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de Iris Romero Bermejo
—¡Mía! ¡Me han llamado! —grita mi novio desde la cocina.
Dejo el portátil en el sofá y atravieso corriendo el estrecho pasillo de moqueta verde. Lo encuentro apoyado sobre la encimera con una sonrisa de oreja a oreja y con sus enormes ojos negros puestos en mí. Tiene un aire a Johnny Depp; con esa mata de pelo oscuro y ese rostro de facciones perfectas. Recuerdo que se lo comenté el día que nos conocimos, hace ya más de un año. John es su nombre artístico, y estoy segura de que fue una recomendación de su mánager por su evidente parecido. Pero en realidad mi novio es de Barcelona, y se llama Juan.
—Me han llamado —repite con los ojos vidriosos.
Llevamos varios meses con el alma en vilo. Hizo un casting para una nueva película basada en unos cómics muy famosos entre el mundillo friki, donde él sería el protagonista. No ha cogido otros trabajos a la espera de que sonara su móvil, porque esta oportunidad podría encumbrarlo a lo más alto. Yo misma le dije que esperara, que algo así no ocurre todos los días. Y doy gracias al cielo por no haberme equivocado.
Se acerca y me coge en volandas. Pego un grito de júbilo y me da vueltas y más vueltas mientras reímos a carcajadas.
—¡Todo ha sido gracias a ti! ¡Mi talismán!
—¡John! ¡Me mareo! —grito cuando no puedo más.
Rodeo su estrecha cintura con los brazos, y levanto la barbilla para saborear esos carnosos labios.
—Mía... ¡Me han llamado! —vuelve a exclamar.
Se deja caer en una de las banquetas que utilizamos para desayunar. Me siento a su lado y pongo mi mano sobre la suya. Suele llevar anillos y pulseras de cuero. Acaricio uno de plata que le regalé hace seis meses, y dibujo un corazón con la yema del dedo sobre su piel.
—¿Qué te han dicho? —Quiero saber con mi boca estirada en una amplia sonrisa.
—Se va a grabar en Nueva Zelanda. Tengo que estar allí en unos días.
Durante un segundo el suelo se abre a mis pies. ¿Nueva Zelanda?
—¿Pero no se iba a grabar aquí, a las afueras de Londres? —pregunto con el corazón repiqueteando en el pecho. Pensé que actuaría en el rodaje durante el día y que después retozaríamos entre nuestras sábanas por las noches.
Niega con la cabeza y me mira a través de sus espesas pestañas.
—No. Al final trasladan la grabación a Nueva Zelanda. Me han dicho que a la región de... ¿Cómo era? —balbucea mientras cierra un momento los párpados con fuerza—. ¿Matamata? Creo que sí. Nos iremos moviendo por distintas zonas, porque también necesitan escenarios urbanos.
—¿Cuánto tiempo va a durar el rodaje de la película? —pregunto con un nudo en la boca del estómago. No estoy preparada para decirle adiós, no ahora, después de prometernos el futuro al oído y crear una vida juntos. Echo un vistazo a mi alrededor. La tostadora donde se nos queman las tostadas cada mañana, una máquina de hacer yogures, todos los imanes que hemos ido coleccionando...Tenemos un hogar, hemos puesto el corazón y el alma en nuestra relación, pero me temo que sin él, esta casa se me antoja demasiado vacía.
—No lo sé —responde. Se encoge de hombros y me aprieta las rodillas con fuerza—. ¿Qué más da?
—¿Cómo que qué más da? —Salto indignada.
—No creo que importe mucho, porque tenemos todo el tiempo del mundo.
—¿Ah, sí? Y dime, ¿cuánto será, mes arriba, mes abajo? Lo digo por saber el tiempo que tendré que esperarte.
Levanta las cejas y frunce el ceño.
—Tú no me vas a esperar.
—¿Cómo? —pregunto al tiempo que me levanto como un resorte.
—Porque te vas a venir conmigo —aclara con una sonrisa perfecta.
—Pero...
—Les he comentado que eres maquilladora.
—Caracterizadora —puntualizo—, que no es lo mismo.
—Me han pedido que les envíe tu currículum. Pero no te preocupes, si no te aceptan, te vendrás igualmente. Con lo que me van a pagar viviremos juntos mientras se rueda la película, y después nos iremos a pasar unas vacaciones a Hawái. ¿Qué me dices?
—¡Pues claro que sí! —grito emocionada. Me tiro encima de él, y la banqueta, su espalda y mis rodillas chocan contra el suelo. Lo beso tan fuerte que le hago daño. Le muerdo las mejillas con ganas y lo estrujo con todas mis fuerzas—. Claro que sí —repito con nuestros labios pegados—. Debería dar los quince días en el trabajo... Tendrás que ir tú primero, y yo llegaría una semana después. Es que no quiero quedar mal con ellos, con lo bien que se han portado conmigo.
—Quince días, Mía —susurra al tiempo que me besa con adoración—. Quince días, y estaremos cumpliendo uno de nuestros sueños.
Una lágrima de felicidad sale sin pedir permiso cuando parpadeo. Me la seco despacio, pensando que es la primera vez en toda mi vida que lloro porque algo maravilloso de mi interior, que va creciendo y creciendo en mi pecho, necesita salir al exterior pues ya no cabe dentro.
—¿Por qué lloras? —pregunta cuando me seco la segunda, y después la tercera—. Te prometo que voy a hacer todo lo que esté en mi mano para que puedas maquillar.
Niego sin poder hablar. Aún no me salen las palabras.
—No es eso —balbuceo haciendo pucheros—. Me da igual si puedo trabajar allí, de verdad. Es que...
Se levanta y me abraza. Me seca las lágrimas con delicadeza.
—¿Qué es, mi vida?
Levanto la mirada y empiezo a reírme. Él es todo lo que siempre quise. Desde la primera vez que lo vi supe que era para mí. Es dulce, atento, cariñoso y sensible. Consiguió que Londres no fuera una ciudad tan fría y húmeda. Me demostró que el amor existe. El real, donde alguien te calienta los pies por las noches y te besa cada amanecer como si fuera el último día en la Tierra. Alguien que te hace tocar el cielo con los dedos en cada roce íntimo.
—Es que me siento muy feliz por ti, John. Lo has conseguido —musito con un nudo en el estómago—. Ya verás cuando se lo cuente a mi madre, le va a dar un infarto. Sigue pensando que regresaré a Madrid cualquier día.