El día había amanecido soleado, a pesar del avanzado otoño era lo suficientemente cálido para que los hombres estuvieran entrenando desde la primera hora de la mañana y las mujeres aprovechaban para hacer sus coladas en el río. Los campos eran verdes y llanos y las montañas del fondo se avistaban aún más verdes y frondosas.
Einar en la lucha era salvaje, bravo y dotado de una excelente técnica. Sus hombres habían de estar a su nivel y sus jóvenes discípulos preparados para duras jornadas de práctica. Olson se encargaba de empezar con el adiestramiento de los más pequeños para pasar luego a las experimentadas manos de Thorberg, seguidos de la dureza de Einar. Entre ellos se encontraba Niall, aquellas pocas semanas en tierras vikingas le habían servido para canalizar su fuerte carácter protector y justiciero, siendo entrenado de primera mano por Olson y Einar, que lo observaban orgullosos viendo como sus avances eran tan rápidos como sus reflejos.
―Vamos, hijo, utiliza tu escudo. ¡No está allí de adorno! ―gritó Einar mientras el pequeño y ágil Niall luchaba con otro crío dos años mayor que él.
A pesar de eso, Niall lo estaba conteniendo con una fuerza increíble para su edad.
―No me gusta este escudo, ¡es un estorbo! ―gritó Niall enfadado viendo como sus movimientos se veían entorpecidos por ese gran círculo de madera.
―Pues tendrás que acostumbrarte a usarlo, tu vida puede depender de ello ―contestó Einar duramente, pero ocultando una sonrisa tras mirar de reojo a Olson.
De repente el contrincante de Niall, viendo su torpeza con el escudo, arremetió contra él con fuerza, golpeando escudo con escudo y derribándolo al suelo. Niall gimió de dolor por el embate en el hombro pero se repuso rápido y cuando su contrincante se abalanzó con la espada hacia su cuello volteó sobre su cuerpo en la hierba y se apartó rápidamente mientras con una ligera pirueta de piernas se levantaba de nuevo aferrando con más fuerza la espada que no había soltado en ningún momento.
―¡Hijo, el escudo! ―gritó Einar. Lo había perdido en la verde hierba.
Pero a Nial pareció no importarle pues se sentía rápido y diestro sin él. Las espadas de los dos jóvenes luchadores chocaban entre sí, la de Niall se tropezaba con el escudo de su rival una y otra vez, y, furioso por no conseguir abatirlo, recordó aquella pirueta que su madre había aprendido cuando era niña y vivía con los hijos nobles del castillo donde trabajada de doncella. Después de golpear duramente el escudo de su oponente con su hombro, y apartarlo así unos pasos hacia atrás, el joven irlandés sonrió con una retadora y deliberada mirada que hizo sentir un escalofrío tanto a Einar como a su adversario. Einar adivinó que Niall se sentía ganador antes de acabar el combate pero no pudo imaginar que el crío utilizara esa táctica. El pequeño irlandés dio una rápida vuelta sobre sí mismo para seguidamente agacharse con una pierna extendida y barrer el suelo a su paso, golpeando con tenacidad el tobillo de su contrincante, haciéndolo caer al suelo, de espaldas con los brazos abiertos. Sin demora, Niall saltó sentándose sobre el pecho del joven vikingo que yacía aturdido en el suelo con los ojos como platos, analizando todavía la rapidez con la que había ocurrido todo y como aquel pequeño extranjero lo había derribado con solo un movimiento.
―¡Ja! ―alardeó Einar golpeando con el puño el hombro de su amigo Olson―. Me debes una piel de oso, te dije que ganaría ―continuó sonriendo orgulloso del muchacho y sus habilidades.
Niall no era sangre de su sangre pero aquel crío poseía el aguerrido don de las bestias y Einar se enorgullecía de pensar que podría ser su propio hijo pues se veía reflejado en él demasiadas veces. Para Einar, Niall ya era su hijo, sangre de su sangre, del mismo modo que lo era Erik.
Escondida tras de unos árboles a la salida del bosque, Brianna observaba con exasperación a su pequeño hijo siendo obligado a luchar como un guerrero. Se puso la mano sobre la boca cuando lo vio caer al suelo y a punto estuvo de salir de su escondite para auxiliarlo. Pero respiró algo aliviada al ver que volvía a levantarse y seguía luchando con bravura. «Bien, hijo mío, no te dejes agasajar», pensó. Con ira cerraba sus puños pensando en el trato que le estaba dando Einar y deseó no encontrarse con él, pues si se cruzaba en su camino sería capaz de golpearlo. Luego, con suma preocupación, pensó en el pequeño Erik, ¿quién estaría cuidando él?
Los demás hombres de Einar que no estaban entrenando, tenían la orden de vigilar los alrededores de sus tierras, pues desde la creciente enemistad con Gunnar meses atrás, su defensiva se había vuelto una prioridad. Asimismo, el aguerrido hersir esperaba y deseaba que Brianna apareciese en algún momento para reclamar a sus hijos.
Daven, el joven guerrero que viajó junto a Einar en su último viaje a Dyflin, se hallaba sobre su jamelgo avistando el horizonte, cuando de repente la silueta de dos figuras a caballo lo alertó. Agudizó su vista, poniéndose la mano a modo de visera sobre sus ojos y se percató de que eran un hombre y una mujer. Ella vestía una tosca capa con una caperuza que cubría su rostro, y un rubio y largo cabello asomaban cayendo en cascada sobre su pecho. El hombre no vestía como un vikingo y enseguida, agarrando con fuerza las riendas de su caballo, se dio la vuelta y cabalgó veloz hacia el poblado en busca de su hersir. Al aproximarse a la llanura donde se estaban entrenando, se detuvo en seco y saltó del animal hacia ellos.
―Señor, alguien se acerca. Son un hombre y una mujer, a caballo. No parecen vikingos.
Einar levantó la vista hacia este. Sintió un revoloteo en su estómago y se tensó al instante. Podía ser su pequeña Brianna.
―Daven, Olson y Thorberg, dirigíos hacia ellos e interceptarlos. Yo os seguiré de inmediato ―ordenó con autoridad.
―Einar, ¿es mi madre? ¿Ha llegado ya? ―preguntó ansioso y contento, pues él le había contado que su madre se reuniría con ellos pronto y la esperaba con anhelo.
―No lo sé, Niall, iremos a averiguarlo. Por lo pronto debes ir con Helga, te quedarás allí hasta que sepamos quiénes son.
Einar se encaminó seguido de Niall para acompañarlo a la casa de Olson y Helga y así dejar a buen recaudo al crío. Podía ser ella pero al estar en conflicto con Gunnar no quería arriesgarse a otra emboscada con él a sus espaldas.
Se acercó a la cabaña de Olson, donde Helga estaba fuera, sentada con el pequeño Erik en brazos. Helga había tenido a su hijo hacía ya meses, otro varón de tiernos ojos azules que dormía en una pequeña cuna a su lado y tenía la suficiente leche como para amamantar a los dos bebés. Einar contrató en Dyflin los servicios de una nodriza para que cuidara y alimentara a Erik durante su viaje en barco pero al llegar a Noruega le pagó bien para que volviera a su tierra pues sabía que Helga se ocuparía del pequeño con dedicación. La esposa de Olson y Brianna se hicieron muy amigas durante su corta estancia en la aldea y le deseaba todo el bien y que ella volviera pronto junto a Einar y sus hijos. Para Helga, era evidente el amor que sentían el uno por otro, aquellos dos no eran conscientes de ello pero sus miradas siempre les habían delatado. En el fondo, toda la aldea era partícipe del deseo y enamoramiento que sentían el uno al otro, pero su orgullo les impedía verlo. Al desaparecer Brianna, secuestrada por los hombres de Gunnar, Einar se volvió loco. Arrasó parte de la aldea de Gunnar llevando a la muerte a muchos de sus hombres y reclamando venganza por haberle quitado aquello que era de su propiedad. A punto estuvo de matarlo pero presionado por su padre y la defensa de Gunnar al decir que no había tenido nada que ver con esos actos y que no sabía nada de la muchacha, tuvo que ceder con rencor y odio al no hallarla en sus tierras. La buscó durante casi un año, viajando por los demás reinos de Noruega, incluso llegó a volver a la aldea de Éire donde la raptó, cerca de Bangor. Se volvió más huraño y despiadado y su mal humor era constante. Las mujeres temían acercarse a él y solo las utilizaba cuando necesitaba saciarse de toda aquella furia y resentimiento.
Al volver hacía unas semanas con aquellos críos, su humor se había vuelto más calmado y amistoso. Parecía que aquellos dos le habían devuelto algo de la felicidad que había perdido.
Se despidió de Niall revolviéndole el pelo con su enorme mano y se acercó a Erik para acariciarle la mejilla. Esos enormes ojos azules como los de él y la dulce sonrisa de su madre lo hacían terriblemente adorable.
―Volveré enseguida ―dijo serio Einar. Estaba nervioso como un adolescente.
―Aquí te esperaremos ―contestó enérgico Niall, como un muchacho mayor.
Brianna, que había seguido la escena en todo momento, apretó sus labios temblorosos, sus ojos se humedecieron ante la imagen de Erik en los brazos de Helga. Le habían arrebatado a sus pequeños, lejos de ella. Sintió cómo sus pechos doloridos clamaban por aliviarse pues no había podido deshacerse de su leche en todo ese día. Durante su viaje en barco, aprovechaba las noches oscuras para masajearlos y así vaciar todo el líquido para que su cuerpo siguiera fabricando más, de ese modo, cuando recuperara a su bebé, podría seguir alimentándolo. Decidió esperar allí un buen rato después que Einar se hubiera marchado.
Einar, se subió a su caballo con fuerte ímpetu. Deseaba averiguar si aquella mujer avistada por Daven sería su dulce y deseada Brianna. Cabalgó raudo y veloz hasta la llanura de las afueras de la aldea y se acercó a los dos extranjeros que se encontraban rodeados por sus hombres. Ciertamente parecía Brianna, una larga melena caía sobre su pecho, era menuda pero parecía algo más corpulenta. Pensó que quizás sería por la ropa. Pero al aproximarse más a ella, desde su caballo, algo le hizo desconfiar. Desvió la mirada hacia las manos de la muchacha, que sujetaban las riendas, y se percató de la pulsera vikinga que sobresalía bajo su manga. Se tensó al momento y con terminante movimiento deslizó furioso la caperuza que ocultaba su rostro. Una joven vikinga de ojos oscuros y tez redonda asomó asustada frente a ellos.
―¿Quién sois y qué hacéis en mis tierras? ―La voz atronadora y furibunda de Einar hizo retroceder el caballo de la joven a la vez que los demás hombres desenvainaban sus espadas.
―No… yo… ella me pagó por… ―La voz trémula de la joven prostituta tartamudeó temiendo por su vida.
―¡Cállate! ―la instó el joven Declan, que hasta el momento se había mantenido en silencio sobre su caballo, agarrando su empuñadura.
Thorberg se acercó rápido al muchacho y antes de que Declan pudiera desenvainar su espada, este le puso la suya bajo el cuello.
―Hablad, si no queréis que os separé la cabeza de vuestro joven cuerpo ―amenazó Thorberg con áspera voz. La tensión de todos ellos se podía palpar con la mano.
Einar entornó los ojos y frunció el ceño, esperando la explicación del joven. Sospechaba que algo no andaba bien.
Al mismo tiempo, en la aldea, Brianna había dejado su escondite para dirigirse hacia la casa de Olson. Con premura y cuidado de no ser descubierta, abrió la puerta de la cabaña y entró dentro, encontrándose con una sorprendida Helga.
―¡Brianna, por Odín, habéis vuelto! ―Sorprendida no pudo evitar una gran sonrisa al verla.
―Mis hijos, ¿dónde están, Helga? Quiero verlos ―ordenó sin dejar de mirar a su alrededor buscándolos con ansiedad.
―¡Mamá, mamá! ―gritó Niall corriendo y lanzándose a sus brazos.
Madre e hijo se fundieron en un conmovedor abrazo que mantuvieron en silencio un largo rato. Brianna lloró, no pudo contener las lágrimas, y, apartándolo de ella mientras lo agarraba por los hombros, lo miró, escrutando su estado físico. Parecía que estaba bien, incluso lo veía mayor. Se secó las lágrimas con la manga y sonrió.
―Mamá… ¿por qué vistes como un hombre?
―Es más cómodo así, cariño, y paso menos frío ―le sonrió ella―. Ahora vamos, apúrate, tenemos que irnos.
―¿Irnos? ¿Pero a dónde?
―A casa, volvemos a Éire.
―Mamá, pero yo no quiero irme, quiero quedarme aquí con… ―No pudo terminar al ver a Helga aparecer con Erik en brazos.
―Brianna, estás cometiendo un error. No puedes irte. Ni puedes llevarte a los niños. Einar se volverá loco y…
―¡Einar me importa un rábano! ―gritó esta enfurecida mientras se dirigía a coger a Erik―. Mi pequeño bebé… estás bien… ―volvió a llorar.
―Sí, Brianna, los dos están bien. Einar ha cuidado de ellos como un padre y yo he podido amamantarlo. ―La mirada de Brianna, que se había dulcificado al ver al pequeño sano y salvo que le sonreía con adoración, volvió a endurecerse.
―Dile a Einar que no vuelva a acercarse a nosotros o… o lo pagará muy caro. ¡Lo que hizo no tiene nombre! Poner en peligro la vida de dos niños por su obstinado capricho. Quemar casi una mansión entera dejando heridos y pérdidas materiales a su paso en Dyflin… ¡Es un bárbaro! No se lo perdonaré jamás.
Sujetó a Erik en brazos y con la otra mano agarró al pequeño Niall, casi arrastrándolo fuera de la cabaña.
―Mamá, yo no quiero irme, mamá, por favor, escucha. Seré un guerrero fuerte como Einar… quiero ser un vikingo ―gimoteaba él.
Brianna se detuvo en seco y se puso de cuclillas para estar a la misma altura que Niall y con severa mirada y dulce voz le habló:
―Hijo mío, este no es nuestro lugar. Ahora parece un juego para ti pero más adelante te darás cuenta de lo equivocado que estabas. Estas no son nuestras tierras, ni es nuestro hogar. Aquí no serás más que un esclavo y nosotros, si nos quedamos, también. ¿No eras feliz en Dyflin, en las tierras de O’Connell?
―Sí, madre, pero aquí lo soy más…
―No, hijo, tenemos que irnos ya. En el futuro me lo agradecerás. ―Y cogiendo con fuerza a Niall lo arrastró para hundirse de nuevo en el espeso bosque.
Antes de eso, se dio la vuelta para mirar a Helga, que la observaba con incertidumbre y pena.
―Gracias, Helga, nunca olvidaré la relación que tuvimos y la amistad que me brindaste… ni podré agradecerte nunca lo suficiente que cuidaras de mis hijos. Espero poder volver a verte algún día en otras circunstancias y puedas presentarme a tu bebé. ―Le sonrió con cariño y desapareció tras los árboles.
Einar, a las afueras del poblado, empezaba a impacientarse por el silencio de aquel joven que, aun con el filo de la espada de Thorberg en su cuello, se negaba a hablar.
―Muchacho… si no empiezas a contar lo que sabes, no volverás vivo a tu querida tierra ―le amenazó con severidad. A pesar de no alzar la voz, el tono intimidante y ronco de su atronada voz le hizo estremecer.
Declan siguió en silencio, provocándole con la mirada fija a los ojos de Einar. El vikingo admitió para sus adentros que el joven tenía agallas, pero su paciencia ya había rebasado el límite y acercando su caballo al de él, con violencia, lo agarró de la camisa del cuello y lo lanzó del caballo bajo un sonoro golpe. Einar también saltó del caballo y agarrándolo directamente per el cuello presionó con ligera fuerza, impidiendo que el aire dejara de entrar en los pulmones del jadeante joven que sujetaba con ansiedad y miedo los brazos de este.
―Y bien… ¿dónde esta Brianna?
Al ver que el joven intentaba hablar rebajó la presión del cuello sin soltarlo.
―Ella… ha tomado otro… otro camino. ―Los labios empezaban a amoratarse y sus ojos se estaban enrojeciendo por la falta de oxigeno.
Al oír sus palabras, Einar se dio cuenta al instante de lo que había tramado ella. Soltando de malas maneras al joven, que cayó de rodillas al suelo intentando recuperar su aliento, se dio la vuelta hacia el poblado.
―Apresadlos y llevadlos a la casa de mi padre ―ordenó a sus hombres con furia mientras volvía a montar su caballo.
―¿A dónde vas Einar? ―preguntó temeroso Olson.
―Hacia tu casa, Brianna estará allí.
Y salió al galope como alma que lleva el diablo. Enloquecido al pensar que la joven madre podía desaparecer de nuevo y con ella sus hijos.