a ser un reto nuevo.
—Quizá debería entrevistarte.
Ella pareció inquieta.
—Solo puedo hacer la publicidad que decida el estudio.
Jasper sintió una punzada de pánico. ¿Qué clase de periodista iba a ser si ni siquiera conseguía una entrevista con Evie, que vivía en su misma casa?
—Es solo para el periódico estudiantil —insistió.
—Supongo que en realidad eso no cuenta.
Jasper recuperó la esperanza.
—Seguro que no, y podría ayudarte a que te aceptaran en la Escuela Irving de Arte Dramático.
Ella dejó el guión en la mesa.
—De acuerdo. ¿Qué quieres saber?
Jasper contuvo su arrebato triunfal.
—¿Cómo conseguiste el papel de En torno a Miranda? —preguntó con tranquilidad.
—Fui a una audición.
—Háblame de eso. —Jasper sacó un cuaderno y empezó a tomar notas.
Tuvo la precaución de no mencionar su desnudo en Hamlet, pues temía que ella le pidiera que no hablara de eso. Por suerte, no necesitaba interrogarla al respecto, ya que lo había presenciado, y se dedicó a hacerle preguntas sobre los actores de la película y sobre otros famosos a los que había conocido, y poco a poco fue acercándose a Hank Remington.
Cuando Jasper mencionó a Hank, los ojos de Evie se iluminaron con una intensidad elocuente.
—Hank es la persona más valiente y entregada que conozco —contestó—. Lo admiro mucho.
—Pero no solo lo admiras.
—Lo adoro.
—Y estáis saliendo.
—Sí, pero no quiero hablar mucho de eso.
—Por supuesto, ningún problema.
—Sí —contestó ella, y con eso bastó.
Dave llegó de la escuela y se hizo un café instantáneo con leche hirviendo.
—Creía que no podías hacer publicidad —le dijo a Evie.
«Cierra la boca, privilegiado de mierda», pensó Jasper.
—Es solo para el St. Julian’s News —respondió ella.
Jasper escribió el artículo esa noche.
En cuanto lo vio redactado, cayó en la cuenta de que podía ser más que un mero artículo para un periódico estudiantil. Hank era una estrella; Evie, una actriz en ciernes, y Lloyd, parlamentario. Aquello podía ser un bombazo, pensó con creciente excitación. Publicar algo en un periódico de tirada nacional supondría un gran empujón a su futura carrera.
Aunque también podría ocasionarle problemas con la familia Williams.
Le entregó el artículo a Sam Cakebread al día siguiente.
Luego, agitado, llamó al periódico sensacionalista Daily Echo y preguntó por el redactor jefe. No consiguió hablar con él, pero lo pusieron con un periodista llamado Barry Pugh.
—Estudio periodismo y tengo una exclusiva para ustedes —informó Jasper.
—Muy bien, adelante —contestó Pugh.
Jasper dudó un instante. Sabía que estaba traicionando a Evie y a toda la familia Williams, pero aun así se lanzó.
—Va de la hija de un parlamentario que se acuesta con una estrella del pop.
—Entiendo —dijo Pugh—. ¿Quiénes son?
—¿Podemos vernos?
—Supongo que querrás dinero.
—Sí, pero eso no es todo.
—¿Qué más?
—Quiero que el artículo salga publicado con mi nombre.
—Veamos primero esa exclusiva y luego ya hablaremos.
Pugh intentaba utilizar la clase de señuelos que Jasper había utilizado con Evie.
—No, gracias —respondió Jasper con firmeza—. Si no les gusta el artículo, no tienen que publicarlo, pero si lo hacen, deben firmarlo con mi nombre.
—De acuerdo —accedió Pugh—. ¿Cuándo podemos vernos?
Dos días después, mientras desayunaba en Great Peter Street, Jasper leyó en The Guardian que Martin Luther King estaba organizando una manifestación multitudinaria de desobediencia civil en Washington para apoyar la promulgación de una ley de derechos civiles. King pronosticaba que asistirían cien mil personas.
—Uau, me encantaría verlo —comentó Jasper.
—A mí también —coincidió Evie.
Iba a tener lugar en agosto, durante las vacaciones de la universidad, así que Jasper estaría libre, pero no tenía las noventa libras que costaba el vuelo a Estados Unidos.
Daisy Williams abrió un sobre.
—¡Dios mío! —exclamó—. ¡Lloyd, es una carta de tu prima alemana, Rebecca!
Dave, el más joven de la mesa, tragó un bocado de cereales azucarados.
—¿Quién demonios es Rebecca?
Su padre había estado hojeando los periódicos a la velocidad de un político profesional, y en ese momento levantó la mirada.
—En realidad no es tu prima. Unos parientes lejanos la adoptaron durante la guerra, cuando sus padres murieron.
—Había olvidado que teníamos parientes alemanes —terció Dave—. Gott in Himmel!
Jasper había observado que Lloyd se mostraba siempre sospechosamente impreciso al hablar de su familia. El difunto Bernie Leckwith había sido su padrastro, pero nadie hablaba nunca de su padre biológico. Jasper estaba seguro de que Lloyd era hijo ilegítimo, aunque aquello tampoco era ningún escándalo, pues la bastardía había dejado de ser la gran desgracia que había supuesto en el pasado. Aun así, Lloyd nunca daba detalles.
—La última vez que vi a Rebecca fue en 1948 —siguió explicando Lloyd—. Tenía unos diecisiete años y para entonces ya la había adoptado mi pariente, Carla Franck. Vivían en Berlín-Mitte, así que su casa debe de estar ahora en el lado equivocado del Muro. ¿Qué ha sido de ella?
—Es evidente que de algún modo ha conseguido salir de la Alemania Oriental, ya que ahora está en Hamburgo —contestó Daisy—. Oh … Su marido resultó herido cuando huyeron y ahora va en silla de ruedas.
—¿Cuál es el motivo de que nos escriba?
—Está intentando encontrar a Hannelore Rothmann. —Daisy miró a Jasper—. Era tu abuela. Al parecer fue muy amable con Rebecca durante la guerra, el día en que sus padres murieron.
Jasper no conocía a la familia de su madre.
—No sabemos exactamente qué fue de mis abuelos alemanes, pero mi madre está segura de que murieron —explicó.
—Le enseñaré esta carta a tu madre —dijo Daisy—. Debería escribir a Rebecca.
Lloyd abrió el Daily Echo.
—¡Maldita sea! ¿Qué es esto?
Jasper esperaba que llegara ese momento y unió las manos sobre el regazo para que no le temblaran.
Lloyd desplegó el periódico sobre la mesa. En la página tres había una fotografía de Evie saliendo de un club nocturno con Hank Remington, y el titular:
HANK, LÍDER DE LOS KORDS, CON LA «NUDISTA» HIJA DE 17 AÑOS DE UN PARLAMENTARIO
Por Barry Pugh y Jasper Murray
—¡Yo no he escrito eso! —mintió Jasper.
Tuvo la impresión de que su indignación parecía forzada; lo que en verdad sentía era euforia por ver su nombre firmando un reportaje en un periódico de tirada nacional. Los demás no dieron muestras de percibir sus emociones encontradas.
—«El último amor de la estrella del pop Hank Remington —leyó Lloyd en voz alta— es la hija de diecisiete años de Lloyd Williams, parlamentario por Hoxton. La joven actriz Evie Williams es famosa por haber realizado un desnudo en la lujosa escuela Lambeth, reservada a los hijos de la gente bien.»
—Madre mía, qué bochorno … —dijo Daisy.
—«Evie ha afirmado —siguió leyendo Lloyd—: “Hank es la persona más valiente y entregada que he conocido”. Tanto Evie como Hank apoyan la Campaña para el Desarme Nuclear, pese a la oposición del padre de ella, que es portavoz laborista en asuntos militares.» —Lloyd miró a Evie con severidad—. Sabes mucho sobre personas valientes y entregadas, como tu madre, que condujo una ambulancia durante el Blitz, y tu tío abuelo, Billy Williams, que luchó en el Somme. Hank debe de ser extraordinario para eclipsarlos a los dos.
—Eso no importa —repuso Daisy—. Creía que no tenías que conceder entrevistas sin preguntar al estudio, Evie.
—Oh, Dios, es culpa mía —intervino Jasper, y todos lo miraron. Sabía que se produciría una escena como aquella y estaba preparado. No le costó mostrarse consternado, pues lo cierto era que se sentía muy culpable—. Entrevisté a Evie para el periódico estudiantil. El Echo debe de haber plagiado mi artículo … y lo han reescrito para hacerlo sensacionalista. —También tenía preparado ese argumento.
—Primera lección de la vida pública —dijo Lloyd—: los periodistas son traicioneros.
«Eso es justo lo que soy —pensó Jasper—: traicionero.» Pero la familia Williams parecía creer que no había tenido intención de que el Echo publicase aquello.
Evie estaba al borde de las lágrimas.
—Podría perder el papel.
—No creo que esto vaya a perjudicar a la película en ningún sentido —opinó Daisy—. Más bien al contrario.
—Espero que tengas razón —repuso Evie.
—Lo siento mucho, Evie —se disculpó Jasper con toda la sinceridad que fue capaz de impostar—. Tengo la sensación de que te he fallado.
—No lo has hecho a propósito —repuso Evie.
Jasper se había salido con la suya. Ninguna de las personas sentadas a la mesa lo miraba de forma acusadora, no creían que el artículo del Echo fuera culpa de nadie. La única de la que no estaba seguro era Daisy, que arrugaba levemente el entrecejo y evitaba mirarlo, pero quería a Jasper por ser hijo de quien era y no lo acusaría de jugar a dos bandas.
Jasper se puso de pie.
—Voy a la redacción del Daily Echo —anunció—. Quiero ver a ese cabrón de Pugh y qué explicación me da.
Se alegró de marcharse. Había salido airoso de una escena difícil mintiendo y sintió un alivio inmenso al liberarse de la tensión.
Una hora después se encontraba en la sala de reuniones del Echo. Le emocionaba estar allí. Aquello era exactamente lo que él quería: los escritorios, las máquinas de escribir, los teléfonos sonando, los tubos neumáticos transportando copias por la sala, la atmósfera de excitación.
Barry Pugh rondaba los veinticinco años; era un hombre menudo y bizco, y llevaba un traje arrugado y unos zapatos de ante rozados.
—Lo has hecho bien —dijo.
—Evie no sabe que yo les di la exclusiva.
Pugh no tenía tiempo para los escrúpulos de Jasper.
—No publicaríamos ni un maldito artículo si pidiéramos permiso siempre.
—Evie solo podía conceder las entrevistas que hubiese pactado el publicista del estudio.
—Los publicistas son tus enemigos. Puedes estar orgulloso de haber burlado a uno.
—Lo estoy.
Pugh le tendió un sobre. Jasper lo abrió y vio que contenía un cheque.
—Tu remuneración —informó Pugh—. Eso es lo que pagamos por un artículo de página tres.
Jasper miró la cantidad: noventa libras.
Recordó la marcha de Washington. Noventa libras era lo que costaba el billete a Estados Unidos, así que ya podía ir.
Pletòrico, se guardó el cheque en el bolsillo.
—Muchas gracias —dijo.
Barry asintió.
—Si tienes más primicias como esa, háznoslo saber.
Dave Williams estaba nervioso ante la perspectiva de tocar en el Jump Club. Se encontraba justo al lado de Oxford Street y era uno de los locales del centro de Londres que más de moda estaban. Era conocido por descubrir a nuevos talentos, y había lanzado a varios grupos que en esos momentos copaban las listas de éxitos. Músicos famosos iban allí a escuchar a artistas desconocidos.
No tenía nada de especial; en un extremo del bar había un pequeño escenario y en el otro, una barra. Entre ambos quedaba espacio para que unas doscientas personas bailaran, si bien bastante apretadas. El suelo era un cenicero, y por toda decoración tenía varios pósters maltrechos de cantantes famosos que habían actuado allí en el pasado, excepto en el camerino, donde las paredes lucían las pintadas más obscenas que Dave había visto nunca.
Dave había mejorado con los Guardsmen, gracias en parte a los útiles consejos de su primo. Lenny sentía ternura por él y le hablaba como si fuera su tío, aunque solo tenía ocho años más. «Escucha al batería —le había instruido—. Así siempre seguirás el ritmo.» Y también: «Aprende a tocar sin mirar la guitarra; eso te permitirá mirar al público a los ojos». Dave agradecía cualquier propina que le daban, pero sabía que aún estaba muy lejos de parecer profesional. Aun así, se sentía de maravilla sobre el escenario, donde no había que leer ni escribir nada y donde no era un zopenco; de hecho, allí era competente y seguía mejorando. Incluso había fantaseado con hacerse músico y no tener que volver a estudiar jamás, pero sabía que tenía pocas posibilidades de conseguirlo.
El grupo también mejoraba. Cuando Dave cantaba con Lenny, el resultado era un sonido moderno, como el de los Beatles, y le había convencido para probar con otro material, auténtico blues de Chicago y soul bailable de Detroit, los estilos que tocaban los grupos jóvenes. Y gracias a eso habían conseguido más actuaciones y pasado de tocar solo cada quince días a hacerlo todas las noches de los viernes y los sábados.
Sin embargo, Dave tenía otro motivo para estar nervioso: había conseguido aquella actuación pidiéndole al novio de Evie, Hank Remington, que recomendara el grupo, pero Hank arrugó la nariz al oír el nombre de la banda.
—Guardsmen suena anticuado, como Four Aces y Jordanaires —dijo.
—Podríamos cambiarlo —contestó Dave, dispuesto a hacer lo que fuera por tocar en el Jump Club.
—El último grito son los nombres salidos de algún blues clásico, como Rolling Stones.
Dave recordó una canción de Booker T. & the M.G.’s que había escuchado unos días antes. Le había sorprendido su excéntrico nombre.
—¿Qué tal Plum Nellie? —propuso.
A Hank le gustó, y le dijo al club que debían probar con un grupo nuevo llamado Plum Nellie. Una sugerencia de alguien tan famoso como Hank era como una orden, y el grupo consiguió la actuación.
Sin embargo, cuando Dave propuso el cambio de nombre, Lenny se negó en redondo.
—Somos los Guardsmen y seguiremos siendo los Guardsmen —contestó, testarudo, y cambió de tema.
Dave no se atrevió a decirle que en el Jump Club ya creían que se llamaban Plum Nellie.
Y se acercaba el momento de la crisis.
Para la prueba de sonido tocaron Lucille. Después de la primera estrofa, Dave paró y se volvió hacia el guitarrista principal, Geoffrey.
—¿Qué mierda era eso? —preguntó.
—¿Qué?
—Has hecho algo raro.
Geoffrey esbozó una sonrisa complacida.
—Ah, nada, solo era un acorde de paso.
—En el álbum no lo hacen.
—¿Qué pasa? ¿Es que no sabes tocar un do sostenido disminuido?
Dave sabía perfectamente lo que estaba ocurriendo: Geoffrey intentaba dejarlo en evidencia como novato, pero, por desgracia, Dave nunca había oído hablar de un acorde disminuido.
—Conocido por los pianistas de pub como un doble bemol, Dave —terció Lenny.
—Enséñamelo —le pidió Dave a Geoffrey tragándose el orgullo.
Geoffrey puso cara de exasperación y suspiró, pero le enseñó el acorde.
—Así, ¿vale? —dijo con tono tedioso, como cansado de tratar con aficionados.
Dave copió el acorde; no era difícil.
—La próxima vez dímelo antes de que empecemos a tocar la puñetera canción —le recriminó.
Después de aquello, todo fue bien. Phil Burleigh, propietario del club, entró a mitad de canción y se quedó a escucharlos. Su calvicie prematura le había granjeado el mote de «el Greñas». Cuando acabaron de tocar, Phil asintió, satisfecho.
—Gracias, Plum Nellie —dijo.
Lenny le dirigió una mirada asesina a Dave.
—Somos los Guardsmen —replicó con firmeza.
—Bueno, hemos hablado de cambiar el nombre … —intervino Dave.
—Vosotros habéis hablado, yo me he negado.
—Guardsmen es un nombre malísimo, colega —opinó el Greñas.
—Es como nos llamamos.
—Oye, Byron Chesterfield va a venir esta noche —le informó el Greñas con una nota de desesperación en la voz—. Es el promotor más importante de Londres, quizá de Europa. Podría daros trabajo … pero no con ese nombre.
—¿Byron Chesterfield? —repitió Lenny riéndose—. Lo conozco de toda la vida. En realidad se llama Brian Chesnowitz. Su hermano tiene un puesto en el mercado de Aldgate.
—Lo que me preocupa es vuestro nombre, no el suyo —replicó el Greñas.
—Nuestro nombre no tiene nada de malo.
—No puedo presentar a un grupo como «los Guardsmen», tengo una reputación. —El Greñas se levantó—. Lo siento, chicos —añadió—. Recoged vuestro equipo.
—Vamos, Greñas, no querrás cabrear a Hank Remington … —dijo Dave.
—Hank es colega desde hace mucho tiempo —contestó el Greñas—. Tocamos skiffle juntos en el 2i’s Coffee Bar en los cincuenta, pero él me recomendó un grupo llamado Plum Nellie, no los Guardsmen.
Dave estaba consternado.
—¡Van a venir todos mis amigos! —exclamó. Pensaba en Linda Robertson en particular.
—Pues lo siento —respondió el Greñas.
Dave se volvió hacia Lenny.
—Sé razonable —le instó—. ¿Qué importancia tiene el nombre?
—Es mi grupo, no el tuyo —espetó Lenny, obcecado.
Así que se trataba de eso.
—Pues claro que es tu grupo —contestó Dave—, pero tú me enseñaste que el cliente siempre tiene la razón. —Tuvo un arranque de inspiración—: Y si quieres, mañana puedes volver a cambiarle el nombre.
—Que no.… —Pese a su negativa, Lenny empezaba a ablandarse.
—Es mejor que no tocar —insistió Dave, exprimiendo su ventaja—. Sería humillante irnos a casa ahora.
—Bah, a la mierda. De acuerdo —accedió Lenny.
La crisis concluyó, y Dave sintió un alivio enorme.
Tomaron unas cervezas en la barra mientras empezaban a llegar los primeros clientes. Dave se limitó a una pinta, lo suficiente para relajarse sin aturdir sus dedos sobre las cuerdas. Lenny se tomó dos y Geoffrey, tres.
Linda Robertson apareció, para deleite de Dave, con un vestido corto de color púrpura y botas blancas hasta la rodilla. Ella y todos sus amigos eran legalmente demasiado jóvenes para beber alcohol en bares, pero se esforzaban al máximo para aparentar más edad, y de todos modos nadie observaba la ley de forma estricta.
La actitud de Linda hacia Dave había cambiado. Hasta entonces lo había tratado como a un hermano pequeño brillante, aunque tenían la misma edad. El hecho de que tocara en el Jump Club lo convirtió de pronto en una persona diferente a sus ojos; Linda lo veía mayor y sofisticado, y le preguntó emocionada sobre la banda. Si eso era lo que se conseguía tocando en el grupo de mala muerte de Lenny, pensó Dave, ¿cómo sería ser una auténtica estrella del pop?
Volvió con los demás al camerino para cambiarse. Los grupos profesionales solían actuar con trajes idénticos, pero eso era caro. Lenny acordó con los demás que llevarían camisas rojas. Dave pensó que los grupos de uniforme estaban pasados de moda; los anárquicos Rolling Stones vestían como se les antojaba.
Los Plum Nellie eran los últimos del cartel, por lo que tocaron los primeros. Lenny, como líder del grupo, presentaba las canciones. Estaba sentado a un lado del escenario, con el piano de pie ladeado para poder mirar al público. Dave ocupaba el centro, tocando y cantando, y la mayoría de los ojos estaban puestos en él. Después de liberarse de la preocupación por el nombre del grupo —al menos de momento—, consiguió relajarse. Se movía mientras tocaba, balanceaba la guitarra como si fuera su pareja de baile, y cuando cantaba imaginaba que le hablaba al público, enfatizando las palabras con expresiones faciales y movimientos de cabeza. Como siempre, las chicas se lo quedaban mirando embobadas y sonreían mientras bailaban al ritmo.
Cuando el concierto acabó, Byron Chesterfield fue al camerino.
No debía de pasar de los cuarenta años y llevaba un bonito traje azul claro, chaleco y corbata con estampado de margaritas. Tenía unas prominentes entradas a ambos lados de un tupé desfasado y engominado, y lo envolvía una nube de colonia.
—Tu grupo no está mal —dijo dirigiéndose a Dave.
Dave señaló a Lenny.
—Gracias, señor Chesterfield, pero es el grupo de Lenny.
—Hola, Brian, ¿no te acuerdas de mí? —preguntó este.
Byron dudó un momento.
—¡Mi madre! —exclamó—. ¡Pero si eres Lenny Avery! —Su acento londinense se agudizó—. No te había reconocido. ¿Cómo te va en el mercado?
—Mejor que nunca.
—El grupo es bueno, Lenny: bajo y batería consistentes, guitarras y piano armónicos, y me gustan las voces. —Señaló a Dave con el pulgar—. Además, las chicas adoran al chaval. ¿Tenéis mucho trabajo?
Dave estaba emocionado. ¡A Byron Chesterfield le gustaba el grupo!
—Tocamos todos los fines de semana —contestó Lenny.
—Si os interesa, podría conseguir que actuarais en un local fuera de la ciudad durante seis semanas, en verano —dijo Byron—. Cinco noches por semana, de martes a sábado.
—No sé —respondió Lenny con indiferencia—. Tendría que pedirle a mi hermana que se encargara del puesto del mercado mientras estuviera fuera.
—Noventa libras a la semana, limpias.
Era más de lo que habían cobrado nunca, calculó Dave. Y con suerte coincidiría con las vacaciones escolares.
Se irritó al ver que Lenny seguía dudando.
—¿Qué hay de la manutención y el alojamiento? —preguntó.
Dave comprendió que no era que no le interesara, sino que estaba negociando.
—Tendréis alojamiento pero no manutención —contestó Byron.
Dave se preguntó si se trataría de algún centro turístico de la costa, en los que había trabajo de temporada para artistas y animadores.
—No puedo dejar el puesto del mercado por esa cantidad, Brian —dijo Lenny—. Es una lástima que no sean ciento veinte por semana. En tal caso me lo pensaría.
—El local podría subir a noventa y cinco, como favor personal.
—Pongamos ciento diez.
—Si renuncio a mi comisión puede quedar en cien.
Lenny miró al resto del grupo.
—¿Qué decís, chicos?
Todos querían aceptar la oferta.
—¿Qué local es? —preguntó Lenny.
—Un club llamado The Dive.
Lenny sacudió la cabeza.
—No he oído hablar de él. ¿Dónde está?
—¿No os lo he dicho? —contestó Byron Chesterfield—. En Hamburgo.
Dave apenas podía contener la emoción. Actuar durante seis semanas … ¡en Alemania! Desde el punto de vista legal, tenía edad suficiente para abandonar la escuela. ¿Sería aquello una oportunidad para llegar a convertirse en músico profesional?
Eufórico, volvió con Linda a la casa de Great Peter Street con la intención de dejar allí la guitarra y el amplificador y acompañarla después a casa de sus padres, en Chelsea. Por desgracia, sus padres aún estaban despiertos, y su madre lo abordó en el recibidor.
—¿Cómo ha ido? —le preguntó, impaciente.
—Muy bien —contestó él—. He venido a dejar el equipo y voy a acompañar a Linda a su casa.
—Hola, Linda —dijo Daisy—. Me alegro de volver a verte.
—Hola, encantada —contestó Linda con cortesía, transformándose en una recatada estudiante, aunque Dave vio que su madre se fijaba en el vestido corto y en las sexis botas.
—¿Volveréis a actuar en el club? —preguntó Daisy.
—Bueno, un promotor llamado Byron Chesterfield nos ha ofrecido un trabajo de verano en otro club. Es fantástico porque será durante las vacaciones escolares.
Su padre salió del salón; llevaba aún el traje con el que había asistido al mitin de turno, como hacía tantos sábados por la noche.
—¿Qué pasa con las vacaciones escolares?
—Nuestro grupo tiene una oferta para tocar seis semanas seguidas.
Lloyd arrugó el entrecejo.
—Deberías repasar durante las vacaciones. El año que viene tendrás los importantísimos exámenes de bachillerato. De momento tus notas ni se acercan al mínimo para que puedas tomarte el verano libre.
—Podría estudiar durante el día. Solo tocaremos por la noche.
—Hum … Es evidente que no te importa perderte las vacaciones de todos los años con tu familia en Tenby.
—Sí me importa —mintió Dave—. Me encanta Tenby, pero es una gran oportunidad.
—Bueno, no creo que pueda dejarte solo en esta casa dos semanas mientras estoy en Gales. Solo tienes quince años.
—Eh … El club no está en Londres —dijo Dave.
—¿Dónde está?
—En Hamburgo.
—¿Qué? —exclamó Daisy.
—No seas ridículo —contestó Lloyd—. ¿De verdad crees que vamos a dejarte hacer eso a tu edad? Para empezar, debe de ser ilegal según la legislación laboral alemana.
—No todas las leyes se aplican de manera estricta —replicó Dave—. Me apuesto algo a que tú tomabas copas ilegalmente en los pubs antes de cumplir los dieciocho.
—Cuando tenía dieciocho fui a Alemania con mi madre. Y puedo asegurarte que nunca pasé seis semanas solo en un país extranjero a los quince.
—No estaré solo. El primo Lenny vendrá conmigo.
—No me parece una carabina de fiar.
—¿Una carabina? —repitió Dave, indignado—. ¿Qué soy yo, una doncella victoriana?
—Para la ley eres un niño, y en la vida real, un adolescente. Lo que no eres es un adulto.
—Pero tienes una prima en Hamburgo —insistió Dave, desesperado—. Rebecca. Ha escrito a mamá. Podrías pedirle que me acogiera.
—Es una prima lejana y de adopción, y hace dieciséis años que no la veo. No me parece alguien lo bastante cercano para cargarla con un adolescente rebelde durante el verano. No estoy seguro de que le hiciera algo así ni a mi hermana.
Daisy adoptó un tono conciliador.
—En la carta me ha dado la impresión de que es una persona amable, Lloyd, cariño, y no creo que tenga hijos. Quizá no le importe que se lo pidamos.
Lloyd parecía molesto.
—¿De verdad quieres que Dave haga esto?
—No, claro que no. Si tuviera que decidir yo, vendría a Tenby con nosotros, pero está creciendo, y deberíamos empezar a aflojar la cuerda. —Miró a Dave—. Le va a resultar más duro y menos divertido de lo que imagina, pero podría aprender algunas lecciones vitales.
—No —repuso Lloyd con tono terminante—. Si tuviera dieciocho años, es posible que accediera, pero es muy joven, demasiado joven.
Dave quería gritar de rabia y romper a llorar al mismo tiempo. No podían arruinarle aquella oportunidad …
—Es tarde —concluyó Daisy—. Ya hablaremos de esto por la mañana. Dave tiene que acompañar a Linda a casa antes de que sus padres empiecen a preocuparse.
Dave dudó, reticente a marcharse con la discusión sin resolver.
Lloyd se encaminó a la escalera.
—Mejor no albergues muchas esperanzas —añadió dirigiéndose a Dave—, no va a pasar.
Dave abrió la puerta principal. Si salía en ese momento, sin decir nada más, los dejaría con la impresión equivocada. Tenía que hacerles saber que no le impedirían tan fácilmente ir a Hamburgo.
—Escúchame —dijo, y su padre se sobresaltó; Dave estaba decidido—, por primera vez en mi vida se me da bien algo, papá. Tienes que entenderme: si intentas arrebatarme esto, me iré de casa. Y te juro que, si me marcho, jamás volveré.
Salió para acompañar a Linda y cerró de un portazo.