Jasper Murray estaba seguro de que conseguiría el puesto de director del St. Julian’s News. Había enviado junto a su solicitud un recorte con su artículo en el Daily Echo sobre el discurso de «Tengo un sueño» pronunciado por Martin Luther King. Todo el mundo le decía que era una pieza magnífica. Le habían pagado veinticinco libras, menos de lo que había cobrado por la entrevista con Evie; la política no era tan lucrativa como los escándalos de los famosos.
—Toby Jenkins no ha publicado nunca ni un solo párrafo en ningún medio ajeno a la prensa estudiantil —le dijo Jasper a Daisy Williams mientras estaban sentados en la cocina de Great Peter Street.
—¿Es tu único rival? —preguntó ella.
—Que yo sepa, sí.
—¿Cuándo sabrás cuál es la decisión?
Jasper consultó su reloj, a pesar de que sabía qué hora era.
—El comité se está reuniendo justo en estos momentos. Colgarán una nota en la puerta del despacho de lord Jane cuando hagan una pausa para el almuerzo a las doce y media. Mi amigo Pete Donegan está allí. Va a ser mi director adjunto. Me llamará en cuanto sepa algo.
—¿Por qué estás tan desesperado por conseguir ese puesto?
«Porque sé que soy increíblemente bueno —pensó Jasper—, el doble de bueno que Cakebread y diez veces mejor que Toby Jenkins. Me merezco ese trabajo.» Sin embargo, no compartió sus pensamientos con Daisy Williams. Sentía cierto recelo con respecto a ella; Daisy quería a su madre, no a él. Cuando la entrevista con Evie apareció en el Echo y Jasper había fingido consternación, le había parecido que Daisy no acababa de tragarse el engaño. Le preocupaba que supiese ver cómo era él en realidad. Sin embargo, siempre lo trataba con amabilidad por la amistad que la unía a su madre.
En ese momento optó por darle una versión suavizada de la verdad.
—Puedo convertir el St. Julian’s News en un periódico mejor. Ahora mismo es como una revista parroquial: te cuenta lo que pasa, pero huye de los conflictos y la polémica. —Pensó en algo que pudiese apelar a los ideales de Daisy—. Por ejemplo, el St. Julian’s College está dirigido por un patronato, alguno de cuyos miembros tiene inversiones en la Sudáfrica del apartheid. Yo publicaría esa información y preguntaría qué hacen esos hombres dirigiendo una famosa universidad liberal.
—Buena idea —aprobó Daisy, complacida—. Eso los pondrá nerviosos.
Walli Franck entró en la cocina. Era mediodía, pero saltaba a la vista que acababa de levantarse. Seguía los horarios del rock and roll.
—Ahora que Dave ha vuelto a estudiar, ¿qué piensas hacer? —preguntó Daisy.
Walli se echó una cucharada de café instantáneo en la taza.
—Practicar con la guitarra —contestó el chico.
Daisy sonrió.
—Si tu madre estuviera aquí, supongo que te preguntaría si no sería mejor que intentases ganar algo de dinero.
—No quiero ganar dinero. Sin embargo, debo hacerlo. Por eso tengo un trabajo.
La gramática de Walli a veces era tan correcta que costaba trabajo entender sus frases.
—Vamos a ver —dijo Daisy—, ¿no quieres dinero pero tienes un trabajo?
—Lavando jarras de cerveza en el Jump Club.
—¡Enhorabuena!
Sonó el timbre de la puerta y al cabo de un momento una criada condujo a Hank Remington a la cocina. El joven desplegaba un encanto típicamente irlandés; era un pelirrojo alegre con una sonrisa radiante siempre a punto en los labios.
—Hola, señora Williams —dijo—. He venido a invitar a almorzar a su hija. ¡A menos que usted esté disponible!
Las mujeres sabían apreciar las galanterías de Hank.
—Hola, Hank —contestó Daisy con entusiasmo. Se volvió hacia la criada y le dijo—: Dile a Evie que el señor Remington está aquí.
—¿Ahora soy el «señor» Remington? —exclamó Hank—. No dé pie a que la gente crea que soy respetable, eso podría destrozar mi reputación. —Estrechó la mano de Jasper—. Evie me enseñó tu artículo sobre Martin Luther King. Una maravilla, buen trabajo. —Luego se volvió hacia Walli—. Hola, soy Hank Remington.
Walli estaba anonadado, pero acertó a encontrar las palabras para presentarse.
—Soy el primo de Dave, y toco la guitarra en Plum Nellie.
—¿Cómo os fue en Hamburgo?
—Muy bien, hasta que nos echaron porque Dave era demasiado joven.
—Los Kords tocamos en Hamburgo —dijo Hank—. Fue una época maravillosa. Nací en Dublín, pero me crié en Reeperbahn, si sabes a lo que me refiero.
Jasper encontró fascinante a Hank. Era rico y famoso, una de las mayores estrellas del pop del mundo, y aun así se esforzaba por mostrarse amable con todos los presentes en aquella habitación. ¿Tenía un deseo insaciable de caerle bien a todo el mundo y ese era el secreto de su éxito?
Justo en ese momento Evie entró en la cocina con un aspecto espléndido. Llevaba el pelo cortado a lo paje, imitando a los Beatles, y lucía un sencillo vestido trapecio de la diseñadora Mary Quant con el que enseñaba las piernas. Hank fingió estar apabullado.
—Madre mía, con ese aspecto voy a tener que invitarte a un lugar elegante —comentó—. ¡Y yo que pensaba llevarte a una hamburguesería Wimpy!
—Vayamos donde vayamos, tendrá que ser algo rápido —repuso Evie—. Tengo una prueba a las tres y media.
—¿Para qué?
—Es para una obra nueva que se llama Juicio a una mujer. Es un drama judicial.
Hank se puso muy contento.
—¡Vas a hacer tu debut en el teatro!
—Eso será si consigo el papel.
—Pues claro que lo vas a conseguir. Vamos, será mejor que nos vayamos ya, tengo el Mini aparcado en la zona amarilla.
Se marcharon y Walli regresó a su habitación. Jasper miró su reloj: eran las doce y media. Iban a anunciar de un momento a otro quién ocuparía el puesto de director.
—Me encantó Estados Unidos —dijo Jasper para dar un poco de conversación.
—¿Te gustaría vivir allí? —preguntó Daisy.
—Más que nada en el mundo. Y quiero trabajar en televisión. El St. Julian’s News va a ser un primer paso muy importante, pero en realidad los periódicos están obsoletos. Ahora mismo, los noticiarios de televisión son el no va más.
—Estados Unidos es mi hogar —explicó Daisy con aire pensativo—, pero encontré el amor en Londres.
Sonó el teléfono. Habían escogido al nuevo director. ¿Sería Jasper o Toby Jenkins?
Daisy respondió.
—Lo tengo aquí a mi lado —dijo, y le pasó el teléfono a Jasper, cuyo corazón palpitaba con fuerza.
Era Pete Donegan.
—Se lo han dado a Valerie Cakebread.
Al principio, Jasper no entendió lo que le decía.
—¿Qué? —exclamó—. ¿Quién?
—Valerie Cakebread es la nueva directora del St. Julian’s News. Sam Cakebread lo ha arreglado todo para que le den el puesto a su hermana.
—¿A Valerie? —Cuando Jasper lo comprendió, se quedó perplejo—. ¡Pero si nunca ha escrito otra cosa más que columnas de moda!
—Y se encargaba del té en la revista Vogue.
—¿Cómo han podido hacer eso?
—Ni idea.
—Sabía que lord Jane era un cretino, pero esto …
—¿Quieres que te pase a buscar por tu casa?
—¿Para qué?
—Tenemos que salir a ahogar nuestras penas.
—Está bien. —Jasper colgó el teléfono.
—Malas noticias, obviamente —dijo Daisy—. Lo siento.
Jasper estaba fuera de sí.
—¡Le han dado el trabajo a la hermana del actual director! No me lo esperaba, la verdad.
Recordó su conversación con Sam y Valerie en la cafetería del sindicato de estudiantes. Menuda pareja de traidores …, ni siquiera le habían dado el menor indicio de que Valerie compitiese por el puesto.
Se dio cuenta con amargura de que había sido engañado hábilmente por alguien más astuto que él mismo.
—¡Qué pena! —exclamó Daisy.
Aquello era una típica maniobra británica, pensó Jasper con resentimiento; el parentesco era más importante que el talento. Su padre había sido víctima del mismo síndrome y, como consecuencia, nunca había ascendido más allá de coronel.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Daisy.
—Emigrar —respondió Jasper. Su determinación era más fuerte que nunca.
—Termina primero la universidad —le aconsejó Daisy—. En Estados Unidos se valoran mucho los estudios.
—Supongo que tiene razón —dijo Jasper. Sin embargo, sus estudios siempre habían ocupado un segundo plano respecto a su labor periodística—. No puedo trabajar para el St. Julian’s News a las órdenes de Valerie. Ya cedí bastante el año pasado, cuando Sam se me adelantó y consiguió el puesto, pero no puedo volver a hacerlo.
—Estoy de acuerdo —convino Daisy—. Eso te haría parecer un reportero de segunda fila.
A Jasper se le ocurrió una idea y empezó a urdir un plan.
—Lo peor de todo es que ahora no va a haber ningún periódico que denuncie cosas como el escándalo del patronato de la universidad y sus inversiones en Sudáfrica.
Daisy mordió el anzuelo.
—Tal vez alguien decida abrir un periódico rival.
Jasper se hizo el escéptico.
—Lo dudo.
—Es lo que hicieron la abuela de Dave y la abuela de Walli en 1916. Se llamaba The Soldier’s Wife. Si ellas pudieron hacerlo …
Jasper puso cara de inocente e hizo la pregunta clave:
—¿De dónde sacaron el dinero?
—La familia de Maud era rica, pero no puede costar mucho imprimir un par de miles de ejemplares. Luego pagas la segunda edición con los ingresos de la primera.
—Tengo las veinticinco libras que me pagaron en el Daily Echo por mi artículo sobre Martin Luther King, pero no creo que eso sea suficiente …
—Podría ayudarte yo.
Jasper hizo como si tuviese sus reservas ante la oferta.
—Es posible que nunca llegue a recuperar su dinero.
—Elabora un presupuesto.
—Pete viene de camino hacia aquí. Podríamos hacer algunas llamadas …
—Si tú inviertes tu propio dinero, yo igualaré la cantidad.
—¡Gracias! —Jasper no tenía ninguna intención de invertir su propio dinero. Sin embargo, un presupuesto era como la columna de sociedad del periódico: la mayor parte podía ser pura ficción, porque nadie llegaba nunca a saber la verdad—. Si nos damos prisa, podríamos tener preparado el primer ejemplar para principios del trimestre.
—Deberías publicar esa historia sobre las inversiones sudafricanas en portada.
Jasper volvía a estar pletórico de optimismo. Aquello podía ser incluso mejor.
—Sí … El St. Julian’s News tendrá una portada insulsa en la que diga «Bienvenidos a Londres» o algo así. El nuestro será el periòdico de verdad.
Empezó a sentirse entusiasmado.
—Enséñame el presupuesto lo antes posible —dijo Daisy—. Estoy segura de que se nos ocurrirá algo.
—Gracias —dijo Jasper.