Postfacio
(2004)
Después del imperio apareció en Francia a comienzos del mes de septiembre de 2002. Los acontecimientos transcurridos desde esa fecha han confirmado sobradamente la interpretación y las predicciones propuestas entonces. Incluso se puede hablar de una aceleración del proceso de descomposición, pues la administración Bush parece insistir en aplicar metódicamente un programa de deslegitimación y destrucción del sistema estratégico norteamericano. Los Estados Unidos, hasta hace muy poco factor de orden internacional, están resultando ser, cada vez más, un factor de desorden. Desde este punto de vista, la entrada en guerra con Iraq y la ruptura de la paz mundial han representado una etapa decisiva. La tesis del «micromilitarismo teatral» ha quedado perfectamente ilustrada por la guerra de agresión desencadenada por la primera potencia mundial contra un enano militar: Iraq, un país subdesarrollado de veinticinco millones de habitantes, extenuado por más de una década de embargo. El circo mediático no debe ocultar una realidad fundamental: el tamaño del adversario elegido define la realidad de la potencia estadounidense. Atacar a un rival débil no implica definirse de forma convincente como fuerte. La tesis central de este libro es que, al atacar a enemigos insignificantes, lo que pretende es seguir siendo la potencia indispensable para el mundo. Pero el mundo no necesita una potencia militarista, alborotadora, inestable y ansiosa que proyecta su desorden interno sobre el planeta.
Por su parte, los Estados Unidos ya no pueden pasarse sin el mundo. Su déficit comercial ha venido aumentando desde la publicación de Después del imperio. Hoy, el país es estructuralmente deficitario en los intercambios de bienes de tecnología avanzada. Su dependencia de los flujos financieros procedentes del exterior se ha agravado. Si Estados Unidos lucha, escenificando su actividad guerrera simbólica en el corazón de Eurasia e intentando, así, olvidar y hacer olvidar su debilidad industrial, sus necesidades de dinero fresco y su carácter predador es, en efecto, para mantener su centralidad financiera. Lejos de haber reforzado su liderazgo sobre el mundo, la guerra ha producido, contra todos los pronósticos de la administración de Washington, una rápida degradación del estatus internacional de Estados Unidos.
En primer lugar, ha agravado la crisis de una economía mundial mal gestionada por su potencia reguladora. La propia economía estadounidense es percibida, cada vez más, como un objeto misterioso: ya no se sabe demasiado bien cuáles de sus empresas son totalmente reales y cuáles no. ¿Cómo es que la mirífica «productividad» de esta economía desemboca en unas importaciones siempre en alza, signo característico de improductividad? Ya no se sabe cómo funciona o parece funcionar todo esto. ¿Qué efecto tendrá un tipo de interés cero sobre los diversos componentes de esta economía posmoderna? La inquietud de los medios dirigentes norteamericanos es palpable. Día tras día, la prensa sigue con inquietud la evolución del dólar. Ni siquiera se sabe si la economía estadounidense resistirá el impacto de la guerra de Iraq, que, aunque menor en el plano estrictamente militar, resulta costosa en el plano económico, pues los «aliados» ya no quieren pagar, como hicieron durante la guerra del Golfo. Los déficits internos y externos de Estados Unidos se disparan: los dirigentes del mundo entero se preguntan cada vez más si la potencia reguladora central de la economía mundial no se está saltando, simple y llanamente, las reglas de la racionalidad capitalista. El aventurerismo no es solo militar, también financiero. Y cabe predecir que, en los años o en los meses que vienen, las instituciones y los grupos europeos y asiáticos que han invertido en Estados Unidos van a perder mucho dinero, dado que la caída de la Bolsa no es sino la primera etapa de la volatilización de los activos extranjeros en los Estados Unidos. El dólar baja, con algunos sobresaltos, pero ningún modelo económico permite decir hasta dónde lo hará, porque su estatus de moneda de reserva es cada vez más incierto y porque su valor intrínseco es muy pequeño, ya que hay pocos bienes reales que comprar en Estados Unidos.
Sin embargo, el fracaso principal de Estados Unidos en la fase actual es ideológico y diplomático. Pues, lejos de estar a punto de dominar el planeta, están perdiendo el control que ejercían sobre él. Lejos de aparecer como un líder del mundo libre, los Estados Unidos entraron en Iraq sin el consentimiento de Naciones Unidas e incurriendo en una flagrante violación del derecho internacional. El sistema estratégico norteamericano ya había empezado a disgregarse antes incluso de su ataque contra Iraq.
Alemania, cuya sumisión era considerada por los políticos y los periodistas norteamericanos como algo obvio, dijo no a la guerra, marcando, de algún modo, el inicio del giro de Europa hacia la autonomía estratégica. De este modo, le dio a Francia la posibilidad de comenzar a desempeñar eficazmente su papel en la ONU para retrasar la guerra estadounidense. Durante la negociación de la resolución 1441 sobre el armamento iraquí, estuvimos muy cerca de la realización pragmática de una de las proposiciones finales de Después del imperio, a saber, la posibilidad de que Francia compartiese con Alemania su asiento permanente en el Consejo de Seguridad, así como su derecho al veto. Pues sin la oposición de Alemania a la guerra, Francia no habría podido hacer nada.
Por otra parte, el éxito de Después del imperio en Francia y en Alemania contribuye a demostrar que el acercamiento de estos dos países no es superficial, ocasional, producto de las circunstancias, estrictamente intergubernamental, sino que está emergiendo una sensibilidad política común. La eficacia de la pareja francoalemana no expresa, sin embargo, sino la globalidad del sentimiento europeo. La acción de Berlín y París no podía prescindir del acuerdo tácito de los otros pueblos de la Unión Europea. En el estadio actual, los Gobiernos de la periferia del sistema europeo experimentan cierto retraso en lo que se refiere a la concienciación sobre los intereses estratégicos de la nueva entidad continental, pero no así los pueblos cuya oposición a la guerra norteamericana ha sido homogénea y masiva, algo tan evidente en España como en Italia, Polonia o Hungría.
Durante este episodio, la ceguera de las élites diplomáticas y periodísticas estadounidenses ha sido extrema: no en vano, declararon que Alemania estaba aislada, precisamente en el momento en que esta, gracias a su acto de independencia y su apego a la paz, recuperaba una fuerte legitimidad internacional.
Una segunda predicción que adelantaba en Después del imperio y se ha verificado es el acercamiento entre Europa y Rusia a raíz del alarmante comportamiento militarista de Estados Unidos. El acercamiento entre París, Berlín y Moscú puede resultar algo inquietante para las naciones de la Europa del Este que acaban de escapar a la dominación soviética y se encuentran en la extraña situación de haberse unido a la OTAN apenas unos meses después de la descomposición de aquella. Era inevitable que Hungría, Polonia y las demás naciones que acaban de escapar de la órbita soviética viviesen ese giro estratégico con temor y dudasen un momento en cerrar filas con Francia y Alemania.
Rusia ha recuperado su equilibrio, está muy debilitada y ha dejado de ser imperialista. Su interés reside en la colaboración estratégica con Europa sobre una base igualitaria. Las antiguas «democracias populares» comprenderán pronto que Estados Unidos no puede hacer nada por ellas estratégicamente, ya que su producción es deficitaria y es incapaz de protegerlas de otro modo que no sea con palabras. Para ellas, la verdadera seguridad solo puede pasar por una adhesión plena y firme a Europa, y por una participación activa en la política de defensa común europea. Por otra parte, la guerra no ha tenido ninguna influencia sobre las decisiones importantes de las nuevas democracias de Europa del Este, que, una tras otra, se han adherido a la Unión Europea por referéndum. Con motivo de esta crisis, Rusia ha salido del aislamiento diplomático heredado de la guerra fría.
La defección más sorprendente, no obstante, ha sido la de Turquía, que le negó el acceso a su territorio a las tropas norteamericanas. Este pilar militar de la OTAN escogió su interés nacional en vez del apoyo de Estados Unidos. No puede haber un ejemplo mejor de la debilidad real de Estados Unidos, cuya causa profunda debemos señalar aquí.
Cada vez que un aliado ha desertado, durante la crisis diplomática, el Gobierno de Washington ha demostrado ser incapaz de reaccionar, de ejercer su supuesto poder de coacción o su capacidad para tomar represalias, por una razón muy simple: Estados Unidos ya no tiene medios económicos y financieros para sufragar su política exterior. El dinero real, acumulado por los excedentes comerciales, está en Europa y en Asia; financieramente hablando, Norteamérica ya no es más que un glorioso mendigo planetario. Cualquier amenaza de embargo por parte de Estados Unidos, cualquier amenaza de interrupción de los flujos financieros, por supuesto catastrófica para la economía mundial, alcanzaría primero a los Estados Unidos, tan dependientes del mundo como son, ellos mismos, para sus aprovisionamientos de toda clase. Es por esto por lo que el sistema diplomático norteamericano se disgrega, por etapas, sin que los Estados Unidos puedan reaccionar de otro modo que mediante un aumento de su actividad belicosa contra potencias más débiles. El verdadero poder es el económico y Estados Unidos ya no la tiene. Cuando un actor nacional deja de seguirle el juego y le dice «no»... para sorpresa general, no pasa nada. Francia, por ejemplo, no será castigada porque Estados Unidos no tiene medios para ello. En cuanto a Alemania, su capacidad financiera es tal que los Estados Unidos han intentado olvidar que fue uno de sus oponentes más determinados...
El Reino Unido, por su parte, ha participado en la guerra, dándole así una extraña coloración étnica anglosajona a la coalición militar, que, probablemente, ha perjudicado mucho a la imagen de Estados Unidos. Para las demás naciones del planeta, resulta imposible identificarse con un conflicto que parece una guerra entre pueblos anglosajones y árabes. Sin embargo, el comportamiento del Reino Unido a medio plazo sigue siendo una incógnita. La política de alineamiento con el Gobierno norteamericano es intensamente destructiva para su posición internacional. Y la decisión gubernamental no debe hacernos olvidar que la opinión pública británica se opuso a la guerra antes de que esta estallase. Pero está claro que la evolución de Estados Unidos engendra en Gran Bretaña una verdadera crisis de identidad –cultural y política–, mucho más importante que la que antaño engendrara el nacimiento de Europa.
Es muy posible que los mismos Estados Unidos, cuya crisis no ha hecho sino comenzar, conduzcan a los británicos a cierta forma de cansancio, de repulsa diplomática y militar, y a abrazar su identidad europea. La eurofobia de las élites norteamericanas no dejará inmune a Inglaterra que, en el fondo, para Estados Unidos representa la quintaesencia de Europa, su verdadero origen.
Evidentemente, la oposición de Francia, Alemania y Rusia no ha impedido la guerra de Iraq, lo que, paradójicamente, es una verdadera lástima para Estados Unidos. Enfrentado al rechazo de los aliados, el Gobierno norteamericano habría podido tener el valor de dar marcha atrás para evitar una pérdida total de legitimidad y liderazgo. Sin embargo, de una forma un poco infantil, prefirió entrar en guerra para no «caer en descrédito». Hoy, los Estados Unidos están empantanados en Iraq. Han perdido hombres, tiempo y dinero. Con su comportamiento amenazante, han acelerado la integración de Europa y han conseguido que el acercamiento entre esta y Rusia sea irreversible. Así pues, George W. Bush y los neoconservadores pasarán a la historia como los grandes liquidadores del imperio norteamericano.