En el instituto de Dave no se usaba uniforme, pero los chicos se burlaban de quienes iban demasiado elegantes. Dave fue objeto de esas mofas el día que apareció con una chaqueta de cuatro botones, camisa blanca con cuello de picos largos, corbata con estampado de cachemira, pantalones azules de cintura baja y cinturón blanco de plástico. Pero las burlas lo traían sin cuidado; él tenía una misión.
El grupo de Lenny llevaba años coqueteando con el mundo del espectáculo. Tal como estaban las cosas, podían pasarse otra década tocando rock and roll en clubes nocturnos y tabernas, pero llegado 1964 Dave aspiraba a algo mejor, y el camino directo para lograrlo era grabar un disco.
Al salir del instituto cogió el metro hasta Tottenham Court Road y fue caminando desde allí hasta una dirección de Denmark Street que había conseguido. En la planta baja del edificio había una tienda de guitarras, pero justo al lado se veía una puerta que conducía a un despacho en el piso de arriba, y una placa en la que se leía CLASSIC RECORDS.
Dave había hablado con Lenny sobre la posibilidad de conseguir un contrato para grabar un disco, pero Lenny no se había mostrado muy animado. «Yo ya lo he intentado —le había dicho su primo—. No podrás ni cruzar la puerta. Es un mundo muy cerrado.»
Eso no tenía sentido. Debía existir una forma de acceder; de no ser así, nadie grabaría discos. Sin embargo, Dave conocía demasiado bien a Lenny para rebatir sus argumentos sirviéndose de la lógica, de manera que decidió actuar por su cuenta.
Empezó estudiándose los nombres de las compañías discográficas que encabezaban las listas de éxitos. Fue un ejercicio complicado, porque había muchos sellos, todos pertenecientes a unas pocas productoras. El listín telefónico lo había ayudado a localizarlas, y había escogido Classic Records como objetivo.
Al final se decidió a telefonear.
—Llamo de la oficina de objetos perdidos de Ferrocarriles de Gran Bretaña. Tenemos una casete en una caja con una etiqueta que dice «Director de artistas y grabaciones, Classic Records». ¿A quién debo enviárselo?
La joven que respondió al teléfono le había dado un nombre y esa dirección en Denmark Street.
Al final de la escalera encontró a una recepcionista, seguramente la misma chica con la que había hablado por teléfono. Adoptando una actitud confiada, pronunció el nombre que ella le había facilitado.
—He venido para ver a Eric Chapman —dijo.
—¿A quién debo anunciar?
—A Dave Williams. Dígale que me envía Byron Chesterfield.
Era mentira, pero el muchacho no tenía nada que perder.
La recepcionista desapareció por una puerta. Dave miró a su alrededor. El recibidor estaba decorado con discos de oro y de plata enmarcados. Una fotografía de Percy Marquand, el Bing Crosby negro, tenía escrita una dedicatoria: «Para Eric, gracias por todo». Dave se fijó en que todos los discos eran de al menos cinco años atrás. Eric necesitaba nuevos talentos.
Dave se sentía nervioso. No estaba acostumbrado al fracaso. Se obligó a tragarse la timidez. No cometía ningún delito. Si lo pillaban, lo peor que podía pasar era que le pidieran que se marchase y no les hiciera perder el tiempo. Valía la pena correr ese riesgo.
La secretaria volvió a salir, y un hombre de mediana edad se asomó por la puerta. Llevaba una chaqueta de punto de color verde sobre una camisa blanca y una corbata anodina. Tenía el cabello canoso y ralo. Se apoyó en el dintel y miró a Dave de arriba abajo.
—¿Así que vienes recomendado por Byron? —preguntó transcurridos unos segundos.
Lo dijo con tono de escepticismo, resultaba evidente que no se lo creía. Dave evitó repetir ese cuento contando otro.
—Byron me dijo: «EMI tiene a los Beatles, Decca a los Rolling Stones, Classic necesita a Plum Nellie» —mintió.
Byron no había dicho nada parecido. Dave se lo había inventado a partir de conclusiones extraídas tras leer artículos sobre grupos musicales.
—¿Plum qué?
Dave entregó a Chapman una foto del grupo.
—Hemos estado en Hamburgo, en The Dive, como los Beatles, y hemos tocado en el Jump Club de Londres, como los Stones.
Le sorprendía que todavía no lo hubieran echado y se preguntó cuánto duraría su suerte.
—¿De qué conoces a Byron?
—Es nuestro representante. —Otra mentira.
—¿Qué tipo de música tocáis?
—Rock and roll, pero con muchas armonías vocales.
—Igual que todos los grupos de pop en la actualidad.
—Pero nosotros somos mejores.
Se hizo un largo silencio. Dave se sentía encantado por el simple hecho de que Chapman estuviera hablando con él. «No podrás ni cruzar la puerta», había dicho Lenny. Dave había demostrado que se equivocaba.
—Eres un puñetero mentiroso —espetó Chapman.
Dave iba a protestar, pero el productor levantó la mano para silenciarlo.
—No me cuentes más trolas. Byron no es vuestro representante y no te ha enviado él. Puede que lo hayas conocido, pero no te ha dicho que Classic Records necesita a Plum Nellie.
Dave no contestó nada. Lo habían pillado y resultaba humillante. Había intentado marcarse un farol para entrar en una discográfica y había fracasado.
—¿Cómo te llamabas? —preguntó Chapman.
—Dave Williams.
—¿Qué quieres de mí, Dave?
—Un contrato para grabar un disco.
—¡Menuda sorpresa!
—Háganos una audición. Le prometo que no se arrepentirá.
—Te contaré un secreto, Dave. Cuando tenía dieciocho años, conseguí mi primer trabajo en un estudio de grabación diciendo que era electricista cualificado. Mentí. La única cualificación que tenía era el título de séptimo curso de piano.
Dave se sitió esperanzado.
—Me gusta que tengas tanta jeta —dijo el productor. Algo triste, añadió—: Si pudiera retroceder en el tiempo, no me importaría volver a ser un joven que persigue su sueño.
Dave contuvo la respiración.
—Os haré una audición.
—¡Gracias!
—Venid al estudio de grabación después de las vacaciones de Navidad. —Señaló con el pulgar a la recepcionista—. Cherry, dale hora al chico.
Chapman regresó a su despacho y cerró la puerta.
Dave no daba crédito a la suerte que había tenido. Habían descubierto sus burdas mentiras, pero había conseguido una audición de todas formas.
Acordó una fecha provisional con Cherry y dijo que llamaría para confirmarla cuando hubiera hablado con el resto de los componentes del grupo. Luego volvió a casa flotando en una nube.
En cuanto llegó a Great Peter Street cogió el teléfono del vestíbulo y llamó a Lenny.
—¡He conseguido para el grupo una audición con Classic Records! —exclamó con tono triunfal.
Lenny no se mostró tan entusiasmado como Dave esperaba.
—¿Quién te ha dicho que hicieras eso? —soltó, mosqueado porque su primo había tomado la iniciativa.
Dave no pensaba dejar que lo desanimara.
—¿Qué tenemos que perder?
—¿Cómo lo has conseguido?
—He ido de farol y he logrado entrar. He visto a Eric Chapman, y me ha dicho que sí.
—Pura suerte —dijo Lenny—. A veces pasa.
—Sí —repuso Dave, aunque estaba pensando: «No habría tenido suerte si me hubiera quedado en casa con el culo pegado a la silla».
—En realidad, Classic no es un sello de música pop —objetó Lenny.
—Por eso nos necesitan. —Al muchacho estaba agotándosele la paciencia—. Lenny, ¿me puedes explicar qué tiene de malo?
—No, está bien, iremos para ver si nos sale algo.
—Ahora tenemos que decidir qué tocamos en la audición. La secretaria me ha dicho que grabaremos dos canciones.
—Vale, pues deberíamos ir con Shake, Rattle and Roll, por supuesto.
A Dave se le cayó el alma a los pies.
—¿Por qué?
—Es nuestro mejor tema. Siempre tiene mucho éxito.
—¿No crees que está un poco pasada de moda?
—Es un clásico.
Dave sabía que no podía discutir con Lenny sobre eso, no en ese momento. Lenny ya había tenido que tragarse su orgullo en una ocasión. Podía presionarlo, pero no demasiado. No obstante, tocarían dos canciones, quizá la segunda podía ser más original.
—¿Qué te parece seguir con un blues? —preguntó Dave, ya desesperado—. Por escoger algo distinto. Para que se vea nuestro nivel.
—Sí. Hoochie Coochie Man.
Esa estaba un poco mejor, era un material más parecido a lo que tocaban los Rolling Stones.
—Vale —accedió Dave.
Entró en la sala de estar. Walli estaba allí con una guitarra apoyada en la rodilla. Vivía en casa de la familia Williams desde que había llegado de Hamburgo con el grupo. Dave y él solían ensayar en aquella habitación, tocaban y cantaban para aprovechar el rato que les quedaba desde que Dave salía del instituto hasta la cena.
Dave le contó las novedades. Walli estaba encantado, aunque le preocupó la elección de repertorio de Lenny.
—Dos canciones que fueron superéxitos en los cincuenta —dijo; cada día se expresaba mejor en inglés.
—El grupo es de Lenny —comentó Dave con impotencia—. Si crees que puedes hacerle cambiar de opinión, por favor, inténtalo.
Walli se encogió de hombros. Era un gran músico, aunque un poco pasivo, en opinión de Dave. Sin embargo, Evie decía que todo el mundo parecía pasivo en comparación con la familia Williams.
Estaban juzgando el gusto de Lenny cuando llegó Evie con Hank Remington. Juicio a una mujer era un gran éxito a pesar de su deslucido estreno justo el día en que asesinaron al presidente Kennedy, y Hank estaba grabando un nuevo álbum con los Kords. Evie y él pasaban las tardes juntos y luego salían en dirección a sus respectivos trabajos.
Hank llevaba unos pantalones de terciopelo arrugado con la cintura baja y una camisa de lunares. Se sentó con Dave y Walli mientras Evie subía a cambiarse. Como siempre, se mostró encantador y divertido y contó anécdotas de la gira de los Kords.
Cogió la guitarra de Walli y rasgueó un par de acordes sin prestar mucha atención.
—¿Queréis escuchar una canción nueva? —preguntó pasado un rato.
Por supuesto que querían.
Era una balada romántica titulada Love Is It. Los sedujo al instante: una melodía maravillosa con un toque de shuffle, estilo blues. Le pidieron que volviera a tocarla, y Hank lo hizo.
—¿Cuál era el acorde del principio del estribillo? —preguntó Walli.
—Do sostenido menor.
Hank se lo enseñó y luego le pasó la guitarra.
Walli tocó y Hank cantó la canción por tercera vez. Dave improvisó una armonía.
—Eso ha sonado muy bien —dijo Hank—. Es una pena que no vayamos a grabarla.
—¿Cómo? —Dave no podía creerlo—. ¡Si es preciosa!
—Los Kords creen que es muy cursi. Dicen que somos una banda de rock y que no podemos sonar como Peter, Paul and Mary.
—Pues yo creo que es un número uno —afirmó Dave.
Su madre asomó la cabeza por la puerta.
—Walli —dijo—. Tienes una llamada … de Alemania.
Dave supuso que debía de ser la hermana de Walli, desde Hamburgo. La familia que tenía Walli en el Berlín oriental no podía telefonearlo porque el régimen prohibía las llamadas a Occidente.
Mientras Walli estaba ausente, Evie reapareció. Se había recogido la melena y llevaba unos vaqueros y una camiseta. Estaba lista para que los estilistas y los maquilladores se encargaran de ella. Hank iba a llevarla al teatro de camino al estudio de grabación.
Dave estaba distraído pensando en Love Is It, una canción maravillosa que los Kords no querían.
Walli volvió a entrar, seguido por Daisy.
—Era Rebecca —explicó.
—Me gusta Rebecca —comentó Dave mientras recordaba sus costillas de cerdo con patatas fritas.
—Acaba de recibir una carta, con mucho retraso, enviada por Karolin desde Berlín Este. —Walli hizo una pausa. Parecía atenazado por una honda emoción. Al final consiguió decir—: Karolin ha dado a luz. Es una niña.
Todos saltaron de alegría y lo felicitaron. Daisy y Evie incluso lo besaron.
—¿Cuándo nació? —preguntó Daisy.
—El 22 de noviembre. Es fácil de recordar, fue el día en que mataron a Kennedy.
—¿Cuánto pesó? —preguntó Daisy.
—¿Que cuánto pesó? —repitió Walli como si fuera una pregunta incomprensible.
Daisy se echó a reír.
—La gente siempre habla del peso de los recién nacidos.
—No le he preguntado cuánto había pesado.
—Da igual. ¿Y cómo se va a llamar?
—Karolin ha sugerido Alice.
—Es un nombre precioso —comentó Daisy.
—Me enviará una fotografía —dijo Walli—. De mi hija —añadió como absorto—. Pero la enviará a través de Rebecca, porque las cartas con destino Inglaterra se retienen incluso durante más tiempo en la oficina de censura.
—¡Me muero de impaciencia por ver la foto! —exclamó Daisy.
Hank, inquieto, jugueteaba con las llaves del coche. Quizá estuviera aburriéndose de tanto hablar de niños. O tal vez, pensó Dave, no le gustaba que la recién nacida le quitara el protagonismo.
—¡Oh, Dios mío, mirad qué hora es ya! —dijo Evie—. Adiós a todos. Felicidades otra vez, Walli.
—Hank, ¿de verdad que los Kords no van a grabar Love Is It? —preguntó Dave cuando se marchaban.
—De verdad. Cuando la toman con alguna canción, son muy cabezotas.
—En ese caso … ¿podríamos Walli y yo aprovecharla para Plum Nellie? En enero tenemos una audición con Classic Records.
—Claro —respondió Hank con gesto de indiferencia—. ¿Por qué no?
El sábado por la mañana, Lloyd Williams le pidió a Dave que entrara en su despacho.
El muchacho estaba a punto de salir de casa. Llevaba un jersey a rayas horizontales azules y blancas, vaqueros y chaqueta de cuero.
—¿Por qué? —preguntó con agresividad—. No me vas a dar la paga.
El dinero que ganaba tocando con Plum Nellie no era demasiado, pero sí suficiente para pagar los billetes de metro y las copas, y para comprarse alguna camisa o un par de botas nuevas.
—¿El dinero es la única razón para hablar con tu padre?
Dave se encogió de hombros y lo siguió hasta el despacho, que tenía un escritorio antiguo y un par de butacas de piel. El fuego ardía en la chimenea. En la pared había una foto de Lloyd en Cambridge, en la década de 1930. La habitación era un templo de culto a todo cuanto estaba pasado de moda. Olía a obsoleto.
—Me encontré con Will Furbelow en el Reform Club ayer —dijo Lloyd.
Will Furbelow era el director del instituto de Dave. Siendo calvo, era inevitable que lo llamaran «Bola de Billar».
—Dice que corres el riesgo de suspender todos los exámenes.
—Nunca ha sido un gran admirador mío.
—Si suspendes, te echarán del centro. Eso supondría el fin de tu educación académica.
—Pues doy gracias a Dios.
Lloyd no iba a permitir que lo sacara de quicio.
—Se te cerrarán las puertas de cualquier profesión, desde abogado hasta zoólogo. Para cualquiera de ellas tienes que aprobar los exámenes. La posibilidad que te quedaría es la formación profesional. Podrías aprender a hacer algo útil, y deberías optar por algo que te apeteciera: albañilería, cocina, mecánica del motor …
Dave se preguntó si su padre se habría vuelto loco.
—¿Albañilería? —preguntó—. ¿Es que no me conoces? ¡Soy Dave!
—No te asombres tanto. Son los trabajos que hace la gente que no aprueba los exámenes. Por debajo de ese nivel, podrías ser dependiente de una tienda o mano de obra en una fábrica.
—No puedo creer lo que estoy oyendo.
—Temía que reaccionarías así, que te negarías a ver la realidad.
Era su padre el que no quería ver lo que pasaba, pensó Dave.
—Soy consciente de que ya eres muy mayor para esperar que siempre me hagas caso.
Dave estaba asombrado con esa nueva actitud, pero no dijo nada.
—Aun así, quiero que tengas claro cuál será tu situación. Si dejas el instituto, espero que te pongas a trabajar.
—Ya estoy trabajando, y muy duro. Toco entre tres y cuatro noches a la semana, y Walli y yo hemos empezado a componer canciones.
—Lo que digo es que espero que te mantengas por tu cuenta. Aunque tu madre haya heredado una fortuna, acordamos hace tiempo que no costearíamos la ociosidad de nuestros hijos.
—No soy un ocioso.
—Crees que lo que haces es un trabajo, pero quizá el resto del mundo no opine igual. En cualquier caso, si quieres seguir viviendo aquí tendrás que poner dinero.
—¿Te refieres a que pague un alquiler?
—Si es así como quieres llamarlo, sí.
—Jasper nunca ha pagado el alquiler, ¡y lleva años viviendo aquí!
—Él sigue estudiando. Y aprueba los exámenes.
—¿Qué pasa con Walli?
—Walli es un caso especial, por su pasado, pero tarde o temprano tendrá que empezar a pagar también.
Dave estaba sopesando las posibles consecuencias.
—Así que, si no me hago albañil o dependiente, y no gano dinero suficiente con el grupo para pagarte el alquiler, entonces …
—Entonces tendrás que buscarte otro lugar donde vivir.
—Me echarás de casa.
Lloyd parecía dolido.
—Toda tu vida has tenido lo mejor servido en bandeja: una casa bonita, un colegio buenísimo, la mejor comida, los mejores juguetes y libros, clases de piano, vacaciones de esquí. Pero eso fue cuando eras niño. Ahora ya eres casi un adulto y debes enfrentarte a la realidad.
—A mi realidad, no a la tuya.
—Desprecias los trabajos que realizan la mayoría de las personas. Eres diferente, eres un rebelde. Bien. Los rebeldes pagan un precio. Tarde o temprano tendrás que aprenderlo. Eso es todo.
Dave se quedó sentado con expresión pensativa durante un minuto. Luego se levantó.
—Está bien —dijo—. Mensaje recibido. —Se dirigió hacia la puerta.
Al salir del despacho se volvió y vio a su padre mirándolo con una expresión extraña.
Cuando salió de casa iba pensando en eso y cerró la puerta de golpe. ¿Qué había sido esa mirada? ¿Qué significaba?
Seguía pensando en ello mientras compraba el billete de metro. Al bajar por la escalera mecánica vio el anuncio de una obra de teatro titulada La casa de los corazones rotos. Eso significaba, pensó. Eso quería decir la expresión de su padre.
Le había roto el corazón.
Llegó por correo una pequeña fotografía en color de Alice, y Walli la observó con detenimiento. Era un bebé como cualquier otro: carita rosada, ojos azules y vivarachos, una fina capa de pelo castaño oscuro y cuello regordete. El resto de su anatomía estaba oculta y embutida en un arrullo de color azul celeste. De todos modos Walli sintió un arrebato de amor y la necesidad repentina de proteger y cuidar a la criatura indefensa que había engendrado.
Se preguntó si llegaría a verla algún día.
La foto iba acompañada de una nota de Karolin. Decía que lo amaba, que lo echaba de menos y que iba a pedir al gobierno de la Alemania Oriental el permiso para emigrar a Occidente.
En la foto Karolin sujetaba a Alice y miraba a la cámara. La joven había engordado y tenía la cara más redonda. Llevaba el pelo peinado hacia atrás, en lugar de pegado a la cara como dos cortinas que enmarcaban su rostro. Ya no se parecía a las demás chicas guapas del Minnesänger, el local de música folk. Era madre, y eso la hacía aún más deseable a ojos de Walli.
Le enseñó la fotografía a la madre de Dave, Daisy.
—Pero ¡mira qué criaturita más bonita! —exclamó ella.
Walli sonrió, aunque en su opinión no había bebés bonitos, ni siquiera su hija.
—Me parece que tiene tus ojos, Walli —siguió diciendo Daisy.
Walli tenía los ojos ligeramente rasgados e imaginaba que algún antepasado suyo debió de ser chino. No lograba distinguir si los ojos de Alice se parecían o no a los suyos.
Daisy siguió hablando embelesada.
—Y esta es Karolin. —Daisy no la había visto antes, Walli no tenía fotos de ella—. ¡Qué mujer tan guapa!
—Espere a verla bien vestida —comentó Walli, orgulloso—. La gente se vuelve para mirarla.
—Ojalá lleguemos a conocerla algún día.
El nostálgico comentario empañó la felicidad del chico, como si una nube hubiera ocultado el sol.
—Yo también lo espero —dijo.
Seguía las noticias del Berlín oriental, pues leía los periódicos alemanes en la biblioteca pública, y a menudo le hacía preguntas a Lloyd Williams, cuya especialidad como político eran los asuntos exteriores. Walli sabía que salir de la Alemania Oriental era cada vez más complicado: el Muro seguía creciendo en altura y longitud, y lo estaban dotando de más guardias y más torres de vigilancia. Karolin jamás intentaría escapar, y mucho menos teniendo un bebé. No obstante, podía existir una alternativa. El gobierno de la Alemania Oriental nunca reconocería oficialmente la existencia de la emigración legal; de hecho, ni siquiera estaba dispuesto a especificar qué departamento gestionaba aquellas solicitudes. Pero gracias a la embajada británica en Bonn, Lloyd se había enterado de que cerca de un millar de personas al año recibían un permiso para salir del país. Quizá Karolin fuera una de ellas.
—Algún día, estoy segura —dijo Daisy, aunque solo estaba siendo amable.
Walli enseñó la foto a Evie y a Hank Remington, que estaban sentados en la sala de estar leyendo un guión. Los Kords esperaban hacer una película, y Hank quería que Evie actuara en ella. Dejaron los papeles para hacer comentarios sobre lo adorable que era el bebé.
—Hoy tenemos la audición en Classic Records —le dijo Walli a Hank—. Voy a encontrarme con Dave después del instituto.
—Oye, buena suerte con eso —dijo Hank—. ¿Vais a probar con Love Is It?
—Eso espero. Lenny quiere tocar Shake, Rattle and Roll.
Hank negó con la cabeza sacudiendo su cabellera pelirroja de una forma que habría hecho gritar de júbilo a millones de adolescentes.
—Ya lo sé.
En la casa de Great Peter Street siempre había mucho trasiego de gente, y en ese momento entró Jasper con una mujer a quien Walli no conocía.
—Esta es mi hermana, Anna —la presentó el chico.
Anna era una belleza de ojos negros de veintitantos años. Jasper también era guapo; debía de ser una familia atractiva, pensó Walli. Anna tenía un cuerpo voluptuoso, lo cual no estaba en absoluto de moda, pues las modelos del momento tenían todas el pecho plano, como Jean Shrimpton.
Jasper los presentó a todos, y Hank se levantó para estrechar la mano de Anna.
—Esperaba conocerte. Jasper me ha dicho que eres editora.
—Eso es.
—Estoy dándole vueltas a escribir mi autobiografía.
Walli pensó que Hank, con solo veinte años, era un poco joven para ponerse a escribir su autobiografía; pero Anna opinaba de otra forma.
—¡Qué idea tan maravillosa! —dijo—. Millones de personas querrían leerla.
—¡Oh! ¿De verdad lo crees?
—Lo sé, aunque la autobiografía no es el género al que me dedico. Estoy especializada en traducciones del alemán y literatura de la Europa del Este.
—Yo tenía un tío polaco, ¿eso cuenta?
Anna rió con una carcajada fresca, y Walli se entusiasmó con ella. También Hank, y se sentaron para hablar del libro. Walli esperaba poder enseñarles la fotografía de Alice, pero decidió que ese no era el momento. De todas formas tenía que marcharse.
Salió de casa cargado con dos guitarras.
Hamburgo ya le había parecido asombrosamente distinto a la Alemania Oriental, pero Londres era tan diferente que lo desconcertaba, un caos anárquico. La gente vestía con estilos muy distintos, se llevaban desde bombines hasta minifaldas. Los chicos de pelo largo eran demasiado comunes para que nadie se volviera para mirarlos. Los comentarios políticos no solo se hacían con total libertad, sino que eran escandalosos; Walli se había quedado impresionado al ver en la televisión a un hombre imitando al primer ministro, Harold Macmillan, hablando con su voz, disfrazado con un pequeño bigote canoso y haciendo declaraciones estúpidas. La familia Williams se había desternillado de risa.
Walli también estaba impresionado por la cantidad de rostros de tez oscura que se veían. En Alemania había algunos inmigrantes morenos de origen turco, pero Londres contaba con miles de personas de islas caribeñas y del subcontinente indio. Llegaban para trabajar en hospitales y fábricas, o para conducir autobuses y trenes. Walli se había fijado en que las chicas caribeñas vestían con mucho estilo y eran muy sensuales.
Se reunió con Dave a la puerta del instituto y cogieron el metro en dirección a la zona norte de Londres.
Walli notó que Dave estaba nervioso. Él no; él sabía que era un buen músico. Como trabajaba en el Jump Club todas las noches, escuchaba a docenas de guitarristas, y era raro topar con alguno más virtuoso que él. La mayoría se las apañaban con un par de acordes y mucho entusiasmo. Cuando por fin tocaba alguien que valía la pena, Walli dejaba de limpiar vasos y escuchaba al grupo para estudiar la técnica del guitarrista hasta que el jefe le decía que volviera al trabajo; después, al llegar a casa, se sentaba en su habitación e imitaba lo que había escuchado hasta que lograba tocarlo a la perfección.
Por desgracia, no bastaba con el virtuosismo para convertirse en estrella del pop. Se necesitaba algo más que eso: encanto, atractivo, la vestimenta adecuada, publicidad, una promoción inteligente y, sobre todo, buenas canciones.
Plum Nellie tenía una buena canción. Walli y Dave habían tocado Love Is It para los demás miembros del grupo, y la habían interpretado en varios conciertos durante la concurrida época navideña. Aunque funcionaba bien —tal como señaló Lenny—, no era bailable.
Por eso Lenny no quería tocarla en la audición.
—No es un material de nuestro estilo —había dicho.
Opinaba lo mismo que los Kords: era demasiado bonita y romántica para un grupo de rock.
Desde la estación de metro, Walli y Dave fueron caminando hasta una casona vieja cuyo interior habían revestido con paneles de aislamiento sonoro para convertirla en estudio de grabación. Esperaron en el vestíbulo. Los demás llegaron al cabo de unos minutos. Una recepcionista les pidió que firmaran un documento que, según dijo, era «para el seguro». A Walli le pareció más bien un contrato. Dave frunció el ceño al leerlo, pero todos lo firmaron.
Un par de minutos después se abrió una puerta y por ella salió a toda prisa un joven más bien soso. Llevaba jersey con cuello de pico, camisa y corbata, y estaba fumando un cigarrillo de liar.
—Vale —dijo a modo de saludo, y se apartó el pelo de los ojos—. Ya estamos casi listos para lo vuestro. ¿Es la primera vez que venís a un estudio de grabación?
Reconocieron que así era.
—Bueno, nuestro trabajo consiste en que sonéis mejor que nunca, así que tenéis que hacer lo que os digamos, ¿os parece? —Daba la sensación de creer que estaba haciéndoles un gran favor—. Entrad en el estudio y conectad los instrumentos; a partir de ahí, nosotros nos encargamos de todo.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Dave.
—Laurence Grant.
No aclaró a qué se dedicaba exactamente, y Walli pensó que sería un ayudante de poca monta intentando hacerse el interesante.
Dave se presentó y presentó a los demás miembros del grupo mientras Laurence no hacía más que moverse con impaciencia; por fin entraron todos.
El estudio era una gran sala con iluminación tenue. En un lateral había un piano de cola Steinway, muy parecido al que Walli tenía en su casa del Berlín oriental. Estaba protegido por una funda acolchada y oculto a medias detrás de una pantalla envuelta en mantas. Lenny se sentó al piano y tocó una serie de acordes hacia las octavas más agudas. Tenía la tonalidad cálida característica de los Steinway. Lenny parecía impresionado.
Ya había una batería montada, pero Lew había llevado su propia caja y se puso a sustituir la del estudio por la suya.
—¿Pasa algo con nuestra batería? —preguntó Laurence.
—No, es que estoy acostumbrado a mi caja.
—La nuestra es más adecuada para la grabación.
—Ah, bueno.
Lew retiró su caja y volvió a colocar la del estudio sobre el soporte.
Había tres amplificadores en el suelo, y las luces indicaban que estaban encendidos y listos para empezar. Walli y Dave se enchufaron a los dos Vox AC-30, y Buzz se quedó con el amplificador para bajo Ampeg, más grande. Afinaron con el piano.
—No veo al resto del grupo. ¿Esa pantalla hace falta? —preguntó Lenny.
—Sí, hace falta —dijo Laurence.
—¿Para qué sirve?
—Es un bafle.
Por la expresión de Lenny, Walli vio que él tampoco sabía qué era eso, pero no hizo comentario alguno al respecto.
Un hombre de mediana edad con chaqueta de punto entró por otra puerta. Estaba fumando. Estrechó la mano de Dave, quien evidentemente ya lo conocía, y se presentó al resto del grupo.
—Soy Eric Chapman y voy a producir vuestra audición —anunció.
«Este es el hombre del que depende nuestro futuro —pensó Walli—. Si cree que somos buenos, grabaremos un disco. Si no, habrá sido nuestra última oportunidad. ¿Cómo será? No tiene pinta de rockero. Es más del estilo Frank Sinatra.»
—Deduzco que no habéis hecho esto antes —dijo Eric—. En realidad no es muy complicado. Al principio lo mejor es que hagáis como si el equipo técnico no estuviera, intentad relajaros y tocad igual que si fuera un concierto normal y corriente. Aunque cometáis un pequeño error, seguid tocando. —Señaló a Laurence—. Larry es nuestro «botones», así que pedidle lo que queráis: té, café, un alargador, lo que sea.
Walli nunca había oído usar la palabra «botones» en ese sentido, pero suponía lo que significaba.
—Hay una cosa, Eric. Nuestro batería, Lew, ha traído su propia caja porque se siente más cómodo con ella —dijo Dave.
—¿De qué clase es?
—Es una Ludwig Oyster Black Pearl —respondió Lew.
—Podría estar bien —opinó Eric—. Adelante, móntala.
—¿Hay que tener ese bafle ahí? —preguntó Lenny.
—Me temo que sí —contestó el productor—. Hace que el piano no se acople con la batería.
«Bueno —pensó Walli—, entonces Eric sabe de lo que habla y Larry es un bocazas.»
—Si me gustáis —dijo Eric—, hablaremos de seguir colaborando. Si no, no me andaré con rodeos: os diré que no sois lo que estamos buscando. ¿Le parece bien a todo el mundo?
Todos respondieron que sí.
—Pues venga, vamos a darle caña.
Eric y Larry salieron por la puerta de aislamiento sonoro y reaparecieron al otro lado de una ventana de cristal que daba a la sala de grabación. Eric se puso los auriculares y habló por un micrófono, y el grupo oyó su voz a través de un pequeño altavoz colgado en la pared.
—¿Estáis listos?
Estaban listos.
—La cinta está en marcha. Audición de Plum Nellie, toma uno. Cuando queráis, chicos.
Lenny empezó a tocar el piano con ritmo de boogie-woogie. Sonaba de maravilla en el Steinway. Cuatro compases después, el grupo entró como un reloj. Tocaban esa canción en todos los conciertos, podían hacerlo con los ojos cerrados. Lenny lo dio todo y consiguió emular las florituras vocales de Jerry Lee Lewis. Cuando terminaron, Eric puso la grabación sin hacer comentario alguno.
Walli pensó que habían sonado bien, pero ¿qué le parecería al productor?
—No habéis tocado mal —dijo por el intercomunicador cuando acabó la canción—. Bueno, ¿tenéis algo más moderno?
Tocaron Hoochie Coochie Man. Una vez más, el piano sonó a la perfección según Walli, los acordes menores resonaban con mucha potencia.
Eric les pidió que volvieran a tocar ambas canciones, y lo hicieron. Luego salió de la cabina de control, se sentó sobre un amplificador y encendió un cigarrillo.
—Os he dicho que no me andaría con rodeos y así lo haré —dijo, y Walli supo entonces que iba a rechazarlos—. Tocáis bien, pero estáis anticuados. El mundo no necesita ni otro Jerry Lee Lewis ni otro Muddy Waters. Estoy buscando el próximo gran éxito, y vosotros no lo sois. —Dio una calada al cigarrillo y echó el humo—. Podéis quedaros con la maqueta y haced lo que queráis con ella. Gracias por venir. —Y se levantó.
Se miraron unos a otros. Todos tenían la decepción escrita en la cara.
Eric regresó a la cabina de control, y Walli, que a través del cristal lo vio sacar la cinta del equipo de grabación, se levantó con la intención de meter la guitarra en la funda.
Dave sopló en el micrófono, y el sonido se oyó amplificado. Tocó un acorde. Walli vaciló. ¿Qué estaba tramando?
Dave empezó a cantar Love Is It.
Walli se unió a él de inmediato, y cantaron en armonía. Lew entró con un ritmo de percusión lenta, y Buzz marcó un sencillo walking bass. Al final Lenny se sumó al piano.
Tocaron durante dos minutos, hasta que Larry lo desconectó todo y el grupo fue silenciado.
Era el fin, habían fracasado. Walli se sentía más decepcionado de lo que habría imaginado. Estaba seguro de que el grupo era bueno. ¿Por qué no lo veía Eric? Se quitó la cincha de la guitarra.
Entonces Eric volvió a entrar.
—¿Qué puñetas ha sido eso? —preguntó.
—Es una canción nueva que hemos aprendido —respondió Dave.
—Es totalmente diferente —dijo Eric—. ¿Por qué habéis parado?
—Vuelve a encenderlo todo, Larry, imbécil —espetó el productor, y se volvió hacia Dave—: ¿De dónde habéis sacado esa canción?
—Nos la ha escrito Hank Remington.
—¿El de los Kords? —Eric parecía escéptico—. ¿Por qué iba a escribiros una canción?
Dave contestó con sincera ingenuidad.
—Porque sale con mi hermana.
—Ah. Eso lo explica todo.
Antes de regresar a la cabina Eric habló en voz baja con Larry.
—Ve a telefonear a Paulo Conti —dijo—. Vive a la vuelta de la esquina. Si está en casa, dile que venga enseguida.
Larry salió del estudio.
Eric entró en la cabina de grabación.
—Cinta en marcha —dijo por el intercomunicador—. Cuando estéis listos.
Volvieron a tocar la canción.
—Otra vez, por favor —fue lo único que dijo cuando acabaron.
Después de la segunda prueba salió de nuevo. Walli temió que les comunicara que, al final, no era tan buena.
—Repitámosla —sugirió Eric—. Esta vez grabaremos primero el acompañamiento y luego la voz.
—¿Por qué? —preguntó Dave.
—Porque se toca mejor cuando no se tiene que cantar, y se canta mejor cuando no se tiene que tocar.
Grabaron la parte instrumental, después cantaron la canción mientras oían la melodía por los auriculares. A continuación, Eric salió de la cabina para escucharlo con ellos. Entonces se les unió un joven elegantemente vestido y con un corte de pelo al estilo Beatle; Paulo Conti, supuso Walli. ¿Por qué estaría allí?
Escucharon la mezcla. Eric estaba sentado en un amplificador y fumando.
—Me gusta. Es una canción bonita —dijo Paulo con acento londinense cuando terminó la grabación.
Parecía seguro y autoritario, aunque no debía de tener más de veinte años. Walli se preguntó quién le habría dado vela en ese entierro.
Eric dio una nueva calada al cigarrillo.
—Puede que tengamos algo —dijo—, pero hay un problema. El piano no suena bien. No te ofendas, Lenny, pero ese estilo a lo Jerry Lee Lewis es un poco machacón. Paulo ha venido para demostrártelo. Volvamos a grabarla con Paulo al piano.
Walli miró a Lenny. Sabía que su amigo estaba enfadado, pero estaba controlándose.
—Vamos a dejar algo claro, Eric —dijo Lenny sin moverse de la banqueta del piano—. Este es mi grupo. No puedes librarte de mí y sustituirme por Paulo.
—Yo en tu lugar no me preocuparía mucho por eso, Lenny —repuso Eric—. Paulo toca en la Real Orquesta Filarmónica y ha publicado tres discos con sonatas de Beethoven. No quiere unirse a ningún grupo de pop. A mí me gustaría, conozco a media docena de grupos que se lo quedarían en menos de lo que tú tardas en decir «superéxito».
—Está bien, mientras nos entendamos —dijo Lenny con agresividad, pues sabía que había hecho el ridículo.
Volvieron a tocar la canción, y Walli entendió de inmediato a qué se refería Eric. Paulo producía trinos sutiles con la mano derecha y acordes sencillos con la izquierda, y ese estilo encajaba mucho mejor con el tema.
Volvieron a grabar con Lenny, que intentó tocar como Paulo y lo hizo bastante bien, aunque no le dio el mismo matiz a la canción.
Grabaron el acompañamiento dos veces más, una con Paulo y otra con Lenny; luego grabaron tres veces la voz. Al final Eric quedó satisfecho.
—Bien, necesitamos una cara B. ¿Qué tenéis que sea del mismo estilo? —preguntó.
—Un momento —dijo Dave—. ¿Esto quiere decir que hemos pasado la audición?
—Pues claro que sí —aclaró Eric—. ¿Crees que me tomo tantas molestias con los grupos a los que voy a rechazar?
—Entonces … ¿Love Is It de Plum Nellie saldrá publicada en un disco?
—Eso espero, joder. Si mi jefe la rechaza, dejo el negocio.
A Walli le sorprendió saber que Eric tenía un jefe. Hasta ese momento había dado la impresión de ser el mandamás. Era un engaño sin importancia, pero Walli lo tuvo en cuenta.
—¿Crees que será un éxito? —preguntó Dave.
—Yo no hago predicciones, llevo demasiado tiempo en esto. Pero si creyera que iba a ser un fracaso, no estaría aquí hablando con vosotros, estaría en el bar.
Dave echó un vistazo al grupo, sonriente.
—Hemos pasado la audición —dijo.
—Ya lo creo —dijo Eric con impaciencia—. Venga, ¿qué tenéis para la cara B?
—¿Estás listo para una buena noticia? —le preguntó Eric Chapman a Dave Williams un mes después en una llamada telefónica—. Os vais a Birmingham.
Al principio Dave no sabía a qué se refería.
—¿Para qué? —preguntó. Birmingham era una ciudad industrial doscientos kilómetros al norte de Londres—. ¿Qué hay en Birmingham?
—El estudio de televisión donde graban It’s Fab!, ¡tarugo!
—¡Oh! —Dave se quedó sin aliento por la emoción. Eric hablaba de un famoso programa donde aparecían grupos pop tocando sus temas en playback—. ¿Vamos a salir en la tele?
—¡Por supuesto que sí! Love Is It será su recomendación de la semana.
El disco había salido hacía cinco días. Lo habían retransmitido una vez en BBC Light Programme, y varias en Radio Luxemburgo. Para sorpresa de Dave, Eric no sabía cuántas copias se habían vendido ya; el negocio de las discográficas no era muy bueno haciendo el seguimiento de las ventas.
Eric había publicado la versión con Paulo al piano, y Lenny había fingido no advertirlo.
El productor trataba a Dave como si fuera el líder del grupo, a pesar de lo que le había dicho Lenny.
—¿Tenéis ropa apropiada para salir en el programa? —preguntó.
—Solemos llevar camisa roja y vaqueros negros.
—La televisión es en blanco y negro, así que seguramente con eso bastará. Que no se os olvide lavaros el pelo.
—¿Cuándo nos vamos?
—Pasado mañana.
—Tendré que faltar al instituto —dijo Dave con preocupación; podría ser un problema.
—Tal vez tengas que dejar el instituto, Dave.
El muchacho tragó saliva y se preguntó si el productor hablaría en serio.
—Reuníos conmigo en Euston Station a las diez de la mañana. Os daré los billetes —dijo Eric para acabar.
Dave colgó el teléfono y se quedó mirándolo. ¡Iba a salir en It’s Fab!
Empezaba a parecer que de verdad se ganaría la vida cantando y tocando la guitarra. A medida que esa posibilidad se hacía más real, su miedo a las alternativas crecía. Menuda decepción sentiría si, después de todo, tuviera que dedicarse a un trabajo normal.
Llamó al resto del grupo enseguida, pero decidió no contárselo a su familia hasta más tarde. No quería arriesgarse a que su padre intentara impedirle viajar.
Se guardó el emocionante secreto toda la noche. Al día siguiente, a la hora de la comida pidió cita con el director del instituto, el viejo Bola de Billar.
A Dave le intimidaba estar en ese despacho. Allí, durante sus primeros días como alumno en el centro lo habían azotado en el trasero varias veces por faltas como correr por los pasillos.
Le explicó la situación al director y mintió al decir que no le había dado tiempo a presentar una autorización de su padre.
—Me parece que has decidido entre obtener una educación como Dios manda y convertirte en cantante de música pop —dijo el señor Furbelow, que pronunció las palabras «cantante de música pop» con cara de asco y poniendo gesto de que le hubieran pedido que se comiera una lata fría de comida para perros.
Dave pensó en decir: «En realidad mi sueño es convertirme en proxeneta», pero el sentido del humor de Furbelow era tan escaso como su pelo.
—Le ha dicho a mi padre que iba a suspender todos los exámenes y que iba a dejar el colegio.
—Si tu trabajo no mejora pronto y, por tanto, no apruebas los exámenes de bachillerato, no podrás completar tu formación preuniversitaria —dijo el director con retintín—. Razón de más para que no pierdas ni un solo día de clase por aparecer en un estúpido programa de televisión.
Dave pensó en rebatir el concepto de «estúpido programa», pero decidió que era una causa perdida.
—En mi opinión, un viaje a un plató de televisión podría considerarse una experiencia educativa —argumentó, cargado de razón.
—No. Hoy en día se habla demasiado de las «experiencias» educativas. La educación se imparte en las aulas.
A pesar de la cabezonería cerril de Furbelow, Dave siguió intentando razonar con él.
—Me gustaría dedicarme a la música.
—Pero si ni siquiera perteneces a la orquesta de la escuela.
—No usan ningún instrumento inventado hace menos de cien años.
—Pues mucho mejor.
A Dave le costaba cada vez más no perder los nervios.
—Yo toco la guitarra eléctrica bastante bien.
—Para mí eso no es un instrumento.
A pesar de no querer perder los nervios, Dave no pudo evitar elevar el tono de voz.
—Y entonces, ¿qué es?
Furbelow levantó la barbilla con aire de superioridad.
—Un artefacto ruidoso de esos que usan los negros.
Durante un instante el muchacho se quedó mudo. Al final perdió la paciencia.
—¡Eso es de ignorantes! —espetó.
—No te atrevas a hablarme de esa manera.
—¡No solo es usted un ignorante, sino que es un racista!
Furbelow se levantó.
—¡Sal de aquí ahora mismo!
—¡Se cree que puede ir expresando tan felizmente sus malditos prejuicios, joder, solo porque es el director quemado de un colegio para niños ricos!
—¡Calla!
—¡Jamás! —exclamó Dave, y salió del despacho.
Una vez en el pasillo pensó que no podía volver a clase.
Pasado un instante cayó en la cuenta de que no podía seguir en el instituto.
No había planeado aquello, pero en un arrebato de locura lo abandonó.
«Ya no hay vuelta atrás», pensó; y salió del edificio.
Fue a una cafetería cercana y pidió un huevo con patatas fritas. Se había cavado su propia tumba. Después de haber llamado al director «ignorante», «quemado» y «racista», no lo readmitirían bajo ningún concepto. Se sentía asustado y liberado al mismo tiempo.
Sin embargo, no se arrepentía de lo que había hecho. Tenía la oportunidad de convertirse en estrella del pop, ¡y el director del instituto quería que la dejara pasar!
Resultaba irónico, pero se sentía perdido y no sabía qué hacer con su recién descubierta libertad. Deambuló por las calles durante un par de horas y luego regresó a la puerta del instituto para esperar a Linda Robertson.
La acompañó hasta casa al salir de clase. Como era de esperar, todos los compañeros de Dave se habían percatado de su ausencia, pero los profesores no habían hecho ningún comentario al respecto. Cuando el muchacho le contó a Linda lo que había ocurrido, ella se quedó de piedra.
—¿Y de todas formas vas a ir a Birmingham?
—Ya te digo.
—Tendrás que dejar el instituto.
—Ya lo he dejado.
—¿Qué piensas hacer?
—Si el disco es un éxito, podré alquilar un piso con Walli.
—¡Vaya! ¿Y si no lo es?
—Pues entonces estoy metido en un buen lío.
Linda lo invitó a entrar en su casa. Sus padres habían salido, así que fueron al dormitorio de la chica, como ya habían hecho otras veces. Se besaron y ella dejó que le tocara los pechos, pero Dave notó que se sentía incómoda.
—¿Qué ocurre? —preguntó.
—Vas a convertirte en una estrella —dijo—. Lo sé.
—¿Y no te alegras?
—Te acosarán un montón de admiradoras guapas que te dejarán llegar hasta el final.
—¡Eso espero!
Ella rompió a llorar.
—¡Era broma! —exclamó Dave—. ¡Lo siento!
—Antes eras un niño mono con el que me gustaba hablar —dijo ella—. Ninguna chica quería besarte. Luego te uniste al grupo y te convertiste en el chico más popular del instituto, y todas me envidiaban. Ahora serás famoso y te perderé.
Dave pensó que Linda quería oírlo decir que siempre le sería fiel y se sintió tentado de jurarle amor eterno, pero se contuvo. Ella le gustaba de verdad, pero no había cumplido todavía los dieciséis años, y sabía que era demasiado joven para comprometerse tan pronto. Sin embargo, no quería herir sus sentimientos.
—Vamos a ver qué ocurre, ¿vale? —dijo al final.
Percibió la decepción en el rostro de la chica, aunque ella lo disimuló enseguida.
—Buena idea —respondió, y se secó las lágrimas.
Bajaron a la cocina y tomaron té con galletas de chocolate hasta que la madre de Linda llegó a casa.
Cuando Dave regresó a Great Peter Street nada parecía distinto, por eso supuso que no habían llamado a sus padres del instituto. Sin duda Bola de Billar preferiría anunciar algo así por carta. Eso concedía a Dave un día de gracia.
No les dijo nada a sus progenitores hasta la mañana siguiente. Su padre se marchaba a las ocho, así que Dave habló con su madre.
—No voy a volver al instituto —anunció.
Ella no perdió los estribos.
—Intenta entender la vida que ha tenido que vivir tu padre —le dijo—. Fue hijo ilegítimo, como sabes. Su madre trabajó en una fábrica del East End, donde la explotaban, antes de entrar en política. Su abuelo fue minero del carbón. A pesar de todo, tu padre estudió en una de las mejores universidades del mundo y a los treinta y un años ya era ministro del gobierno británico.
—Pero ¡yo soy diferente!
—Por supuesto que sí, pero a él le parece que quieres tirar por la borda todo lo que sus padres y sus abuelos lograron.
—Debo vivir mi propia vida.
—Ya lo sé.
—He dejado el instituto. Tuve una discusión con Bola de Billar. Seguramente recibiréis una carta de él hoy mismo.
—Oh, por Dios. A tu padre le costará perdonártelo.
—Lo sé. Por eso me voy de casa.
Su madre empezó a llorar.
—¿Y adónde irás?
Dave también tenía miedo, pero se controló.
—Me quedaré en la residencia de la Asociación Cristiana de Jóvenes unos días y luego alquilaré un piso con Walli.
Su madre le puso una mano en el brazo.
—No te enfades con tu padre. Te quiere muchísimo.
—No estoy enfadado —dijo Dave, aunque en realidad sí lo estaba—, pero no pienso dejar que me corte las alas, eso es todo.
—¡Ay, Dios mío! —exclamó ella—. Eres tan alocado como yo, e igual de cabezota.
Dave se sorprendió. Sabía que ella había sido infeliz en su primer matrimonio, pero de todas formas le costaba imaginar a su madre siendo una joven alocada.
—Espero que tus errores no sean tan graves como los míos —añadió ella.
Cuando su hijo se disponía a salir, le dio algo de efectivo que llevaba en el monedero.
Walli lo estaba esperando en el recibidor con las guitarras. En cuanto pisaron la calle desapareció todo el remordimiento, y Dave empezó a sentirse tan emocionado como asustado. ¡Iba a salir en la tele! Pero había apostado todo a esa jugada. La cabeza le daba vueltas cada vez que recordaba que había dejado el instituto y se había marchado de casa.
Cogieron el metro hasta Euston. Dave debía conseguir que la aparición en televisión fuera un éxito. Era fundamental. Si el disco no se vendía, pensó con temor, y Plum Nellie fracasaba, ¿qué ocurriría? Tendría que lavar vasos en el Jump Club, como Walli.
¿Qué podía hacer él para que la gente comprara el disco?
No tenía ni idea.
Eric Chapman estaba esperando en la estación de trenes vestido con un traje a rayas. Buzz, Lew y Lenny ya habían llegado. Cargaron sus guitarras en el tren. La batería y el amplificador no viajaban con ellos; Larry Grant los llevaba a Birmingham en una furgoneta. Sin embargo, nadie confiaba en él para el transporte de las valiosas guitarras.
—Gracias por comprar los billetes —le dijo Dave a Eric una vez en el tren.
—No me lo agradezcas. Os los descontaré del dinero que os paguen.
—Entonces … ¿la cadena de televisión te pagará a ti lo nuestro?
—Sí, yo me quedo con un veinticinco por ciento más gastos y os doy lo que sobre.
—¿Por qué? —preguntó Dave.
—Porque soy vuestro representante, por eso.
—¿Lo eres? No lo sabía.
—Bueno, pues firmaste el contrato.
—¿Lo hice?
—Sí. De no ser así no os habría grabado. ¿Tengo cara de hermanita de la caridad?
—Ah, ¿era ese papel que nos hicieron firmar antes de la audición?
—Sí.
—La recepcionista dijo que era para el seguro.
—Entre otras cosas.
Dave tuvo la sensación de que lo habían timado.
—El programa es el domingo, Eric —dijo Lenny—. ¿Por qué viajamos en jueves?
—Gran parte del programa es grabado. Solo uno o dos grupos tocan en directo el día de la emisión.
Dave estaba sorprendido. It’s Fab! parecía una fiesta para chicos que bailaban y se lo pasaban de maravilla.
—¿Habrá público? —preguntó.
—Hoy no. Tenéis que fingir que cantáis para mil chicas chillonas que mojan las bragas por vosotros.
—Eso es fácil —dijo Buzz, el bajista—, llevo tocando para chicas imaginarias desde los trece años.
—No, si tiene razón —dijo Eric a pesar de saber que era broma—. Mirad a cámara e imaginad a la chica más guapa que conozcáis ahí de pie quitándose el sujetador. Os prometo que os arrancará la sonrisa perfecta.
Dave se dio cuenta de que ya estaba sonriendo. Quizá el truco de Eric funcionara.
Llegaron al plató a la una. No era muy elegante. En general resultaba lóbrego, como una fábrica. Las partes que aparecían en plano eran de un glamour chabacano, pero todo lo que quedaba fuera de cámara estaba desgastado y mugriento. Había gente muy atareada por todas partes y nadie hizo caso a Plum Nellie. Dave se sintió como si todo el mundo supiera que era un novato.
Un grupo llamado Billy & the Kids estaba en el escenario cuando llegaron. Sonaba un disco a todo volumen, y ellos cantaban y tocaban en playback, porque no tenían ni micrófonos ni los instrumentos conectados a ningún amplificador. Dave sabía por sus amigos que la mayoría de los televidentes no se daban cuenta de que las actuaciones eran en playback, y se preguntó cómo podían ser tan tontos.
Lenny criticó la actuación de los alegres Billy & the Kids, pero Dave estaba impresionado. Sonreían y gesticulaban para un público inexistente, y cuando terminó la canción saludaron haciendo reverencias y agitando las manos como agradeciendo una gran ovación. Luego lo repitieron todo desde el principio sin que les faltara un ápice de energía y encanto. Dave se dio cuenta de que eran unos profesionales.
El camerino de Plum Nellie era espacioso y se veía limpio, tenía grandes espejos rodeados de bombillas al estilo Hollywood y una nevera llena de bebidas.
—Esto es mejor que a lo que estamos acostumbrados —dijo Lenny—. ¡Hay incluso papel de váter en el trono!
Dave se puso la camisa roja y luego volvió a ver cómo iba la grabación. En ese momento actuaba la cantante Mickie McFee. En los cincuenta había grabado muchos éxitos y, pasados los años, había decidido regresar a los escenarios. Tenía por lo menos treinta años, calculó Dave, pero lucía muy sexy con su jersey rosa ajustado marcando delantera. Su voz era maravillosa. Estaba interpretando una balada de soul titulada It Hurts too Much, y parecía negra al cantar. ¿Cómo debía de ser tener tanta confianza en uno mismo?, se preguntó Dave. Él estaba tan nervioso que sentía como gusanos en el estómago.
A los cámaras y a los técnicos les gustaba Mickie —eran casi todos de su misma generación— y la aplaudieron al terminar.
Bajó del escenario y vio a Dave.
—Hola, chico —saludó.
—Has estado genial —dijo Dave, y se presentó.
Ella le preguntó por el grupo. El muchacho estaba contándole lo de Hamburgo cuando lo interrumpió un hombre con jersey de rombos.
—Plum Nellie al escenario, por favor —dijo el hombre en voz baja—. Siento interrumpir, Mickie, cariño. —Se volvió hacia Dave—: Soy Kelly Jones, el productor. —Miró a Dave de arriba abajo—. Estás genial. Coge la guitarra. —Se volvió hacia Mickie—: Ya te lo zamparás luego.
—Deja que una chica se haga la difícil —protestó ella.
—No caerá esa breva, guapa.
Mickie hizo un gesto de despedida y se marchó.
Dave se preguntó si algo de lo que acababan de decirse iría en serio.
No tuvo mucho tiempo para seguir pensando en ello. El grupo subió al escenario y les indicaron sus posiciones. Como siempre, Lenny se levantó el cuello de la camisa, al estilo de Elvis. Dave se obligó a no estar nervioso: iba a actuar en playback, ¡ni siquiera tenía que tocar bien la canción! Entonces empezaron; Walli estaba punteando la introducción cuando entró la grabación.
Dave miró a las filas de asientos vacíos e imaginó a Mickie McFee quitándose el jersey rosa para dejar al descubierto un sujetador negro de lencería fina. Sonrió con felicidad a la cámara y cantó el estribillo.
La grabación duraba dos minutos, pero le dio la sensación de que terminaba en cinco segundos. Pensó que les pedirían que lo repitieran. Todos se quedaron esperando sobre el escenario y vieron que Kelly Jones estaba hablando acaloradamente con Eric. Transcurridos unos minutos, ambos se acercaron al grupo.
—Problemas técnicos, chicos —dijo Eric.
Dave temía que hubiera salido algo mal en la actuación, y que la retransmisión televisiva se anulara.
—¿Qué problema técnico? —preguntó Lenny.
—Eres tú, Lenny, lo siento —respondió Eric.
—¿A qué te refieres?
Eric miró a Kelly.
—Este programa —dijo Kelly— va de chavales con ropa molona y corte de pelo al estilo Beatle que enloquecen a las masas con los últimos superéxitos. Lo siento, Lenny, pero ya no eres un chaval, y tu peinado es de hace cinco años.
—Bueno, pues lo siento mucho —replicó Lenny, airado.
—Quieren que el grupo actúe sin ti, Lenny —dijo Eric.
—Olvidadlo —insistió él—. El grupo es mío.
Dave estaba aterrorizado. ¡Lo había sacrificado todo por esa oportunidad!
—Escuchad, ¿y si Lenny se peina hacia delante y se baja el cuello de la camisa? —sugirió.
—No pienso hacerlo —respondió su primo.
—Además, seguiría pareciendo demasiado mayor —comentó Kelly.
—Me da igual —dijo Lenny—. O todos o ninguno. —Echó un vistazo al grupo—. ¿Verdad, chicos?
Ninguno dijo nada.
—¿Verdad? —repitió Lenny.
Dave estaba asustado, pero se obligó a hablar.
—Lo siento, Lenny, pero no podemos perder esta oportunidad.
—¡Malditos cabrones! —espetó Lenny, furioso—. No debería haberos dejado cambiar el nombre jamás. Los Guardsmen eran un grupito de rock and roll maravilloso. Ahora somos un jodido grupo de niñatos llamado Plum Nellie.
—Bien —dijo Kelly con impaciencia—. Volveréis al escenario sin Lenny y repetiréis la actuación.
—¿Y a mí me echan de mi propio grupo? —preguntó Lenny.
Dave se sentía como un traidor.
—Es solo por hoy —dijo.
—No, no es solo por hoy —replicó Lenny—. ¿Cómo voy a decirles a mis amigos que mi grupo sale por la tele y que yo no aparezco? ¡A la mierda! O todo o nada. Si me voy ahora, me voy para siempre.
Todos callaron.
—Está bien —dijo Lenny, y salió del estudio.
Los miembros del grupo estaban abochornados.
—Ha sido brutal —dijo Buzz.
—Así es el mundo del espectáculo —repuso Eric.
—Vamos a por otra toma, por favor —añadió Kelly.
Dave tenía miedo de no poder actuar igual de contento que antes después de una escena tan trágica, pero, para su sorpresa, logró hacerlo bien.
Tocaron la canción dos veces, y Kelly dijo que le había encantado su actuación. Agradeció su comprensión y añadió que esperaba volver a tenerlos pronto en el programa.
Cuando el resto del grupo regresó al camerino, Dave se quedó un rato en el plató y se sentó en la parte del público, donde no había nadie. Estaba emocionalmente agotado. Se había estrenado en televisión y había traicionado a su primo. No podía evitar recordar los sabios consejos que le había dado Lenny. «Soy un maldito desagradecido», pensó.
Cuando fue a reunirse con los demás, se asomó por una puerta abierta y vio a Mickie McFee en su camerino, con una copa en la mano.
—¿Te gusta el vodka? —preguntó ella.
—No sé a qué sabe —respondió Dave.
—Yo te lo enseñaré.
Cerró la puerta de una patada, le rodeó el cuello con los brazos y lo besó abriendo la boca. Le sabía la lengua a alcohol, algo parecido a la ginebra. Dave correspondió el beso con entusiasmo.
Ella se apartó, sirvió más vodka en el vaso y se lo ofreció al chico.
—No, bebe tú —dijo Dave—. Yo lo prefiero así.
Mickie vació el vaso y volvió a besarlo.
—Eres un auténtico muñequito, ¡cariño! —exclamó después de un rato.
Retrocedió un paso y, para asombro y deleite de Dave, se quitó el jersey rosa y lo lanzó a un lado.
Llevaba un sujetador negro.