El viaje se estaba convirtiendo en algo demasiado duro para aquellos que no tenían la costumbre de navegar en mar abierto. El clima en el mar era demasiado frío y la humedad y el salitre se calaban en sus doloridos huesos. Brianna solo estaba pendiente de Niall y apenas probaba la comida que les ofrecían, algo de pescado seco y agua. Por suerte ninguno de los hombres del barco ni el enorme vikingo que la había derribado del árbol le dirigió la palabra en varios días pero podía sentir su fría y penetrante mirada tras ella en todo momento, siempre los vigilaba. Brianna había hablado poco con sus compatriotas esclavos, tres hombres jóvenes y una muchacha algo más joven que ella llamada Cara. Era una dulce muchacha de ojos oscuros y almendrados con una fácil sonrisa. Había cogido afición al pequeño Niall y en ocasiones lo entretenía con divertidos juegos de palabras a bordo del barco, cuando parecía que la paciencia de su hijo llegaba a su fin tras horas en el mar.
Aquella mañana, Olson se acercó al crío con un cubo de agua y un trapo y se lo dejó a los pies.
―Chico, lava la cubierta ―le ordenó con dureza.
Brianna, desconcertada, lo miró con enojo. Niall solo tenía cinco años, no debía estar limpiando el suelo de un apestoso barco vikingo. Se levantó y cogió el trapo mirando a Olson de manera desafiante.
―Yo lo haré.
―No, se lo he dicho a él ―dijo señalando con el dedo a Niall―. Vos vais a dar de comer a los hombres, allí tenéis vuestro cubo.
―Por Dios, solo es un niño. Yo puedo hacer ambas tareas. ―Su voz sonaba desesperada por intentar que Niall no fuese víctima de su esclavitud antes de hora.
Olson respiró hondo con enfado, en el fondo sabía que el crío era demasiado pequeño para tan arduo trabajo pero así se lo había ordenado su hersir. Al momento, se oyó un agudo silbido proveniente del otro lado del drakkar y el vikingo se volvió hacia Einar, pues él era quien había llamado su atención. Con una escueta y fría mirada le indicó que accediera a la petición de la muchacha.
―De acuerdo, pero deberéis acabar con todas las tareas antes de que atraquemos en la orilla.
Brianna asintió con la cabeza y fue en busca del cubo de comida para llenar uno a uno los cuencos de cada guerrero, sentados cerca de sus remos. Algunos ni la miraron al pasar y otros se quedaban observando el contoneo de su cuerpo cargando el cubo con los movimientos ondeantes del barco. Era pequeña y delgada pero sus curvas y generoso busto que ella intentaba ocultar bajo una gruesa capa de lana no pasaban desapercibidos por los hombres más sedientos, aunque ninguno de ellos hizo ademán de tocarla o hablarle siquiera. Einar había prohibido a sus hombres cualquier trifulca entre ellos o con los esclavos mientras estuvieran en alta mar. Era una de sus normas.
Al acabar de repartir la comida, se cargó con el cubo de agua y arrodillada al húmedo suelo se dedicó a frotarlo durante lo que quedó de tarde mientras Niall se divertía con Cara y sus juegos de palabras.
Algunas noches atracaban en orillas seguras para montar un pequeño campamento y descansar en mejores condiciones, ya que cuando hubieran dejado atrás sus tierras, el viaje por mar sería largo hasta que pudieran volver a ver la costa. Los esclavos eran obligados a preparar la comida y ayudar en las tareas del campamento, para después ganarse su descanso en el frío suelo cerca de la hoguera, siempre vigilados por la atenta mirada de aquellos bárbaros.
En uno de esos campamentos, Brianna se dedicaba a recoger leña y a mantenerse ocupada. Siempre con Niall en sus faldas y lo más lejos posible de esos hombres para evitar llamar demasiado su atención. No les miraba nunca directamente a los ojos cuando se dirigían a ella para darle órdenes, ni pronunciaba palabra de desobediencia alguna. Einar la llevaba observando todo el viaje, su curiosidad por la joven madre crecía a cada momento sin poder apartar de su mente aquel rostro jadeante de dolor tras caer del árbol, sus verdes y llameantes ojos al encontrarse con los suyos… Se había mantenido apartado de ella porque él no usaba esclavas en su casa. Prefería a los hombres porque hacían trabajos más duros y no creaban problemas, ni tampoco podían aparecer preñadas en cualquier momento, ya que muchas buscaban la protección y cálida compañía de ellos. Pero Brianna parecía diferente, buscaba aislarse y hacerse más pequeña, imperceptible a los demás. No la veía como a una delicada mujer, incapaz de valerse por sí sola. Se preguntó por qué vivirían los dos solos en esa maltrecha cabaña, sin la protección de nadie. Apenas había oído su voz pues solo hablaba con su hijo y lo hacía en susurros para que nadie se percatara de sus conversaciones. Pero aquel día, en el barco, antes de desembarcar pudo ver como ella y Niall se reían con disimulo. Niall y Cara le habían dicho algo que la había hecho sonreír y acabó soltando una contenida carcajada que mostró sus blancos dientes y una sonrisa realmente arrolladora. Justo en ese momento se dio cuenta de que Brianna no pasaba desapercibida al observar a alguno de sus hombres mirarla embelesados… tanto como lo estaba haciendo él. Quizás no parecía gran cosa a primera vista, pues ella también sabía cómo ocultarse para que los demás no se percataran de su presencia, pero su rostro era tan bello como el de una diosa y eso… era más difícil de esconder. Pese a ser una campesina, sus delicados movimientos y su porte al andar la diferenciaban indiscutiblemente de los demás. Einar se sintió extrañamente molesto al advertir que no le agradaba la idea de que cualquiera de sus hombres babeara por la muchacha.
Brianna seguía junto a Niall con su tarea de recoger leña para la hoguera. Andaba demasiado cargada como para llevar todos esos troncos cuando al tropezar con una piedra algunos se resbalaron de sus brazos desparramándose en el suelo. Uno de los guerreros del hersir, un hombre corpulento y joven de cabellos oscuros y ojos ámbar, se acercó con determinación a ayudarla. Recogió los troncos caídos y retiró de sus manos los que ella transportaba.
―Dejad que os ayude, sois demasiado pequeña para tanta carga ―le dijo risueño con grave voz. El guerrero conocía superficialmente su idioma pero se esforzó por hacerse entender.
Brianna se sorprendió por la agradable voz del joven vikingo y su amabilidad. Parecía que muchos se defendían hablando el idioma de Éire con suficiente soltura.
―Gracias… ―susurró sin levantar la vista del suelo―, pero yo puedo con ellos, si no volveré a hacer otro viaje. No hace falta que os molestéis, por favor… ― continuó, extendiendo los brazos para que le devolviera la carga.
Él apartó de ella los troncos que transportaba negándose a devolvérselos y comenzó a caminar hacía la hoguera seguido de Brianna y Niall que esperaban una nueva orden.
―¿Por qué no os quedáis aquí? Deberíais preparar la comida y no andar de arriba abajo cargando como una mula ―le reprochó con amable autoridad.
El joven guerrero se quedó en silencio, mirándola, esperando una respuesta por parte de la joven madre que se resistía a levantar la mirada y contradecirlo. Brianna asintió con la cabeza dando por hecho que debería hacer eso mientras el joven se acercó a ella para apartarle un dorado mechón que se había deslizado sobre su mejilla. El cuerpo de Brianna quedó paralizado por unos segundos en los que tampoco se atrevió a respirar «Por Dios, ese vikingo le estaba acariciando el pelo». Sabía de la fama que tenían los vikingos, unos salvajes desalmados, adoradores de grotescos dioses que violaban a las mujeres. Daba gracias de no haber sido tocada por ninguno de ellos todavía pero sabía que era cuestión de tiempo. Esos salvajes no hacían diferencias en cuanto a hembras se trataba y podrían usarla a su placer pasando de unas manos a otras. Pero su mayor temor no era poder ser ultrajada, sino que la separaran de su querido hijo Niall. De ahí su meticuloso plan al intentar pasar desapercibida. Si bien ese joven parecía saber algo acerca de la amabilidad, no dejaba de temer a la brutal bestia vikinga que se debía esconder dentro, del mismo modo que sus otros compañeros.
―¡Lars, vuelve a tu maldito trabajo! ―La voz atronadora y severa de Einar, su hersir, retumbó tras ella.
Lars, que así se llamaba el joven vikingo de ojos ámbar, se tensó al momento y se dio la vuelta en el acto sin volver a mirarla, volviendo hacia sus compañeros, que montaban las tiendas. La respiración de Brianna se tornó agitada al oír los pesados pasos de Einar acercarse por su espalda mientras Niall, ajeno a todo, se dedicaba a jugar con unas piedrecillas redondas que había encontrado en la orilla.
―¡Tú, mujer! Voy a necesitar que hagas algo ―gruñó con adusta voz―. Sígueme.
Brianna dirigió una mirada asustadiza a Cara que había seguido la escena en todo momento mientras preparaba la cena, para que esta se ocupara de Niall en su corta ausencia. Cara asintió levemente con la mirada y la joven madre se encaminó tras el hersir. La hizo entrar en una de las tiendas del campamento, deduciendo que debía ser la suya propia por el cómodo camastro de pieles y una pequeña mesa alumbrada por dos velas, repleta de mapas. Dos arcones la complementaban y en uno de ellos el hersir rebuscó hasta sacar una pequeña bolsa de piel bien atada que le entregó a Brianna.
―Es un ungüento para los golpes. Debes esparcirla bien hasta que casi no quede nada. ―Sin ni siquiera mirarla, se dio la vuelta y se deshizo de su camisa blanca, mostrándole una ancha y temerosa espalda, repleta de músculos tensos y cicatrices.
Brianna dudó al ver semejante tamaño, el estar tan cerca de él sintió aún más miedo, apreciando el imponente tamaño de semejante guerrero que podría aplastarla con solo una mano.
―¡Mujer! ¿A qué estás esperando, es que no hablo suficientemente claro? ―bramó con aspereza. Einar hablaba casi a la perfección el idioma de la joven aunque con un marcado acento nórdico.
Ella soltó un respingo por el grosor de su voz, dejando el ensimismamiento por esos músculos y en un pequeño arrebato de genio le contestó.
―Brianna ―dijó ella secamente en un susurro.
Einar se dio la vuelta despacio, con el ceño fruncido.
―¿Qué habéis dicho? ―le espetó tenso.
―Mi nombre es Brianna. ―Einar siguió mirándola fijamente a los ojos con adusto gesto y tras unos instantes en silencio gruñó.
―Haz lo que te he ordenado si no quieres que me enfurezca, y deja ya de holgazanear con mis hombres. Los entretienes de sus quehaceres y tú tienes los tuyos propios.
Brianna frunció el ceño ante su aspereza, ella no había hecho nada, se había limitado a cumplir órdenes. Pero no quiso provocar su ira y se acercó a él para ponerle ese extraño ungüento que olía a rayos. Masajeó con suavidad su espalda, estaba llena de golpes y moratones y temía poder resultarle molesto si presionaba demasiado y hacer que él se molestara de nuevo. Le pareció que Einar suspiraba y se relajaba con sus cuidados y su mal humor se esfumaba por momentos.
―¿Habíais cuidado ya de otros hombres? ―le habló con algo más de tacto, aún de espaldas a ella.
Einar seguía sintiendo curiosidad por saber el motivo de su solitaria vida en aquel apartado claro. Brianna tardó unos instantes en contestar.
―Sí. De mi padre y mi esposo ―contestó en baja voz mientras seguía acariciando su piel.
Einar se dió la vuelta y le cogió con cuidado las muñecas entornando los ojos hacia los suyos. Sus miradas se mantuvieron fijas, uno al otro.
―¿Y dónde están ellos ahora?
―Murieron. Mi padre de anciano y mi… mi marido por las fiebres ―titubeó ante el contacto con sus manos y la excesiva proximidad de posesión.
Él siguió escrutando en sus ojos durante un tenso silencio, como si quisiera ver dentro de la joven mujer, descubrir sus secretos. Pero ella, abrumada por su proximidad desvió la mirada hacia el suelo e intentó apartar sus manos de las de él sin éxito, pues la agarraba con firmeza. Bruscamente, el vikingo la soltó y se dio media vuelta para dirigirse a su mesa repleta de mapas, dejándola atónita con la respiración entrecortada, aún algo asustada.
―Podéis iros. Id a ayudar a la otra muchacha con la cena. ―Ni siquiera apartó la mirada de sus mapas para dirigirse a ella con acritud.
Sorprendida y algo asustada por la reacción de Einar, salió con premura hacia la hoguera donde Cara y Niall se hallaban. Temía el momento en que alguno de esos vikingo la tomara, podía sentir que llevaban demasiados días sin pasar un buen rato con una mujer. Solo rezaba para que Niall no fuera testigo de ello.
Mientras, en la tienda, Einar intentaba concentrarse en sus mapas pero le era imposible. Se había quedado maravillado con los ojos de la joven. Ya se había fijado antes en su verde color pero bajo la luz de las velas pudo observar cautivado la enigmática mirada de la joven. Sus ojos verde aguamarina bailaban bajo un dorado que se fundía alrededor de su iris haciéndola parecer salvaje y dulce a la vez, leal, recordándole a los ojos de un indómito lince. Las pequeñas manos que masajearon su espalda lo hicieron sentir tranquilo, sosegado al recuerdo de las tiernas caricias que ofrece una madre a su hijo. Aunque Einar a través de ellas pudo sentir más que eso, un deseo casi incontrolable por deslizar sus manos sobre la suave piel de sus muñecas hasta el final de sus brazos y seguir por su cintura, sus caderas… Sacudió la cabeza para deshacerse de esos pensamientos que lo llevarían a la perdición e intentó serenarse tomando un trago de la jarra de cerveza que acompañaba su mesa. Tenía que seguir planificando la ruta de vuelta, ese era su objetivo y no debía desviarse de él.