XII

 

 

Las uñas de la abuela Melina se enterraban en sus manos. Era la madre de la madre de mi madre. Está allí sentada en la escalera que da a la calle. Una pierna tampoco responde. Ahora viste de negro, pero siempre vistió de negro. Cuando nací ella había muerto y su rostro deambulaba en sepia por los rincones de nuestra casa. Cantaba canciones a mi madre, mientras mis hermanos y yo aún éramos esperanza de calendarios. Contaba cuentos, mientras sus uñas sigilosas herían la sangre que sería mi sangre. La madre de mi madre decía que la abuela tocaba el violín hasta que la mano enferma se le hizo desgracia. Desde ella vino rodando esta palabra que huyó del marco sepia que fue la abuela en mi casa por muchos años. Todavía está sentada en la escalera, aún puedo verla. Seguirá allí después de mí, después de todos, para siempre.