33.
EL PERFUME

Aquel mes de enero del año 1981, Ramón pasó unos días en Barcelona. Tenía que acompañar a su madre a unas sesiones de recuperación que le había recomendado el médico tras una caída. El hecho de reencontrarse con su ciudad actuó como un bálsamo milagroso que le ayudó a convivir dignamente con las penas más íntimas. Durante unos días se alejó del frío y de la nieve de París y gozó de un clima más benigno, y eso acabó animándole.

Cada tarde, el abogado salía de casa con la intención de redescubrir una Barcelona que crecía sin fin, y uno de aquellos paseos improvisados le condujo hasta el cruce de la avenida Diagonal con la calle Tuset. Una vez allí, se despertó en su mente un pensamiento absurdo: si pisaba aquella calle que tantas veces había recorrido, quedaría atrapado para siempre en la melancolía, un sutil hechizo del que nunca más podría liberarse. Y el hecho era que no estaba muy convencido de querer abrir las puertas a unos recuerdos que, durante todo aquel tiempo, se habían quedado medio dormidos en su interior.

Después de respirar profundamente, decidió aventurarse y, con paso firme, lento y decidido, empezó a mirar los escaparates de las tiendas con actitud pasional, desde la sana curiosidad. Si la ciudad había cambiado, la calle Tuset no se había quedado atrás, y muchos de los lugares que había frecuentado durante su juventud ya ni existían. Con un pequeño sabor de pérdida en la boca, comprendió que ya no era el chico joven de una vez, pero cuando descubrió el rótulo de la tienda de ropa preferida de María, sintió que su alma lanzaba al mar un ancla que no le permitía avanzar ni mirar hacia delante.

Inseguro y desorientado, Ramón abrió la puerta, y al oír la campanilla que avisaba a los encargados de la llegada de un posible cliente, sonrió plácidamente. La tienda aún conservaba el aire rebelde que la había hecho tan famosa durante los años más gloriosos de la Gauche Divine y, durante unos segundos, le pareció que la vieja encargada de la tienda, ahora encerrada tras de los cristales de un despacho decorado a la última moda, era la misma mujer que les había atendido hacía tantos años en más de una ocasión.

Al abogado le costó un poco entender cómo funcionaba aquel mecanismo interno, hecho de emociones y memoria. A partir de un gesto sencillo –entrar en una tienda–, de pronto, todos sus sentidos despertaron. Y en un momento dado, justo cuando pasó delante de la sección de lencería, se paró en seco. Ramón cerró los ojos y se movió un poco hacia la derecha, y todavía un poco más adelante, hasta que se paró en el rincón exacto donde aquel perfume le había encontrado de nuevo.

Al sentir el olor, Ramón tuvo que abrir los ojos y buscar con la mirada quién llevaba aquel perfume que tantas veces había soñado. Recordaba con nitidez que María había empezado a utilizar aquel perfume sólo cuando tenía quince años, cuando empezaron a salir. ¿Era posible que ella todavía fuera fiel a su aroma de siempre? ¿Podría ser que los dos hubieran estado en aquel mismo establecimiento, con pocos minutos de diferencia, y que el perfume siguiera con vida en el aire?

Con los ojos medio llorosos, Ramón se despidió de la dependienta, salió a la calle y fue de lado a lado de la calle Tuset, para ver si podía identificar a alguna mujer que le recordara a María. Con el corazón desbocado, todavía medio adolescente, su instinto deseaba reencontrarse por azar con su princesa. Entonces se quedó parado unos minutos, gozando de aquel perfume de flor de jazmín, y pensó en el sabor salado de unos labios que nunca había podido olvidar.

Hasta aquel momento, Ramón había pensado intensamente en María, se la imaginaba paseando, por ejemplo, por aquellos magníficos jardines de París que poseían toda la dulzura de las flores de jazmín. Pero ahora, aquellos primeros días de enero, recordaba intensamente a aquella chica a la que durante tanto tiempo habíaquerido desde la distancia, desde el silencio y con la incertidumbre de no saber si la vida había sido bastante generosa con ella.

Y fue precisamente entonces cuando una ráfaga de viento helado le devolvió a la realidad. Y mientras se subía el cuello del abrigo y se ponía los guantes de piel, Ramón empezó a a caminar hacia el barrio de Gracia.

Gemma estaba haciendo ganchillo cerca de la estufa, y al ver la expresión melancólica de su hijo, comprendió que le había pasado algo bueno.

–¡Cómo me gusta verte así, hijo!

–¿Qué quieres decir? Pero si hace un frío tremendo en la calle.

–No dudo de que haga frío, pero a ti algo te ha calentado el alma. ¿Tengo razón o no?

–Sí... no... vaya, no sé qué decirte. Debes de tener razón, esta tarde me ha pasado algo que me ha hecho feliz.

–Pues cuéntamelo bien, que tengo la vista cansada y necesito descansar un poco.

–Mamá, he ido hasta la calle Tuset y he entrado en la tienda de ropa que a menudo visitábamos cuando salía con María.

–¿Así que lo que te ha pasado tiene algo que ver con María?

–Sí, mamá, ¿por qué me lo preguntas?

–Nada, cosas mías, después te lo explicaré. Pero ahora termina de contarme lo que ha ocurrido...

–Pues, como te decía, he entrado en esa tienda y me han asaltado un montón de viejos recuerdos.

–Eso que dices es bonito, Ramón, ahora entiendo que estuvieras tan contento.

–No, no, si todavía no te lo he contado todo. Mientras miraba la ropa, he reconocido el aroma de un perfume que me ha conducido a unos tiempos muy felices.

–¿Un perfume, dices?

–Sí, mamá, un perfume muy delicado, pura esencia de flor de jazmín.

–¿Y ese es el perfume que llevaba María, cierto?

–Sí, mamá. Y entonces, por un instante, me he imaginado que María hubiera podido estar en aquella misma tienda solo unos pocos minutos antes de que yo llegara. ¿Lo entiendes, mamá?

–Es muy curioso lo que me cuentas, hijo, porque alguna vez, justo antes de entrar en casa, en el rellano, también he percibido ese sutil rastro de perfume de flor de jazmín. Y siempre he pensado que había venido alguien que no se había atrevido a llamar a la puerta.

–¿Y tú crees que podría ser María?

–No lo sé hijo. Solo sé que soy feliz de ver que te ha cambiado el ánimo al pensar que podrías volver a encontrarte con ella.